Fernando Bonete & Hilda García | 24 de octubre de 2020
Enrique Redel es el fundador de Impedimenta, una editorial nacida en 2007 con el propósito de ofrecer obras atemporales que acompañen al lector y sean su bagaje. «Hay libros que van con nosotros toda nuestra vida, que te hacen sentir seguro, que te hacen como persona», explica.
Siempre se recuerda rodeado de libros, leyendo o contando historias. Con ocho años, Enrique Redel ya era, en cierto modo, editor, pues transformaba el talento ajeno en capital.
Tras un paréntesis en el mundo del derecho, en 2007 fundó Impedimenta, un proyecto que contó con la aportación de su mujer, Pilar Adón. Con un cuidado diseño, sus publicaciones, dedicadas en su mayor parte a la novela gráfica, se distribuyen también en América.
Aficionado al cómic, para Redel el libro es un «artefacto perfecto». Prefiere las obras genuinas, aquellas que llegan a la cabeza y al corazón y ofrecen un punto de vista interesante como lector cultural.
Pregunta: Conversamos en el marco de una serie de entrevistas con editores, y como tal, queremos empezar por lo esencial: ¿qué es un editor?
Respuesta: Es un oficio, y no me gusta hablar tanto de profesión, porque un oficio implica saber de diversas cuestiones que son muy artesanales. Es un oficio que implica seleccionar, de entre todos los libros disponibles que hay en el mundo, aquellos que cree que son recomendables para un lector al que cree conocer. El editor es un mediador, un recomendador privilegiado, si se quiere.
Pregunta: ¿Y qué hay de la relevancia social del editor en estos momentos?
Respuesta: El editor es una figura invisible. Quedarán los autores y nadie se acordará de nosotros, pero frente al ruido indiscriminado de propuestas literarias siempre tiene que haber alguien que establezca un criterio. Establecer ese criterio tiene un riesgo, porque yo como editor me juego mi dinero, invierto y apuesto por títulos y autores concretos. Esta labor de filtro es esencial. De otro modo, ningún lector sabría a qué atenerse a la hora de elegir.
Pregunta: Otra figura crucial en ese proceso de filtrar títulos y autores son los libreros. Antes de la pandemia poníamos en duda su supervivencia. Ahora, con las restricciones a la movilidad del confinamiento, ¿están abocados a desaparecer?
Respuesta: No, estoy convencido de que sobrevivirán. Además, observando la respuesta de los lectores durante la pandemia, creo que las propuestas maximalistas, de grandes superficies y selecciones poco estrictas lo están pasando peor que aquellas pequeñas librerías independientes donde no hace falta que busques mucho, porque ya tienes un librero o librera que te está recomendando.
Frente a las noticias de que desaparecen muchas librerías, la verdadera noticia es que están abriendo muchas buenas librerías. Hay muchos sitios con una vocación de selección que siguen transmitiendo la energía del autor al lector. Creo que el lector, cansado de entretenimientos vanos, se dirige al libro como refugio durante estos días difíciles.
Frente a las noticias de que desaparecen muchas librerías, la verdadera noticia es que están abriendo muchas buenas librerías
P.: Hace trece años que fundó Impedimenta. Procedía del mundo del derecho. ¿Qué lo empuja a dejar lo que hacía y crear una editorial?
R.: En realidad, cuando cambié de rumbo fue cuando me metí en derecho. De niño me dedicaba a copiar poemas, pedía a mi padre dinero para bajar al pueblo donde veraneábamos y fotocopiar esos folios, y los vendía. Yo con ocho años ya era editor. En cierto modo, hacía lo que hace un editor, que es transformar el talento ajeno en capital.
Con dieciocho años me dijeron de estudiar Derecho, por aquello de que tenía futuro, y durante diez años me dediqué a ello, aunque no me gustaba nada. A los treinta volví al mundo editorial, que es algo en lo que me desenvuelvo de forma intuitiva. Es verdad que el derecho me ordenó la mente y me ayudó a ser sistemático, pero lo mío siempre ha sido la gestión cultural, el tratamiento de los textos, explorar de qué manera pueden llegar a los lectores, cómo adornarlos para poder llegar a ellos… El derecho fue un paréntesis.
P.: ‘Impedimenta’ significa ‘obstáculo’ en latín. ¿Por qué ese nombre?
