José María Sánchez Galera | 19 de julio de 2021
El periodista italiano Giulio Meotti evita los paños calientes a la hora de analizar los problemas que padece abúlicamente el Viejo Mundo forjado entre Atenas, Roma y Jerusalén: «Francia, Bélgica, Suecia… dentro de una generación tendrán minorías islámicas del 20-30%».
A principios del s. XIV, y debido al destierro de su padre, Petrarca vio la primera luz en la toscana localidad de Arezzo. Aquel fue el siglo de la Peste Negra, de los papas de Aviñón y del Cisma de Occidente. Comenzó la Guerra de los Cien Años entre Inglaterra y Francia, el emperador de Constantinopla alojó a los almogávares en Blanquerna, y Juan Ruiz escribió su Libro de Buen Amor. Seis largos siglos más tarde, y precisamente en Arezzo, nació Giulio Meotti (1980), autor de una docena de libros, periodista de Il Foglio, y colaborador en The Wall Street Journal y The Jerusalem Post, entre otros medios. En ¿El último papa de Occidente? (Encuentro, 2021), incide en una de sus grandes preocupaciones, sobre la cual no cesa de publicar artículos e impartir conferencias. El actual crepúsculo de Europa, según Meotti, se produce en todos los órdenes —demográfico, político, religioso, cultural, intelectual—, y no se vislumbra un lenitivo.
Pregunta: Varios intelectuales franceses han acuñado la expresión «Modernidad tardía» para referirse a nuestro tiempo. ¿Vivimos de verdad en una época de decadencia, o más bien en la invasión de los bárbaros?
Respuesta: Es una época de decadencia y de desintegración. La figura del padre se ha desplomado en Occidente. Se ataca la maternidad, mediante la «bioética» que ahora se emplea para desmantelar la ética aristotélica y judeocristiana. El aborto se ha establecido como un derecho humano. La diferencia sexual es ahora un cliché, y el transgénero se va difundiendo, sin oposición alguna, por medio de la escuela, de los periódicos, de la televisión y los Parlamentos. Es una época nunca vista antes: frívola, perversa, que no admite disenso, en la cual se prende fuego al viejo mundo en nombre de los «derechos». Viejo, cada vez más viejo, incluso físicamente. El derrumbe de la tasa de natalidad es el elefante en la cristalería de la posmodernidad.
Pregunta: Las universidades son las primeras que destierran a Homero y a Cicerón, y a todos los «hombres blancos muertos».
Respuesta: Aún no nos hemos dado cuenta de lo que está sucediendo: ahí se está formando a la clase dirigente del mañana en nombre de esta revolución nihilista. La universidad, los periódicos, el gran capital woke, los intelectuales, la política, todos están sometiendo a Occidente a un juicio sumarísimo. Eso de whiteness —también llamado «privilegio blanco»— no es más que una denominación que le han dado a la civilización, para colarnos, so pretexto de la inclusión, un fascismo de verdad y con todas las letras. Odian profundamente la historia. Cancelan todo, desde William Shakespeare hasta Isaac Newton… Y nosotros, los europeos, debido a una actitud de sumisión cultural, también aceptaremos esta «importación».
Esta es una época nunca vista antes: frívola, perversa, que no admite disenso
P.: La ley de Bachillerato de 1938 española establecía cuatro años de Lengua y Literatura Griegas y siete de Lengua y Literatura Latinas. En Italia ha existido durante mucho tiempo el Liceo Classico, con sus cambios. Hoy en España la mayoría de bachilleres no ha dado una hora de latín ni de griego. Si acaso, algo de «cultura clásica».
R.: En Estados Unidos, los clásicos se han convertido en «tóxicos». Hay universidades que prescinden de estas materias. En Princeton hace poco que han suprimido el curso obligatorio de Griego y Latín. Es la rama seca, muerta, de la democracia, del coraje, de las virtudes y de la creación de matriz griega lo que quieren derribar y desmantelar, en nombre de un indigenismo que conduce a la demolición y decapitación de las estatuas de Colón, para erigir las de los activistas de Black Lives Matter. Resultarían grotescos, si no fuesen peligrosos… Confiemos en que, al menos en este aspecto, Europa pueda mostrar algo de orgullo. Aunque lo dudo.
P.: Por otra parte, los llamados «nuevos europeos» no suelen mostrar ningún apego por la cultura europea, y prefieren mantener el estilo de vida y tradiciones de sus países de origen.
R.: El otro factor de desintegración es el islam. Francia, Bélgica, Suecia, Holanda, Londonistán… todos están «perdidos», en el sentido de que hemos sobrepasado el umbral de lo reversible y dentro de una generación tendrán minorías islámicas del 20-30%. Ya son así hoy muchas de sus ciudades. ¿Qué pensamos que va a suceder entonces? En el mejor caso, la balcanización, la libanización. En el peor caso, la guerra civil. Pero no lo creo. Se necesitan dos bandos para emprender una guerra. De todos modos, ahora el mero análisis de esta realidad constituye un crimental orwelliano: a uno lo acaban excluyendo de la sociedad «respetable».
