José María Sánchez Galera | 17 de agosto de 2020
El columnista Hughes, con un formato de periodismo alejado de activismos partidistas y en el que salta con naturalidad del papel al blog, asegura: «Hemos de preguntarnos si la prensa sirve a la verdad o a la mentira».
En una época en que el periodismo parece haberse instalado no ya en la crisis sistémica, sino en la búsqueda de una definición alternativa a la clásica, surgen nuevos formatos y nuevos tipos de periodista. El Patreon, frente a la publicidad monclovita que unifica portadas. Los «fact–checkers», frente a los que siempre han contrastado su información en tres fuentes distintas. Los «argumentarios» de los partidos políticos, frente a la lectura reposada y el criterio personal bien formado. Los que saben manejar Hootsuite, Joomla, Wix, frente a los que de verdad leen a González Ruano o a Chaves Nogales. Los webinars y certificados de Google, frente al María Moliner. Así, de las facultades de Comunicación salen licenciados —ahora se los llama «graduados»— que trabajan en gabinetes corporativos e institucionales, de modo que los periódicos, como antes, prefieren llenarse de abogados, filólogos o economistas. O sea, gente que de verdad sabe de algo. Este podría ser el caso de Hughes, seudónimo de un celebrado bloguero y columnista de ABC.
El modo como Hughes escribe y habla puede recordar a la definición de manierismo del hispanista alemán Helmut Hatzfeld (1892–1979): «Eludir lo decisivo y evitar lo dramático». Pero no; se trata de una sus características. Lo que evita es la redundancia de los buscadores de sinónimos, el barroquismo de los imitadores de Umbral, la petulancia de los supuestos incondicionales de Arcadi Espada, o el regodeo en la indignación —algo negrolegendaria— de los adictos a Pérez-Reverte. Hay algo de Casemiro en Hughes: sabe ver todo el campo sin las gafas de los prejuicios, no se entretiene mareando el balón, y cumple siempre con buena nota. Es capaz de explicar un día quién es Éric Zemmour, al día siguiente analizar la fiebre del emotivismo sociológico, y cerrar la semana comentando un programa de televisión o un partido de fútbol. Se sumerge en las tendencias intelectuales que otros medios o periodistas suelen ignorar —no preterir o postergar, sino ignorar, desconocer—, y no practica más militancia que la libre sinceridad. Quizá eso lo convierte en una rara avis del periodismo actual, sobre todo porque no hace gala, no se preocupa; escribe lo que tiene que escribir y punto. De hecho, el nombre de su sección es toda una recusatio inusual en este mundillo repleto de prime donne: «Columnas sin fuste».
Pregunta: Ya lo ha comentado alguna vez; ¿por qué Hughes?
Respuesta: Hughes era un nick con el que participar en Internet años ha. Lo usé al principio porque lo conocían algunos amigos. No estaba previsto que siguiese escribiendo. De todos los Hughes, el que me gustaba más era Ted, el poeta, pero tampoco era un homenaje.
P.: ¿Se podría decir, entonces, que usted se ha colado en el periodismo, y casi trastabillándose?
R.: Quiero pensar que no me he trastabillado demasiado. Tampoco me he colado. Me han colado. Una vez dentro, trato de cumplir.
P.: ¿Se identifica usted como «periodista»?
R.: Sí, supongo, escribo en un periódico y ya he hecho crónicas, entrevistas, páginas opinativas con distinta, digamos, «carga» de opinión. Le tengo respeto a la profesión y a quienes la practican. Trato de aprender.
Hay mucha gente criticando a los periodistas y deseando serlo a la vez
P.: «No le digas a mi madre que soy periodista, ella piensa que soy pianista en un burdel».
R.: No me gusta mucho esa frase. Cierto es que cuando empecé a escribir lo mantenía en secreto. Hay mucha gente criticando a los periodistas y deseando serlo a la vez.
P.: ¿Cómo entiende usted el periodismo?
R.: Como una mezcla de verdad y amenidad.
P.: ¿Hay crisis en el periodismo, está «herido de muerte»?
