Pablo Ortiz Soto | 28 de septiembre de 2020
Fernando Arredondo edita en Rialp la antología poética de Joaquín Antonio Peñalosa, un autor que «vuelve su mirada amorosa sobre las cosas pequeñas de la naturaleza».
Todavía hay primavera. Todavía (Rialp), del poeta mexicano Joaquín Antonio Peñalosa (1921-1999), es un canto al asombro, un manantial de esperanza, una luz que ilumina el camino y alegra el alma: «Cantemos el himno de las cosas breves, / de las criaturillas que alcanzaron el último / soplo de Dios». Estos versos del poema Benedícite de las cosas pequeñas es el leitmotiv de su obra, una poesía que elogia la creación, invita a la gratitud, eleva a la plenitud lo insignificante y auxilia al hombre recordándole su condición primigenia de homo contemplativus.
Todavía hay primavera. Todavía
Joaquín Antonio Peñalosa
Rialp
178 págs.
18€
Sacerdote católico, profesor universitario, académico y fundador del orfanato El Hogar del Niño, de la ciudad San Luis Potosí, Peñalosa trazó una de las poéticas más enriquecedoras del siglo XX. La naturaleza, Dios y la vida urbana moderna son los tres temas clave que laten en su literatura. Una lírica religiosa con un lenguaje franciscano que alumbra y renueva al Dios ensombrecido del existencialismo moderno. Sus versos, cauces del Evangelio, transmiten la cercanía y el amor del mensaje original que dos mil años después se hace nuevo en cada hombre: «¡Busca tu paraíso / pequeño y cristalino que el Génesis te hizo!».
Los poemas rebosan viveza y sensibilidad y están tejidos por un elegante verso que capta con gran sencillez imágenes que subrayan la sacralidad de todo cuanto nos rodea: un caracol, una naranja, una campana, un rostro, un árbol, una muchacha, un nacimiento, los pájaros, las flores o la diversidad cultural son algunas de las cosas y criaturas que ennoblece. Pero también reflexiona sobre el mundo mecanizado, la deshumanización contemporánea, el medio ambiente y cuestiones existenciales como la búsqueda de Dios o la muerte: «Cuando Dios entre / ciérrame el arca y que el Amor navegue. (…) Dios besó al pecador en la mejilla, / y muerte no es morir si estoy contigo». Para el mexicano, todo es gracia —que diría Bernanos—.
El editor de esta antología, el granadino Fernando Arredondo, es uno de los mayores expertos en el autor latinoamericano y el protagonista de la entrevista de hoy. El libro es un regalo literario, una magnífica oportunidad para conocer la mirada de agradecimiento de un gran poeta que está en comunión con la visión adámica de otros literatos: E. Dickinson, Ch. Bobin, E. Sánchez Rosillo, J. Guillén, M. Basho, W. Szymborska, R. Walser, Li Bai, Bai Juyi, P. d’Ors o J. Montiel. En definitiva, tradición, modernidad y eternidad se conjugan en esta poesía que celebra la vida.
Pregunta: ¿Cómo descubrió a Peñalosa?
Respuesta: Fue en el despacho del catedrático de literatura Ángel Esteban, de la Universidad de Granada. Yo buscaba un autor para hacer una tesis, porque me gustaba la literatura hispanoamericana, y Ángel me propuso hacerla sobre Peñalosa. Él había escrito recientemente un artículo sobre el poeta mexicano, junto a Enrique Cadelo, que a su vez ambos lo conocieron a través de Miguel d’Ors, también profesor de la UGR. D’Ors descubrió al poeta, se cartearon y publicó una antología titulada Un pequeño inmenso amor. Entonces empecé a leer su poesía y me gustó su mirada positiva ante la vida.
Pregunta: En el prólogo de la antología, comenta que no le ha sido fácil encontrar los poemarios en nuestro país. ¿Por qué la obra de un poeta tan interesante no se ha publicado antes en alguna editorial española?
Respuesta: Yo creo que no se ha llegado a publicar más cosas en España porque su poesía es ortodoxa —desde el punto de vista doctrinal y de los contenidos que propone—, y la poesía actual española no va por esos derroteros. A no ser que encuentres algún entusiasta como ha pasado en mi caso y que la dé a conocer a gente que quizá sí pueda estar muy interesada en Peñalosa, pero que no lo sabe porque no lo conoce.