R.: De lo poco que me gustó en derecho fue el Derecho Romano. La impedimenta me pareció un símbolo importante, porque viene del bagaje que llevaban los legionarios a la batalla. Ese bagaje hacía que fueran más lentos, pero también más seguros. Todo lo que llevaban en su mochila era fundamental.
Cuando nos mudamos, lo que más pesa son los libros, de suerte que casi siempre solemos dejar libros atrás, pero al mismo tiempo hay libros que van con nosotros toda nuestra vida, que te hacen sentir seguro, que te hacen como persona. Yo quería que Impedimenta fuera una editorial que hiciera ese tipo de libros, que fuesen atemporales, que te acompañasen y fueran tu bagaje como lector.
P.: Y detrás de Impedimenta, ¿quiénes son?
R.: La editorial nació en 2007 de mi aportación y de la aportación de mi mujer, Pilar Adón, que también es escritora y traductora. Por entonces ella no trabajaba en Impedimenta, y éramos yo y una becaria, en la calle Monte Esquinza. Poco a poco fuimos creciendo, y ahora mismo somos seis personas, con un local mucho mejor en la calle Juan Álvarez Mendizábal. Tenemos un diseñador, un responsable de administración, una editora, una responsable de prensa, y Pilar y yo llevamos la dirección literaria.
P.: Desde 2007 han pasado muchas cosas: una crisis económica tan solo un año después de comenzar su andadura, ahora una pandemia. ¿Cómo han afrontado estas dificultades?
R.: Mi respuesta puede parecer presuntuosa, pero a las editoriales de selección las crisis nos vienen bien en cierto modo. Por supuesto, toco madera para que no me toque de una forma personal, pero hemos comprobado que, cuanto peor están las cosas a nivel económico, más se refugia el lector en los libros con un cierto valor intrínseco. El núcleo duro de lectores en nuestro país se refugia en editoriales muy selectivas como la nuestra, quieren libros que funcionen, apuestas seguras. De forma paradójica, los mejores años de Impedimenta han sido los peores años de la crisis. Estos meses de pandemia nuestras ventas han aumentado.
La presencia del libro no cambiará, el libro es un artefacto perfecto
P.: ¿No han tenido que cancelar proyectos como consecuencia de la pandemia?
R.: La pandemia nos está obligando a reducir la oferta, pero creo que esto apoya mi idea de antes. Más vale ser selectivos que expansivos. Es un momento de seleccionar salvajemente lo que estamos publicando. De diez títulos que íbamos a publicar de septiembre a diciembre, nos hemos quedado en ocho. No es un descenso enorme, pero es un veinte por ciento. De los diecisiete títulos que íbamos a publicar de enero a junio, vamos a publicar catorce o quince. También vamos a reducir la tirada, no tanto por España, porque, como comentaba, estamos teniendo una respuesta muy favorable por parte de los lectores, como por América, donde ahora los países están paralizados y el mercado ha desaparecido.
P.: En esta distribución internacional, ¿no ayuda siquiera la pertenencia al grupo Contexto?
R.: Es verdad que vamos de la mano con Contexto en la exportación que hacemos a América. Solemos consultarnos mucho, interactuar juntos con las distribuidoras. Y la unión nos permite también tener gente contratada allí, algo que no podríamos hacer por sí solos. Pero en estos momentos es muy difícil vender, hay un perpetuo «marzo, abril y mayo», esa parálisis que vivimos en España hace unos meses. Las distribuidoras no hacen pedidos y el mercado está parado. Como nueva medida, sí estamos apostando por ediciones locales a precio local en Colombia y Argentina. Así, al menos, el poco tejido librero que quede activo puede beneficiarse de alguna manera, salvando el sobrecoste de la edición española que llega allí.
P.: ¿Habrá cambios en la temática y producción literaria a raíz de la pandemia?
R.: No te imaginas la cantidad de originales sobre la pandemia que recibimos diariamente, y todos cuentan lo mismo: «Este es el diario de los quince días de zozobra que yo pasé», «esto es un poemario que habla de los meses de encierro…», «he hecho un cómic…». El problema con esto es que son cosas que ya hemos vivido, ya nos lo sabemos. Salvo que alguien proponga un punto de vista diferente, no hay nada que publicar, porque no se cuenta nada nuevo. La memoria personal sobre la pandemia, el aquí y el ahora, no creo que funcione.
