Mariona Gúmpert | 11 de febrero de 2021
El portavoz parlamentario de Vox lamenta la postura de algunos medios de comunicación y afirma que «con Vox se está produciendo un fenómeno que yo creo que no se producía desde hace mucho tiempo, y es que los jóvenes se interesan por lo que estamos diciendo».
En la sociedad del Homo videns, de la cultura de la inmediatez y de la sobreinformación –la gran mayoría de veces centrada en la última polémica-, me animé, como votante y ciudadana, a indagar más allá de lo que se nos suele mostrar de nuestra clase dirigente. Sin embargo, conocer a nuestros políticos en un formato más pausado y reflexivo, negro sobre blanco, da la impresión de ser lo más parecido a encontrar una aguja en un pajar. Por este motivo, agradezco sinceramente a Iván Espinosa de los Monteros que se prestara a ser entrevistado en un contexto de conversación cordial, en el que el objetivo fuera invitarlo a exponer sus opiniones y experiencias; aquello que fundamenta su labor como político, pero que no se deja apenas ver en el contexto periodístico de hoy en día.
La entrevista tuvo lugar en un despacho de reuniones que tiene Vox en sus oficinas del Congreso de los Diputados. Educado y amable, a la par que espontáneo, fue cuestión de unos pocos minutos el olvidarnos del micrófono y conversar relajadamente sobre temas que nos atañen a todos. No les contaré más, disfruten de la entrevista.
Pregunta: Prima non datur, ultima dispensatur. Antiguamente, en las universidades se escribía esta frase en la pizarra, con la intención de que el profesor no impartiera ni la primera clase, ni la última. ¿Le parece bien si la primera y la última pregunta que le formule no sean mías?
Respuesta: Perfecto, adelante.
P.: En Twitter surgió una discusión en torno a la decisión de tener hijos. Quien lo empezó lo llama el «debate de los faminazis», y defiende que la decisión de formar una familia y, en consecuencia, vivir dedicado a ella, es moralmente superior a vivir de forma que todo gire en torno a uno mismo. A raíz de esta polémica, algunos escribimos sobre el tema en distintos medios, y me han pedido que nos dé su opinión al respecto. Así pues, primera pregunta: ¿qué motivos daría para formar una familia y tener hijos?
R.: El ser humano no puede evitar el deseo de trascendencia. Conforme vas cumpliendo años, uno se va dando cuenta de lo efímero que es nuestro paso por este mundo, y la importancia que tiene el dejar algo más allá de tu propio ser que, como digo, es efímero y pasa. Esa trascendencia se puede intentar desarrollar de muchas maneras (la política es una de ellas, por cierto). Pero la familia es una de las más importantes porque, en el fondo, no somos más que el eslabón de una cadena, y todos nos debemos a quienes nos antecedieron. Legar esa herencia recibida a generaciones futuras es, por un lado, algo realmente satisfactorio y, por otro, y sin necesidad de ponernos tan elevados, algo que se disfruta mucho.
Creo que casi todos los que han tenido una infancia feliz la recuerdan en el contexto de un entorno familiar. Es cierto que puede haber gente que haya tenido una niñez complicada y, al mismo tiempo, haber sido dichosos en esa etapa de la vida. Sin embargo, y en general, las infancias felices que producen personas felices con frecuencia se producen en entornos familiares –del tipo que sean- agradables y equilibrados. Con todas las disfunciones que puede tener una familia, por supuesto, pero esta es siempre el mejor entorno para el crecimiento de un niño.
Tener niños es la mejor decisión que se puede tomar, pero es cierto que tenemos un entorno en el que resulta hostil la idea, a veces de forma consciente y otras inconscienteIván Espinosa de los Monteros
P.: ¿Por qué se fomenta tanto actualmente el no tener hijos?
R.: Tener niños es la mejor decisión que se puede tomar, pero es cierto que tenemos un entorno en el que resulta hostil la idea, a veces de forma consciente y otras inconsciente. Una de las cosas más básicas es el tema de la vivienda. El urbanismo y el negocio inmobiliario están pensados para aprovechar al máximo el metro cuadrado, de forma que las viviendas son cada vez más pequeñas, lo que no favorece a las familias.