Por ejemplo, es lo que te ha pasado a ti y también al poeta Enrique García-Máiquez, que comenta esto en una reseña sobre Río paisano (Fundación Altair), el último libro de poesía del autor que publiqué póstumamente: «Sin desmerecer un ápice los cuadernos de poesía Númenor, hay que reconocer que el hecho en sí que se haya publicado el libro de Peñalosa en una colección pequeña es un síntoma de la sordera para la buena poesía en ambas orillas cuando esta no viene anunciada por un cierto bombo heterodoxo y extraliterario. La comparación con el nicaragüense Ernesto Cardenal, flamante candidato al eterno Premio Príncipe de Asturias, es odiosa y no quitamos mérito a los epigramas de Cardenal, ojo, sino que no se lo vemos menor a Peñalosa, quizá más poeta e igual de sacerdote, pero menos mediático».
P.: ¿En México es una figura conocida? ¿Y en la literatura latinoamericana?
R.: Sí, es una figura reconocida en la cultura mexicana, sobre todo en San Luis Potosí, un estado importante del país. Fuera de allí, la gente a la que le gusta la poesía sabe de su existencia. También es verdad que la sociedad en general lo conoce más por su faceta humorística que por la poética, ya que el último es un género menos popular. Peñalosa publicó varios libros de chistes que tuvieron mucho éxito en su día: Humor con agua bendita y su segunda parte, Más humor con menos agua bendita.
No obstante, era bastante conocido porque autores mexicanos de primera fila, como Efraín Huerta y Jaime Sabines, lo promocionaron con gran entusiasmo tras descubrir su literatura. El primero llega a afirmar que siente envidia por los poemas del libro Museo de cera y el segundo siente una gran sorpresa al leerlo, afirmando lo siguiente en una crítica: «¿De dónde sale usted? Está uno mal acostumbrado a una lista de nombres de la poesía mexicana que de pronto es la sorpresa, la palmada en la frente y el caer en la cuenta de la omisión imperdonable. Su poesía es un rico platillo de excepción. Uso la palabra intencionadamente porque su poesía se saborea, se degusta, se paladea con toda lentitud; es bien sabrosa y bien estimulante».
También lo conocían otras grandes figuras del ámbito hispanoamericano como Gabriela Mistral, Octavio Paz, José Emilio Pacheco o Concha Urquiza. Si no ha sido más conocido es porque él no tenía ningún interés en promocionarse, no se consideraba poeta, se consideraba sobre todo sacerdote. Estaba volcado en su labor sacerdotal, no en hacerse un nombre en el universo literario.
No se puede aplicar a Peñalosa la etiqueta ecologista tal y como se puede entender ahora mismo, con todos sus reduccionismos y carga ideológicaFernando Arredondo
P.: En las composiciones «Enterramiento de un azteca» y «Confesiones de una jícara azteca» resuena la cultura amerindia. ¿Cómo de importante es la influencia precolombina en la obra de Peñalosa?
R.: Es muy importante. La suya no es una poesía azteca, ni indígena, porque él no lo es; es católico y de padre español, pero sí que su mirada está muy empapada de la mirada indígena. Es decir, de la contemplación de la belleza natural. Hay tres símbolos clave en esta literatura: la flor, las aves y las piedras. Las aves y las flores son símbolos que utilizaban los aztecas como metáfora de muchas cosas, pero sobre todo de la propia poesía.
P.: Perdone, lo que comenta me recuerda a estos versos de un poema azteca, publicado por Ángel María Garibay en el libro Literatura de los aztecas: «¿Qué es la poesía? ¡Lo he comprendido al fin: oigo un canto; veo una flor: oh, que jamás se marchiten!». ¿Tiene relación con nuestro autor?
R.: Sí. Precisamente, en el seminario, Peñalosa recibe clases de este sacerdote, que como sabes también es un estudioso muy reconocido a nivel internacional por ser la primera autoridad en poesía escrita en náhuatl, una de las lenguas aztecas. Entonces, siguiendo con la idea anterior, por lo general en esta cultura el ave y la flor son sinónimos del acto poético, de la expresión de la belleza que existe en la naturaleza —a no ser que el texto exprese otra cosa, claro—. De alguna manera es una poesía divina, porque para ellos todo es creación de los dioses. Por tanto, en este sentido Peñalosa coincide con ellos, porque él ve en la naturaleza, sobre todo en los pájaros y en las flores que utiliza mucho en su lírica, como una impresión de la belleza de Dios que ha creado todo ese mundo. Por eso él vuelva su mirada amorosa sobre las cosas pequeñas de la naturaleza. De hecho, su primer poemario se llama Pájaros de la tarde, en el que se escucha el eco de los salmos y del indigenismo. Es decir, el cristianismo es su fuente de inspiración principal, pero también palpita de manera más sutil el indigenismo. Lo que se ve claramente cuando lees el anterior libro, o cualquier otra obra del autor, es su mente cristiana católica. La poesía peñalosiana es un diálogo con Dios, pero desde un punto de vista muy original: busca el sentimiento religioso primitivo. Intenta descubrir a Dios en las cosas que ha creado con una mirada adámica.
