David Vicente Casado | 24 de septiembre de 2019
Desde los años 90, Grégoire Ahongbonon lleva salvando la vida a los enfermos mentales en África, donde son concebidos como una vergüenza para la sociedad.
«En Africa no existe la Seguridad Social y, por tanto, si tú no tienes dinero, no hay tratamiento para ti.»
«Mi sueño es que la humanidad tome conciencia ante esta vergüenza»
Los enfermos mentales en África representan una vergüenza para la sociedad en general y para algunas familias en particular. Muchos acaban siendo abandonados. Grégoire Ahongbonon(Benín, 1953) era un exitoso reparador de neumáticos. Ganó tanto dinero que a los 23 años aglutinaba una gran fortuna que le permitió adquirir hasta cuatro coches. Pero, de repente, un inesperado revés le hizo perderlo todo, hasta la fe. Tan solo su mujer y sus hijos se quedaron a su lado. Esta fatalidad le hizo, incluso, plantearse el suicidio, pero un viaje de peregrinación a Jerusalén le cambió la vida. Una vida que merece ser contada y que Ediciones Encuentro recoge en un libro titulado Grégoire, cuando la fe rompe cadenas.
Grégoire, cuando la fe rompe las cadenas
Rodolfo Casadei
Ediciones Encuentro
162 págs.
17,50€ |
Desde hace 25 años, Grégoire Ahongbonon se dedica a ayudar a los enfermos mentales en África gracias a su asociación San Camilo de Lellis. Les da medicamentos, comida, y se encarga de reinsertarlos en la sociedad. Los propios enfermos, una vez curados, son los encargados de dirigir los propios centros. Acumula más de 60.000 reinserciones y acoge a más de 1.300 personas en sus nueve centros, que aglutina enfermos, desde esquizofrénicos graves a simples epilépticos. Hombres, mujeres y niños a los que encadenan a los árboles, algunos incluso sufren maltratos físicos.
Junto a ellos, la impresionante historia de un hombre llamado Grégoire Ahongbonon, alguien que, sin ningún conocimiento de medicina, ayuda a ‘los olvidados de los olvidados’. Aquel que donde otros ven a enfermos peligrosos, él ve a seres humanos que tan solo necesitan amor y confianza.
David Vicente: Usted lleva desde los años 90 ayudando a ‘los olvidados de los olvidados’, ¿cómo un reparador de neumáticos acaba acogiendo a los más necesitados?
Grégoire Ahongbonon: Porque yo fui uno de ellos. Tuve la suerte de ganar mucho dinero gracias a mi empleo como reparador de neumáticos. Con 23 años gané tanto dinero que pude comprarme cuatro coches, que los destiné al negocio del taxi. Dios siempre fue mi referencia, pero abandoné a Dios y a la Iglesia y, en poco tiempo, lo perdí todo. Y cuando esto ocurrió, todo el mundo me abandonó. Tan solo se quedaron a mi lado mi mujer y mis dos hijos. Estuve tan mal que me planteé el suicidio. Sin embargo, conocí a un sacerdote que organizó un peregrinaje a Jerusalén. Él pagó mi billete y allí de nuevo recuperé mi fe. Entendí que la Iglesia no es algo solo para religiosos.
Luego llegó la década de los 90, y me topé con la realidad de los enfermos mentales en África. Un grupo de hombres, mujeres y niños, atados a los árboles. Allí se les concibe como personas poseídas por el demonio. Es algo atroz
David Vicente: ¿Por qué se fijó en ellos?
Grégoire Ahongbonon: Fue con el deseo de buscar a Jesús en los pobres. Corría el año 94, cuando yo vi a uno de esos enfermos mentales desnudos. Siempre había visto eso, pero aquel día me paré y empecé a observar a este enfermo. Estaba totalmente desnudo y rebuscando en la basura. Mientras le miraba me decía a mí mismo: “Voy buscando a Jesús en las iglesias, pero ahora mismo es Él el que está sufriendo dentro de esta persona”. Me dije a mí mismo: “me da miedo”, pero una voz interna me dijo: “si consideras que a través de esta persona se manifiesta Jesús, ¿por qué temer?”.
El primer enfermo con el que me encontré se llamaba Koukau, tenía las piernas podridas por las cadenas. Fue el caso que más me marcóGrégoire Ahongbonon
David Vicente: ¿Qué sintió al ver la atrocidad de un hombre encadenado por primera vez?
Grégoire Ahongbonon: Fue muy duro para mí. Fue increíble. Me encontré con un joven que estaba como Jesús en su cruz, acostado en el suelo, con los dos pies anclados en un tronco y los dos brazos atados con alambre. Su piel estaba totalmente podrida. Yo no estaba preparado para ver una cosa así. Me quedé muy tocado, pero no quise abandonar. Sentí un pellizco en mi interior que me hizo querer luchar contra esta lacra
David Vicente: ¿Recuerda su nombre?
Grégoire Ahongbonon: Sí, como olvidarlo. Se llamaba Koukaou y se encontraba en un pequeño pueblo de Bouaké. Cuando llegamos no pudimos cortarle los hierros. Al intentarlo, se le clavaban cada vez más en su carne. Como te decía antes, estaba muy podrido. Volví al día siguiente y mediante unos alicates conseguimos liberarlo. Nos lo llevamos al centro para lavarle. Al acabar, me dijo: “No sé cómo darle las gracias. No sé qué es lo que hice para que mis padres me trataran así”. Poco tiempo después, él murió, pero esto que ocurrió nos marcó tanto, que comenzamos a visitar los poblados.
