José María Sánchez Galera | 21 de diciembre de 2020
Quintana Paz, profesor de Ética y de Filosofía Social en la Universidad Europea Miguel de Cervantes, comenta con detalle su visión sobre «dónde están los intelectuales católicos» y da uno o dos pasos más: «El mejor modo de entender la Iglesia católica es como un cuerpo, como una institución, no como una ideología en que todos creen exactamente lo mismo».
Saulo de Tarso era un judío con ciudadanía romana, un privilegio que no estaba al alcance de cualquiera en su época, en especial para Jesús de Nazareth y sus discípulos. Además, conocía bastante la cultura gentil. De hecho, san Jerónimo detalla que en sus cartas hay alusiones —intertextualidades, decimos hoy— a autores «paganos» como Epiménides, Arato y Menandro. Aquella amplia capacidad intelectual, aquel conocimiento y aquella familiaridad intensos de lo helénico, lo romano, lo hebreo y lo eclesial, explica la pujanza que sigue teniendo hoy la imagen del apóstol Pablo en el «ágora de los gentiles». Desde entonces, el intelectual cristiano ha sido una figura que ha pasado de una postura decidida e incluso hostil frente al Siglo a constructor de un ensayo de Ciudad de Dios, luego reaccionario, después conciliador con el mundo moderno, y en nuestra época… ¿qué? Sobre esta cuestión hablamos con Miguel Ángel Quintana Paz (Salamanca, 1973), uno de los pensadores que se han sumado a un debate que abrió Diego S. Garrocho en El Mundo a mediados de noviembre, y al que se ha añadido una riqueza de voces, como las de Ricardo Calleja (con una disquisición sobre el culto y el rito como fuentes de la cultura), Estrella Fernández-Martos (colaboradora de ABC Córdoba), monseñor Luis Argüello (obispo auxiliar de Valladolid y secretario general de la Conferencia Episcopal), el sacerdote Miguel Brugarolas Brufau (profesor de Teología en la Universidad de Navarra), Fernando de Haro o Francisco Serrano, entre muchas y muchas más.
Pregunta: La pregunta no era tanto si existen intelectuales cristianos, sino dónde están.
Respuesta: Claro. Tanto el artículo de Garrocho como el mío afirman explícitamente que por supuesto los hay, y citábamos varios. Nuestra preocupación era que apenas aparecen en los debates públicos.
Yo añadía otra inquietud: que mucha gente había contestado a Garrocho de modo lastimero, quejándose de que si no aparecen más voces cristianas es por culpa de «los medios de comunicación», «la educación actual», etc., que las vetarían. Me pareció un argumento endeble como una catedral de papel. La Iglesia católica cuenta en España con medios de comunicación, universidades, colegios, instituciones, centros… como ningún otro grupo religioso (o deportivo, sindical…) podría siquiera soñar. Y son todas esas herramientas las que apenas se dedican a participar en tal debate intelectual. ¿Cómo se puede acusar a otros de no dejarte hablar como cristiano, cuando en tu propia casa cristiana, por algún motivo extraño, te dedicas más bien a otras cosas?
¿No estamos ya en una sociedad de la posverdad, en que solo importan las estrategias de comunicación o las imágenes emotivas?Miguel Ángel Quintana Paz
Pregunta: Durante la época de Juan Pablo II, formaban parte del «oficialismo católico» personajes como Mary Ann Glendon, Vittorio Messori o Joaquín Navarro-Valls.
Respuesta: A mí en concreto el que me enganchó allá por los años 90 fue Michael Novak, buen colaborador de Juan Pablo II también. Recuerdo perfectamente el pasmo que me produjo, como estudiante, toparme con un artículo suyo en una revista académica y descubrir que se podía apostar por la libertad de mercado, la iniciativa empresarial, la creatividad del capitalismo… dando excelentes argumentos y conectando todo ello, además, con una perspectiva sólidamente católica. Fue, sin duda, un ejemplo de lo que se echa en falta ahora: Novak entraba en las discusiones típicas de los 90 sobre la libertad como uno más, pero al mismo tiempo aprovechaba para argumentar en pro de sus convicciones cristianas y desde ellas.