P.: Son pocos los autores con esta mirada de asombro. En el poema «Oración por los poetas» expresa lo siguiente refiriéndose a los primeros: «Dales la primera mirada de Adán cuando él solo / y su asombro se encontró en el mismo corazón de / las cosas bellas». ¿De dónde nace esta contemplación adámica del escritor?
R.: Desde pequeño, Peñalosa tuvo una formación cristiana y pronto irá al seminario menor tras descubrir su vocación sacerdotal, para más tarde ingresar en el mayor. Pero, a la vez, a él siempre le gustaba leer literatura. Conoce muy bien la literatura grecolatina y, de modo especial, le interesa el asombro virgiliano de las Geórgicas y las Bucólicas. También muestra interés por Cicerón, Horacio y otros autores clásicos. Además, conoce muy bien la literatura azteca y la literatura de tradición occidental. Al final, por un lado, la clave está en ese asombro que sienten los latinos y los indígenas ante las cosas de la naturaleza, ante lo pequeño, ante el brote de la vegetación en un campo, el canto de un canario, etc. Pero, como decía antes, el cristianismo es fundamental. El asombro también viene de ahí, de su vocación, de su humildad, de ver que todo lo que Dios ha creado es bueno. Él descubre belleza donde los demás podrían ver fealdad o que está defectuoso. Por eso es capaz de decir que un jorobado es de la noble estirpe de los camélidos o que un niño que está loco, en realidad, es una persona que se ha jubilado de ser hombre. Intenta ver siempre lo que hay de bueno en todo.
La primavera es una estación del año que actúa en todos los seres vivos renovándolos de alguna manera
P.: También resulta muy llamativo el aire franciscano que emana de su obra. Varios poemas cantan la belleza de lo insignificante, la humildad o el amor hacia la creación con unas metáforas muy elaboradas y preciosistas. Pienso, por ejemplo, en «Benedícite de las cosas pequeñas», en «Ejemplo del caracol en la santa pobreza» o en «Introito». ¿Es san Francisco de Asís una fuente de inspiración para el escritor?
R.: Sí, totalmente. De él se dice que es «franciscanismo poético», porque es verdad que entra dentro de una corriente de poesía que se fija en los animales, en la naturaleza, en las cosas pequeñas, en el hermanamiento con ellas. No es que las vea con cariño, es que él se siente su hermano. De hecho, hay una antología que se titula Hermana poesía.
No obstante, también hay influencia de san Ignacio de Loyola. Por ejemplo, el libro Ejercicios para las bestezuelas de Dios —incluido en la antología de Rialp— tiene un claro paralelismo con los Ejercicios espirituales del santo anterior. Aunque su poesía es franciscanista, justamente para esta obra sigue la misma estructura que los ejercicios de vida cristiana de san Ignacio. Por ejemplo, el aislamiento lo relaciona con los preludios del arca de Noé, la meditación sobre la pobreza él la refleja en la de un caracol o la que reflexiona sobre la muerte hace un paralelismo con las mariposas o los geranios. De manera que en esta obra tenemos dos claves: el franciscanismo que se fija en sus hermanos los animales y también a san Ignacio de Loyola en esa forma ascética de encontrarse con Dios. Una fusión de lo más original.
P.: A este respecto, otra de las claves es la naturaleza y su conservación. ¿Estamos ante una poesía ecologista, como apunta varias veces en la introducción de la antología, o más bien del cuidado de la casa común, como afirma el papa Francisco en su encíclica Laudato si?
R.: Evidentemente, no se puede aplicar a Peñalosa la etiqueta ecologista tal y como se puede entender ahora mismo, con todos sus reduccionismos y carga ideológica, en la que suelen entender al hombre como una especie de animal mal evolucionado que se aprovecha de las demás cosas y, por tanto, sobra del planeta. En la introducción, uso el término ecologismo en un sentido laxo, como sinónimo de ambientalismo, que conecta radicalmente con el cristianismo y, por supuesto, con la doctrina de distintos Papas de respeto y cuidado de toda la creación de Dios. Ese cuidado de la casa común está en Peñalosa. No dice directamente que haya que cuidarla, pero se ve que la estima, sugiere que hay que prestarle más atención, que hay muchas cosas que el hombre tiene que aprender del mundo. Este lo ha creado Dios para que nosotros nos criemos en él, para que crezcamos también interiormente. Si no, nos hubiera creado en otro planeta, en otras circunstancias. Él entiende que el hombre es muy importante. Ama la creación, pero también ama al ser humano.
