José María Sánchez Galera | 23 de junio de 2021
Consuelo Sanz de Bremond, investigadora y divulgadora de moda e higiene en la Edad Media y Moderna, diserta sobre tópicos y desmitificación histórica: «La desnudez en la época medieval carece de las connotaciones negativas que impuso el puritanismo siglos después».
Cuando pensamos en la Edad Media, no nos viene a la mente Juan de Salisbury y su doctrina sobre la limitación del poder y la licitud del tiranicidio. Ni tampoco nos acordamos de san Alberto Magno y sus investigaciones en ciencia química. No sabemos siquiera quién fue el trovador Bertran de Born, ni conocemos el Poema de Elena y María. No se nos ocurre aludir a Hildegarda, ni a Eloísa, ni a Catalina. Nuestra idea de aquellos siglos viene dada por series, películas o libros como El nombre de la rosa (Umberto Eco), o Los pilares de la tierra (Ken Follet). Seguimos pensando que fue una época brutal, sucia y fanática. Opinión que no comparte Consuelo Sanz de Bremond. Aunque su primera formación es Biología (Universidad Complutense de Madrid), durante los últimos cinco años ha publicado casi una decena de artículos académicos sobre vestimenta medieval y renacentista, además de impartir conferencias, participar en congresos e informes, y colaborar en medios como El asterisco. Asimismo, dispone de una cuenta en Twitter muy activa y un par de blogs divulgativos. Es fácil escucharla en charlas y entrevistas en YouTube, donde su sencillez, su ilusión y su agradecimiento parecen pelearse con su esfuerzo por el rigor. Consuelo explica a diario cómo era la Inquisición, desmonta bulos sobre higiene en la Edad de Oro de las letras españolas, comenta cómo era la ropa de Isabel la Católica o la indumentaria de los soldados de la Armada de Felipe II. Detecta influencias andalusíes en ropajes de la época de Garcilaso, y enumera los ingredientes de los productos de higiene antiguos. Uno de sus últimos trabajos, en colaboración con el especialista José Antonio Gárate, analiza el atuendo de los personajes que aparecen en los relieves de la catedral de Burgos.
Pregunta: ¿Cómo empezó usted a interesarse por el vestido y las costumbres higiénicas de la Edad Media y los siglos XVI-XVII?
Respuesta: Escribiendo una novela histórica ambientada en el siglo XVII, de esto hace ya más de 15 años. En un momento dado, pensé que tenía que describir cómo vestían algunos de los personajes. Empecé a buscar información, primero en Internet (tarea difícil en aquellos años) y después haciéndome con libros.
En cuanto a los estudios sobre la higiene, fue tras abrir Twitter en 2016. Fui encontrando tuits donde se decía que los cristianos en la Edad Media eran sucios, no se bañaban, que la higiene cotidiana era herencia musulmana o que Isabel la Católica solo se bañó dos veces en toda su vida. Como durante mis estudios sobre indumentaria y tejidos había encontrado datos muy interesantes sobre la importancia que tenía la ropa, tanto por su escasez en el mundo campesino como por el trabajo que se suponía hacer un simple paño, decidí investigar con más profundidad. En los dos últimos años me he dedicado intensamente a este tema; tanto es así que espero que para Navidades salga a la venta un libro que estamos escribiendo el historiador Javier Traité y yo sobre la higiene en la Edad Media.
Pregunta: ¿En qué contexto o géneros se representan peor esas realidades históricas: cine, series de televisión, novelas, libros de divulgación, la escuela, la universidad…?
Respuesta: Tengo muy poca información de cómo muestran la Edad Media en los colegios y en la universidad, aunque he visto algún que otro libro de texto donde se sigue enseñando que fue una época oscura, atrasada y sucia. Pero son el cine y las series de televisión en los que peor se representan y el problema es que esos errores llegan a mucha más gente, que se queda con esa visión negativa de la historia.
Espero que para Navidades salga a la venta un libro que estamos escribiendo el historiador Javier Traité y yo sobre la higiene en la Edad Media
P.: En cambio, frente a unos medievales zafios, violentos y que comen con las manos, el cine nos muestra a unos personajes refinados, si la época recreada es la de la Roma clásica.
