José María Sánchez Galera | 30 de diciembre de 2020
César Ortiz–Echagüe, arquitecto y sacerdote, publica un libro en el que recorre tanto su propia vida como la de su padre (fundador de CASA y de SEAT), quien realizó «el primer vuelo en avión entre el continente africano y el europeo», y apostilla: «Me contó que, al sobrevolar el Peñón, habían lanzado una bandera española».
El nombre de Antoine de Saint-Exupéry resulta muy conocido. ¿Quién no ha leído El principito, aunque sean solo sus primeras páginas? ¿Quién no sabe que era piloto y que, además, se dedicó al periodismo, como si se tratara de un personaje de Hergé? Imaginemos ahora a un piloto de aquel primer tercio del siglo XX —aquellos aviones de hélices, de tela y de madera— que, al mismo tiempo, fuese fotógrafo —uno de los cuatro o cinco mejores de su época—, se construyera su propio chalé familiar —en el extrarradio de una gran ciudad en expansión—, y, entre otras proezas, iniciara los pasos de una gran empresa automovilística ideada para fabricar coches económicos y populares. Subamos la apuesta. Imaginemos que uno de sus hijos, formado en las lecturas de los cómics, llegara a ser un afamado arquitecto que, siguiendo la estela de su padre, tuviera un concepto muy social de la construcción de edificios. Ricemos más el rizo. Pongamos que este hijo, tras lograr éxitos y galardones internacionales como arquitecto, fuese ordenado sacerdote por san Juan Pablo II, y luego ejerciera su tarea durante 31 años en Alemania, y que, casi centenario, escribiera sus memorias y los recuerdos sobre su padre. Ahora pongamos nombre a estos personajes, que son tan reales como la salida del sol por la mañana: José Ortiz Echagüe (1886-1980) y su vástago César Ortiz-Echagüe Rubio (Madrid, 1927).
José Ortiz Echagüe. En el recuerdo de su hijo
César Ortiz-Echagüe
Rialp
330 págs.
22€
Don José fundó CASA (Construcciones Aeronáuticas, S.A.) y SEAT, y fue el hombre que, con más años en su DNI, voló más allá de la barrera del sonido. Don César diseñó edificios para la propia SEAT, pero también para el Banco Popular y colegios como el vallecano Tajamar, o Retamar, en Somosaguas. Su proyecto de comedores para el personal de la primera fábrica de SEAT —de donde salió el modelo 600— le valió el Premio Reynolds (Estados Unidos) en 1957. De esto, pero también de otra época en que las pasiones eran más nobles, de otra época en que la palabra dada era lo más sólido, habla en José Ortiz Echagüe. En el recuerdo de su hijo (Rialp, 2020). Es un libro repleto de anécdotas y anotaciones, como la que muestra el sonrojante atrevimiento de los voluntarios italianos en la Guerra Civil, al menos antes del desastre de Guadalajara. Un libro que traslada la visión entusiasmada con que un niño contempla directamente cómo los barcos de los Nacionales bombardean posiciones militares en San Sebastián, donde él se hallaba al inicio del conflicto. Aquel niño es hoy el sacerdote César Ortiz-Echagüe, un hombre de mirada afable y sonrisa de turista en la Costa del Sol.
Pregunta: A los doce años su padre comenzó a usar una Kodak.
Respuesta: Mi abuelo paterno era oficial de Ingenieros y tuvo siete hijos. Uno de ellos, Antonio, tenía una gran afición a la pintura y logró que su padre lo dejase ir muy joven a París para formarse como pintor. Mi padre quiso seguir sus pasos, pero su padre le dijo que estaban muy justos de dinero y que le bastaba con «una calamidad en la familia». Se equivocó, porque mi tío Antonio fue un gran pintor. Varios museos españoles tienen obras suyas.
En París vivía un hermano de mi abuela paterna, Francisco Echagüe, que era agregado militar en la embajada española. Debió de enterarse de la gran desilusión de mi padre y le regaló una máquina Kodak con la que mi padre empezó a fotografiar a los doce años y descubrió que con sus fotos se cumplían sus deseos artísticos.
