Rocío Solís Cobo | 24 de febrero de 2021
Guadalupe Arbona acaba de publicar su segundo diario, Enredada en azul, y afirma que «en la escritura de un diario se establece una dinámica de la preferencia, hay ciertas cosas que prefieres y otras que se quedan en la vida y que nunca llegarán a ser reflejadas en una conciencia escrita».
«Te invito a cenar… y te cuento cosas». Así comienza esta entrevista. Así es Guada. Su palabra es punzante, es en acto. No es barroca, como a veces le sucede a la que suscribe. No tiene adornos. Pero en ella se aguarda el acontecimiento «te cuento cosas». Se abre el mundo. En esas cosas está lo que la palabra debe nombrar, debe custodiar. Y la espera se hace esperanza.
Llega el día. He sido elegida para acompañar al alumbramiento de Enredada en azul, el segundo diario de Guadalupe Arbona, profesora de literatura en la Universidad Complutense de Madrid y directora de la colección literaria de Ediciones Encuentro. Elegida como se es elegida para las cosas buenas y bellas, no merecidamente, mi CV no alcanza a ello. Simplemente porque sí, por amistad, porque el amigo es bueno y te prefiere. Llego por tanto rebosante de agradecimiento y expectación, lo único que puede estar a la altura.
Enredada en azul
Guadalupe Arbona
Ediciones Encuentro
292 págs.
21€
Guadalupe acoge las palabras de cada uno, asiente y se abruma. Agradece y nos lee algunas entradas de su segundo diario, porque esta madre de cuatro, y abuela de un alma recién estrenada, sabe sobre todo contar, narrar la vida, alumbrar la existencia.
Pregunta: ¿Por qué escribir un diario?
Respuesta: Escribo porque, como decía mi maestro José Jiménez Lozano, la escritura de un diario es como un acta notarial de la experiencia, y la experiencia es un darse cuenta de lo que sucede y alimentarse de ello. Es una especie de dar fe, de hacer cuentas con el impacto que tengo de las cosas, con lo que producen en mí, y generalmente son cosas que me hacen crecer, aunque sean dolorosas; uno toma mayor conciencia de lo que contienen y de lo que están llamadas a ser. Este verbo que he dicho al principio, el darse cuenta de las cosas, es muy importante. Parece una bobada, pero las palabras te permiten arrancar una conciencia de las cosas. Las cosas están ahí, tú no las haces, no las fabricas. Pero sí tienes la llamada o la provocación para ser consciente de ellas. Y con las palabras, en cierto modo, yo me apropio de ellas, las hago mías, las transformo dentro.
Pregunta: ¿Qué valor tiene la vida, y con esto me refiero a lo que sucede cotidianamente en la vida, para que merezca la pena ser rescatado con la palabra, ser registrado?
Respuesta: La realidad es amplia, es basta, es enorme, está llena de solicitaciones muy poderosas, de dolores, de alegrías, de tristezas, de impactos. Y toda esa realidad, en todas esas cosas que he ido enumerando, hay siempre un factor que a mí me interesa muchísimo y que intento, en cierto modo, arrebatar a las cosas y conocerlo más. Me intriga, me llena de curiosidad, me arrastra, me mueve afectivamente. Es eso que llamaba Thomas Mann el misterio que hay detrás de cada cosa y que da calor a la historia de los hombres, que da calor a mi propia historia.
Yo nunca pensé que era escritora. Pensé siempre que mi vocación era poner peana a los escritores, como se hace con los santos, que tienen una base para que estén más altos en las iglesias y se pueda ver mejor su bellezaGuadalupe Arbona
P.: ¿Cómo se elige lo que contar? ¿O eres elegido por ello de alguna manera?