P.: En la actualidad, hay intelectuales netamente católicos —o sea, que ejercen como tales— como Fabrice Hadjadj, C. C. Pecknold, Ulrich L. Lehner, o incluso Samuel Gregg.
R.: Ojalá poder sumar a esos nombres seis o siete españoles en los que todo el mundo piense (y se sienta forzado a discutir, aunque sea para refutarlos) cuando hablemos aquí de eutanasia, de por qué tantos jóvenes no encuentran hoy el sentido de la vida, de cómo integrar a los inmigrantes, de si vamos a apoyar una sociedad en que sea posible formar una familia sin que ello suponga sacrificios ingentes, de ecología, de aborto…
Aunque he de decir que uno de los participantes en esta polémica, José María R. Olaizola, puso el dedo en otra llaga que me parece importante como español: sí, de acuerdo, venía a decir, no se tiene aquí muy en cuenta a los intelectuales cristianos hoy, pero ¿acaso se tiene en cuenta a los intelectuales sin más? ¿No estamos ya en una sociedad de la posverdad, añadiría yo, en que solo importan las estrategias de comunicación o las imágenes emotivas, pero poco el intercambio sólido de razones?
A veces parecería que los católicos en España son los primeros interesados en algo típico del laicismo o del protestantismo: pretender recluir lo cristiano al ámbito privado de la concienciaMiguel Ángel Quintana Paz
P.: ¿Qué diferencia hay en el «dónde están los católicos», si hablamos de España o de otros países?
R.: Hay una anécdota significativa. Hacia 2009 varias ciudades europeas exhibieron en sus autobuses un cartel publicitario que afirmaba «Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y disfruta de la vida». La Wikipedia tiene entrada dedicada a este asunto, bajo el epígrafe «Autobús ateo». Y bien, esa campaña causó la lógica polémica. Hubo ciudades como Zaragoza que la prohibieron.
Lo que me parece interesante es que la Conferencia Episcopal Española publicó enseguida un comunicado quejándose de esa publicidad, acusándola de blasfema y pidiendo su retirada. Sin embargo, la conferencia de obispos católicos ingleses (ojo, no los anglicanos, sino los mismos católicos) se felicitó por una campaña así, que sin duda sacaba el asunto de Dios a la calle. Y permitía a todos (incluidos los cristianos) aportar su granito de arena al hablar de lo que se supone que debería ser prioritario para los obispos, lo divino.
Creo que ahí vemos que sí, que habitar en un país u otro marca ya diferencias en cuanto al interés que tienes en que lo cristiano acceda o no a los debates públicos, sea con la excusa que sea. Unámosle a ello que no en todo país es idéntica la reticencia ante los intelectuales a que aludimos antes. Yo he visto en Italia programas de televisión en prime time donde participaban, junto a Salvini, un Umberto Eco o un Mario Perniola. Imagínese aquí en España un programa en idéntico horario con dos o tres filósofos de primera fila y uno o dos líderes políticos ídem.
P.: En España, a efectos políticos y de «pensamiento mainstream», parece que lo católico ha quedado fuera de concurso. Ya decía Ortega y Gasset que, «en otro tiempo», la Iglesia había sido «excelente psicóloga»; o sea, que él ya veía postergada la etapa de preeminencia cultural del mundo católico.
R.: Y, sin embargo, en la generación inmediatamente anterior a la suya lo católico ocupaba un lugar insustituible: Miguel de Unamuno, Ramiro de Maeztu… Es verdad que luego, bajo el régimen franquista, el catolicismo ocupó de nuevo a la fuerza el espacio público. Y quizá eso aún pese hoy.
De hecho, esta polémica me ha permitido ver a muchos católicos de izquierda que, como sus pares izquierdistas, no dejan de rumiar lo de Franco. Y a muchos católicos de derechas que, como los políticos del centroderecha, siguen con cierto «complejo existencial» ante el mero temor de que alguien pueda asociarlos remotamente con nada que tenga que ver con aquella etapa. Como, por ejemplo, la presencia pública del cristianismo.