El cristianismo es su fuente de inspiración principal, pero también palpita de manera más sutil el indigenismo
P.: Hay quien piensa que el asombro brota en personas que se aíslan del mundo. Sin embargo, Peñalosa entrelaza esa mirada con su día a día, poetizando con solemnidad el ordenador, el semáforo, la globalización, un videoclip, un reloj o un compact-disc. Es decir, no rechaza la modernidad, pero sí crítica sus vicios. ¿Qué le preocupaba de la sociedad contemporánea?
R.: Con la poetización de esos objetos modernos, lo que hace Peñalosa es hacerse eco de la manera de escribir poesía de su grupo poético influenciado por la cultura pop y lo citadino. Con las vanguardias, el arte dirige su mirada también a las cosas cotidianas, no solamente de la naturaleza, sino también del mundo industrial, del urbano, y en esto Peñalosa no es ajeno porque es hijo de su tiempo. Entonces, como nada humano le es ajeno, piensa que lo que hace el hombre también tiene que tener algo detrás que sea bello.
Pero, asimismo, por el pecado original, el hombre es un ser pecador y esto hace que haya un desequilibrio en su interior, en su voluntad y en su inteligencia, que se manifiesta en sus producciones. Por eso hay una especie de contradicción, porque él a veces habla de las cosas industriales para bien y otras veces habla mal. Por ejemplo, él ve que hay belleza en la televisión, a la que personaliza llamándola «hermana televisión», pero le hace una crítica: «Es bueno que nos informes de los acontecimientos que ocurren en el mundo, que nos entretengas, pero pienso que debes mejorar porque estás desplazando al resto. Desde que has llegado no podemos hablar, solo quieres el sitio de privilegio». Está haciendo lo que se llama una corrección fraterna a su hermana la tele y a las personas.
De una manera simpática, está realizando una crítica que en principio no es para afirmar que ese invento no debería existir, sino para decir que es bueno que exista, pero de otra manera. Sin abusar, sin eliminar el espíritu del hombre. Y esta crítica está de fondo en todos los poetas de su época: la pérdida del espíritu, la desigualdad económica entre ricos y pobres, el materialismo, etc. Pero no en un sentido marxista, buscando una justicia social ideal que surgiría de la revolución y la dictadura del proletariado, sino que él lo busca como lo hace la doctrina social de la Iglesia: viendo que todos los hombres somos hermanos. No podemos aprovecharnos los unos de los otros, debemos comportarnos como el buen samaritano del Evangelio.
P.: Finalizo. ¿Todavía hay primavera?
R.: Todavía. Sí, por eso la antología se llama así. El título lo saco de unos versos del poema Carta a abuelita de sus macetas al cielo, en el que unas macetas escriben una epístola a la abuelita en la que reafirman esta realidad y su esperanza. Yo creo que es verdad. La primavera es una estación del año que actúa en todos los seres vivos renovándolos de alguna manera, en un proceso que no es de la noche a la mañana, sino que va actuando en todos los seres día tras día, que se van preparando en el invierno y en el otoño, actuando de una manera casi imperceptible para que después en primavera explote en flores y en frutos.
Peñalosa lo que afirma es que hay primavera, lo que no hay son pupilas. Como dice Bécquer: hay poesía, pero no poetas. La poesía y la primavera están, lo que hacen faltan son unas lentes que nos permitan ver la luz que existe en todo cuando nos rodea. Siempre están los agoreros de lo malo, la gente que dice «no hay nada nuevo bajo el sol». En cambio, el poeta mexicano afirma lo contrario: «Todo es nuevo bajo el sol». En todo lo que existe Dios actúa, incluso en el invierno de la COVID-19, para sacar cosas buenas. Es decir, detrás de todo siempre hay una luz.
Si vemos la poesía de Peñalosa en este sentido, no solo vamos a disfrutar de un buen libro, sino que nos va a ser de provecho también para nuestra propia salud mental —si no se quiere ver desde un punto de vista de la fe—. Es una literatura muy fresca, positiva, optimista, que ilumina realidades muy diversas de la vida. Peñalosa lo que quiere es invitarnos a que miremos la realidad con los ojos de un niño, con los ojos de un poeta asombrado que sabe deslumbrarse con la más pequeña cosa, aunque esté en el invierno más amargo. Por eso, sí, claro que sí. Aunque cueste verla, todavía hay primavera.
Es imposible pensar que no se seguirá escribiendo Poesía en el futuro. Se escribirá y leerá más, porque probablemente será más necesaria aún que ahora.
Desde un principio, ha habido dos tipos de poesía, la que mira fuera de la ventana y la que mira dentro. Los libros modernos han abandonado la idea de que pueda haber poesía en las obligaciones.