Pregunta: A finales de los años 20, su padre edita en Alemania un libro de fotografías de gentes ataviadas con trajes tradicionales.
Respuesta: En efecto: en 1928 se celebró en Berlín, con gran éxito, una exposición de sus fotografías y una editorial alemana editó un libro con esas obras al que tituló Spanische Köpfe («Cabezas españolas») A mi padre le gustó y logró que Espasa Calpe hiciera una edición española, con el título España, tipos y trajes, que se vendió muy bien y animó a mi padre a hacer más libros de ese tipo.
P.: ¿Cuántos libros de fotografías llegó a editar su padre?
R.: Fueron cuatro: el ya citado sobre trajes populares, un segundo al que tituló España, pueblos y paisajes, un tercero con el título España mística, y el último, España, castillos y alcázares. Tenía el deseo de hacer un quinto tomo con sus fotos de Marruecos. No llegó a realizarlo, pero ha sido publicado a título póstumo con el título Norte de África. Eran libros de gran formato, con más de 500 fotografías cada uno y muy bien editados. Hizo muchas ediciones y se llegaron a vender 200.000 ejemplares.
En 1909 mi padre fue destinado a Marruecos como piloto de globos, desde los que fotografiaba las fuerzas de las cabilas que se habían rebelado contra España
P.: Su padre era un artesano. Le gustaba revelar y sacar copias de su propia mano en el laboratorio.
R.: En efecto: en la casa que se construyó en la zona de Chamartín hacia 1924, donde nací yo, instaló su laboratorio fotográfico, en el que trabajaba casi a diario al terminar su trabajo como empresario. Nos encantaba acompañarlo en esa habitación llena de luces rojas y verdes. Resultaba así una afición muy familiar.
P.: ¿Ese es el material que puede observarse en el Edificio Central de la Universidad de Navarra?
R.: Hizo fotografías desde los 12 hasta los 73 años, recorriendo el norte de Marruecos y toda España. El resultado fueron 25.000 negativos. De los que consideraba mejores, hacía pruebas de mayor tamaño con un procedimiento francés llamado Fresson, muy artesanal, que eran las que enviaba a exposiciones en todo el mundo. De esas pruebas hizo más de 2.000. Todos los negativos y unas 1.500 fotografías por el procedimiento Fresson los legó a la Universidad de Navarra, donde se conservan, en óptimas condiciones, no en el Edificio Central sino en el Museo de la Universidad, obra de Rafael Moneo, en el que, además, hay una sala llamada «Espacio Ortiz Echagüe», en la que se van exponiendo sucesivamente las fotografías en formato grande. En el Edificio Central, donde estuvieron hasta la apertura del museo, se conserva la reproducción de su laboratorio y varias vitrinas con parte de las cámaras que usó.
P.: A los dieciséis años ingresó en la Escuela de Ingenieros militares, y a los 25 empieza la guerra en África… y en globo aerostático.
R.: Mi padre había nacido en 1886 en Guadalajara, donde su padre era profesor en la Escuela de Ingenieros militares, pero a la edad de tres años lo llevaron a Logroño, donde había sido destinado el teniente coronel Antonio Ortiz Puertas. Uno de sus hijos, llamado Mariano, estudió en la Academia en Guadalajara y mi padre siguió sus pasos. Ya oficial de Ingenieros, en 1909 fue destinado a Marruecos como piloto de globos, desde los que fotografiaba las fuerzas de las cabilas que se habían rebelado contra España. En sus tiempos libres hizo muchas fotografías de los habitantes de esa zona.
P.: Una de sus travesías en globo, por la sierra de Guadarrama, acabó en la casa del escultor Mariano Benlliure.
R.: Los aerosteros, que tenían su base en Cuatro Vientos, cargaban gas en el gran Gasómetro de Madrid. Cuando el gas empezaba a descender de nivel en el globo, estaban obligados a aterrizar, fuera el que fuera el lugar donde se encontrasen. Una de las veces ocurrió en la sierra de Guadarrama, donde el famoso escultor Mariano Benlliure tenía un chalé, al que se retiraba cuando tenía algún encargo especialmente importante. En mi libro se cuenta la curiosa forma en la que se realizó allí el descenso. Pero prefiero que los que lean estas palabras mías se queden con un suspense que los anime a leer mis recuerdos.