Ahora bien, además de las condiciones materiales, hay toda una corriente de pensamiento en las últimas décadas que ha influido en esta idea –cada vez más de moda- de decidir de forma activa no tener una familia. En primer lugar, el malthusianismo, según el cual los recursos del planeta son escasos y la actitud responsable consiste en evitar el crecimiento de la población. Esta teoría se ha demostrado equivocada una y otra vez: la sociedad y la tecnología progresan, cada vez se aprovechan más y mejor los recursos y, por lo tanto, cada vez hay más espacios verdes.
El ecologismo enlaza con la ideología socialista de los últimos años, encaminada a limitar el crecimiento de la población tan solo en Occidente (porque, que yo sepa, nada de esto se les dice a los africanos o a los asiáticos).
Todo esto es un ataque a la familia. Ahora bien, ¿con qué propósito? Hay que entender que la familia es el último bastión de la libertad. La familia es un sitio donde el Estado, y los nuevos jugadores que compiten con los Estados nación (como lo son las grandes compañías), penetran con más dificultad. Si tienes familia, raíces, algo sólido, tienes algo fundamental que te protege de todo, incluidos los intentos del Estado por manipularte.
La familia te protege también de las grandes compañías: el mundo del consumismo estimula el hedonismo, tratando de extraer cada vez mayor rendimiento del usuario. Un ejemplo es el eslogan famoso «porque tú lo vales»: te vendo cosméticos cada vez más caros. Si tú lo vales, te lo gastas en eso, en lugar de pensar en gastarlo en niños. Todo lo que nos rodea está encaminado hacia esa dirección.
Pero vuelvo a lo primero: yo recomiendo a todo el mundo tener hijos, porque es una fuente constante de alegría y de satisfacción enorme.
P.: Acaba de cumplir cincuenta años hace poco, la mitad de ellos casado con la misma mujer, ¿algún consejo genérico, no personal, para aquellos que desean dar ese paso?
R.: [se ríe] Para ser una pareja longeva, que cada vez son más escasas, recomiendo en primer lugar elegir bien y no en función de criterios pasajeros: ha de haber una compatibilidad de valores importantes entre los dos. Esto es lo más difícil cuando tienes veinte años, por supuesto. Y, después, mucha paciencia. Mucha paciencia por ambas partes.
Si tienes familia, raíces, algo sólido, tienes algo fundamental que te protege de todo, incluidos los intentos del Estado por manipularteIván Espinosa de los Monteros
P.: ¿Por qué en Occidente el tema de la identidad es tan importante?
R.: Porque es la civilización superior a cualquier otra, en cualquier sitio y en cualquier momento del tiempo.
P.: Lo que intento decir es que antes no había una búsqueda explícita de la propia identidad: las personas sabían qué tenían que hacer, quién era su dios, quién era su jefe, etc.
R.: La civilización occidental ha tenido que superar grandes retos a lo largo de los siglos. Algunos muy antiguos, como las cruzadas, donde se detenía el avance de una civilización completamente incompatible con la nuestra. Por eso, Samuel P. Huntington habla de The Clash of Civilizations [El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, 1997], no de compatibilidad o de coexistencia.
Esta lucha es algo que lleva sucediendo siglos, incluyendo la Segunda Guerra Mundial, que fue un conflicto armado comenzado por parte del nacionalsocialismo, cuyo deseo era acabar con la civilización occidental tal y como se había conocido hasta entonces. Curiosamente, a partir de la victoria sobre este totalitarismo aparece una nueva forma de este, el comunismo, de nuevo un modelo político completamente incompatible con los valores occidentales. Esta lucha se prolonga durante cincuenta años. La civilización está siempre en lucha por defenderse.
¿Cuál es el problema actual? La civilización comunista –insisto, algo completamente distinto a nuestra civilización- cae derrotada tras la Guerra Fría, pero se reconvierte y es capaz de reformularse bajo nuevos paradigmas. Ahí entra el nuevo ecologismo –que nada tiene que ver con la defensa del medio ambiente-, el nuevo feminismo –que nada tiene que ver con la defensa de la mujer-, las nuevas defensas LGTB –que nada tienen que ver con permitir la libertad sexual de las personas, etc.-. Es decir, nuevas banderas que se van elevando y que atacan nuestra civilización.