R.: Hay una anécdota que siempre cuento sobre esto. A veces amigos o familiares me dicen «anda, esto lo contarás en tu dietario, escribirás sobre esto». y yo pienso para mis adentros «esto no ha solicitado nada en mí, no me ha interesado». Sin embargo, hay otras cosas que las ves o las vives o las aprecias o las aborreces. Porque también hay veces que escribo sobre cosas que no me resultan agradables, esto solicita todo mi yo, sobre esto tengo que escribir. Es decir, que en la escritura de un diario se establece una dinámica de la preferencia, hay ciertas cosas que prefieres y otras que se quedan en la vida y que nunca llegarán a ser reflejadas en una conciencia escrita, en una transcripción, en un dietario como del que estamos hablando. Sino que quedaran ahí para ser recogidos al final de los tiempos. Hay una dinámica de la preferencia que está movida por un elemento misterioso.
P.: ¿Qué diferencia hay entre tu primer diario, Puerta Principal, y Enredada en azul?
R.: Veo una continuidad muy grande entre Puerta Principal y Enredada en azul -dice con unos grandes ojos del color de su diario que hablan cuando calla la palabra para escoger bien la siguiente-. Quizá lo llamativo del primero fue que se desató algo en mí que no he podido parar de hacer desde entonces y que es escribir sobre esas cosas que llaman mi atención. Desde entonces no he dejado de hacerlo. Es verdad que Puerta Principal nació con la enfermedad o, mejor, la enfermedad me puso en una situación en cierto modo extraordinaria y vertiginosa que me ayudó a mirar las cosas de una manera diferente. Pero abrió una espita, es como si se hubiera activado un mecanismo que ya no he podido frenar. Tal vez Enredada en azul es un dietario más literario, donde han predominado un poco las lecturas y, sin embargo, en Puerta Principal había más observación de la naturaleza porque yo estaba en una situación diferente. Leía menos por la enfermedad, por el desgaste físico y, sin embargo, me alimentaba más de mirar por la ventana, de ver el pasar de las estaciones o el de los pájaros o el de los niños jugando. Es decir, tenía aparentemente una actitud más de espera, más pasiva, de recepción de lo que ocurría alrededor. Y en este segundo diario he vuelto a la vida corriente, a las clases, a la lectura, a la escritura y eso también se ve reflejado en estas páginas.
La literatura solo es rica porque responde a la vida, porque tiene mucha vida dentro; puede ser vida imaginada, vida levantada, pero es vida y la separación entre bios y logos es de una artificialidad que acaba cansando a los lectores, como es lógicoGuadalupe Arbona
P.: ¿Qué valor existencial y epistemológico tiene narrarse a uno mismo, hacer un relato de la propia vida?
R.: Déjame que te haga una pequeña introducción para responder a esta pregunta -surge la Guada maestra que siempre está latente, como caridad, para iluminar las posibilidades de la razón-. Desde la literatura de vanguardia, y se ha ido acentuando en los últimos tiempos, se ha producido una escisión entre bios y logos. Parecía que para dedicarse a la palabra había que torturar la vida o había que dejarla al margen, porque el arte debía estar en otra esfera. El artista crea, se repite como cosa aceptada por todos. Casi es una herejía decir que la literatura da fe de algo ocurrido. Y, sin embargo, yo creo que el diario lo que hace es recuperar la vida; eso sí, desde la visión y la percepción de un sujeto particular. Afortunadamente, hoy hay grandes diaristas en nuestra literatura española. Se ha vuelto a mirar a la vida y a contarla con palabras y eso es una gran cosa. Ahora que escribo no solamente textos biográficos sino también textos de ficción, me doy cuenta de que la literatura solo es rica porque responde a la vida, porque tiene mucha vida dentro; puede ser vida imaginada, vida levantada, pero es vida y la separación entre bios y logos es de una artificialidad que acaba cansando a los lectores, como es lógico. Una de las obras que mejor y más lúcidamente considera la narración del yo es de María Zambrano. Lo hace en un librito que se titula La confesión: género literario, en él intercepta esta escisión en la cultura y el pensamiento entre lo que ella llama verdad y vida. La verdad humilla la vida y la vida no deja espacio a la verdad. Esta división solo puede resolverse, es decir, estrechar colaboraciones y vencer lejanías a través de un género como la confesión. Y, claro, el origen está en el primero que lo hizo: Agustín de Hipona. Él reúne en sus confesiones sabiduría y existencia. O, dicho en otros términos, más acordes con tu pregunta: se busca con el relato hallar el sentido del vivir.