R.: Sí, curiosamente así es. Parece como si de repente, al llegar la Edad Media, el hombre comenzase a destruir, matar, violar, robar o a descuidar su higiene. Por cierto, comer con las manos también lo hacían los romanos y los musulmanes. Los modales y la cortesía en la mesa, durante la época medieval, exigía que las manos se lavaran antes y después de las comidas y que los alimentos, ya cortados con anterioridad, se cogieran con tres dedos.
P.: Sin embargo, y en lo relativo, por ejemplo, a higiene, ¿era preferible la Edad Media a la Roma del siglo I o a la Europa del siglo XVIII?
R.: Creo que es importante diferenciar dos ámbitos: el personal y el urbano. En el ámbito personal, ayer y hoy, la humanidad siempre ha seguido rutinas de limpieza e higiene, preocupándose por tener el cuerpo y la ropa limpios. En el ámbito urbano, las ciudades en expansión se encontraron con grandes problemas para garantizar el abastecimiento del agua, mantener la limpieza de las calles y eliminar todo tipo de residuos; eso no significa que los responsables municipales de todas las épocas no lo intentasen resolver. En los archivos históricos se encuentran numerosos bandos y leyes que instan a la población a mantener medidas higiénicas.
P.: En pleno siglo II, Marco Aurelio decía que, si no había leña para calentar el agua, uno no podía bañarse. ¿En qué momento de la historia la gente se ha duchado o bañado sin disponer de agua caliente?
R.: Seguramente, las legiones de Marco Aurelio, en sus campañas militares, no tendrían siempre un acceso fácil al agua caliente, y no por ello debemos pensar que fueran a descuidar su higiene. El hombre siempre ha tratado de cubrir sus necesidades más elementales: alimentación, vivienda, ropa, cuidado frente a las enfermedades, etc., y, por ello, también ha tenido la necesidad de asear el cuerpo. Cualquier cauce de agua le servía para lavarse partes del cuerpo, darse un baño y, por supuesto, lavar la ropa.
Los modales y la cortesía en la mesa, durante la época medieval, exigía que las manos se lavaran antes y después de las comidas y que los alimentos, ya cortados con anterioridad, se cogieran con tres dedos
P.: ¿Qué desodorantes solían emplearse en la Edad Media? ¿Eran de uso generalizado?
R.: Los había de varios tipos, según las posibilidades económicas de cada uno. Sabemos que los desodorantes no solo se utilizaron para eliminar el mal olor de las axilas, también el de los pies. Los había fáciles de hacer, utilizando para ello plantas olorosas (plantas que hasta hace bien poco se usaban en los pueblos), como la rosa, la lavanda, la genista, la ruda, por poner unos ejemplos. También hay datos del uso de la parte interna de la cáscara de naranja o del limón para frotar las axilas. Por supuesto, también había desodorantes sofisticados, que se hacían con especias como el clavo, la nuez moscada, algalia, almizcle, almártaga, etc. En recetarios y tratados médicos del siglo XIV se cita la henna y el alumbre, este mineral es recogido por san Isidoro de Sevilla en sus Etimologías, donde nos dice que quitaba las manchas del cuerpo y de la ropa.
P.: En la documentación relativa a la reina Isabel la Católica se habla de que lograba tener siempre ropa limpia para sus hijos, abundantes camisas, pañuelos y toallas.
R.: Cierto, la persona encargada de llevar y recoger los vestidos (camarero o camarera real) mandaba a los mozos y mozas de cámara que se ocupasen de orearlos y limpiarlos. Las lavanderas eran las que limpiaban la ropa blanca, desde sábanas, colchones y almohadas hasta camisas y pañuelos. Para quien quiera saber más, recomiendo la lectura La casa y corte del príncipe don Juan (1478-1497). Economía y etiqueta en el palacio del hijo de los Reyes Católicos, de José Damián González Arce, profesor de Historia e Instituciones Económicas de la Universidad de Murcia.
P.: Pasemos al apartado de higiene bucal.
