José María Sánchez Galera | 10 de febrero de 2020
El escritor José María Marco habla sobre política, libros, universidad y, en especial, sobre Lope de Vega, el autor clásico al que ha dedicado un completo y sugestivo estudio.
Nació en Madrid el mismo año en que comenzó a disputarse la Copa de Europa. En los cines españoles se estrenaban Muerte de un ciclista, Historias de la radio y Marcelino Pan y Vino, adaptación a cargo de Ladislao Vajda del cuento casi recién publicado de José María Sánchez-Silva. Durante el rodaje de Atrapa a un ladrón, de Alfred Hitchcock, Grace Kelly se enamoraba de Rainiero de Mónaco; tras terminar su trabajo en Gigante, fallecía en un accidente de tráfico James Dean; el francés Henri-Georges Clouzot presentaba Las diabólicas —la directora de un colegio parisino y la amante de su esposo, un maltratador empedernido, se alían para matarlo—; Charles Laughton dirigía La noche del cazador, cuyo protagonista era un demente predicador que salía del presidio con las palabras “amor” y “odio” tatuadas en sus nudillos. No fue un mal año, desde luego.
José María Marco Tobarra (1955) sonríe y se ríe con la inocente picardía contagiosa de Pablito Calvo —seis años mayor que él—, el Marcelino que sisaba pan a fray Papilla, y que le llenaba de lagartijas y ranas sus cazuelas. Es fácil hacerle reír; su cara mezcla tonos rojizos como si lo pintara Velázquez. Se antoja un lienzo del Prado. A veces, se puede oír su sonrisa en el programa radiofónico vespertino de Dieter Brandau (esRadio). Y en “Libros con Marco”, el programa que comparte con la pelirroja e igual de risueña Nuria Richart. Pero también frunce el ceño, parece grave y riguroso, cuando se requiere. Ha publicado una docena de libros, colaborado en dos decenas, traducido alguno que otro del inglés y del francés —idioma de su bachillerato-. Escribe en La Razón, Libertad Digital, Nueva Revista, entre otros medios. Imparte clases de Literatura, Historia de la Ideas y Relaciones Internacionales en la Universidad de Comillas (ICADE); y las hemerotecas de El País, Diario 16, Abc y El Mundo cobijan artículos suyos. Su web, josemariamarco.com, una delicada belleza que resiste a la invasión clónica de páginas wordpress, va almacenando sus diversas colaboraciones, novedades y comentarios, y también las de sus amigos.
José María Sánchez: ¿Cómo se define José María Marco? ¿Escritor, profesor, periodista, investigador, historiador…? ¡No me diga que “intelectual”!
José María Marco: Si no escribo me vuelvo loco, y dar clase es lo que más me gusta. Pongamos escritor y profesor.
José María Sánchez: Usted ha publicado una veintena de libros, la mayoría de historia de España, particularmente centrada en personajes de finales del s. XIX o del primer tercio del s. XX, como Maura, Azaña o Giner de los Ríos. ¿Cuál de estos personajes ha sido el más relevante?
José María Marco: Antonio Maura significó en su momento la posibilidad de democratizar el sistema liberal. Manuel Azaña es el símbolo de una república que debía ser democrática y liberal, pero que no fue capaz de superar el sectarismo de sus dirigentes, en particular el propio Azaña. Francisco Giner es el núcleo ideológico del progresismo español… Los tres son importantes. El más influyente, Giner.
La ‘gestión’ es lo que la derecha sabe hacer y bien, pero hay que decir que es lo más fácilJosé María Marco
J.M.S.: ¿La izquierda es ahora menos intelectual o menos seria que antes? ¿Giner de los Ríos sería hoy un firme defensor de toda la deriva “pedagogista”?
J.M.M.: La izquierda anda perdida en cuestiones de identidad y a veces parece que su única razón de ser es el pintar una derecha de rasgos feroces y paródicos. Hay otra izquierda: Jean-Claude Michéa, José Ovejero… pero no parece que tenga muchas posibilidades de formar un movimiento político de alcance. Y, en cuanto a Giner, no sé lo que haría si despertara del sueño eterno. Lo que sí parece claro es que buena parte del pedagogismo procede de su obra.
J.M.S.: En España ha habido intelectuales en política. Incluso ministros. Pienso en Valera, Echegaray, Amador de los Ríos. Y, más cercanos, Antonio Fontán o César Muñoz Molina. Aunque, por lo general, duran poco. ¿Cierto? ¿Por qué?
