José María Sánchez Galera | 22 de junio de 2020
Manuel Quijano publica Detrás de la letra, un libro en el que habla de la industria musical y de la historia de Café Quijano. Sobre el coronavirus y sus efectos, el cantante afirma: «Desearía que la mascarilla solo fuera una protección contra un virus, no contra el miedo».
Desde los años de la Movida, los cantantes y grupos españoles han pasado de vestir vaqueros viejos y camisetas descoloridas a practicar la «mirada acero azul» de Derek Zoolander. De los locales de amigos y canciones gamberras, a coreografías enrevesadas y entrenadores personales. De las litronas de Mahou, al agua mineral San Pellegrino. De los fraudes de las discográficas, a las descargas del iTunes. Entre la gran variedad que supone todo este mundo artístico y todo este sector industrial, cabe espacio incluso para que tres hermanos «de provincias» luzcan trajes bien cortados, e incorporen a las guitarras y al bajo un ukelele, una trompeta o un violonchelo. Es el caso de los Quijano, el mayor de los cuales, Manuel, con voz como roca tersa y pulida, canta con aplomo sonriente y descaro sutil.
Este grupo familiar nació en un bar de copas y música en directo donde trabajaban todos ayudando a su padre. Y donde hubo alguna que otra noche de peleas y navajas, e incluso un par de atracos. Y donde se jugaban partidas de cartas para ganar o perder millones… de pesetas. Es La taberna del Buda, que dio título al tercero de sus álbumes, y en el cual, aunque con sonido rockero, era evidente el aire de big band, de pequeña orquesta latina, de bolero, de café cubano en Miami. De hecho, con unos trajes que ya quisiera haber lucido Compay Segundo, los Quijano han recogido más de media docena de Premios Grammy Latinos.
Pero la historia de los Quijano no es solo la de un grupo más o menos original, con un estilo simpático, reconocible, divertido y elegante. Es también la historia de un empeño por hacer música. Un empeño que los llevó incluso a comprarse sus propios discos, gracias a docenas de amigos repartidos por toda España, para que las radios y la propia discográfica empezaran a creer en los Quijano. Esta trayectoria profusa en anécdotas, en éxitos y en chascos, es lo que relata Manuel Quijano (León, 1967) en Detrás de la letra (Sekotia, 2020), un libro que explica cuánto hay de vida auténtica en muchas de sus canciones.
Pregunta: Café Quijano, Manolo Quijano en solitario, otra vez con los hermanos, y ahora el libro.
Respuesta: A pesar de que el tiempo pasa más deprisa de lo deseado, me ha permitido hacer bastantes cosas. Curiosamente, aunque parezca que lo he aprovechado mucho, no ha sido tanto como hubiera deseado. Sí es cierto que he estado ocupado en menesteres en solitario, pero sin soltar amarras de mi menester principal, «Café Quijano». El proyecto más alucinante de mi vida junto a mis hermanos. El libro no deja de ser una consecuencia de ello.
Pregunta: ¿Y cuáles eran los planes de Café Quijano para esta primavera?
Respuesta: Llevábamos cuatro años girando ininterrumpidamente, entre España y Latinoamérica, compaginando los conciertos de invierno en teatros y auditorios con los que ofrecemos en espacios abiertos durante los veranos. Precisamente, habíamos decidido que esta primavera/verano dejaríamos de tocar hasta el invierno próximo, salvo los shows programados en México en junio. Pero ahora tenemos muchísima incertidumbre con respecto a cuándo vamos a poder retomar la actividad. Desafortunadamente, seremos de los últimos en volver a la normalidad.
El bolero me sirvió de inspiración para componer mis primeras canciones y lo tengo presente desde niño
P.: ¿Cómo ha llevado la banda estar tanto tiempo encerrada?
R.: Lo estamos llevando muy bien. Cada uno estamos en un sitio por circunstancias familiares. Raúl en Benidorm con nuestra madre, Óscar en Miami con su familia política, y yo en León. A mí todo este tiempo me está sirviendo para componer las canciones que formarán parte del nuevo disco del grupo, y que no hubiera podido componer de no ser por el confinamiento.
P.: Usted cuenta en el libro que, para componer canciones o discos, se enclaustraba en una casa de León, y que tenía un ritmo completamente nocturno.
R.: Bueno, es verdad que era propenso a los horarios nocturnos. De un tiempo para acá soy más ordenado en ese sentido, aunque sí es cierto que siempre me he sentido más inspirado por las noches. En León he compuesto muchas de las canciones, pero, en cualquier sitio donde disponga de una guitarra, también lo hago. He aprovechado mucho los viajes, los hoteles… En estos días me he disciplinado bastante y me encierro en el estudio por las tardes hasta la hora de cenar. Soy de los que creen que la inspiración te tiene que pillar trabajando, aunque sigo con el convencimiento de que por las noches es más fácil que se encuentren el trabajo y la inspiración.
P.: ¿Este encierro le ha recordado esas épocas de aislamiento creativo?