Volviendo a la pregunta, ¿por qué es importante nuestra identidad? Precisamente porque tenemos que defendernos de ataques que antes eran evidentes –porque eran físicos y, por lo tanto, obvios- y hoy son mucho más sutiles, porque se muestran de una forma aparentemente más pacífica, pero mucho más corrosiva.
En Vox queremos mandar, pero no por mandar en sí, sino por un objetivo: para cambiar las cosasIván Espinosa de los Monteros
P.: ¿Por qué hay debates muy complejos desde un punto de vista filosófico -que implican a disciplinas como ética, filosofía del derecho o antropología filosófica- y, sin embargo, a pie de calle (y ya de forma legal) se consideran zanjados, como si fueran las leyes de Newton? Hablo, por ejemplo, del aborto o la eutanasia.
R.: Porque a la izquierda se le ha otorgado la superioridad moral desde Mayo del 68. Se les ha permitido creerse que tienen la única respuesta a todo. Y se les ha permitido no solo desde un punto de vista filosófico, sino muy pragmático. Se les ha entregado la enseñanza: primero la universitaria, y luego la secundaria y la primaria. Se les ha entregado la primacía de los medios de comunicación.
Estas cosas las comento abiertamente a diputados del PP, y responden con planteamientos como «la comunicación hay que dejarla a la izquierda, que en eso siempre nos ganan». No parecen darse cuenta de que es una batalla que hay que dar todos los días, porque sobre todo te ganan si no te presentas. Yo no me resigno a entregarles la educación, ni la comunicación, ni ninguna de las herramientas que utilizan –y que utilizan a partir del método de Gramsci-, incluso infiltrándose en instituciones teóricamente conservadoras.
En definitiva, a la izquierda se le ha asignado el papel de ganador en cualquier debate moral y se le ha permitido, desde los últimos cincuenta años –como mínimo-, que ese tipo de debates sean ellos quienes los abran, y ellos los que los cierren. Cuando ahora llegamos partidos nuevos a la política y los replanteamos, se nos responde: «¡Ese debate ya está cerrado!». Y son palabras literales, escuchadas en el pleno. ¿Cómo va a estar cerrado el debate de la defensa de la vida? ¿Cómo va a estar cerrado el debate de la defensa de los más vulnerables, que son precisamente los no nacidos, o los que están en posición de debilidad por su edad o condición?
Justamente la izquierda, desde una presunta -pero falsa- presunción de superioridad moral, está consiguiendo que casi todos los demás estén a su lado en la defensa de ese tipo de ideas. Arrastran a los partidos políticos, arrastran a los pensadores, arrastran a los opinadores en los medios de comunicación y, por supuesto, a la universidad, los colegios, la educación en general, etc. Es algo que tienen ganado, desde hace mucho tiempo además. Cuando hablo de comunicación, no hablo solo de medios de comunicación como televisiones, periódicos, radios, etc. Hablo también de producciones externas, por ejemplo en los spots publicitarios. Los guionistas están absolutamente ganados para la causa de la izquierda. Por eso no se ven ya anuncios con una familia numerosa o, si se ven, es un ataque a la familia numerosa, porque la muestran como algo disfuncional, porque los padres son tontos, porque los niños se ríen de los padres, etc.
P.: Hay un tipo de votante tradicional que por programa votaría a Vox -aunque sea por temas muy importantes como los que acabamos de comentar (aborto, eutanasia, libertad para educar, etc.)- y que, sin embargo, no lo hace porque no le gusta su agresividad a la hora de comunicar. ¿Han renunciado a este tipo de votante –de mayor edad, quizá- y se están centrando en gente más joven, porque es más efectivo en ellos este tipo de comunicación política?
R.: McLuhan dijo que el medio es el mensaje. Pero nosotros nos hemos encontrado los medios cerrados, completamente cerrados. Cuando han tenido que abrirse porque ya no se podía ocultar el tamaño del partido, nos los hemos encontrado hostiles. Ante dicha hostilidad, se puede hacer lo que ha hecho el PP o Ciudadanos, que consiste básicamente en «por favor, quiéreme», «por favor, acéptame en tu club progre», «por favor, acepta mi forma de feminismo», «ten en cuenta que yo también voy al 8M y salgo en todas tus manifestaciones, yo también me pongo la chapa de 2030», en definitiva: «Yo soy bueno».
