Pablo Casado Muriel | 16 de julio de 2019
Javier Casado, ingeniero aeronáutico y divulgador científico, nos habla de la llegada a la Luna, de los hombres que permitieron dar aquel «gran salto para la humanidad» y de las posibilidades de regreso a nuestro satélite.
El primer paso en dirección a la Luna lo dieron los nazis. Esta afirmación podría parecer descabellada, pero no lo es tanto si tenemos en cuenta que el diseñador del misil V2 alemán en la Segunda Guerra Mundial y el del Saturno V de Estados Unidos son la misma persona, Wernher Von Braun. El gran ingeniero de la NASA trabajó para Adolf Hitler y sobre su vida escribió una impresionante biografía Javier Casado Pérez, ingeniero aeronáutico, jefe de Proyectos y de Departamento en Aernnova Aerospace y autor de libros de divulgación científica sobre la carrera espacial como El fallo no es una opción: La accidentada historia de la astronáutica o la citada biografía, Wernher Von Braun. Entre el águila y la esvástica.
Con Javier Casado hablamos de la llegada a la Luna, de los hombres que permitieron dar aquel «gran salto para la humanidad» y de las posibilidades de regreso a nuestro satélite natural.
Pablo Casaso: Una vez que han pasado 50 años, ¿la llegada a la Luna sigue siendo la última gran odisea que ha afrontado el hombre?
Javier Casado: Difícil pregunta. Probablemente no haya habido desde entonces hazañas comparables en cuanto a espectacularidad, grandiosidad… pero sin duda también se han conseguido grandes “hazañas” en otros campos de la ciencia, como la secuenciación del ADN, aunque se trate de algo mucho menos espectacular. Pero lo que ha sido, sin ninguna duda, hasta el momento es el mayor proyecto de ingeniería de todos los tiempos, el más complejo, en el que se han involucrado mayor número de personas, y probablemente también el de mayor inversión económica en el ámbito civil. Es difícil hoy en día que un Gobierno, o incluso un consorcio internacional, se involucren de tal forma, con tal nivel de inversión, en un proyecto puramente científico o tecnológico, de tan elevado coste, en el que no se prevea un beneficio directo a corto o medio plazo.
P.C.: Hablemos de los dos personajes más relevantes en el desarrollo de la ingeniería espacial en Estados Unidos y la Unión Soviética, Wernher Von Braun y Serguéi Koroliov, ¿se puede entender la carrera espacial como un duelo personal entre ellos?
J.C.: Duelo personal no había; no podía haberlo, entre otras cosas porque en Occidente nunca se conoció la identidad del “diseñador jefe” ruso, Koroliov, hasta su muerte. Así que, si bien los rusos podían poner caras y nombres a sus rivales del otro lado, los alemanes-norteamericanos no podían hacer lo mismo. Así que no podemos hablar de “rivalidad personal”. Tampoco en el sentido de que, aunque hoy identifiquemos a los equipos por sus líderes, en ambos casos de trataba de técnicos que trabajaban en equipo, no del trabajo de una persona en concreto.
Pero, sin duda, aparte de esto, claro que había rivalidad. Desde el momento en que los rusos pusieron en órbita el Sputnik y los norteamericanos decidieron que debían reaccionar ante este gran logro soviético, dando comienzo a la “carrera espacial”, la rivalidad apareció entre ambos países, y más directamente entre ambos equipos. Si a nivel popular y estatal cada logro se vivía como una victoria nacional, cómo no iban a sentirse en una especie de competición los que estaban siendo artífices de dichos logros. En cierto modo, debían sentirse como atletas en unas Olimpiadas, compitiendo tanto por el orgullo propio como por su país. Por no olvidar el lado más prosaico, que era que sabían que tener éxito les haría más fácil seguir teniendo el apoyo del Gobierno para continuar adelante con su trabajo…
P.C.: El famoso «diseñador jefe» soviético falleció en 1966, antes de que los estadounidenses alcanzaran la Luna. ¿Su pérdida fue determinante en la derrota de la URSS?
Debo decir que no. Koroliov había sido un líder indiscutible, tanto para su equipo como frente a los dirigentes del Kremlin. Fue él personalmente quien, con su labia y su don de gentes, convenció a Nikita Jrushchev para poner en marcha el programa espacial soviético, y era él quien insuflaba entusiasmo y motivación a su equipo, consiguiendo que rindieran al 200% en un contexto que casi podríamos calificar de precariedad de medios y financiación, en comparación con lo que llegarían a tener a su disposición los técnicos espaciales norteamericanos.