J.M.M.: La democracia actual requiere personalidades dispuestas a abrazar a fondo el juego partidista y a intentar ganar a cualquier precio, en particular con una exposición personal muy alta. Hoy más que nunca, hacer política es arriesgarse a perder la propia alma. Por mucho que los intelectuales sigan siendo tan vanidosos como siempre, es difícil que eso atraiga a las elites intelectuales o a las empresariales. Aun así, los intelectuales tienen otros medios de intervenir en el debate público.
J.M.S.: A ver si estamos de acuerdo: «Desde los años 60, la derecha española, con Franco a la cabeza, desertó de la cultura y se la entregó a la izquierda; lo importante, dicen los líderes de la derecha, es la economía». ¿Es un simplismo esta afirmación?
J.M.M.: No del todo, aunque quizás la palabra clave, tanto como la economía sea la ‘gestión’. Es lo que la derecha sabe hacer. Lo hace bien. Y está satisfecha con sus habilidades. Sin querer quitarle mérito, también hay que decir que es lo más fácil.
Hay otra izquierda: Michéa, Ovejero… pero no con posibilidades de formar un movimiento político de alcanceJosé María Marco
J.M.S.: ¿La universidad española se ha convertido en un parvulario con relumbrón?
J.M.M.: Yo no soy de los que piensan que la universidad haya bajado de nivel. Al contrario. En mis tiempos había unas cuantas grandes figuras, que por lo general no hacían el menor caso a los estudiantes, si es que se dignaban dar clase. No sé si entonces había el rigor, la seriedad, la exigencia y la transparencia, por no hablar del trato entre estudiantes y profesores, que hay ahora en la universidad. Hay mucho que hacer, pero hay muy buenas universidades en nuestro país.
J.M.S.: Cerca de mi casa han cerrado tres de los cuatro kioscos que había, y casi todas las papelerías, una de las cuales era también una librería donde estaba disponible todo el fondo de Cátedra y de Alianza. ¿Qué ha pasado?
J.M.M.: Supongo que los hábitos han cambiado y que los nuevos medios de difusión de las ideas y la información han acabado con parte de la edición tradicional en papel. Tampoco las elites ni lo que antes se llamaba la “alta cultura” tiene hoy el prestigio de otros tiempos. La verdad es que ha hecho todo lo posible para que lo pierda. Después de décadas de cultura anticultural, se han alcanzado los resultados deseados.
J.M.S.: En medio de este panorama, sus dos últimos libros tienen un tono muy positivo: Diez razones para amar a España; El verdadero amante. Lope de Vega y el amor. El amor en ambos títulos.
J.M.M.: Sí, yo mismo lo constaté una vez terminado el trabajo. Por razones puramente personales, tuve que simultanear la preparación y la redacción final de los dos libros. Lope es un ejemplo de la España amable, y el motivo del amor, el que corre por debajo del libro sobre España.
Lo que antes se llamaba la ‘alta cultura’ carece hoy el prestigio de otros tiempos; ha hecho todo lo posible por perderloJosé María Marco
J.M.S.: Gregorio Luri, en La imaginación conservadora, también habla mucho del amor: el conservador ama aquello que pretende conservar (sus tradiciones, su patria, su cultura…). El amor como motivo de vida social y política. Nada de odio de clases, de razas o de sexos.
J.M.M.: Un gran libro, La imaginación conservadora, uno de esos que podría inspirar una nueva forma de entender la cosa pública, la política, lo que nos une a todos. Luri apunta una y otra vez a algo distinto de la tradición contractual, el hecho de que los seres humanos lo somos porque no podemos vivir sin los demás. Una de las formas de hablar de esa necesidad es el amor, aquello que nos lleva hacia los demás antes incluso de saber lo que somos.
J.M.S.: Hablando de amor, usted, desde muy joven, ha llevado su sexualidad de manera muy natural, sin ondearla como bandera. ¿Es una rara avis? Como escribió Calímaco, en este sentido usted sigue “el camino menos trillado”. ¿O es que la sexualidad es exactamente eso: naturalidad?
J.M.M.: Puede ser, pero el amor y eros, lo que llamamos sexualidad, nos inducen también a emprender aventuras peligrosas, que no siempre tienen un final feliz. Son tan conservadores como revolucionarios y se comprende la desconfianza que suscitaron antes de la oleada romántica con sus promesas, un poco paradójicas, de felicidad. Por lo demás, no creo que el amor o la sexualidad, siendo como son elementos fundamentales de la identidad de una persona, determinen todo lo demás: los gustos, las ideas, las posiciones políticas o la amistad. Quizás porque vivimos en un mundo cada vez más complicado, o porque la libertad y la autonomía son cada día mayores, gustan más y más las soluciones simples, acompañadas de un moralismo de parvulario, como decía usted antes.