Eso no funciona, y es exactamente para luchar contra eso para lo que hemos venido: contra la supremacía cultural de la izquierda, en términos globales. En España esta hegemonía la tiene la izquierda, pero también los nacionalismos separatistas. Ese modelo entendemos que no funciona, y por eso hemos venido a desmontar la superioridad moral de la izquierda, desde los valores tradicionales que nos han traído hasta aquí.
Volviendo a la premisa inicial: si el medio es el mensaje y el medio se te cierra, se tienen que buscar formas alternativas, como las redes sociales. Estas tienen una ventaja y una desventaja. La gran ventaja es que, para todos aquellos menores de una cierta edad (55-45 años como máximo) es la principal forma de adquisición de conocimiento e información. La desventaja es que, para los mayores de ese rango no son un medio habitual, exceptuando quizá WhatsApp. Lo que a este tipo de votantes le llega es una visión distorsionada de lo que somos, a causa de los medios de comunicación habituales. En dichos medios, como ya he dicho, son extremadamente agresivos y hostiles a Vox, a diferencia de los podemitas, a quienes tratan con gran amabilidad.
Si se ve una entrevista entera es sencillo constatar esto. Ahora bien, si solo se tiene tiempo de ver los cortes que aparecen en el telediario, y te fías de lo que dicen los periódicos donde nos llaman ultraderecha, extremistas, fascistas, etc., al final es normal que el ciudadano tenga la sensación de que somos un grupo muy extremo. Cada cosa que decimos se intenta caricaturizar o llevar al extremo, pero en otros países occidentales no seríamos siquiera derecha típica. En EE.UU. seríamos, como mucho, demócratas de costa este.
La demostración más clara de nuestra prudencia y moderación es que no ha habido un solo incidente violento en el entorno de Vox en el que no seamos los receptores de la agresión: ponemos mesas en Barcelona, y nos las intentan tirar. Las ponemos en Baracaldo, y lo mismo (no olvidemos que a Rocío de Mer le abrieron la cabeza de una pedrada). En Galicia, en cada acto al que acudía yo –esto no salió, por cierto, en los medios-, mesas volando, cargas policiales, sillas volando, etc. Todo esto siempre contra nosotros, nunca uno de los nuestros. Pero todo esto no sale en los periódicos y, por tanto, es lógico y comprensible que votantes potenciales nuestros lleguen a pensar que somos muy extremistas, cuando lo único que hacemos es defender las ideas que ellos tienen y que ningún otro partido va a defender.
Todo esto es un proceso que lleva su tiempo. El presidente de Polonia, que fundó el partido Ley y Justicia, nos dijo: «Primero os ignorarán, después os insultarán, luego se reirán de vosotros, y después ganaréis». Ya hemos pasado por las dos primeras etapas, y ahora estamos en la de las risas. Vamos a acabar ganando y gente que es escéptica se dará cuenta de que lo que nosotros decimos es lo mismo que aquello en lo que ellos creen.
A la izquierda se le ha asignado el papel de ganador en cualquier debate moral y se le ha permitido, desde los últimos cincuenta años, que ese tipo de debates sean ellos quienes los abran y los cierrenIván Espinosa de los Monteros
P.: Respecto a la susceptibilidad que tenemos a ser manipulados, ¿hay alguna forma de conseguir que los ciudadanos seamos más críticos? Por ejemplo, a través del fomento de las humanidades, que son las grandes olvidadas, cuando no parodiadas, a día de hoy.
R.: Para que tengamos en cuenta la importancia de cara al futuro de las humanidades, conviene entender que en Silicon Valley los grandes gurús de la tecnología –en enorme proporción- prohíben a sus hijos usar la tecnología hasta bastante avanzada edad, ni siquiera el móvil. Y los animan a que estudien humanidades antes que ciencias tipo STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas).
Porque su visión de lo que viene sucediendo es que la inteligencia artificial y la propia capacidad para ir avanzando crecen a tal velocidad que la capacidad del hombre para ser determinante en el desarrollo técnico de esa tecnología es muy relativa. Las propias máquinas serán las que programen, actualmente avanzan de forma mucho más rápida de lo que pueda hacerlo una persona, de forma que los conocimientos que esta adquiere se vuelven rápidamente obsoletos.