Sí hemos apostado por el concepto abstracto confinamiento con T. C. Boyle, autor norteamericano que analiza un hecho real de los años 90, bajo el título de Los Terranautas. Ocho científicos se metieron en una cúpula gigante en el desierto de Arizona para ver si era posible vivir de manera independiente y con tus propios recursos. Esa aproximación lateral al fenómeno sí nos ha parecido interesante, y nos parece que puede funcionar. Es decir, un análisis desde lo alto, ideas sobre quiénes somos. Los efectos colaterales de la pandemia me parecen bastante más interesantes que la narración del fenómeno en sí.
En cualquier caso, la presencia del libro no cambiará, el libro es un artefacto perfecto. Es muy difícil desterrarlo. Se demuestra fehacientemente que la gente sigue recurriendo al libro en papel, al libro de pasar hojas.
P.: Pero sí hay nuevas formas de lectura que están cogiendo fuerza, como el libro electrónico o el audiolibro. ¿Cómo ven desde Impedimenta esta realidad?
R.: Creo que el libro electrónico aporta cosas muy interesantes, como la inmediatez, o no tener que cargar con la famosa «impedimenta», pero te quita cierto disfrute con los libros. Tenemos una división de e-book donde está la práctica totalidad de nuestra colección, y nos da unos réditos razonables. También estamos apostando por el audiolibro. Pero nuestra apuesta no es electrónica, nuestro esfuerzo creativo va hacia el papel. El libro electrónico es un sucedáneo del libro en papel. Pasa por diferentes formatos, según evoluciona la tecnología. Sin embargo, el libro en papel nunca quedará obsoleto. El libro, las hojas encuadernadas donde pones letra, es imbatible.
Soy incapaz de leer un libro mal hecho. Es una cuestión de respeto hacia el autor y el lector
P.: En cuanto a formatos, parece que la oferta de libros ilustrados en Impedimenta crece sin parar. ¿Por qué este empeño por la novela gráfica?
R.: Si veis detrás de mí, tengo una colección de cómics muy grande. Siempre he sido lector de cómics, y cuando era adolescente probé a dibujarlos. Es un terreno que me encanta, la simbiosis entre lo visual y lo literario es un modo de expresión magnífico, y siempre tuve el empeño de editarlos en Impedimenta.
Es una apuesta de capricho, que no da mucho rédito y que en ocasiones provoca pérdidas, pero me ofrecen cosas de tanto talento en el circuito del cómic, de la novela gráfica y el libro ilustrado, que no puedo evitar publicarlas. De vez en cuando nos permitimos sacar libros que son muy bonitos, aunque no se vendan. Hay gente que es del Real Madrid y paga lo que sea por estar en la tribuna. Hay gente a la que le encanta bucear, y se gasta el dinero en irse a Tailandia a disfrutar. Nosotros publicamos cómics, y ahí lo dejamos.
P.: Parece que esta inclinación hacia la parte visual de la literatura se deja ver también en sus diseños. ¿Los libros se comen con los ojos?
R.: Yo es que soy un lector muy raro y no me compro un libro que sea feo. Por ejemplo, quería comprar Guerra y Paz de Tolstói y no encontraba una edición en condiciones. He hecho una cosa que es totalmente inédita: los libros que no me gusta cómo están maquetados, porque el interlineado está muy abierto o el tipo de letra no me gusta, los escaneo, los maqueto y los encuaderno. Soy incapaz de leer un libro mal hecho. Creo que también es una cuestión de respeto. El autor se ha tirado años puliendo un libro, el lector se gasta 20 o 25 euros. Lo mínimo que le podemos ofrecer es un objeto de alta calidad. Además, en la mesa de novedades tienes que llamar la atención de algún modo.
Hay libros para los que hemos estado semanas buscando la imagen perfecta. Y cuando por fin la encontramos, es como el éxtasis. Es el momento más feliz. Es como esos escritores que dicen «hasta que no tengo la primera frase del libro no empiezo», pues yo hasta que no tengo la imagen de portada no puedo ponerme a trabajar.
P.: Impedimenta es narrativa, es novela gráfica, ¿y qué hay de la poesía y del ensayo?
R.: Hemos hecho algo de ensayo, lo que pasa es que -creo que con buen criterio- no hemos creado una colección, sino que lo hemos metido dentro de la narrativa, o en una colección miscelánea a la que llamamos «Impedimenta», la de los marcos negros.