Cuando murió de forma sorpresiva en una intervención quirúrgica rutinaria, el shock para quienes trabajaban a su lado fue tremendo, y todos relatan un “cambio de clima”, una pérdida del optimismo en su trabajo a partir de entonces. ¿Pero fue esta la razón de no llegar a la Luna antes que los norteamericanos? No. Los rusos habían perdido esa carrera mucho antes de que muriera Koroliov.
La habían perdido cuando los rusos no se tomaron en serio el discurso de John F. Kennedy, cuando no creyeron que los norteamericanos habían puesto toda la carne en el asador para batirles en este episodio final de la carrera espacial. La perdieron cuando tardaron varios años en cambiar de parecer y poner en marcha su propio programa lunar, como respuesta al norteamericano. Y la perdieron cuando el Gobierno ruso mantuvo la inversión en el programa a niveles de una fracción de lo que invertían los Estados Unidos, y además lo repartían entre equipos de diseño rivales que debían competir entre sí para presentar el proyecto ganador, en lugar de trabajar conjuntamente. En esas condiciones, era imposible que los rusos pudieran poner a un hombre en la Luna en 1969. Y aun así… tampoco estuvieron tan lejos de poder llegar a conseguirlo, lo cual es casi más extraordinario, en esas circunstancias.
P.C.: Hablemos ahora de Von Braun. De creador de la V2 de Hitler a pieza fundamental para el programa espacial estadounidense, ¿sirve su historia para entender la actitud de Estados Unidos durante la Guerra Fría?
Mi opinión personal es que la llegada del hombre a la Luna, o al menos su llegada en la década de los 60, fue casi “un accidente” de la historia.
En los días finales de la guerra en Europa, los Estados Unidos, como el resto de potencias aliadas, ansiaban capturar a los técnicos alemanes artífices de esa revolucionaria arma que, si bien no había podido cambiar en absoluto el curso de la guerra, constituía sin duda un avance espectacular en tecnología bélica. El primer misil balístico, la primera bomba de largo alcance autoguiada que nada podía detener una vez lanzada. El sueño de todo militar.
Y lo consiguieron: los americanos capturaron a Von Braun y su equipo, entre otras cosas porque aquellos también querían que los capturaran. Sabían lo que sucedería al final de la guerra, y sabían que sus conocimientos serían codiciados por todo el mundo, y preferían trabajar para los “simpáticos norteamericanos” antes que ser capturados por los “demonios rusos”, aparte de que sus expectativas personales y profesionales serían mucho mejores trabajando para la que entonces era la mayor superpotencia mundial.
Así que los americanos se encontraron con el premio de incorporar a su equipo a los líderes mundiales en materia de cohetes, y los pusieron a trabajar en el terreno militar para desarrollar en Estados Unidos un programa de misiles.
P.C.: ¿Cómo acabaron estos expertos en material bélico siendo los líderes del programa espacial norteamericano?
J.C.: Para empezar, tanto Von Braun como Koroliov, curiosamente ambos, habían comenzado sus respectivas carreras soñando con viajar al espacio. Eso era lo que les había motivado para desarrollar sus respectivos programas de cohetes. Pero solo pudieron encontrar apoyo de quienes veían una utilidad práctica en aquella nueva tecnología: los militares. Así, ambos acabaron desarrollando cohetes de uso militar, aunque les hubiera encantado construir vehículos para viajar a la Luna y a Marte.
Pero, una vez que sus respectivos países consiguieron alcanzar un cierto nivel gracias a sus desarrollos militares, también ambos comenzaron a “hacer lobby”, dentro de sus posibilidades, para convencer a sus respectivos Gobiernos de embarcarse en un programa espacial. Koroliov «le comía la oreja» a Jrushchev, y Von Braun se aliaba con Disney para hacer soñar al pueblo americano con viajes al espacio. Poco a poco, y en el caso de Von Braun ayudado por los fracasos de los técnicos norteamericanos que inicialmente habían sido puestos a cargo del programa del primer satélite artificial, consiguieron pasar de hacer proyectos militares a tomar las riendas del programa espacial, que había nacido simplemente como consecuencia de la rivalidad entre los dos grandes bloques, como una forma de demostrar al mundo que los Estados Unidos o la Unión Soviética eran la mayor potencial mundial.