¿Dónde va a estar el valor añadido que otorgue la persona? En saber qué pedirle a la tecnología que programa. Saber qué quieres obtener de una tecnología que crece a una velocidad de vértigo, y saber para qué lo quieres. Por ejemplo, el big data. Es imposible que ningún analista, la mente más brillante (matemática o estadística humana) pueda obtener ningún tipo de información de las masivas cantidades de datos que hoy se almacenan. Lo que sí puede hacer alguien que tenga una visión clara es pedirle al programador –que pronto será una máquina- que extraiga ciertas conclusiones de esa gran cantidad de datos.
Hay un ejemplo muy práctico que sucedió hace veinte años. Tuve un profesor de oratoria –en la Universidad de Chicago- que era un tipo brillante y muy peculiar. Él se había hecho millonario comprando un software a dos universitarios que no habían sabido muy bien qué hacer con él. Este software relacionaba bases de datos entre sí, buscando correlaciones: es un trabajo de tecnología. Pero, si no se sabe a qué aplicarlo, no sirve de nada. ¿Qué fue capaz de hacer mi profesor? Escoger una base de datos de hombres y otra de mujeres, y utilizó el software para buscar vínculos y correlaciones entre ellos, de forma que inventó una de las primeras webs para encontrar pareja. Antes de que existieran todas las demás, lo vendió por sesenta millones de dólares. Su genialidad no consistía en saber programar, ni en entender cómo se extrae la información de una base de datos, ni siquiera en saber qué información había, sino en saberle preguntar a esa herramienta las cosas adecuadas. Podría haberla usado para buscar partes de automoción con talleres donde sobraran piezas. Es un uso posible, pero él tuvo una visión. Esa visión sobre qué hacer con la tecnología es la que lo hizo millonario.
Para esto hay que tener un mínimo de tecnología, un mínimo de conocimiento matemático, pero en las humanidades es donde está el futuro. La tecnología estará al servicio de las personas que sepan para qué la quieren.
P.: A mí me preocupa que hay –y siempre ha habido- personas que han estudiado mucho, son muy eruditos o muy buenos comunicando, y tienen capacidad de arrastrar gente, sin que su visión sea realmente constructiva y realista.
R.: El debate en torno a la acumulación de conocimientos y de repetirlos como un papagayo es interesantísimo. Tal y como va la educación en España, se utiliza cada vez menos la memoria y más la teórica capacidad de pensar por libre. Pero, para poder pensar por libre, tienes que tener unos fundamentos básicos que se aprenden de memoria. Si quieres conocer de moral cristiana, tienes que memorizar los Diez Mandamientos. Ese tipo de cosas no se puede deducir: la premisa para poder pensar de manera crítica es tener una serie de datos ciertos que se adquieren con la memoria, con el hábito de la lectura y con el esfuerzo. A partir de esos cimientos, el pensamiento crítico es absolutamente imprescindible. Por eso afirmo que las humanidades son fundamentales.
Eso sí, las humanidades tal y como se enseñan últimamente, con una selección muy perfilada sobre cuáles son los textos que se enseñan, conducen a micromundos sesgados. Hace poco, una chica me comentaba uno de los textos que usaban en su clase clase para analizar, un artículo de El País en el que se criticaba desde la primera frase a Vox. Lo cual no me parece mal, si la semana siguiente usan uno en que se critique a Podemos, o similar. El problema estriba en que solo te muestren un lado.
Mi opinión es que, como la juventud es rebelde, va a haber un movimiento de contrapéndulo, dado que están metiendo las cosas con calzador, están machacando, obligan a las personas a pensar como ellos. No digamos del mundo del feminismo y el impacto que está causando en los chicos: les están diciendo que son unos inútiles, que son violentos, violadores, etc. El niño se ve y se dice «a mí me gustan las niñas, pero no voy por ahí violando a nadie». Una reacción normal que, al final, va a generar una contrarreacción, de forma que espero que se vuelva a una situación más equilibrada, más estable y razonable en comparación a lo que estamos viviendo ahora.
Tal y como va la educación en España, se utiliza cada vez menos la memoria y más la teórica capacidad de pensar por libreIván Espinosa de los Monteros
P.: ¿Qué elegiría? ¿Entre Ortega y Gasset (mirar a Europa) o entre Gustavo Bueno, que mira más hacia la Hispanidad, incluyendo a América? Lo pregunto teniendo en cuenta que tienen a varios discípulos de este último entre sus filas.