Mi padre siempre tuvo el deseo de que CASA fuese multinacional y logró que dos importantes empresas aeronáuticas entrasen con un buen número de acciones
P.: Su padre fue el primer piloto que atravesó el Estrecho de Gibraltar. Incluso aterrizó junto al Alcázar de Sevilla y saludó al rey Alfonso XIII.
R.: En 1914 se encontraba en Marruecos, donde se encontraba también su amigo y compañero de promoción como pilotos Emilio Herrera. Emilio Herrera era capitán, un gran piloto y un afamado físico. Les llegó la noticia de que el rey estaba en Sevilla, alojado en el Alcázar, y propusieron al general Marina, que mandaba las tropas, que escribiera una carta de saludo al rey y les autorizarla para llevársela en vuelo. Les dio el permiso y la carta y los dos pilotos hicieron el primer vuelo sobre el estrecho de Gibraltar. He indagado el tema y puedo afirmar que fue el primer vuelo en avión entre el continente africano y el europeo. El vuelo se desarrolló sin dificultades. Me parece recordar que mi padre me contó que, al sobrevolar el Peñón, habían lanzado una bandera española. De nuevo dejo en suspense el resto de esta proeza, que tuvo un final un tanto rocambolesco y que cuento con detalle en mi libro.
P.: Hay alguna anécdota entre su padre y el piloto Ramón Franco. Usted cuenta que les acabó generando antipatía el hermano del que sería jefe de Estado hasta 1975.
R.: La antipatía que de pequeños teníamos a Ramón Franco —que había capitaneado en 1926 el extraordinario vuelto del hidroavión «Plus Ultra» de España a Buenos Aires— tenía su origen en que nuestro padre nos había contado el gran disgusto que tuvo cuando supo que Ramón Franco, que había recibido la misión de dar la vuelta al mundo en un hidroavión construido por CASA, en el último instante despegó con uno de fabricación italiana. Pero no tuvo éxito, ya que tuvo que amerizar en el Atlántico.
P.: Antes de la I Guerra Mundial, su padre viaja entre Argentina, Francia y Tetuán, para llevar aviones de guerra.
R.: Mi padre, que ya tenía novia y deseaba mejorar su situación económica antes de casarse, consiguió en 1912 un puesto de trabajo como ingeniero, muy bien retribuido, en la ciudad de Buenos Aires, que estaba en plena expansión. Le fue concedida una baja temporal de un año en el ejército y, cuando ya se aproximaba el final de su estancia allí, se desencadenó una nueva campaña militar en el protectorado de Marruecos, en la que por primera vez intervinieron sus compañeros de la primera promoción de pilotos. Cuando ya había decido incorporarse a esa campaña, un acaudalado español en Argentina, el conde de Artal, le pidió que se encargase de comprar en su nombre tres aviones del modelo más moderno en esos momentos, para llevarlos a Marruecos. Mi padre cumplió el encargo y compró en París tres aviones «Morane–Saulnier». Dos de ellos los envió por tren y barco hasta Marruecos, pero decidió llevar en vuelo el tercero de ellos. En ese vuelo sufrió un grave accidente, que relato en mi libro con cierto detalle y que fue decisivo para el comienzo de la industria aeronáutica española.
Ni en mi niñez ni en mi juventud recuerdo que recibiéramos en casa la visita de algún sacerdote o algún religioso o religiosa, aunque los venerábamos
P.: Después de ese accidente, él consigue recomponer sus huesos y también el propio avión. Y, ya puesto, construyó cuarenta aparatos más.
R.: En efecto, pero la fabricación de esos cuarenta aparatos fue unos años después, en 1915. Había estallado la Primera Guerra Mundial y el Ejército del Aire español no podía comprar aviones fuera de España. Mi padre, muy animado por la perfecta reconstrucción que había hecho del «Morane–Saulnier» accidentado, logró que la aviación militar le encargase cuarenta aviones, que construyó en Zaragoza en los talleres Carde y Escoriaza. Los probaba él mismo, y todos funcionaron sin problemas. Pero, al terminarse la guerra, a la aviación española le resultaba más barato comprar fuera de España, a precio de saldo, aviones que habían sobrevivido al conflicto bélico.