R.: El hombre siempre ha prestado gran atención al cuidado de la boca; ha tratado de mantener sus dientes limpios, blancos, eliminar la halitosis y fortalecer las encías. Por ejemplo, Pablo de Egina, médico bizantino del siglo VII, aconsejaba usar raspadores tras la última comida del día para quitar el sarro. Tenemos datos del uso de mondadientes, de raíces, como el lentisco, que se mordían y actuaban como cepillo, y de la piedra pómez como blanqueante. Una receta sencilla era enjuagarse la boca con zumo de membrillo, pero las había más complejas en las que se cocían en agua: granada, bórax y granos de zumaque; o se cocían en vino: granada, romero y mirra. También se usaba el aloe, tan de moda hoy, para quitar el mal aliento.
En el ámbito personal, la humanidad siempre ha seguido rutinas de limpieza e higiene, preocupándose por tener el cuerpo y la ropa limpios
P.: ¿Podría decirse que, en lo relativo a higiene y cuidado del cuerpo, el mayor cambio en la historia se ha producido a lo largo del siglo XX?
R.: Sí, sin duda en cuanto al acceso al agua. Es raro en Europa que alguien carezca, como mínimo, de un lavabo y de una bañera en su casa. Pero, en cuanto al cuidado del cuerpo, hoy como ayer, se ha utilizado productos para su limpieza y cuidado, siendo, lógicamente, algo no lineal, ya que dependía de la mayor o menor accesibilidad al agua y a los productos que tenían a su alcance.
P.: Volvamos a la Edad Media. El cuidado del cabello y las mujeres.
R.: Un modo muy práctico y fácil para mantener el cabello limpio era el uso del peine. El «cepillado» eliminaba no solo el pelo muerto, sino también la grasa natural del cuero cabelludo y arrastraba el polvo acumulado durante el día. También se lo lavarían con agua o con «agua de lejía» (este producto se hacía mezclando un tipo determinado de cenizas y agua), aunque no sabemos con qué frecuencia. Se usaban mascarillas para hidratarlo, por ejemplo, con aceite de rosas y de mirto. Había fórmulas que rizaban el pelo y tintes para el cabello: rubio, rojizo o negro. Todo esto es válido tanto para mujeres como para hombres.
P.: Hasta hace poco, era normal que, en los pueblos, las mujeres llevaran el cabello recogido y cubierto con un pañuelo. Sobre todo, fuera de casa.
R.: Sí, una forma de proteger el cabello del sol o del polvo era cubriéndose la cabeza. Las mujeres, desde muy antiguo, se cubrían tanto por motivos religiosos como por motivos prácticos. Ya en la Edad Media, sobre todo en zonas urbanas, se hacía para diferenciarse casadas de solteras, pero también fue una obligación para entrar en las iglesias.
En la Edad Media los desodorantes no solo se utilizaron para eliminar el mal olor de las axilas, también el de los pies
P.: Cunde la opinión de que hasta hace pocos días las mujeres eran casi esclavas, sin ninguna capacidad para hacer nada, ni trabajar, ni estudiar.
R.: Se suele leer o escuchar que la mujer solo ha tenido, a lo largo de la historia del cristianismo, tres opciones de vida: ser esposa y madre, ingresar en un convento o ejercer la prostitución. Siempre aconsejo leer los libros de la historiadora francesa Régine Pernoud para acercarse al papel de la mujer en la Edad Media. Hubo reinas, abadesas con gran poder (en algunos casos con más poder que un obispo), señoras feudales, tenentes; y, gracias a las ordenanzas de oficios, testamentos, cuentas domésticas, pleitos o registros comerciales, se han obtenido datos muy interesantes sobre el papel relevante de las mujeres campesinas, comerciantes, artesanas y obreras.
P.: Las miniaturas de los códices medievales suelen representar a mujeres elegantes, estilizadas e incluso muy resueltas.
R.: No solo en los códices hay pinturas y esculturas donde la mujer es mostrada con ropajes a la última moda y con los ideales estéticos que se iban imponiendo en toda Europa. Veremos mujeres llevando túnicas muy ceñidas al cuerpo en los siglos XI y XII, y con amplios escotes desde el siglo XIV al XVI. Los cambios en la moda, sobre todo a partir del siglo XIV, serán cada vez más importantes. El lujo, la ostentación y la aparición de prendas novedosas, tanto en el ámbito femenino como en el masculino, serán dignos de crítica por parte de algunos moralistas y ello dará lugar a leyes suntuarias prohibiendo o reglamentando los gastos excesivos. Sin embargo, se observa con datos y con imágenes que estas prohibiciones apenas se cumplían y que las críticas de los clérigos caían en saco vacío.