R.: Me ha recordado a cuando le ponía una atención más reposada a la composición. Los últimos cuatro discos han sido muy seguidos, uno por año. Eso hacía que me viera obligado a trabajar bajo una presión que me generaba demasiada intranquilidad y me deshidrataba creativamente. En estos dos meses me siento relajado, sin tener que pensar en una fecha imposible en la que tener el trabajo terminado. También dispongo de tiempo para rectificar, cosa que agradezco. Porque hay muchas veces en las que lo que ves bien un día, al siguiente no te convence; entonces, te permites el lujo de hacerlo de nuevo.
La inspiración te tiene que pillar trabajando, aunque por las noches es más fácil que se encuentren el trabajo y la inspiración
P.: Pero el artista muchas veces rompe su aislamiento, saborea la vida, visita amigos, familiares.
R.: Creo que el artista, el creativo, haga lo que haga, vaya donde vaya, lleva consigo esa cabeza revoltosa que no para de dar vueltas. Eso no le impide disfrutar de la vida, porque esa es su naturaleza. Yo disfruto con mi pareja, con mis amigos, con mi familia, viajando, haciendo deporte, claro que sí; pero en algún momento del día, dependiendo del proyecto en el que esté inmerso, vuelvo con mi pensamiento a ello. Y siempre he tenido mi mente ocupada en algo de ese tipo, con mayor o menor intensidad.
P.: ¿Cómo será el amor después de la epidemia? ¿Cuándo nos quitaremos la mascarilla y el miedo?
R.: La irresponsabilidad es inherente al amor, siempre lo ha sido. Tengo la sensación de que, por ejemplo, el amor que sentimos hacia nuestros seres queridos tomará otra dimensión. Este tiempo nos está mostrando el verdadero valor de algunos gestos que formaban parte de lo cotidiano y no sabíamos del arraigo que tenían en el corazón, en el alma. He visto a mis padres y, cuando me he despedido de ellos, me he echado a llorar por no haberles podido dar un beso. Nunca imaginé que pudiera hacerme tanto daño una despedida sin un beso. En el amor entre parejas seguirá habiendo, como decía, irresponsabilidad en todos los sentidos y, en cierta manera, me alegra que así sea.
Desearía que la mascarilla solo fuera una protección contra un virus, no contra el miedo. Debemos vivir con coherencia, responsabilidad, precaución, pero no vivir atemorizados. De cualquier manera, espero que esto desaparezca pronto. ¡Qué barbaridad estamos viviendo!
El artista, el creativo, haga lo que haga, vaya donde vaya, lleva consigo esa cabeza revoltosa que no para de dar vueltas
P.: Usted en el libro ya habla, más o menos, del tema: el amor a distancia. Enamorarse de una presentadora de televisión, flirtear por Facebook… ¡Por no hablar de Tinder! Es algo muy extendido hoy. ¿Por qué?
R.: Porque lo tenemos al alcance de las manos. Es una opción más. Otra cosa es enamorarse de una presentadora de televisión; era una locura antes y lo sigue siendo ahora. Hoy no sería capaz de hacer muchas cosas de las que hice en mi juventud, pero tampoco pude hacer por aquel entonces cosas que sí puedo hacer en nuestros días.
Las redes sociales, las aplicaciones para encontrar pareja, son tentaciones al alcance de la mano. Y la tentación suele ir acompañada de daños colaterales. Es por esto por lo que se aceleran los procesos de conquista y los de ruptura.
P.: ¿Ese es el amor auténtico? ¿Con el que uno sueña cuando es joven? ¿El que merece la pena cantarse?
R.: El amor auténtico solo es uno, el de verdad. El que todo el mundo sueña o ha soñado desde que la mente tiene capacidad de soñar. Otra cosa es que hayamos dado entrada en nuestras vidas al amor gestado a través de una fotografía que ves en el teléfono o en el ordenador.
Pero cualquiera de esos amores también produce desazón o dolor, y los dolores siempre se han contado y cantado.
P.: ¿El mundo del espectáculo, o el éxito, suelen llevar a descentrarse mucho en la vida?
R.: El éxito es muy traicionero. Depende de muchas cosas el hecho de que te puedas o no descentrar. Sobre todo, de la madurez, pero también del tipo de vida previo que hayas tenido antes del sobresalto de la fama, y de la educación que hayas recibido. Dicen que el dinero y la fama no cambian a las personas, solo las descubren. Es una verdad como un templo. Reconozco que no resulta fácil adaptarse a un cambio de vida que, en muchos casos, es demasiado repentino.
La irresponsabilidad es inherente al amor
P.: Usted y sus hermanos quizá estaban vacunados contra los excesos del mundo nocturno. Porque desde muy jóvenes trabajaban en el bar familiar, con su padre, el famoso Papá Quijano.
R.: Eso nos ayudó mucho, efectivamente, pero no tanto. Estuvimos acertados cuando decidimos que la mejor manera de huir de las tentaciones que rodean al éxito era mantener nuestra residencia en León, por ejemplo. Si en el momento de nuestra eclosión hubiéramos estado viviendo en Madrid, a pesar de estar un poco «vacunados», no sé qué hubiera pasado, porque una cosa es vivir los excesos del mundo nocturno en nuestro bar y otra muy distinta es vivirlos a un nivel estratosférico, comparado con el habitual para nosotros y para la mayoría de la gente.