Los lanzadores actuales que envían satélites al espacio son casi enanos comparados con lo que era el Saturno V
P.C.: ¿Sin la V2 alemana no hubiera habido Saturno V?
J.C.: Bueno, esa fue una teoría personal mía en el epílogo de mi biografía de Von Braun. No soy dado a hacer especulaciones de ese tipo, pero lo cierto es que creo que la cadena de “casualidades históricas” que llevó a la carrera espacial y, como consecuencia, a la llegada a la Luna, empezó con la V2.
La V2 fue el primer misil de la historia, desarrollado por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Su aparición como “arma revolucionaria”, como gran avance de la tecnología bélica, llamó la atención mundial: todos los países querían poseer esa nueva tecnología. De esta forma, quienes podían permitírselo (las grandes potencias) pusieron en marcha programas de investigación en cohetería.
¿Qué habría pasado si los alemanes no hubieran introducido la V2 durante la Segunda Guerra Mundial? Pues está claro que la tecnología de los misiles se hubiera llegado a desarrollar tarde o temprano, pero es casi seguro que hubiera tardado mucho más. A finales de los años 40, la investigación en materia de cohetes avanzados en Estados Unidos estaba en pañales. En la URSS estaba algo más avanzada, pero tampoco había en las altas instancias un interés especial para invertir en ello. Nadie vislumbraba, por aquella época, la posibilidad de desarrollar grandes cohetes (porque hay que pensar que la V2, aunque hoy no nos parezca gran cosa, era gigantesca para la época) para utilizarlos como armas. Ya había aviones para lanzar bombas, ¿qué necesidad había de desarrollar algo así, con menos carga útil y grandes costes de desarrollo?
En realidad, ni siquiera Hitler se había decidido hasta bien avanzada la guerra a dar su entero apoyo al programa V2: también veía más práctico invertir en tecnología bélica convencional. Solo cuando la guerra empezó a pintar mal para Alemania fue cuando se pusieron en marcha “medidas desesperadas”, como los desarrollos de estas “armas revolucionarias”, para intentar darle la vuelta.
Si no hubiera habido V2, es de suponer que de todas formas los misiles se hubieran inventado tarde o temprano. Y, una vez desarrollados, poner en órbita satélites también habría sido algo inevitable: hacía tiempo que se reconocía sobre el papel la utilidad que un supuesto artefacto en órbita alrededor de la Tierra podría tener para las comunicaciones o la observación del enemigo. Al final, la era espacial habría terminado por arrancar, y es muy probable que, una vez lanzado un satélite al espacio, también se hubiera lanzado al primer hombre; al fin y al cabo, un mismo tipo de cohete puede cubrir ambos escenarios, la potencia necesaria es similar. Pero llegar a la Luna son palabras mayores…
Llegar a la Luna no es comparable con llegar a la órbita terrestre. Para alcanzar la Luna con un vehículo capaz de aterrizar suavemente, volver a despegar y viajar de vuelta a la Tierra con hombres dentro, no solo se necesita un vehículo de una enorme complejidad: se necesita, sobre todo, un cohete de un tamaño y un coste descomunales. Los lanzadores actuales que envían grandes satélites de comunicaciones al espacio o que mandan astronautas a la Estación Espacial Internacional son casi “enanos” en comparación con lo que era el Saturno V.
¿Y quién hubiera invertido el enorme coste que supone desarrollar un vehículo específico para ir a la Luna, que no vale para nada más (es decir, que no se deriva de un misil militar o no sirve para lanzar satélites) si no hubiera sido por la pura rivalidad político-militar de los tiempos de la Guerra Fría? Nadie. Lo vemos hoy día: no hemos vuelto a la Luna, no hemos ido a Marte. Nadie tiene el más mínimo interés en invertir el dinero necesario sin la motivación de aquellos días.
Fue la V2 la que aceleró los programas de misiles a ambos lados del Telón de Acero en un momento de máxima rivalidad, en plena Guerra Fría. La coincidencia en el tiempo de esa máxima rivalidad y el haber obtenido los medios posibles para hacerlo (los misiles) fue lo que propició llevar esa rivalidad al espacio, y culminar con el “órdago” de llegar a la Luna. Si todo esto no hubiera coincidido en el tiempo, probablemente la Luna seguiría esperándonos, igual que pasa con Marte.
P.C.: ¿Los astronautas son la «imagen» heroica frente a todo un grupo de ingenieros y científicos imprescindibles?