P.: Y en 1923 su padre funda CASA.
R.: Con el paso de los años, los precios de los aviones fabricados fuera de España aumentaron mucho y entonces mi padre vio la posibilidad de volver a fabricarlos, pero esta vez ampliando un taller que ya venía dirigiendo y creando una nueva empresa, a la que dio el nombre de «Construcciones Aeronáuticas, S.A.».
P.: ¿Qué sintió usted cuando CASA desapareció como tal, integrada en Airbus?
R.: Durante 22 años, desde 1923 a 1945, CASA construyó con éxito un gran número de aviones que estaban bajo licencias extranjeras: francesas, alemanas, inglesas y norteamericanas. Pero, al terminar la Segunda Guerra Mundial, nuestro país sufrió un férreo bloqueo por parte del bando ganador de la guerra, que quería conseguir un cambio de régimen en España. Entonces, mi padre decidió poner en marcha una oficina de proyectos para construir aviones propios. Hubo muchas dificultades, pero, tras varios modelos con escaso éxito, se logró uno, llamado «Aviocar», que reunía características excelentes, que se vendió a muchos países, en especial a Indonesia. Y que se sigue fabricando. Otro gran éxito para CASA fue el ganar en 1954 el concurso para el mantenimiento de los aviones militares norteamericanos estacionados en Europa, que llevó consigo, además de un gran impulso económico, que la empresa pasara a contar con la tecnología americana, por entonces mucho más avanzada que la europea.
Estos dos factores lo llevaron a un alto nivel, que hizo que los promotores de Airbus (inicialmente EADS) tuvieran interés en que CASA fuera en el año 2000 la cuarta compañía europea integrada en el grupo. Yo estaba entonces en Alemania y mi padre había fallecido en 1980, pero la noticia me alegró mucho, pues sabía que mi padre siempre tuvo el deseo de que CASA fuese multinacional y, todavía en vida, logró que dos importantes empresas aeronáuticas, una norteamericana y otra alemana, entrasen en CASA con un buen número de acciones.
Había leído Camino, que me había impresionado mucho, pero mucho mayor aún fue la impresión que me produjo oír hablar de Jesucristo a san Josemaría
P,: Su familia desarrolló una intensa conciencia y compromiso religiosos, aunque inicialmente se desenvolvían en un ambiente más laical. De hecho, usted estudió en el Instituto Escuela, un colegio vinculado a la Institución Libre de Enseñanza.
R.: En mi libro dedico varias páginas a este tema bajo el título «Familia y Fe». Voy a hacer un breve resumen. Éramos una familia bastante laical. Ni en mi niñez ni en mi juventud recuerdo que recibiéramos en casa la visita de algún sacerdote o algún religioso o religiosa, aunque los venerábamos. Mi padre se había formado en un ejército de origen liberal. Nos llevaba todos los domingos a la Santa Misa, pero no recuerdo que practicase costumbres piadosas. Todos los hermanos fuimos, como dices, a colegios de ambiente laico, como el Instituto Escuela o el Colegio Alemán. Pero mi madre tenía una gran fe, que nos fue inculcando a todos con gran naturalidad, supliendo las anteriores deficiencias.
Además, mi padre era un gran conocedor del arte español, en el que la pintura religiosa ocupa un lugar central y, cuando lo acompañábamos en sus excursiones fotográficas y visitábamos espléndidas iglesias, llenas de esa clase de pintura, nos las explicaba, realizando una verdadera catequesis con nosotros. A lo largo de los años, al hacer su libro España mística fue conociendo mejor a hombres de Iglesia muy piadosos y cultivados y hablando conmigo sobre la fe católica y, poco a poco, llegó a una gran intimidad con Jesucristo y, en medio de un trabajo muy intenso, decidió acompañar todos los días a mi madre a la Santa Misa.