Esos dos miedos explican muchas actitudes timoratas. A veces parecería que los católicos en España son los primeros interesados en algo que, sin embargo, es típico del laicismo o del protestantismo: pretender recluir lo cristiano al ámbito privado de la conciencia, de tu casa o como mucho de las paredes de tu iglesia. Mas no nos engañemos: esa reclusión en la intimidad no es especialmente respetuosa o especialmente mística; es solo cobarde, en la medida en que va a asociada a los miedos políticos citados.
La escasez de ideas a menudo anhela disfrazarse bajo el mero buenismoMiguel Ángel Quintana Paz
P.: Ahora se oye hablar mucho, en ámbitos oficiales católicos, de inmigración y ecología, y en términos no solo seculares, sino inmanentes.
R.: Que los católicos hablen de los asuntos de los que todo el mundo habla hoy me parece loable. Me preocupa empero que a menudo sea con aportes intelectuales poco novedosos y con pocos elementos específicamente cristianos (más allá de unas presuntas «buenas intenciones»). De hecho, ambos elementos me parece que van unidos: la escasez de ideas a menudo anhela disfrazarse bajo el mero buenismo que sabes que (y que deseas que) todo el mundo enseguida te comprará.
P.: La Iglesia antes hablaba de este mundo, contra este mundo y de otro mundo.
R.: Hoy lo hace también, pero necesita meterse más en los debates de este mundo para hablar más contra este mundo y darle sentido desde cosas que van más allá del mundo.
Mi impresión es que a menudo gente muy metida en ambientes eclesiales ignora la inmensa necesidad que existe en lugares de lo más variopintos de sentido, de espiritualidad, de una crítica radical a esto que otros quieren llamar vida, pero está repleto de nihilismo hasta el tuétano. De hecho, si el mensaje cristiano es verdadero, entonces hemos de concluir que todo hombre anhela algo que no sea la nada. Porque su ser está hecho para justo lo contrario. De ahí solo se puede extraer una consecuencia: hay que proponer a todos ese Contrario, sin respetos bobalicones (aunque esto tampoco signifique que deba hacerse de modo burdo o casposo).
La Iglesia necesita meterse más en los debates de este mundo para hablar más contra este mundo y darle sentido desde cosas que van más allá del mundoMiguel Ángel Quintana Paz
P.: Usted comenta que se topa con alumnos que se han formado en colegios católicos, pero que tienen una enorme ignorancia sobre el Antiguo Testamento, el Nuevo Testamento, los Padres de la Iglesia…
R.: Bueno, yo creo que al 90% de ellos si les pregunto qué creen que son los Padres de la Iglesia me contestan que la expresión se refiere a los curas (soy optimista, pero no debo llegar al punto de ser mentiroso: en realidad creo que la cifra se acercaría al 99,9%).
Como resultado de esta polémica, ha habido profesores de colegios católicos o de Religión que se han molestado un tanto conmigo. No se lo reprocho, porque es un poco la actitud por defecto que toma casi todo el mundo hoy día cuando se les critica: la de ofendiditos. Lo hermoso sin embargo es que ha habido profesores que han tomado la actitud contraria y han escrito para abundar en la descripción de ese problema de la educación pretendidamente católica y para empezar a preguntarse cómo resolverlo.
P.: ¿Es el oficialismo el principal problema para que lo católico vuelva a ser una voz sólida, aguda, penetrante?
R.: Daré una respuesta que quizá decepcione a todos.
Creo que la polémica entre oficialistas y no oficialistas, entre católicos más progresistas y más tradicionales, es una trampa. Una trampa que responde a algo que el ya citado Perniola describía bien: desde el siglo XIX, el catolicismo ha entrado a competir con las ideologías típicas de aquel siglo. Pero por el camino él mismo se ha manchado un tanto de ideologización. Como si lo importante para la Iglesia fuera tener una u otra ideología, uno u otro sector oficialista en el poder (como los partidos políticos), una u otra ortodoxia.