J.C.: Bueno, quizás me pueda mi lado ingenieril… pero sí, creo que los astronautas son el lado visible y mediático, pero que el principal mérito está en la parte más oscura y desconocida que hace posible que esas personas puedan subir al espacio y desarrollar su trabajo con relativa seguridad. Ser astronauta tiene mérito, por supuesto, tanto por el trabajo que realizan como por el peligro que corren, las incomodidades que soportan, y el intenso programa de entrenamiento y aprendizaje que requieren; pero para mí lo verdaderamente admirable es que seamos capaces de diseñar los vehículos, cohetes y naves espaciales que utilizan esos astronautas, o que sepamos calcular las órbitas y maniobras necesarias para enviar un vehículo automático hasta Júpiter o Plutón. Pero claro, de cara al público lo vistoso es ver a astronautas jugando con burbujas de agua en YouTube.
P.C.: Si leemos obras como The Right Stuff, de Tom Wolfe, vemos cómo los pilotos de la aviación militar desprecian en un primer momento la idea de montarse en unas naves que no controlan. ¿Acabaron los astronautas siendo verdaderamente importantes en el manejo de las misiones?
J.C.: La pregunta tiene miga, porque puede llevarnos al debate “misiones tripuladas sí o no”, el cual daría para un extenso artículo por sí solo. Pero si nos limitamos al aspecto histórico, es curioso que las filosofías fueron muy distintas en Estados Unidos y en la URSS durante la carrera espacial.
En la URSS siempre se optó por sistemas más automatizados, en los que el astronauta tendía a ser un simple pasajero en una nave que lo hacía todo sin necesidad de intervención humana. Por supuesto, siempre existieron sistemas de control manual, pero se mantenían como opción de emergencia para el caso de fallo de los sistemas principales. Aún hoy, las naves Soyuz rusas siguen teniendo un grado de automatización prácticamente total.
En el lado americano se atacó el problema con una perspectiva algo distinta. Ignoro hasta qué punto fue consecuencia real de la presión ejercida por los astronautas sobre los técnicos o si esto tiene algo de mito, pero lo cierto es que, desde los comienzos, los programas espaciales norteamericanos dependían de los astronautas para ejecutar diferentes secuencias de acciones. Mientras que los rusos simplemente observaban cómo el sistema automático iba ejecutando las diferentes fases de su programa una tras otra, los americanos debían ir siguiendo el checklist que les indicaba qué interruptor apretar en cada momento o cada vez que se encendía tal o cual luz. Diferentes filosofías que al final servían para lo mismo. Y lo cierto es que en ambos casos las naves podrían ser totalmente automáticas si se deseara así, como se demuestra en el caso de las sondas enviadas a la exploración del Sistema Solar.
Pero, por supuesto, donde se demuestra la utilidad de tener un ser humano a bordo es en el caso de la aparición de imprevistos, en las emergencias, cuando el ingenio y la capacidad de improvisación del ser humano son inestimables, y eso es algo que sigue siendo a día de hoy imposible de programar en un ordenador. Quizás el mejor ejemplo siga siendo la misión del Apolo 13, que solo pudo llegar a buen término gracias al ingenio y al trabajo conjunto de los astronautas a bordo de la nave averiada y de los técnicos de tierra. Aunque, por otra parte, de no haber habido astronautas a bordo habría bastado con dejar que la nave se perdiera en el espacio. Es complicado…
¿Usar la Luna como etapa en los viajes a otros planetas? Es una excusa habitual, pero en realidad sin una base técnica
P.C.: Ahora que Estados Unidos ha puesto sobre la mesa el Programa Artemisa, con el que pretende volver al satélite en apenas cinco años, surge la pregunta ¿qué más puede necesitar el hombre de la Luna?
J.C.: Pregúnteselo a la NASA… (risas). Me refiero a que, desde que se vislumbró la posibilidad de volver a la Luna, es decir, desde que el presidente George W. Bush lanzase la primera iniciativa política en esa dirección, aunque luego se “olvidase” de financiarla adecuadamente, la NASA ha estado buscando argumentos para “vender” una misión de estas características. Porque, siendo honestos, no es evidente que haya motivos suficientes para justificarla, especialmente si lo hacemos en términos de relación coste/beneficio.