J.M.S.: Seguimos con el amor. Lope de Vega. Usted me comentó una vez que el libro de Lope es con el que más ha disfrutado. ¿O ando equivocado y recuerdo mal?
J.M.M.: Escribir es una tortura. Escribir el libro sobre Lope no lo fue menos, pero me sacaba del mundo un poco asfixiante al que me había llevado el haber estado dando vueltas, durante muchos años, al nacionalismo y, más en particular, al nacionalismo español. Volver a la literatura pura, y a la más alta, fue un placer.
Lope es un ejemplo de la España amableJosé María Marco
J.M.S.: Solemos decir que Lope fue un mujeriego, incluso una vez ordenado sacerdote. Pero ¿precisamente porque amó mucho se le perdona todo?
J.M.M.: La genialidad de Lope es arrolladora, como debieron de serlo su simpatía y su capacidad de seducción. Y no solo con las mujeres, que son el núcleo central de su obra, sino también con el público, o el pueblo, al que se dirige en su teatro. Se podría decir que hay algo de populista en Lope, si no fuera porque lo que descubre en el público al que se dirige lo lleva a una exigencia más elevada. También revela un fondo de libertad que sorprende a mucha gente. ¡También antes de la revolución sexual la gente se tomaba sus libertades!
J.M.S.: Usted dice que Lope no era un playboy, un conquistador, sino alguien que, como Ovidio o Juan Ruiz, indagó profundamente en el alma femenina.
J.M.M.: Claro. Las mujeres son para Lope la clave que permite comprender el significado mundo, que se nos abre a partir de la conciencia de la belleza. En esto Lope es platónico sin remedio, aunque el misterio al que invitan no es solo de orden espiritual. Pero las mujeres de Lope son también la encarnación misma de la perspicacia, la inteligencia, la valentía… Como todos los grandes seductores, Lope también es peligroso. Aunque a diferencia de otros, Lope no escatima, ni se reserva. Ir a por todas era también jugársela a fondo.
J.M.S.: En su opinión, ¿Lope y Platón (El banquete) son los autores que más y mejor han hablado sobre el amor casto, el amor pleno por encima de la carnalidad?
J.M.M.: Lo interesante de Lope en ese punto es que comprende lo que el amor casto significa y por qué es tan importante. Y al mismo tiempo no puede dejar de ser un realista que sabe que el amor difícilmente se va a satisfacer con una conversación de orden místico. Cuando Sócrates llega a esas alturas, deja la palabra a Diotima. Lope se enfrenta a las dos a cuerpo abierto. La mejor encarnación de esta actitud, en su obra, es Don Bela en La Dorotea, que no puede vivir sin los favores de la protagonista pero se declara platónico militante. Nunca ha sido Lope más romántico que en estas contradicciones imposibles de superar. Como era de esperar, don Bela acaba muy mal.
Las mujeres son para Lope de Vega la clave que permite comprender el significado mundoJosé María Marco
J.M.S.: Como también fue el caso de Garcilaso, Lope siempre se condujo de manera muy responsable, con profundo amor por sus hijos. ¿Fueron doce o quince?
J.M.M.: No llevo muy bien la cuenta. Están los niños, que tanto gustaban a Lope como le fascina la inocencia, la pureza propia de la condición humana antes de la caída. Están los hijos, y las hijas, que son la realización última y el sentido más profundo del amor, allí donde convergen de forma reconciliada —por fin— el instinto natural y el amor humano. Y está el amor familiar, Himeneo, un remanso de seguridad del que los hijos son la demostración y la garantía.
J.M.S.: Pero fallece su hijo Carlos. ¿Aquello marcó su vida?
J.M.M.: Por lo que sabemos gracias a sus poesías, fue de los momentos más difíciles por los que pasó el poeta. Lope había hecho de Carlos Félix la realización de un ideal de vida: amabilidad, generosidad, curiosidad… Todo en grado perfecto, sin la menor sombra de lo mucho que pesa en la vida de los seres humanos y la oscurece y la complica.
J.M.S.: Aparte, el rapto de su hija Marcela. ¿Fue Lope uno de los hombres, a la vez, más felices y desdichados que haya habido?