En cambio, la Iglesia católica debe ser sobre todo institución (o Cuerpo, si queremos ponernos paulinos). Eso es lo que la diferencia de las confesiones protestantes, más obsesionadas a menudo con si creen esto o aquello. Y en una institución, o cuerpo, caben acciones muy diferentes, que incluso pueden parecer contrarias (las arterias transportan oxígeno y las venas, en cambio, dióxido de carbono). Lo importante es que cooperen al bien común.
Si el mensaje cristiano es verdadero, hemos de concluir que todo hombre anhela algo que no sea la nadaMiguel Ángel Quintana Paz
P.: ¿No resulta curioso que sean los sectores más «progresistas» (por seguir con la etiqueta) dentro de la Iglesia los más entusiasmados con «pedir perdón» por lo que ellos más detestan de la Iglesia: las cruzadas, los papas Borja, los Reyes Católicos…? ¿De verdad hay una autocrítica honesta, completa?
R.: Vivimos una época en que la mayoría de la industria del entretenimiento, de las universidades, del periodismo, de las grandes empresas y (ahora, en España) de los gobernantes apuesta por una visión progresista, woke o de izquierda posmoderna. Si tú también perteneces a ese modo de ver las cosas y además eres cristiano, es normal que sientas tu cristianismo (y más aún tu catolicismo) como cierta carga: pues lo cristiano es de las pocas cosas que quedan y plantean una enmienda fuerte al mundo actual.
Entiendo perfectamente al católico progresista, por tanto, que corre a pedir perdón a sus compañeros progresistas por las cosas que menos entiende del pasado cristiano la mentalidad progresista. Lo entiendo, entre otros motivos, porque muchas cosas de ese pasado son ciertamente criticables. Pero, ojo, también lo son de la Iglesia actual: Francisco no es un papa que haya implantado la Iglesia triunfante sobre la faz de la Tierra.
Por tanto, yo me limitaría a pedirle al católico progresista actual lo que ya apunta usted en su pregunta: que conozca de veras su propio pasado como católico. Que no se crea sin más lo que sus compañeros en otras lides progresistas le cuentan de su propia historia cristiana. Reconozco que esto es difícil, pues tendrá que acudir para ello a menudo a autores no progresistas, y una de las características más execrables del progresismo actual (como de cualquier movimiento hegemónico) es lo reacio que es a escuchar relatos que pongan en duda su hegemonía.
P.: Muchos lo critican a usted diciendo que es «el filósofo de Vox»…
R.: [Ríe]. La verdad es que Vox cuenta con filósofos de lo más interesantes en sus filas; ya solo entre sus diputados se me ocurren, por ejemplo, Francisco Contreras y Joaquín Robles. De manera que adjudicarme a mí ese rótulo me parece, para empezar, una descortesía hacia ellos y una exageración de mi supuesta importancia. Nunca estamos a la egregia altura en que se empeñan en colocarnos nuestros enemigos.
Por otra parte, permítame un recuerdo para mi padre, que falleció este año, durante los inicios del confinamiento. Toda su vida trabajó en un almacén de papelería y objetos de escritorio que levantó de la nada. Y bien, desde pequeño viví rodeado, por tanto, de bolígrafos, cuadernos, folios, lápices… Me resultó fácil ponerme enseguida a escribir cosas con ellos.
Mi padre vendía sus objetos de escritorio a todo el que quisiera comprárselos; yo también ofrezco las ideas que redacto con esos objetos a todo el que interesen. Durante mi vida he organizado cursos para la Fundación de Investigaciones Marxistas, he escrito para la revista de la Fundación Pablo Iglesias (Leviatán, vinculada al PSOE) o para Cuadernos de Pensamiento Político (perteneciente a FAES, esto es, próxima al PP). Ahora, es verdad que desde la Fundación Disenso o desde el ISSEP están interesados en los análisis que hago del mundo actual con nociones como «capitalismo moralista», «ofendiditos», la idea de «neoviolencia», mi crítica a las élites… Y bien, naturalmente estoy encantado de que mis ideas entren en debate con las de ellos. Como de hecho he pedido en general a los intelectuales católicos que entren en debate con todo el mundo.