Y en cuanto a la poesía, tenemos a la espera los poemas de Cărtărescu. Antes de ser narrador, era un poeta excelente. De hecho, ya publicamos El Levante, que es en cierto modo un libro de poesía. Marian Ochoa de Eribe lleva dos años traduciendo su poesía selecta y estamos esperando para poder publicarla. Calculo que será en otoño de 2021. Creo que con eso abriremos también una línea en la que iremos recuperando poesía según vaya apareciendo y nos vaya interesando, al igual que con el cómic.
Muchas veces coincide tu gran apuesta editorial con tu gran fracaso
P.: Títulos que prometían, pero que no lograron el éxito esperado. ¿Han sufrido «desilusiones editoriales»?
R.: Constantemente. Estamos abonados al fracaso. Algunos de mis libros favoritos han sido absolutos fracasos. Os cuento varios. Probablemente el cómic que más me ha gustado de los que hemos publicado hasta ahora es la adaptación de Tristram Shandy de Sterne, por Martin Rowson. Lo compré en la feria de Londres, lo leí fascinado en una noche casi febril, es una auténtica maravilla y vendió 200 ejemplares. O sea, fatal.
Amor de Artur, de José Luis Méndez Ferrín, que es un gran autor gallego absolutamente increíble, lo lancé con gran alharaca, y también, 150 ejemplares. Un libro que se llama Diarios del agua de Roger Deakin, maravilloso. Es la historia de un tipo que se dedicaba a nadar en cualquier superficie, se metía en todos los charcos, se tiraba al mar y es creador del movimiento wild swimming, también 300 ejemplares. Muchas veces coincide tu gran apuesta con tu gran fracaso, otras aquel libro al que no le hiciste mucho caso, como El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, de Tatiana Tibuleac, de repente vende 15.000 ejemplares. Si uno supiera la receta, sería mucho más fácil.
P.: Contando con tanta narrativa extranjera, la labor del traductor, tantas veces invisibilizada, es fundamental. ¿Cómo seleccionan a sus traductores?
R.: Normalmente, les pasamos el texto antes, porque nos gusta que haya una cierta implicación por su parte. No nos gusta la traducción meramente por encargo. Para nosotros el traductor es fundamental, porque es la voz de lo que estás leyendo. Les damos mucha importancia. En nuestra página web viene la biografía del traductor, siempre viene en la portada, es casi coautor. Un porcentaje nada desdeñable de los libros que publica Impedimenta vienen por recomendación de los traductores. No son solo trabajadores a los que les hacemos encargos, sino también prescriptores o seleccionadores.
P.: Y de la forma al fondo… una de sus aspiraciones es «fabricar clásicos modernos». No podemos evitar pensar en autores consagrados como Mircea Cărtărescu o Maryse Condé, pero a los que cabría sumar otros más recientes, como el finalista del Pulitzer Hernán Díaz y su ópera prima, A lo lejos. ¿Qué canon siguen a la hora de escoger sus publicaciones?
R.: El tiempo es muy limitado, y cuando elijo libros como lector son libros que tienen cierta enjundia. Tengo que ver los homenajes dentro de ese libro, que es lo que te garantiza que es de enjundia literaria.
No me suelo fijar casi nunca en que ha ganado premios. Sin embargo, cuando veo que hay un libro en el que hay algo genuino, un punto de vista que me interesa como lector, me emociona e intento transmitir esa emoción al lector. Estos autores suelen tener una continuidad, es decir, que no suelen ser autores de una sola obra. Hernán Díaz es evidente que lo siguiente que escriba va a ser igual de bueno. O Maryse Condé, de la que a principios de año vamos a publicar un libro que se llama La deseada, es una autora que ya viene con una trayectoria brutal. Graeme Macrae, del que publicamos el libro Un plan sangriento, me parece un autor genuino, porque hace constantes homenajes a Simenon. Ahora le publicamos también una obra a principios de año.
Es decir, yo pienso muy pocas veces en el lector y mucho en mí como lector. No tengo tiempo para leer tonterías, quiero leer algo que realmente me emocione, me transporte y me satisfaga a mí como lector cultural, de cierto nivel. Tampoco quiero comerme el coco con teorías raras. Lo que quiero es que me llegue directamente a la cabeza y al corazón.