D.V.: ¿Fue el caso que más le marcó?
G.A.: Sí, este fue el caso más duro que me he encontrado. Veo casos muy dolorosos todos los días, pero ya no me sorprenden. Esto es muy muy duro, pero al menos ahora ya estoy preparado para encontrarme ante imágenes tan duras. Ahora se lo que el hombre es capaz de hacer.
A los enfermos mentales podéis darle todo tipo de medicación, si no hay amor ni confianza, es muy difícilGrégoire Ahongbonon
D.V.: Y todo ello, sin tener usted conocimientos de medicina
G.A.: Efectívamente, yo no sé nada de medicina, ni siquiera he estudiado la enseñanza básica. Pero yo siempre digo lo siguiente: “A los enfermos mentales podéis darle todo tipo de medicación, si no hay amor ni confianza, es muy difícil”.
D.V.: ¿Qué papel juegan las sectas con estos enfermos?
G.A.: Esto es más duro todavía, si cabe. En África hay muchas. Ven el diablo en la cara de los enfermos mentales y los maltratan de una forma atroz. Los encandenan a los árboles, desnudos ante las inclemencias del tiempo. Da igual que haga frío, calor o llueva. Y todo esto, lo hacen sin que el Gobierno haga nada, porque apenas hay hospitales psiquiátricos. Me encontré con un caso de una chica que llevaba 9 años encadenada.
D.V.: ¿Y las familias de estos enfermos?
G.A.: Es un gran sufrimiento para ellos, tienen un gran dolor y no saben qué hacer. En África no existe la Seguridad Social y, por tanto, si tú no tienes dinero, no hay tratamiento para ti. No te van a querer curar. Hasta tal punto llega el abandono en los propios hospitales, que también encadenan a los enfermos mentales.
D.V.: ¿No hay hospitales psquiátricos en África?
G.A.: Hay muy pocos. En Costa de Marfil, con una superficie similar a la de Italia, tan solo hay dos. En Benín, de donde yo soy, solo hay uno, e incluso, hay países en África donde tan solo existe un psiquiatra para todo el país. Es la última preocupación de nuestras autoridades
D.V.: Tras más de 30 años ayudando a los más necesitados a través de su asociación San Camilo de Lellis, ¿qué balance hace de la situación?
G.A.: Hemos hecho muchas cosas. Actualmentente, contamos con 12 centros de acogida y 9 centros de reinserción, pero no es más que una gota de agua en el desierto. Las miles de personas que siguen padeciendo ese sufrimiento es lo que realmente provoca mi dolor.
Si tuviéramos más medios podríamos hacer mucho más. Lo más importante es tratarles como personas humanas. Te voy a poner un ejemplo: Llegué a un poblado junto a un enfermero para atender a un enfermo mental. Lo primero que les dije fue que lo dejaran tranquilo. Me llevé al enfermo, lo metí en el coche y al llegar al centro llamé a mis compañeros y les pedí que lo lavaran, le dieran algo de ropa y comida. El enfermero miró atónito la situación y me dijo: ”Señor, no entiendo nada, a nosotros no nos formaron para esto, no nos dieron esta formación. A nosotros nos han formado para que ante un enfermo peligroso le pongamos un montón de inyecciones para calmarle”. Y yo le pregunté: «¿De verdad necesita eso? ¿Qué cosa peligrosa ha hecho? “.
Hay que cambiar la formación, porque los enfermos son personas humanas.
D.V.: ¿Quién le ayuda a usted en su proyecto humanitario?
G.A.: La mayoría son los propios enfermos, los que una vez recuperados vienen a ayudar y se convierten en los directores de los centros, y muchos de ellos lo hacen gratis porque no tenemos dinero para pagarles. Cuando se recuperan, los mandamos a la escuela y obtienen su diploma de enfermero. Van a la calle a buscar enfermos, van a los pueblos a quitar las cadenas…
D.V.: El ejemplo palpable de la reinserción
G.A.: Sí, sin ninguna duda. Son hombres, ¿por qué separarles del trabajo? Ahí está la confianza. Amar a alguien es confiar en él. La primera medicina del cerebro es el trabajo.
En todos los lugares donde hemos construido centros, ya nadie encadena a los enfermos.Grégoire Ahongbonon
D.V.:¿Qué importancia tiene la fe en su día a día?
G.A.: Yo sin la fe no puedo vivir lo que estoy viviendo. Sin la ayuda de Dios no podría hacer nada. Imagínate, alguien que nunca estudió y que nunca había visto a ningún enfermo. ¿Dónde nace el origen de esta historia? Es Dios el que ha visto el sufrimiento de estos enfermos y vino a mí para que los ayudara. El que no crea, si no ve esto, no puede entenderlo
D.V.: ¿Cómo se puede erradicar esta situación?
G.A.: Hay una solución y es poder llegar a multiplicar los centros. Darles a esos enfermos una oportunidad. Ellos están dispuestos a ayudarse los unos a los otros. Por eso, tenemos que ayudarles a construir centros donde se les pueda considerar hombres, donde se les pueda querer como hombres. Es lo único que piden. En todos los lugares donde hemos construido centros, ya nadie encadena a los enfermos
D.V.: ¿Cuál es el próximo objetivo de su fundación?
G.A.: Poder construir la mayor cantidad de centros posibles. Es lo único que quiero. De la comida y los medicamentos ya nos encargamos nosotros.
D.V.: ¿Cuál es su sueño?
G.A.: Mi sueño es que la humanidad tome conciencia porque es nuestra imagen la que está en juego.