P.: La literatura medieval muestra una sexualidad poco acomplejada, más bien festiva. Como en el Libro de Buen Amor o en Elena o María.
R.: Es un tópico recurrente juzgar la Edad Media bajo el dualismo sexo/pecado y el poder moralizante de la doctrina de la Iglesia, las leyes civiles y las convenciones sociales. He llegado a leer que la Iglesia constriñó el erotismo, porque solo era permitido el sexo entre hombre y mujer dentro del matrimonio y con el único fin procrear. A pesar de ello, las transgresiones se dieron siglo tras siglo. La imagen que nos ha llegado de la sexualidad, en los escritos, en las esculturas románicas o en las sillerías de los coros de las catedrales, nos muestra unos hábitos sexuales mucho más mundanos y de los no se salvan ni los clérigos. La desnudez en la época medieval carece de las connotaciones negativas que impuso el puritanismo siglos después.
Pablo de Egina, médico bizantino del siglo VII, aconsejaba usar raspadores tras la última comida del día para quitar el sarro
P.: Otro de los temas es la Inquisición. Usted comenta que en la mayoría de los museos se exponen piezas falsas de tortura.
R.: Sí, y lo lamentable es que hay gente, por desconocimiento o maldad, que utiliza esos museos, que yo llamo «parques temáticos de la tortura», como fuente histórica veraz y digna de toda credibilidad. La doncella de hierro, la pera vaginal, la cuna de judas, el desgarrador de senos y un largo etcétera son solo invenciones decimonónicas que, por supuesto, jamás usó la Inquisición española. Recuerdo la anécdota de un anticuario internacional, que bromeaba diciendo que jamás había encontrado uno solo de esos artilugios que fuese realmente de época y que hubiese pagado una fortuna por cualquiera de ellos.
P.: En su opinión, ¿por qué, quizá desde el siglo XIX, hay una tendencia tan marcada a cargar las tintas contra la Edad Media?
R.: Claramente por el anticlericalismo, que ya venía del siglo XVIII. Pensadores como Voltaire o Rousseau condenan el pasado y señalan a la Edad Media como causante de los abusos que se estaban dando por entonces, abusos relacionados con la Iglesia. Sin embargo, no debemos olvidar que humanistas del siglo XVI, como Luis Vives, ya pusieron las primeras piedras: «Mas la pérdida y gran oscurecimiento de esas dos lenguas augustas, latina y griega, trajo forzosamente que en las mismas tinieblas y envilecimiento quedasen sumidas las artes y las disciplinas que en aquellas lenguas habían tenido su expresión y que las voces perdieran su sentido preciso y se introdujeran desconocidos y feos idiotismos». Para una mayor compresión, recomiendo el libro del historiador francés Jacques Heers La invención de la Edad Media.
P.: ¿Cree que, tras Régine Pernoud y una larga colección de historiadores y divulgadores, se están logrando desmontar todos los mitos sobre la Edad Media?
R.: Sí, sin duda. Pero todavía queda bastante camino. Han sido siglos de intensa leyenda negra; además, todavía siguen apareciendo nuevos bulos. Está claro que la Edad Media tiene un fuerte atractivo morboso y se utiliza como cajón de sastre de la historia.
José Antonio Martín ‘Petón’, consejero delegado de Bahía Internacional, agencia de representación de futbolistas, explica la esencia de esta profesión: «Un representante tiene que ser un psicólogo, un confesor, a veces casi un policía que acompañe vigilando los pasos… y un padre».
Alfonso Sánchez-Tabernero, rector de la Universidad de Navarra, sopesa las dificultades que se viven en el entorno académico católico, y añade una visión esperanzada: «Una universidad de inspiración cristiana puede llegar a ser uno de los mejores lugares del mundo para estudiar, investigar y trabajar».