P.: Comienzas como escritora precisamente con Puerta Principal, pero entiendo que de alguna manera la escritora ya vivía en tí ¿es así? ¿cómo la descubres?
R.: Yo nunca pensé que era escritora. Pensé siempre que mi vocación era poner peana a los escritores, como se hace con los santos, que tienen una base para que estén más altos en las iglesias y se pueda ver mejor su belleza. Es decir, señalar aquellos aspectos positivos de los libros que yo leía, de los libros que me llamaban la atención. Además, me había formado con instrumentos críticos para poder señalar precisamente la bondad de la escritura. Y empezar a escribir no fue una cosa premeditada, sino que sucedió como un regalo, como un regalo inesperado. Comencé a recoger notas en unas páginas y cuando empezaron a abultar se las di a leer a un amigo. Me dijo ¿por qué no lo publicas? No respondí en ese momento. Lo que hice fue releerlas y cuando comprobé que había entradas que se me daban como si fuesen nuevas, es decir, que no me parecían mías, decidí publicarlas.
Yo nunca he sido partidaria de entablar una batalla contra libros que no digan nada o contra libros que no tengan el contenido que a mí me parecía interesanteGuadalupe Arbona
P.: Eres profesora de literatura en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense, estás casada con un periodista y escritor… podemos decir que el alimento que más nutre en vuestra casa es la palabra… pero ¿a estas alturas la palabra puede seguir nombrando, puede significar algo, puede salvar?
R.: Como bien dices, la palabra o nombra o no es nada, no existe, desaparece, porque la palabra es precisamente el hecho de nombrar las cosas. Lo que esta sucediendo en nuestra sociedad es que las palabras se utilizan para cambiar la realidad y esto es un uso malicioso, casi diría perverso, porque se utiliza como instrumento de poder. Pero la palabra es precisamente para que la realidad en toda su riqueza se manifieste. Otra cosa que da mucha pena es ver que se ha reducido el uso de las palabras y que ya no hay matices en el lenguaje, que el número de palabras que utiliza un hablante cada vez es menor a causa de que también se va reduciendo la profundidad de la experiencia y su riqueza.
P.: ¿Qué es la literatura? ¿Por qué merece la pena enseñarla en una universidad y por qué es necesaria para seguir siendo educados
R.: Leer es una cosa muy seria y uno se da cuenta cuando está leyendo de verdad, cuando una historia le toca hasta el fondo, le hace vibrar, le hace percibir el mundo de una manera diferente, lo enfada, lo cambia, nota que está sucediendo algo a través de un personaje, un espacio, un tiempo, una situación determinada y eso es a lo que hay que obedecer, es decir, hay que ser leal con lo que producen los libros en uno mismo y a partir de ahí señalarlo a amigos, alumnos, estudiantes, hijos… Esa es nuestra responsabilidad. Yo nunca he sido partidaria de entablar una batalla contra libros que no digan nada o contra libros que no tengan el contenido que a mí me parecía interesante, sino que he señalado aquellos que verdaderamente me parecían libros, me parecían literatura, me parecía que contaban una historia que agrandaba la experiencia.
Tengo muchos proyectos. Más de los que puedo realizar, porque mi sueño es encontrar el hueco durante el día para poder seguir escribiendoGuadalupe Arbona
P.: ¿Qué autores puedes considerar amigos, maestros, alimento y referencia en tu carrera y en tu vida?