El derrumbe de la tasa de natalidad es el elefante en la cristalería de la posmodernidad
P.: Usted denuncia que líderes islámicos, como Erdogan, financian la construcción de mezquitas en Europa, mientras que la presencia cristiana en Oriente Próximo va menguando cada vez más sin remedio.
R.: Erdogan es el nuevo Jomeini, pero más peligroso, porque tiene un pie dentro de la OTAN y otro en el umbral de la UE. Hostiga a los armenios en Karabaj, ocupa la mitad de Chipre, está presente en Libia, en Siria, y en Europa construye centenares de megamezquitas, en Colonia, Estrasburgo, Ámsterdam. Es el lobo islamista disfrazado de cordero de la demokratura. Ha quedado del todo evidente cuando volvió a dedicar a Alá la basílica de Santa Sofía después de 80 años.
P.: Javier Solana ha publicado esta primavera un tuit en que decía: «No acabo de entender el reconocimiento hoy como genocidio de Turquía contra Armenia supuestamente cometido en 1915. Una bofetada a Turquía».
R.: A Europa los armenios siempre le han importado un comino. De hecho, el genocidio se llevó a cabo gracias a la actitud pragmatista de Alemania, gran aliada de Atatürk. Hoy en día, a Europa le interesa el gas azerbaiyano y las avellanas turcas, no las iglesias armenias y los choques de civilizaciones.
P.: ¿Hasta qué punto Europa se está desvinculando de sus raíces, de su historia, de su identidad, de su cultura?
R.: Europa «murió» en Niza en el año 2000, cuando los masones y laicistas franceses decidieron que era una blasfemia mencionar las raíces cristianas en la Constitución europea. Ya nadie quiere defender la cultura europea. La identidad, por el contrario, es un concepto inútil, incluso pernicioso, para la sociedad líquida que los eurócratas pretenden construir.
Hoy en día, a Europa le interesa el gas azerbaiyano y las avellanas turcas, no las iglesias armenias
P.: Al contrario de lo que sucedió en la Antigüedad tardía, ahora la Iglesia no logra bautizar y aculturar a los inmigrantes.
R.: Benedicto XVI fue el «Último Papa» de que hablaba Friedrich Nietzsche. Ha sido el Papa derrotado por la dictadura del relativismo y por la barbarie blanda de la que habla Le Goff. La Iglesia de Francisco es global, posteuropea, le resulta casi incómodo hablar de Europa. Quizá deba ser así: en Italia el 40% de los sacerdotes son inmigrantes…
P.: Es innegable la secularización o descristianización de Europa, o eso parece: desde la legislación (por ejemplo, la relativa al aborto o el matrimonio) hasta la práctica religiosa. Cada vez se cierran, venden y demuelen iglesias, porque ya no hay ni fieles que acudan a misa, ni dinero para mantenerlas.
R.: En Francia, cada dos semanas se cierra una iglesia y se construye una mezquita. ¿Con esto basta para darse cuenta de lo que está pasando? El norte de Europa está islamizado y es poscristiano. Ya no hay vocaciones a lo largo y ancho de Europa; en el mejor de los casos, las iglesias se transforman en bloques apartamentos, y, en el peor de los casos, en mezquitas. Algunos reductos de movimientos carismáticos y minorías resisten. Pero el cristianismo como matriz de la vida pública europea ha acabado. ¡Es la era del multiculturalismo!
P.: El cardenal Robert Sarah dice que la Iglesia atraviesa la peor crisis de su historia.
R.: Tiene razón. Y me parece irónico que sea un cardenal africano la voz más dramática y carismática que esté advirtiendo a nuestra pobre Europa.
P.: ¿La esperanza que le queda a la Europa cristiana (Roma, Atenas, Jerusalén) son las semillas de mostaza cuyos frutos tardarán dos o tres generaciones en verse?
R.: Tenemos que atravesar un largo período de escombros y caos, de turbación, y esperar que el ser humano recuerde. Recuerde ¿qué? Que es una persona, que es hijo de un padre y de una madre, que huella una tierra fruto del trabajo y de la cultura de sus antepasados, y que, a la postre, lo único que dejará en esta tierra son nuestros hijos, no sus vanidades ideológicas. Si recuerda esto, será suficiente para que renazca la esperanza.
El filósofo Robert Redeker reivindica valores como la nación, el humanismo y el ejemplo de los santos y los héroes, frente a una sociedad en metamorfosis o decadencia, y advierte: «La hegemonía cultural progresista intenta ejercer su terrorismo intelectual en el mundo literario, en el periodismo, en la enseñanza, en la universidad, en el cine».
Don Luis Argüello, portavoz de la Conferencia Episcopal, asume críticas, comparte reflexiones y plantea una renovación educativa basada en «una referencia de fe que ilumina el entendimiento; de esperanza que invita a arriesgar y a proponer proyectos a largo plazo; y de caridad que ayude a proponer la profesión en clave vocacional y de servicio del bien común».