R.: España, por su propia naturaleza y su propia historia, ni puede ni debe elegir. En esto somos justamente el eje de vertebración entre Europa y América. Somos hispanos, y por tanto tenemos una conexión colosal con Iberoamérica (nosotros empezamos a hablar de la Iberosfera, incluyendo a Portugal y a los que hablan portugués). Dicha conexión es histórica, cultural, de hermanamiento ineludible con las Américas (desde Tierra del fuego hasta Halifax) y, por supuesto, tenemos una historia y una tradición de naturaleza europea ineludible e indudable.
El gran privilegio de España es que no tenemos que elegir entre ser europeos o ser iberoamericanos. La huella de España en América es inabarcable. Se ve en los topónimos, en las universidades, en las catedrales, en los hospitales, en las ciudadelas, en las fortalezas, etc. Es una herencia de civilización verdaderamente asombrosa. Aunque solo sea porque en ningún otro sitio del mundo se construyeron universidades, catedrales u hospitales para los nativos. Esto se dio porque los nativos eran españoles: España nunca tuvo colonias, tuvo territorios, en la península y en ultramar. Por eso, en esta casa en la que estamos, hasta hace un siglo había diputados por provincias de ultramar.
P.: Hace poco, leí las memorias de Stefan Zweig, en las que cuenta que en su adolescencia sus compañeros y él se entusiasmaban muchísimo con la producción cultural de la Viena de entonces: músicos y literatos del momento que leían con fruición. Se reunían entre amigos a mostrar lo que ellos mismos intentaban escribir con mayor o menor éxito, pidiendo crítica constructiva a los otros. ¿Hasta qué punto la política puede incidir en esa actitud o no?
R.: Con Vox se está produciendo un fenómeno que yo creo que no se producía desde hace mucho tiempo, y es que los jóvenes se interesan por lo que estamos diciendo. No digo que estemos dando un discurso muy profundo, ni de gran calado intelectual, no nos atribuiremos eso porque no es cierto. Pero sí creo que estamos haciendo de la política algo mucho más efectivo, o algo mucho más claro y, justo por eso, más atractivo.
Si escuchas un discurso de Santiago Abascal, uno vibra, al margen de que te guste o no lo que diga. Te produce sentimientos y reacciones inmediatamente. Esto genera un interés por la política entre los jóvenes que antes no se daba, al menos desde lo que experimenté cuando tenía esa edad. Yo he tenido conciencia política desde muy joven, pero a mi alrededor no era así, se hablaba de otras cosas.
Hoy los chavales se interesan por muchos tipos de temas, pero uno de ellos es la política. ¿Es eso bueno, malo o regular? Pues depende. Depende de la edad, por ejemplo. Yo no fomento nada que mis hijos hablen de política, al menos hasta cierta edad. Procuro que no lo hagan, aunque es inevitable que acaben haciéndolo. Procuro también que lo hagan desde cierta distancia respecto de mi propia posición, que vean un poco el conjunto de las cosas. Pero sí es cierto, como digo, que el discurso que estamos trayendo resulta atractivo para muchos jóvenes, que además llegan a él desprovistos de complejos, a diferencia de gente de determinada edad que tienen escrúpulos hacia, por ejemplo, el tema de la bandera de España y todo lo relacionado. Probablemente esto sea porque no conocen los matices que a sus padres y abuelos les preocupan. No traen los complejos de nuestro pasado más reciente, y se comparan con otros chavales de su edad que están en conexión a través de las redes sociales, que son de otros países y utilizan con normalidad sus símbolos patrios, de forma que se preguntan por qué no pueden hacer ellos lo mismo.
Volviendo a la cuestión: los jóvenes de hoy no creo que tengan los mismos conocimientos intelectuales que tenían sus padres o sus abuelos en muchos aspectos, pero tienen un conocimiento de la realidad probablemente mucho más cercano, o mucho más vivo, entre otras cosas por la cantidad ingente de información (o de sobreinformación) que tienen ahora mismo.