Lo cristiano es de las pocas cosas que quedan y plantean una enmienda fuerte al mundo actualMiguel Ángel Quintana Paz
P.: Otros le quitan legitimidad para hablar de estos asuntos aduciendo la tesis de que usted sería en realidad «ateo»…
R.: «Ateos» era también el insulto favorito que se lanzaba contra los primeros cristianos por parte del establishment imperial. ¿El motivo? Bueno, era obvio que la idea de divinidad que tenían los romanos (algo que podía expresarse en mil y un dioses, que incluía al emperador como objeto de culto…) no tenía mucho que ver con el Dios que predicaban los cristianos. Así que, como no compartes mi idea de lo divino, te veo como ateo, como ajeno a Dios. Aunque en realidad es solo «ajeno a mi dios».
Creo que esto mismo es lo que ocurre cuando, desde ámbitos católicos, se me tilda de ateo. Me parece que en cierto sentido tienen toda la razón. Los que así me etiquetan notan que su visión de lo divino no es la mía. Y yo tiendo a estar de acuerdo con ellos.
Por otra parte, a los verdaderos ateos uno no se la cuela tan fácilmente, y ellos a menudo me contemplan más bien como un tanto meapilas. Ahí creo que aciertan un poco más: pues mi interés por lo sagrado, lo divino, lo religioso, lo ritual y, en concreto, por cristianismo y catolicismo es innegable desde que tengo 14 años. Y no se trata de un interés meramente teórico, sino vital.
Ello no obsta para que a menudo me encuentre muy a gusto entre ateos: su esfuerzo por depurar lo divino de toda superstición me resulta amigable, y creo que debería serlo para cualquier monoteísta. Al fin y al cabo, entre el Dios Uno de judíos o cristianos y el dios cero de los ateos solo hay un uno de diferencia. Quiero decir: el esfuerzo por depurar lo religioso de toda adherencia idólatra debería ser un rasgo típico de cualquier monoteísta, y ahí se puede aprender mucho de las depuraciones ateas. Ambos podemos combatir contra miles de ídolos.
Con todo, no me engaño: hay algo en lo que siempre me costará conectar con un ateo. Él prescinde de todo lo sagrado, y a mí este me parece una experiencia básica del mundo, como la de lo bello, lo justo o lo verdadero (aunque nada de todo esto sea fácilmente alcanzable).
P.: En esta línea, ¿ha notado usted que, durante esta polémica, algunos lo estén echando de la Iglesia? Acaba de decir que desde los catorce años usted se siente concernido por lo católico, por la Iglesia, la fe.
R.: Permítame retomar lo dicho antes de manos de Perniola: el mejor modo de entender la Iglesia católica es como un cuerpo, como una institución. No como una ideología en que todos creen exactamente lo mismo, ni como un pelotón en que todos hacen exactamente lo mismo.
Por tanto, en la medida en que en términos institucionales soy miembro de la Iglesia (fui bautizado, me confirmé, no he sido excomulgado ni he incurrido en motivos para excomunión latae sententiae, ni he apostatado), lo cierto es que diría que estoy tan concernido por la Iglesia católica como quienes desean apartarme de ella. Aunque yo no les guste mucho a ellos (confesaré que yo tampoco soy muy fan de quienes han aprovechado esta polémica para meterse conmigo, con mi vida, con mis pecados, con mi físico o incluso con mi forma de vestir… ¡Como si no fuera yo ya consciente de mis muchos defectos, e incluso de más de cuantos ellos ven!).
Pero hablar de mí (aunque me encante: otro de mis defectos es la vanidad) corre el riesgo de convertirse en una pérdida de tiempo: vayamos a los debates intelectuales que hoy nos atañen.
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