Juan Orellana | 12 de febrero de 2021
El director francés estrena La chica del brazalete y charla con El Debate de Hoy sobre la sociedad actual, la liberación sexual y una soledad que las nuevas tecnologías no han eliminado.
Se ha estrenado una interesante película llamada La chica del brazalete, dirigida por el francés Stéphane Demoustier. El título alude a una pulsera electrónica que la policía ha puesto en el tobillo a la joven Lise (Melissa Guers) hasta que comience el juicio en el que ella va a comparecer como acusada del asesinato premeditado de su mejor amiga. Todo conspira contra ella: tiene una motivación, su amiga subió a la red un vídeo pornográfico de Lise sin su consentimiento; cuando lo vio, dijo públicamente que la iba a matar, no tiene coartada y, para colmo, pasó la noche de autos con ella, solas en la casa. Pero Lise se declara inocente.
A medida que el juicio avanza, y antes de que se dicte sentencia, va saliendo a la luz la promiscua vida sexual de la adolescente, una sexualidad sin fronteras en la que cualquier novedad es bienvenida. Tales revelaciones sorprenden al espectador, a la vez que al jurado y a los perplejos padres de Lise. Aunque al final el jurado dicta una sentencia que obviamente no desvelaremos, el espectador no sabe si darla por buena, y se irá a su casa dudando de la inocencia o culpabilidad de Lise. Se trata de una película que plantea muchas cuestiones interesantes que vamos a desgranar con su director, que se ha basado en una historia del argentino Gonzalo Tobal y del español afincado en Argentina Ulises Porra. Quizá por esto Demoustier entiende tan bien el castellano.
Pregunta: Stéphane, la película ofrece diversos planos de aproximación: el judicial, el familiar… pero uno con mucha fuerza es el tema de la vivencia de la sexualidad en la nueva generación de adolescentes. La liberación sexual que se proclamó en Mayo del 68 parece haber llegado a sus últimas consecuencias.
Respuesta: Lo que a mí me interesaba hacer era el retrato de una generación a través del retrato de esa adolescente. En ella convergen las costumbres sociales y familiares con una libertad sexual que ella expresa de forma desinhibida. Y eso hoy sigue resultando chocante. Su vida sexual nos predispone a sentenciarla condenatoriamente en el proceso judicial que la juzga. Es su liberalidad sexual la que la convierte en sospechosa. Y eso contradice los supuestos avances que comenzaron en el 68. Pero la abogada de Lise, que por edad representa la generación del 68, es la única que no la juzga por su vida sexual.
Pregunta: Usted valora muy positivamente esa liberalidad sexual. Sin duda, desde el 68 se han ganado muchas cosas, pero también parece que se han perdido otras…
Respuesta: Sinceramente, no sé valorar si hemos avanzado o retrocedido, pero lo que tengo claro es que la película no hubiese sido la misma si, en vez de una mujer, el acusado hubiera sido un hombre. Se hubiera sido mucho más tolerante con él.
Esta es una película que plantea preguntas, y no quiere dar respuestas. No puede
P.: En la película también se pone de manifiesto una importante distorsión en la comunicación. El padre afirma que su hija era muy comunicativa, pero el hecho es que sus padres sabían poco de la vida de ella. La madre prefiere inhibirse del juicio y el hermano parece preocuparse solo de si se podrá quedar con la habitación de su hermana si esta ingresa en prisión.
R.: Hay que distinguir. Por un lado, la falta de comunicación entre los adultos y las nuevas generaciones siempre ha existido, y creo que en cierto modo es necesaria. Los adolescentes, en un cierto momento, necesitan crear su mundo y llevar su vida. Hacerse inaccesibles para afirmarse. Pero, por otro lado, en esta familia concreta cada miembro se siente profundamente solo. Se supone que en la familia unos y otros deben ayudarse, pero aquí les cuesta hacer piña, actuar juntos, y viven una enorme soledad, están bloqueados.
P.: ¿Es un caso particular o una metáfora de nuestro tiempo? ¿Cree que en nuestra sociedad occidental el individualismo y la soledad que conlleva han penetrado en nuestra forma de estar en familia?
R.: Bufff… Yo creo que la soledad es fundamentalmente un fenómeno existencial y no necesariamente contemporáneo. Lo que sí es verdad es que hoy vivimos en una sociedad de la ultracomunicación tecnológica que no solo no elimina esa soledad, sino que incluso la agranda.
P.: En el juicio no se demuestra la inocencia de Lise, pero tampoco se puede mostrar su culpabilidad. Por otra parte, el personaje es tan distante que al espectador le es difícil empatizar con ella. ¿Esta ambigüedad significa que no podemos conocer la verdad?
R.: Es que yo creo que, más que hablar de verdad, hay que hablar de distintos niveles de verdad, y al final siempre llega un momento en que tenemos que interpretar. En la película no puedes verificar nada, tienes que dar un salto en el vacío, confiar -o no- en el personaje y decidir en qué medida estamos dispuestos a creerlo.
Tengo claro que la película no hubiese sido la misma si, en vez de una mujer, el acusado hubiera sido un hombre
P.: ¿Ocurre igual en el mundo? ¿Ya no hay certezas fiables, solo posverdad?
R.: Sigo sin saber valorar si existe la fe en el otro o ya no. Esta es una película que plantea preguntas, y no quiere dar respuestas. No puede. Yo tampoco sé si la protagonista es culpable o no, y por ello esa falta de sincronía entre la «verdad» judicial y la «verdad» íntima del personaje.
P.: ¿Y los padres? ¿Tampoco conocerán la verdad? Eso es muy duro…
R.: Bueno, ellos sí descubren una verdad muy importante, además de constatar que conocen poco a su hija, y es que descubren que Lisa ya no les «pertenece», que ya tiene una vida propia, distinta, y que no es la de ellos.
Al despedirme de Stéphane Demoustier, tengo la misma sensación de perplejidad que me trasmitió la película. La perplejidad de la posmodernidad. No hay certezas firmes y compartidas, y por ello no hay razones para oponerse al «todo vale». Pero la honestidad que emana de Demoustier sí es algo cierto, algo desde lo que se puede empezar a construir.
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