Tenemos que defendernos de ataques que antes eran evidentes pero hoy son mucho más sutiles, porque se muestran de una forma aparentemente más pacífica, pero mucho más corrosivaIván Espinosa de los Monteros
P.: En relación a esto: hay una serie de youTubers e influencers en temas de política (conservadores y/o liberales) que están muy bien formados, comunican muy bien y mueven mucho a masas de gente que piensan como ellos. Sin embargo, no hay gente financiando a este tipo de personas, ¿por qué?
R.: Porque la derecha es más egoísta. Cree más en el individuo, la familia y menos en el Estado, no cree en lo colectivo, y eso tiene consecuencias. La consecuencia es que en la izquierda existen miles de microdonantes, y también donantes muy grandes. Algunos de los milmillonarios del mundo son enormemente generosos con sus causas. El ejemplo más claro que suele citarse es Soros, pero como él hay muchos más.
Sin embargo, del otro lado no existen apenas. Algunos en Nueva York o, por ejemplo, Sheldon Adelson en Las Vegas, que además acaba de morir. Estas personas son la excepción. Casi nadie pone dinero por causas conservadoras en el mundo. En EE.UU., quizá se ponen de otras maneras, a través de universidades, o iglesias, pero en España es casi imposible: no hay prácticamente ningún proyecto financiado por nadie, ni un medio de comunicación alternativo, ni televisión, ni periódico, ni radio, etc. Nosotros hemos llegado hasta aquí sin ninguna financiación, sin apoyo de nadie: ni financiero, ni mediático, ni institucional de ningún tipo.
P.: La última cuestión, como le dije al principio, no es mía. De hecho, son dos preguntas que le formula mi hijo de seis años: ¿le gusta ser famoso? ¿Quiere ser el que manda?
(Se ríe) Empiezo por el final. En Vox queremos mandar, pero no por mandar en sí, sino por un objetivo: para cambiar las cosas. Esto es lo que nos diferencia de otros partidos, cuyo objetivo es el poder por el poder en sí mismo. Lo que me resulta muy atractivo del poder son las cosas que puedes cambiar con él.
Muchas de las otras cosas que te da el poder yo ya las he conocido: no necesito un coche oficial (mi coche personal es mucho mejor que el coche oficial). No voy a mejorar mi casa, ya tengo la casa que quiero y el coche que quiero. Todas las cosas materiales que necesito ya las tengo, y no van a mejorar el día que lleguemos a puestos de poder. En todo caso, voy a empeorar mi situación: mi vida estará más limitada, más vigilada, etc. Por tanto, sí queremos mandar, sí queremos llegar al poder, pero para transformar la sociedad, para cambiar las cosas. No por el poder en sí mismo, que no me produce ningún tipo de atractivo.
Y lo de la fama [se ríe de nuevo] es un poco lo mismo. La «fama» entre comillas -porque yo no me considero famoso, aunque sí es cierto que me conoce mucha más gente respecto a hace tres años- tiene algunas cosas malas, como el ensañamiento de algunos medios, pero –en general- yo la utilizo como algo al servicio de la propia causa de transformar las cosas, y utilizo ese grado mínimo de conocimiento que tienen de mí en algunos sitios para lanzar ideas que puedan cambiar la sociedad, no solo desde el poder, sino desde el ámbito del combate ideológico, que ya es un cambio.
Que estemos diciendo las cosas que estamos diciendo, que estemos teniendo esta misma entrevista –que nunca habíamos tenido en los últimos cinco años desde que se fundó Vox- ya es un cambio, y un cambio significativo, dado que puedo utilizar mi grado de «fama» –el que sea- para acceder a ti, a tu medio, a tu entrevista, y dispersar estas ideas. Todo esto ya es en sí mismo un cambio que ojalá sea una pequeña transformación. Y para eso es para lo que se utiliza la así llamada fama y el acceso al poder, para transformar las cosas. Si no, no tiene sentido.
El intelectual Agustín Laje afirma que «el problema no son ni las fake news ni los supuestos ‘discursos de odio’, sino que la derecha ha estado ganando la batalla cultural en Internet, y ahora quieren ponerle un freno a esta suerte de ‘guerra de guerrillas digital’ que se ha emprendido».
El vicepresidente de Castilla y León afirma que «es poco comprensible que un Gobierno enfrente a la mayoría de las comunidades autónomas, a la comunidad científica y a los profesionales».