P: Pero uno escucha La taberna del Buda y no se acaba de imaginar todo lo que podía moverse ahí. Incluyendo algún que otro navajazo.
R.: ¡Claro! Porque, como cuento en el libro, en el momento en el que decidí componer esa canción tenía muchas dudas sobre el límite al que debía llegar la historia. Me parecía que una pequeña pincelada era suficiente para darle color y así lo hice, quedándome en la epidermis del asunto. El incidente del navajazo fue lo menos que me pudo pasar. El escenario era proclive para muchísimas más desgracias de las que, afortunadamente, vivimos en unos tiempos complicados.
P: Ahí se organizaban partidas de póker con apuestas millonarias, y una noche los atracaron…
R.: Si. Póker y bacarrá, efectivamente. Descubrí a muchos jugadores profesionales; el juego era su única ocupación y lo que les procuraba el sustento. Son tipos diferentes y con un carácter especial. Había muchos cientos de miles de pesetas sobre la mesa y eso nos procuró algún disgusto. Nos atracaron dos veces. La primera fue rápida, muy apresurada. Se llevaron un buen botín. La segunda, de la que hablo en el libro, fue más reposada, con más sangre fría por parte de los atracadores, más estudiada y más traumática. Cuando estás continuamente al lado del fuego, lo más fácil es que, en algún momento, te quemes.
Nunca imaginé que pudiera hacerme tanto daño una despedida sin un beso
P: ¿Aquello fue antes o después de La extraordinaria paradoja del Sonido Quijano?
R.: Aquello fue en los comienzos de los años noventa. Desde entonces, fui empapándome de argumentos para escribir las canciones que conformarían nuestro segundo disco, La extraordinaria paradoja del Sonido Quijano, publicado en 1999.
P.: Montaron una red de amigos por toda España, para comprarse discos y así hacer creer a las radios, los medios y las discográficas que aquello era un exitazo.
R.: No nos quedaba otra. La gente de nuestra compañía, por aquel entonces, no nos tenía en mucha estima. Mejor dicho, no nos veían como un producto rentable. Teníamos pocas, o ninguna, opción de seguir probando fortuna en el mundo de la música si no inventábamos algo que pudiera escribir un destino nuevo. Y, con la locura que se nos ocurrió, las cosas cambiaron para siempre.
P.: De ahí a los Premios Grammy…
R.: Efectivamente. Esa compra de discos inicial fue la chispa que prendió todo. Conseguimos que los medios de comunicación y nuestra propia compañía nos tuvieran en cuenta. De eso se trataba, porque estábamos convencidos de que, si conseguíamos que nos vieran exitosos, las cosas saldrían bien, porque considerábamos que teníamos un buen producto a la venta. Las cosas salieron según lo previsto o, incluso, mejor. Y una de las consecuencias del éxito fue el reconocimiento de los premios más importantes de la música, los Grammy Awards, a los que fuimos nominados en el año 2001.
El vestuario nos ayudó muchísimo; fue parte de una estrategia de marketing que resultó exitosa
P.: ¿Qué fue antes: Miami o el bolero?
R.: El bolero fue mucho antes. Miami lo descubrí con veintitrés años. En cambio, el género musical que me sirvió de inspiración para componer mis primeras canciones lo tengo presente desde niño. Nuestro padre es un apasionado del bolero; crecí escuchando canciones que contaban historias de amores dolorosos y que me han marcado musicalmente de por vida. Miami sigue siendo uno de mis lugares favoritos del mundo. Allí, en contra de lo que pueda parecer, encuentro la paz y la tranquilidad que me brinda vivir al lado del mar con una luz diferente.
P.: Vestidos de colonial, con un toque de 1930… Músicos elegantes… ¿En qué historia de Agatha Christie les gustaría encajar?
R.: No se en qué historia podíamos encajar, pero reconozco que ese vestuario nos ayudó muchísimo a crear la nuestra. Fue parte de una estrategia de marketing que resultó exitosa. Mucha gente, en cualquier parte del mundo, nos atribuía nacionalidades sudamericanas. Se sorprendían cuando descubrían que éramos españoles.
P.: ¿Y a quién hay que agradecer todo lo que ha hecho Manuel Quijano, y todo lo que es Manuel Quijano?
R.: Tengo mucho que agradecer a muchísima gente. El primero de todos los agradecimientos se lo debo a mis padres que, a pesar de que hemos sido una familia con padres separados, siempre se preocuparon de que tuviéramos una educación digna. Y, lo que quiera que sea, se lo debo a mis hermanos, sobre todo, y a toda la gente que siempre me ha empujado a hacer cualquier cosa de las que he hecho. Me considero un privilegiado en todos los sentidos por tener tanta gente alrededor de la que me siento muy orgulloso.
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