J.M.M.: Resulta asombrosa su capacidad para apurar todas las posibilidades de la vida, sin dejar de lado una sola. No sé si la palabra es “desdichado”, pero también fue un hombre atormentado, con fases melancólicas. Demasiado inteligente y demasiado fino para el puro y simple hedonismo. Y demasiado sensual como para perder de vista la materialidad del deseo.
Se ha calculado que solo en materia religiosa Lope de Vega escribió 600.000 versosJosé María Marco
J.M.S.: Lope, prolífico en la carne y en las letras. ¿Cuál es el volumen de su obra?
J.M.M.: Inabarcable. Hubo quien calculó que solo en materia religiosa escribió 600.000 versos. Y en contra de lo que tantas veces se ha dicho, la calidad es extraordinaria. La obra de Lope no se limita a unas cuantas obras maestras. Es todo un mundo que hay que esforzarse por entender de forma global. Solo así cobran sentido sus obras. Por eso es tan absurdo que en nuestro país no haya una compañía de teatro clásico que ponga en escena, sistemáticamente y con respeto, ese universo que es de las grandes aportaciones españolas al mundo.
J.M.S.: ¿Se puede decir que Lope de Vega es un puente entre la tradición clásica (en especial, latina), el casticismo español (sobre todo, madrileño) y la literatura moderna?
J.M.M.: Sí, eso está bien visto, aunque el casticismo español abarca más que el espíritu madrileño, que tanto le gustaba y que tan bien retrató. Lope es más clásico de lo que se ha dicho y de lo que él mismo dio a entender, sobre todo en sus polémicas con los preceptistas aristotélicos. Es una actitud que fue propiamente española durante mucho tiempo. Y sí, también se sabe radicalmente moderno. Y lo es en su rapidez, en la velocidad a la que vive y en la que respira su literatura, en su poco gusto por el moralismo, en esa forma perpetua de dialogar con el público y con el lector desde una primera persona exhibida siempre, pero que nunca se nos da del todo.
J.M.S.: Me temo que voy a parafrasearlo en esta pregunta. Quizá la cumbre de Lope sea la inocencia que descubre en el amor por los niños, y en el amor —como suele usted decir— por la palabra hecha carne —en tanto que poeta, Lope amaba la palabra—: Dios. Lope se sabe amado.
J.M.M.: Sí, sin duda. Y eso es lo que permite la libertad que alcanza en su vida y en su obra. Pero también ahí está el punto más problemático. ¿Cómo responder a ese amor absoluto que es el amor de Dios? Y no tanto por el arrepentimiento que le causan las muchas desgracias que el deseo y el amor van causando. También porque el amor de Dios parece requerir una inocencia inalcanzable.
Es absurdo que en nuestro país no haya una compañía de teatro clásico que ponga en escena, sistemáticamente y con respeto, ese universo de Lope, que es de las grandes aportaciones españolas al mundoJosé María Marco
J.M.S.: Ahí tenemos sus villancicos y sus sonetos religiosos: «¡Alma, asómate agora a la ventana, verás con cuánto amor llamar porfía!».
J.M.M.: Claro. La tensión se disuelve cuando el poeta comprende que el amor de Dios lo redime y es capaz de devolverle a esa inocencia primera donde emerge la naturaleza verdadera de las cosas y del ser humano. Lo que el ser humano complica, porque no puede hacer otra cosa, el Señor lo hace limpiamente. Y lo que Lope se esfuerza por realizar en su poesía, es decir, en toda su obra, está ya hecho en la obra de Dios. Él es el verdadero amante que los seres humanos, casi siempre sin saberlo, se esfuerzan por imitar.
J.M.S.: A ver si me equivoco. Usted es un sencillo y devoto creyente que, al leer esos villancicos de Lope, esa ternura desbordada y confiada hacia el Niño Jesús, se conmueve como el que más.
J.M.M.: Lo que me llama la atención es la dificultad actual para entender que en un determinado punto, el más importante probablemente, las cosas de la fe son extremadamente sencillas. Puede que ya no podamos vivir la fe como la vivieron nuestros padres o nuestros abuelos, porque entonces impregnaba el mundo de una forma que hoy es difícil de concebir. Y sin embargo, el hecho mismo de la fe es de una sencillez y una claridad completas. En parte, la genialidad de Lope es haber trasladado en imágenes y en palabras inmediatamente inteligibles el significado del amor de Dios, es decir, de Dios hecho hombre. Que es tanto como decir, para Lope, hecho palabra.
J.M.S: Un atrevimiento por mi parte: ¿el joven José María Marco era un poeta?
J.M.M.: No. Nunca he escrito poesía, ni he pretendido ser artista. No tengo imaginación.
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