R.: Con esta pregunta me podría pasar horas. Digo algunos de mis favoritos. A Cervantes siempre vuelvo, siempre vuelvo porque es volver a nombrar el mundo con él. Su lengua es la lengua recién nacida, una lengua que se estrena y está llena de frescura, es el castellano transparente que nombra las cosas. Y luego Cervantes devuelve una dignidad a quien lo lee enorme, porque sus personajes no triunfan, son personajes necesarios para los superhombres y mujeres del siglo XXI, que nos creemos invulnerables, o que escondemos nuestra debilidad. El Quijote es un personaje que fracasa, pero, sin embargo, en su fracaso está toda su grandeza y toda su sabiduría, en la manera que tiene de mirarla cada vez que cae y vuelve a levantarse, en la manera en que se encuentra con todos los personajes que aparecen en ese microcosmos que es La Mancha o ese cosmos enorme que es La Mancha. Mira las cosas desde su debilidad y por eso necesita las cosas entorno, que lo completen, que digan más de sí que él mismo.
Con Antonio Machado y con José Ángel González Sainz, que es en cierto modo su discípulo, aprendo a mirar. Con ellos aprendo a mirar la tarde, a mirar la fuente, a mirar el río y el manantial, a ver cuando los ojos se cierran o cuando los ojos se abren.
Con Jesús Carrasco, que es también buen amigo, aprendo los secretos del vivir, que a veces son secretos dolorosos y que hay que descubrir con sufrimiento; también la belleza de las cosas entorno, el compromiso con ellas, con las cosas sencillas.
Con el genio de Flannery O’Connor descubro el sentido cómico, por un lado, y, por otro, esa extravagante irrupción del misterio en situaciones inauditas, aparte de una magistral técnica para construir los relatos que siempre me deja turulata. Flannery O’Connor siempre me ha acompañado, desde mi primer encuentro con ella que me produjo una especie de… no sé cómo decirlo… me movió, me movió todo, me desconcertó, me escandalizó, pero desde entonces siempre me ha estado acompañando.
Y con ella entran otros americanos que me han gustado, además de escritores rusos que también me acompañan, especialmente Dostoievski, en esa profundidad existencial que ilumina muchas cosas del vivir, que a veces no nos atrevemos a mirar y que él mira a la cara y descubre llegando hasta lo más profundo… Pero bueno, no pararía… Me quedo aquí.
P.: Y ahora tú como referente y escritora, ¿puedes compartir con nosotros algún proyecto en el que podamos seguir contando contigo como referencia nuestra?
R.: Tengo muchos proyectos. Más de los que puedo realizar, porque mi sueño es encontrar el hueco durante el día para poder seguir escribiendo. Ahora el proyecto que tengo, además de seguir consignando cosas en mi diario, es publicar una novela corta que me ha ocupado los dos últimos años. Era un cuento inicialmente que se ha convertido en una novela que recrea un pasaje de la Biblia y a partir de ahí lo relaciono o lo traigo hasta el presente. Y luego tengo otra colección de cuentos. La verdad es que el salto también es misterioso o extraño, ver cómo pasas de la escritura del dietario, que tiene al yo o al observador o al que vive las cosas como principal protagonista, a ver que de repente se te van apareciendo personajes o situaciones que piden ser narradas que me gritan su existencia. Y eso es en lo que estoy ahora, en ese salto que espero poder dar. Es una vocación tardía la mía, pero no me la pudo quitar de encima, así que seguiré dando la lata. Gracias.
El mismo ‘gracias’ que sentimos nosotros al escuchar que seguirá, porque estamos sedientos de maestros que nos enseñen a mirar aquello que sostiene el mundo, tan cercano, que se halla tan adentro.
Un encuentro para leer a Jiménez Lozano, para hablar de él, para conocer su escritura. Pero termina siendo un encuentro para hacer memoria del hombre que fue don José.
Lo sagrado, o mejor dicho, lo santo, ya no tiene cabida en nuestro modelo de entender el mundo. La restricción por el protocolo COVID en los ritos funerarios indica cuán poquito nos importa la herida del alma y cuánto la del cuerpo, y la del bolsillo.