P.: Al concluir la II Guerra Mundial, usted ve cómo se cierra el Colegio Alemán de Madrid, por la derrota del Reich, y al mismo tiempo conoce personalmente a san Josemaría Escrivá.
R.: Mi asistencia al Instituto Escuela quedó interrumpida por la Guerra Civil. En 1938 toda la familia nos trasladamos a vivir a Sevilla, ya que mi padre había recibido el encargo de levantar una nueva factoría de CASA en esa ciudad. Allí fui al Colegio Alemán, donde continué en Madrid al terminar la guerra en 1939 y terminé en 1945 aprobando el examen final del bachillerato alemán («Abitur»). Como es lógico, en ese colegio vivimos con especial intensidad los avatares de la Segunda Guerra Mundial. Vimos marchar a Alemania a alumnos de cursos superiores para combatir en el frente y nos llegó la noticia de la muerte de varios. Pero, en un ambiente de propaganda nazi y de censura española, no supimos de las atrocidades nacionalsocialistas. En mi libro cuento con detalle cómo se desarrolló el repentino cierre del colegio el 8 de mayo de 1945, el día en que se firmó la rendición incondicional de Alemania.
En enero de ese mismo año un amigo me invitó a asistir a un retiro espiritual de san Josemaría Escrivá en la residencia de la Moncloa. Había leído Camino, que me había impresionado mucho, pero mucho mayor aún fue la impresión que me produjo oír hablar de Jesucristo a san Josemaría.
P.: Doce años como arquitecto. ¿Influjo de su padre el constructor, el aventurero o el artista? ¿O fue la estética de los cómics?
R.: Durante doce años (1955-1967) funcionó, con gran eficacia, el estudio de arquitectura que dirigí conjuntamente con Rafael Echaide, en el que se desarrollaron un buen número de proyectos, uno de los cuales obtuvo en Estados Unidos, en 1957, el premio Reynolds, el más importante premio de arquitectura que había entonces.
En mi libro cuento con bastante detalle los motivos que nos llevaron a cerrarlo en 1967: en 1959, san Josemaría, desde Roma, me pidió que me incorporase a tiempo completo al equipo que gobernaba entonces el Opus Dei en España y, en 1967, Rafael Echaide pasó a ocupar una cátedra de proyectos en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Navarra, que había sido fundada poco antes.
Indudablemente, mi padre tuvo una gran influencia en mi decisión de estudiar Arquitectura, ya que fue acompañándolo en sus excursiones fotográficas, que yo aprovechaba para dibujar pueblos y paisajes, donde fue desarrollándose mi deseo de ser arquitecto.
En sus visitas a los pueblos más remotos para fotografiarlos, disfrutaba con sus paisajes y con la nobleza de sus gentes, pero sufría comprobando su pobreza
P.: Cuenta usted que su modo de entender la arquitectura tenía mucho que ver con un intento de atender las carencias de una España con gran pobreza y con verdaderas necesidades sociales y de progreso económico y cultural. Es decir, una arquitectura efectiva, funcional, de ladrillo y amplios ventanales, popular, no ampulosa.
R.: Mi padre tenía un gran sentido social. En sus visitas a los pueblos más remotos para fotografiarlos, disfrutaba con sus paisajes y con la nobleza de sus gentes, pero sufría comprobando su pobreza, aunque era aún mucho mayor la que existía en los suburbios de las grandes ciudades. Pero no se quedó en sentimientos, y se propuso crear muchos puestos de trabajo cualificados y escuelas de aprendices, en los que se formasen muchos jóvenes. Para eso, a lo largo de su vida fundó y dirigió dos industrias, CASA y SEAT, que hoy día dan trabajo a más 100.000 personas, contando la industria auxiliar. Al mismo tiempo, comprendía que el desarrollo económico y cultural, al que él deseaba contribuir, llevaría a cambios profundos en la arquitectura de esos pueblos y en los atuendos de sus habitantes, y se esforzó en retener con sus cámaras lo más valioso de lo que todavía contemplaba.
