Juan Orellana | 26 de marzo de 2021
La directora argentina presenta Yo niña, una película que considera «un retrato edulcorado» de su propia vida.
En marzo de 2019, se exhibió en el Festival de Málaga la ópera prima de la argentina Natural Arpajou, Yo niña, donde obtuvo el premio católico SIGNIS. Conocí a Natu en aquel momento, en el Hostel Príncipe Pío de Madrid, cuando ella hacía escala desde Málaga para retornar a Argentina. Yo no había visto la película, así que estuvimos hablando de las villas miseria de Buenos Aires, objeto de su siguiente película, y tratamos de ver si teníamos algún amigo común entre los curas villeros. El próximo miércoles, con el retraso pandémico, Yo niña llega por fin a las salas españolas y hemos aprovechado para volver a conversar, y plasmar aquí esa interesante charla.
La película es un relato autobiográfico en el que la cineasta recuerda -con suavizaciones y deliberados olvidos- su dura infancia. Sus padres eran unos hippies –hoy diríamos antisistemas- que rompieron con lo establecido y se fueron a vivir a una cabaña en medio de la naturaleza de la Patagonia, sin recursos ni ingresos. Como el buen salvaje de Rousseau. La protagonista -Armonía, trasunto de la directora- es una niña que trata de ser feliz en ese mundo precapitalista que sus padres han creado. Pero las cosas no funcionan. Ni para la salud, ni para la alimentación… Pero tampoco va bien la relación entre sus padres, y Armonía cada vez se siente más sola e infeliz. La película reproduce en un microcosmos una verdad histórica universal: cuando trata de imponerse una utopía, el resultado se traduce en una mayor infelicidad. A esto se llama ideología.
Pregunta: La película refleja un modo de vivir que en los tiempos de Mayo del 68 se propuso casi como lo más cercano al paraíso perdido. Sin ataduras, sin leyes impuestas, en armonía con la naturaleza, con amor libre… Pero la película también señala que a aquella utopía le faltaba algo que impedía alcanzar la felicidad. ¿Era un ideal ingenuo respecto al ser humano, obviaba el mal…? ¿Qué piensas de ello? En la película es evidente que la utopía no funcionó, y no por culpa «de los de fuera»…
Respuesta: El hippismo, como casi todo, llegó a Argentina de manera tardía y a mis padres más todavía. Amor libre, sexo, drogas… ¿qué más? Romper con lo establecido (esto último me suena tan bien…). El personaje de Lamothe en la película dice: «¿Quién dijo que tenemos que vivir bajo los preceptos que otra persona inventó?». Todo eso suena muy ideal. Pero ¿es posible? Mi vida fue un eterno peregrinaje, un ir y venir, un comer un día sí y otro no, ver cosas que no debía… porque no era tan chiquita. Esa vida no les resultó a mis padres, porque psicológicamente no estaban preparados ni para amar libremente y aceptar sus consecuencias, ni para vivir económicamente fuera del sistema capitalista. Los excesos y las flaquezas aparecían más que frecuentemente. Seguramente se divirtieron. Pero ¿y los hijos? ¿Los que no pudimos elegir? Quedamos atrapados en ese desconcierto, en ese desierto de certezas. Haciendo de padres de nuestros padres, entendiendo como podíamos ese furioso y mutante mundo. Hace muy poco recibí un mensaje muy lindo de una chica que había vivido en su pueblo algo parecido y me dijo: «Gracias por decir lo que es más fácil callarse». Y es que es muy difícil ir en contra de ese ideal que parece tan maravilloso y que tiene tópicos que incluso nosotros compartimos. Recibo mucha empatía por parte de los hijos de los llamados hippies de este país. Creo que esa vida tan idealizada no les funcionó a ellos porque no estaban preparados, y a los niños… a los niños no nos funcionó porque éramos niños.
Pregunta: Está claro que todo hombre tiene derecho a perseguir un ideal, pero no a cualquier precio. ¿Cuáles son las líneas rojas que no se deben pasar? Armonía, pero también sus padres, tienen que pagar un precio alto, pero la diferencia es que Armonía no ha podido elegirlo…
Respuesta: Todo hombre tiene derecho a buscar su ideal, su felicidad, pero la línea que no debe pasar es «El otro», sea quien sea: un hijo, un familiar, alguien a quien amas. Nada vale hacer daño. Porque, si no, se vuelve lo contrario a lo que se busca. Si ese ideal de paz y amor lastima a alguien, entonces ¿es realmente un ideal de amor y paz? Creo que hice esta película para exorcizar los fantasmas, para disminuir las cicatrices que quedaron de aquella vida que yo, o Armonía, no elegimos. Mucha gente me pregunta después de ver la película: ¿qué fue de esa niña? Creo que lo que fue es que tiene que hacer películas para intentar entender todas las grietas que hay en ella, en mí. La película es un retrato edulcorado de mi vida. Creo que fui cobarde en un punto. O muy valiente… ¿Pero acaso no es eso lo que hacemos los cineastas? ¿Tratar de buscar en nuestras películas las respuestas o, por lo menos, lograr formular las preguntas?
P.: En la película no juzgas a tus personajes, con los que es fácil empatizar, pero sí pareces juzgar ciertas decisiones de su vida. ¿Se podría decir que su error más grave es que amaron su ideal más que a ellos mismos?
R: ¡Qué bueno que no te parezca que se juzga a los personajes! Por eso decidí, en el último momento, modificar el guion y contarlo desde la mirada de una niña de siete años. Antes, el guion llegaba hasta la madurez de Armonía. Pero si ella ya era adulta debía tener alguna opinión sobre esa vida. Así que para no tener que juzgar, lo dejé en la niñez. De modo que sí, podría decirse que el error de los personajes es querer ese ideal, no importándoles cuál fuera el precio, en ellos o en los que los rodeaban. Eso se vuelve a contraponer con el «Amor y Paz».
P.: La película se distancia tanto de un capitalismo voraz como de una especie de anarquismo libertario. ¿Hay una tercera vía que haga la vida más humana?
R.: Creo que podría haber una vía, sí. Pero parece utópica. Ni hablar de ella viviendo en Sudamérica. Yo creo que un equilibrio es lo ideal. Mi utopía sería un mundo donde no hubiera desigualdad de ningún tipo. Ninguna imposición de deseo o ideología sobre el otro. Intentémoslo cada día… pero no sé… no lo creo… ¡Pero no por eso vamos a dejar de intentarlo!
P.: Yo niña tiene mucho de autobiográfico. Volver a la Patagonia ¿te ha obligado a reelaborar el relato de tu vida, tu propia narrativa?
R.: ¡Qué linda pregunta! ¡Sí, claro! Creo que el cine cuenta y nos cuenta. Hago cine para dialogar con el mundo y conmigo misma. En mi caso fue saldar una cuenta pendiente con esa niña que fui. La mujer que soy no es la misma que era antes de hacer la película. Como bien dices en la Patagonia… tuve que enfrentarme al pasado y a quien era yo arrastrando ese pasado. Hacerla, mostrarla, los feedbacks de los que hablaba antes… modificó todo en mí. Me volvió a narrar y ahora narro distinto.
P.: Armonía siempre mira al cielo y espera del cielo una redención que la saque de esa «prisión al aire libre». ¿Se podría decir que en cierto modo se siente huérfana, ya que sus padres no son capaces de entender lo que ella desea?
R.: Claro que se siente huérfana, invisible, solita… Ella, los que vivieron como ella, yo.
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