¿Podemos extraer más conocimiento científico de una misión de este tipo? Por supuesto. Si todavía aprendemos cosas de nuestro planeta, ¿cómo no nos van a quedar cosas por conocer de la Luna, donde un total de solo 12 hombres han estado durante unos pocos días acumulados? Pero lo más relevante ya lo conocemos, y para algunas investigaciones concretas nos sirve con enviar robots por una pequeña fracción del precio de una misión tripulada. La justificación científica es débil para una misión de este tipo.
¿Usar la Luna como etapa en los viajes a otros planetas? Es una excusa habitual, pero en realidad sin una base técnica. Hacer escala en la Luna es complicar y encarecer una misión de ese tipo. El frenado para el alunizaje y el posterior gasto para el despegue anulan toda la posible ventaja que pudiera tener el hacer escala en nuestro satélite. Además de que para poder hacer escala de forma útil se necesitaría allí toda una infraestructura de apoyo que a día de hoy es más bien ciencia ficción. No tiene sentido.
La minería lunar es otra excusa habitual. Bueno, a veces se habla más de minería de asteroides, porque tampoco es que en la Luna existan minerales de gran interés para su explotación. Aunque como la Luna está más a mano se dice que podría servir como terreno experimental. Pero de nuevo estamos en un escenario de ciencia ficción: la infraestructura necesaria requeriría cientos o miles de lanzamientos con pesadas cargas a bordo (lo que supone un coste brutal); e incluso, una vez conseguida esa hipotética infraestructura sobre la Luna, el mineral extraído debería ser tan valioso como para compensar el elevadísimo coste de su transporte a la Tierra; si ya es prohibitivo enviar a unos pocos hombres, ¿cuánto costaría enviar toneladas de mineral? A día de hoy, es absurdo.
P.C.: ¿Qué motivación hay, entonces, para ir a la Luna?
J.C.: Pues, siendo sinceros, la misma que llevó en su momento a querer alcanzar los polos, o la que nos hace querer escalar montañas. Como respondió George Mallory a esta pregunta, en referencia a por qué subir al Everest: “Porque está ahí”. El resto es buscar excusas, incluso aunque alguna pueda tener sentido.
Por último, simplemente señalar que volver a la Luna sería una especie de “premio de consolación”. Desde que terminó el programa Apolo, parecía claro que el siguiente paso debería ser una misión tripulada a Marte. Pero en el contexto político y de presupuestos actual, eso es absolutamente impensable. Y ha pasado ya tanto tiempo desde que fuimos a la Luna que simplemente volver a disponer de los medios que permitan volver allí ya sería todo un logro, no técnico sino de voluntad política. De ahí ese interés por la Luna, sería repetir ese primer paso en el sueño de conseguir llegar más allá algún día.
P.C.: La carrera espacial ha dejado de ser cosa de las grandes potencias y el sector privado ya es un elemento más a tener en cuenta. ¿Qué le parece la actitud de empresarios como Elon Musk o Jeff Bezos? El espacio convertido en un nuevo campo de competición empresarial. ¿Qué tienen las estrellas que provocan que grandes magnates gasten sus fortunas en planes de exploración espacial o sueñen con viajes a Marte?
J.C.: En mi opinión personal… Elon Musk o Jeff Bezos se embarcan en estos proyectos porque pueden permitírselo. Punto. Su principal motivación no es comercial, es pasional. Por supuesto, al igual que la NASA, luego le buscan una utilidad, un beneficio, y si lo consiguen, mucho mejor. Pero no se han metido en sus proyectos espaciales principalmente por dinero; el dinero ya lo tenían, de aventuras empresariales mucho más terrenales y con un beneficio mucho más asegurado. Una vez que el dinero les sobra, y siendo como son grandes amantes del espacio, pueden permitirse arriesgar una parte en proyectos más dudosos pero sin duda muy ilusionantes.
Esto no quiere decir que no puedan tener éxito comercial. De hecho, Musk ya lo está teniendo con la rama comercial de sus lanzadores, con la empresa SpaceX, vendiendo sus servicios para poner satélites en órbita. Lo que es mucho más dudoso es que lo tenga con los proyectos más visionarios, de exploración, que involucran lanzadores gigantes. Pero afortunadamente, puede permitírselo. Y ojalá le salgan las cosas bien y en el futuro no dependamos solamente del ansia de gloria de algunos políticos para volver a ver grandes proyectos espaciales. No es que confíe demasiado en ello… pero quién sabe.
Llegar a la Luna tuvo un coste altísimo para Estados Unidos. 50 años después del Apolo 11 se siguen recogiendo los frutos científicos de aquella misión.