Cuando yo lo acompañaba en sus excursiones fotográficas, disfrutaba contemplando la belleza de sus construcciones y de la espectacular adaptación de la arquitectura popular al paisaje, pero me daba pena ver la falta de un mínimo de comodidades. Ya entonces soñaba con una arquitectura que incorporase todo lo bueno de esos lugares, pero a la que se fueran incorporando los adelantos técnicos que se iban produciendo, de los que solo disfrutaban entonces en España las clases altas.
P.: Reflejo de ese interés social, del que participaba su padre, son las viviendas para empleados de SEAT, escuelas de aprendices, instalaciones como los comedores. Ahí aparece usted.
R.: En efecto, casi todo lo que proyectamos y construimos en nuestro estudio tenía un gran sentido social, tal como lo relato en mi libro. En los comedores de SEAT buscamos, y pienso que lo conseguimos, que los obreros, que realizaban su trabajo en cadena en grandes naves industriales, disfrutaran durante sus comidas de vistas a un espléndido jardín mediterráneo. Otro campo importante de nuestro trabajo fueron los edificios para la enseñanza en los que procuramos que alumnos y profesores pudieran disfrutar también de jardines frondosos que rodeasen las aulas, como en el colegio Tajamar en Vallecas.
P.: ¿Se fijó usted mucho en los Miguel Fisac, Alvar Aalto, Frank Lloyd Wright?
R.: Siendo estudiante trabajé, durante tres años, unas horas diarias en el estudio de Miguel Fisac y Ricardo Fernández Vallespín. Allí me pusieron en contacto con las corrientes arquitectónicas dominantes entonces en el mundo, como la Bauhaus o la arquitectura orgánica de los otros dos arquitectos que citas. En la Escuela de Arquitectura no nos abrieron ese panorama, probablemente por las grandes dudas que había entre los mismos profesores sobre el camino que la arquitectura española debía tomar tras la Guerra Civil. Para mi proyecto de fin de carrera, que ganó en 1952 el premio anual de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, me sirvió mucho lo que aprendí en ese estudio.
En los comedores de SEAT buscamos que los obreros disfrutaran, durante sus comidas, de vistas a un espléndido jardín mediterráneo
P.: Unos años después (1960), el Museo Metropolitano de Nueva York celebra una exposición fotográfica de la obra de su padre.
R.: Si para mí y mis compañeros Joya y Barbero fue el premio Reynolds un gran espaldarazo al comienzo de nuestro trabajo como arquitectos, esa exposición fue el reconocimiento al máximo nivel del valor artístico de la obra fotográfica de mi padre, cuando se encontraba en plena madurez. No tengo conocimiento de que a ningún otro fotógrafo español se le concediera el honor de exponer sus obras en ese museo, que es uno de los cinco mejores del mundo. A mi padre le agradó mucho saber que en la exposición habían colgado, entre sus fotos, grabados de Goya para hacer ver la continuidad entre su arte y el de mi padre, a pesar del transcurso del tiempo.
P.: Pero había en su padre otra faceta, que usted aprecia mucho más.
R.: A pesar del gran nivel que mi padre alcanzó como fotógrafo y como empresario, aprecié mucho más su gran corazón, que lo llevaba a dedicar mucho tiempo a la familia y, cada vez más con el paso del tiempo, a su trato con Dios. En medio de grandes éxitos, la vida le trajo grandes sufrimientos, en especial a causa de la muerte en la Guerra Civil española de sus dos hijos mayores, con 18 y 20 años de edad. Fue el amor a su esposa y a los cinco hijos que quedábamos, unido a su creciente fe religiosa, la que lo ayudó a soportar con ánimo esa y otras contradicciones. Recuerdo que, hablando un día con él sobre la existencia de una vida eterna junto a Dios, me dijo: «Hijo mío, si no fuera así, esta vida sería un timo…».
Quintana Paz, profesor de Ética y de Filosofía Social en la Universidad Europea Miguel de Cervantes, comenta con detalle su visión sobre «dónde están los intelectuales católicos» y da uno o dos pasos más: «El mejor modo de entender la Iglesia católica es como un cuerpo, como una institución, no como una ideología en que todos creen exactamente lo mismo».
El candidato del PP a la Generalitat afirma que su partido «es el único que en Cataluña defiende la propiedad privada, la libertad educativa y los impuestos bajos».