Jorge Martínez Lucena | 23 de marzo de 2020
Monseñor Aguirre es un misionero que lidia, pese a sus problemas de salud, con la guerra que persigue a la República Centroafricana.
Monseñor Juan José Aguirre es un misionero comboniano cordobés que vive desde hace 41 años en la República Centroafricana. Obispo de Bangassou, en los últimos años lidia con una situación de guerra continua que parece no tener fin en su país. Con malaria, problemas cardíacos y un síndrome de Menière que le suele provocar mareos, sigue respondiendo a la vocación que Dios le dio sin perder su paz, ostensible en su discurrir melifluo. Ha sido modelado por África, dice, esa gran alfarera. Los primeros tres años de misionero se los pasó observando. Tras ello, empezó su trabajo teniendo en cuenta a sus feligreses y conciudadanos con sus costumbres. Ahora ya es uno más, como lo demuestra su castellano delicado, con un suave acento francés. Comenzamos preguntándole por su país, que muchos no han oído ni mencionar.
Pregunta: República Centroafricana es uno de los Estados más desconocidos en nuestro país. ¿Cómo es eso?
Respuesta: Algunos dicen que los países de los que no hay imágenes es muy difícil que aparezcan en la televisión. Ese es nuestro caso. Cuando las cosas se ponen feas, muchos de los periodistas se encierran en el único hotel que tenemos, que está bien protegido, y les dan dinero a chavalitos para que se aventuren en el campo de batalla a sacar fotos y se las traigan de vuelta.
P.: Su país es el último en cuanto al índice de desarrollo humano. La mitad de la población pasa hambre y solo come una vez al día. El 60% del territorio está en manos de grupos armados de diversas procedencia y financiación. Y la violencia con niños y mujeres es una práctica habitual.
R.: Sí, la violencia que se ha desencadenado entre guerrillas musulmanas y no musulmanas (entre las que también hay algunos católicos que no entienden demasiado bien el mensaje evangélico) es tremenda. Se está usando el fuego como arma de guerra. Se incendian las aldeas para que la gente huya. Se viola a mujeres y a niñas delante de sus familiares para generar terror. Es absolutamente horrible. No dejan de llegar personas de toda procedencia que acogemos como podemos.
P.: Hablaba en la homilía del pasado domingo 1 de marzo, en la Sagrada Familia de Barcelona, cómo le llegaban mujeres musulmanas y cristianas llorando porque habían asesinado a sus hijos.
R.: Sí, y yo me daba cuenta de que nos une el dolor gracias a que Cristo lo ha abrazado por entero, por eso tiene los brazos abiertos en la Cruz. Las lágrimas de unas y otras eran cristalinas, del mismo color. Nuestro Señor recoge todo eso en su sacrificio y lo hace nuevo. Nos da esperanza para vivir dentro de ese sufrimiento, y cuando perdemos la esperanza nos queda la esperanza de volver a tener la esperanza.
Se incendian las aldeas para que la gente huya. Se viola a mujeres y a niñas delante de sus familiares para generar terror
P.: Es por ello que en sus talleres de carpintería ponen a trabajar juntos a verdugos y a víctimas.
R.: Sí, porque confiamos en el perdón que nace de esta sobreabundancia del bien sobre el mal que aparece con el Resucitado. Por eso mismo, el Papa nos quiso venir a visitar en 2015 y, pese a que se lo desaconsejaban por la guerra, él dijo que si no aterrizaba el avión se tiraba en paracaídas. Vino a testimoniarnos ese mensaje cristiano que nosotros intentamos seguir dando en nuestro país, cuando todas las ONG se han ido. Porque la Iglesia es la que siempre apaga las luces. Es la última en salir de cualquier lugar.
P.: Vive en un país donde hay muchos señores de la guerra y muchos intereses económicos e intervenciones internacionales más o menos soterradas. ¿Podría hacernos una síntesis breve de la situación? Porque el conflicto no parece solamente religioso.
R.: Sí, tenemos a los rusos, a los chinos, a Arabia Saudí, a la Unión Europea, que envía ayuda, pero que saca mucho más de lo que da, a Estados Unidos. Todos se pelean por el oro, el mercurio, el coltán, el litio y el petróleo. Pero tantas veces lo hacen a través de mercenarios a los que financian.
P.: Hace 4 años, Vd. y sus sacerdotes se pusieron las albas y se convirtieron en escudo humano, protegiendo a 2.000 musulmanes en la mezquita donde los estaban masacrando los francotiradores.
R.: Yo creo que esa ha sido siempre una función de la Iglesia Católica, la de proteger a los débiles y a los necesitados. La mezquita estaba repleta de mujeres y niños a los que querían decapitar. Aquello duró 3 días en los que dormimos poco, hasta que llegaron los cascos azules adecuados. Al final, ellos pidieron venir con nosotros a la catedral y al seminario.
P.: ¿Y qué tal la convivencia con ellos? Porque siguen ahí…
R.: Pues muchos no son demasiado cuidadosos con nuestras instalaciones, pero echarlos significaría muy probablemente su muerte. Cuando me cruzo con alguno de esos chicos por la calle, al salir de la catedral, en ocasiones me hacen señas de que me van a degollar y yo les respondo con una sonrisa. Mi abuela me enseñó que, cuando las cosas están mal, no hay que empeorarlas.
Todos se pelean por el oro, el mercurio, el coltán, el litio y el petróleo
P.: ¿No pasan miedo, envueltos en toda esa violencia tan arbitraria?
R.: Sí, pero no es lo más importante, porque conocemos la fuente de la verdadera esperanza. El otro día iba en mi RAV4 con un periodista de La Croix y nos pararon en un control de carretera. El soldado estaba borracho, me puso el cañón en la sien y me empezó a gritar que estaba protegiendo a quien no debía. El periodista temblaba. Yo subí un poco la música de guitarra que sonaba y le dije que, cuando él estuviese herido, yo también lo recogería y lo llevaría al hospital. Tras unos minutos de tensión, nos dejó pasar y, semanas después, se cumplió la profecía. Acabó en nuestro hospital fruto de una ráfaga de perdigones. Fui a recordárselo, pero él no lo reconoció.
P.: Viendo la situación de creciente alarma y bloqueo ante la inmigración en nuestros países europeos, ¿qué consejo nos podría dejar a este respecto a todos los españoles?
R.: Yo no puedo hablar de los que vienen de Sudamérica o de Siria. Yo puedo hablar con propiedad de los inmigrantes de África central. Con respecto a ellos, os pido empatía, que os ensimisméis en su vida, en aquello de lo que huyen y en todo lo que han tenido que pasar para llegar aquí. Solo conociendo lo que les sucede a los niños y a las mujeres en Agadez (Níger) o en toda Libia, a uno se le ponen los pelos de punta. Allí se les esclaviza y se les viola durante años, hasta que, los que sobreviven, escapan o compran su libertad. Vienen de un infierno. Andan como nosotros, buscando el cielo.
P.: ¿Algún último consejo para este primer mundo?
R.: Sí, que es una vergüenza que en Cádiz se fabriquen fragatas y se vendan a países como Arabia Saudí, que bombardea Yemen y destruye ese país, dándole igual la vida de la gente. Muchos me dicen que algunas familias españolas pasarían hambre si cerrasen esos astilleros. Yo contesto que, por favor, fabriquen transatlánticos para Noruega.
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