R.: No lo sé, no conozco tanto el sector como para hacer una radiografía, pero los signos de precariedad son innegables. Si miramos la actualidad del mundo, Estados Unidos, por ejemplo, también hemos de preguntarnos si la prensa sirve a la verdad o a la mentira.
P.: A usted se lo ha vinculado con una suerte de nueva generación de columnistas, como Jorge Bustos o David Gistau, que hace medio año falleció.
R.: No sé si hay mucha precisión en eso. Gistau era una figura y un veterano.
El mundo va por unos derroteros y nuestro debate se empequeñece
P.: Al poco de que Florentino pusiera a Zidane como entrenador, hubo un coloquio con usted, Gistau, Bustos y Jiménez Losantos. Era la presentación de un libro de Azpitarte sobre Luka Modrić.
R.: Sí, de Azpitarte y de José Manuel Puertas. Me pidieron que participara sin ser yo un gran fan de Modrić.
P.: ¿Por qué el fútbol se ha convertido en un ingrediente tan común del columnismo y de la cultura, de la «gran cultura» también?
R.: Pues no lo sé. De fútbol se ha escrito muy bien desde el mismo periodismo deportivo. Hay estupendos periodistas futboleros en la tradición del periodismo español, y no digamos fuera. Son ellos los que escriben bien del asunto, no los literatos metidos a forofos. El espasmo «literario» me parece absurdo. Se agradece, pero la crónica futbolística en un periódico es tan inmediata que no puede ser literaria en la vida. La gran cultura es otra cosa.
P.: Usted tanto escribe sobre fútbol, como sobre televisión, como sobre nuevos intelectuales franceses.
R.: Bueno, yo en el periódico escribo donde me ponen. En el blog, que es más personal, a veces hablo de otras cosas.
P.: Por ejemplo, del «consenso», incluso en los libros que leen los políticos o en sus zapatillas.
R.: El consenso está en todos lados.
El espasmo «literario» me parece absurdo; la crónica, en concreto, es tan inmediata que no puede ser literaria en la vida
P.: ¿Los «liberalios» son fans del consenso?
R.: Yo diría que sí. El liberalio es como el cocodrilo del pantano del consenso.
P.: Durante el confinamiento, decía que la gente de derechas monta caceroladas muy cívicas, que suenan a patio de vecinos cuando las madres baten los huevos para hacer la tortilla de la cena.
R.: Eso fue al principio. Las caceroladas subieron su volumen, se fueron haciendo un poco más sonoras.
P.: Esa «derecha sociológica», ¿a quién lee o escucha?
R.: Los nombres son evidentes. No hay mucho misterio.
P.: ¿Al menos son nombres interesantes?
R.: Creo que la derecha es más radiofónica.
P.: Usted a veces habla de nuevos ideólogos o intelectuales en el mundo conservador, o «no progresista».
R.: No sé si yo he hablado de nuevos intelectuales no progresistas. Intento no estar siempre con lo mismo y con los mismos, más que nada por evitar el tedio (somos muy cansinos), pero no soy ningún prescriptor.
El liberalio es como el cocodrilo del pantano del consenso
P.: Sin importar etiquetas, ¿a quién merece la pena leer?
R.: A cualquiera que no nos recomienden constantemente.
P.: ¿Podría decirse que las grandes corrientes de pensamiento hoy son el globalismo, el antiglobalismo, aparte de China, Rusia, el islam…?
R.: Es mucho toro el que menciona. Desde luego, parece que en el mundo se habla de otras cosas. El mundo va por unos derroteros y nuestro debate se empequeñece.
P.: Usted dedica varias verónicas semanales a este toro…
R.: Bueno, ya es evidente para cualquiera que hay un movimiento ideológico en todo occidente que va del globalismo económico al político, pasando por la iconoclastia cultural profunda.
P.: Y esta epidemia, ¿encona más el conflicto? ¿Nos introduce en una distopía?
R.: De nuevo, es mucho toro eso. ¡Ni que yo fuera un intelectual! La palabra distopía me la tengo prohibida.
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