P.: ¿Y de los autores españoles? Ha expresado en más de una ocasión que les gustaría tener firmas de la talla de Pablo d’Ors, Eloy Tizón o Julián Rodríguez.
R.: Ojalá pudiera publicar a Ignacio Martínez de Pisón, o a Marta Sanz, o a Eloy Tizón… que, además, son amigos. Pero ellos tienen ya excelentes editoriales donde publican. Ojalá pudiera publicar a Sara Mesa, pero está en Anagrama y está muy bien. Mientras que los autores extranjeros son más disponibles, los españoles ya tienen su editorial.
De todas formas, Jon Bilbao está funcionando muy bien y con él vamos a seguir. Eduardo Berti también es un autor que nos interesa mucho. Publicamos cosas de Andrés Ibáñez en su momento. Si llega la oportunidad, la aprovechamos, pero con cierto equilibrio, porque luego sucede otra cosa, y es que el lector que se acerca a una librería y busca un libro de Impedimenta rara vez busca autores españoles, busca traducciones.
Pienso muy pocas veces en el lector y mucho en mí como lector
P.: Ha confesado que es un devorador de libros. ¿De dónde viene su afición y cómo influyó en ella su familia?
R.: Yo siempre me recuerdo leyendo o contando historias, no sé por qué. Mi familia es de clase media, mi madre es ama de casa, mi padre comercial, he ido a un colegio medio-bueno, pero siempre con muchos sacrificios. Siempre que había que hacer un regalo, me regalaban un libro. Me recuerdo rodeado de libros siempre. Creo que el ser humano tiene una curiosidad natural por las historias y a mí los libros siempre me sirvieron para aislarme y meterme dentro de ellos. He sido siempre muy visual y los tebeos de mi época me sirvieron. Era de los que tenían estos clásicos ilustrados de toda la vida, de Bruguera, y leía las viñetas en vez de leerme el libro. Para mí el libro ha sido siempre un objeto fascinante, no sé qué le he visto, pero de manera intuitiva y natural lo he tenido muy presente. Recuerdo que iba a la Feria del Libro y era un pesado, me quería comprar todo y me tenían que parar.
P.: ¿Qué significado tienen para usted las palabras ‘canon’ y ‘gusto’?
R.: El canon es casi como la voz de la tribu, son aquellos libros que nos definen. Esto lo explicó muy bien Cărtărescu, por ejemplo. Para él, Cervantes o Nabokov o Virginia Woolf o santa Teresa u otros autores son como órganos de su cuerpo. «Si me quitaran a Cervantes me moriría», dice, no seríamos quienes somos… O a Proust o a Joyce… Y no se estarían escribiendo las cosas que se escriben. Es decir, el canon es el basamento sobre el que nos subimos para poder seguir creando. Eso es el canon, al final.
Y el gusto me parece algo fundamental. Yo creo que el arte, en general, y la literatura, en particular, son un ámbito de libertad. A mí nadie en la vida me puede decir lo que tengo que leer, eso no lo soporto. En el colegio, sí, y agradezco con toda mi alma que me hayan obligado a leer El libro de Buen Amor, El conde Lucanor, y que me hayan obligado a aprenderme las Coplas por la muerte de su padre de Jorge Manrique. Yo no entendía nada, pero al final me ha hecho quien soy. Pero a una cierta edad nadie me puede decir «léete esto» o «léete lo otro». Y creo que el gusto literario es algo absolutamente personal, independiente y que me define. Mi gusto literario puede ser transmisible a una colectividad de lectores y por eso me dejo llevar. Si un libro, por bien que me lo vendan, no me gusta, no lo publico, no puedo recomendarlo. Y en esos dos pivotes, el canon y el gusto, es en los que baso mi criterio a la hora de publicar.
Fernando Bonete & Hilda García
Silvia Bardelás y Beatriz González son las fundadoras de De Conatus, editorial que en febrero de 2021 cumplirá tres años de vida. En este sello independiente, el libro no es un entretenimiento, sino una obra de arte que aumenta la conciencia del lector sobre el mundo y sobre sí mismo.
Fernando Bonete & Hilda García
Entrevista con Ricardo Franco, director de Nuevo Inicio. Esta editorial es un instrumento privilegiado para profundizar en lo que la Iglesia tiene que decir sobre las cuestiones más candentes.