María Solano | 03 de julio de 2019
El divorcio exprés a precio de saldo es el síntoma de una sociedad que ya no cree posible que el matrimonio pueda ser para siempre.
Desde luego, los artífices de esta campaña de publicidad que promociona divorcios exprés por un módico precio se sabían bien la célebre frase «Que hablen de uno, aunque sea para mal». Tras la anécdota se esconde un problema de mucho mayor calado: la banalización del matrimonio, donde el “para siempre” ha quedado sepultado bajo ese enfermizo supuesto derecho a ser felices, aunque sea a costa de la pareja y, tantas veces, de los hijos.
Un camión entrado en años circula por una de las grandes poblaciones del cinturón industrial de Madrid. Como tantos otros. En sus flancos porta la publicidad de la empresa a la que pertenece. Como tantos otros. Pero en este no hay elaboradas imágenes de creatividad publicitaria. Porque aquí lo que manda es el texto, en un estridente rosa fucsia, con un abarrotado bombardeo de mensajes que incluyen todos los lugares comunes de la retórica: “Un matrimonio feliz no tiene precio, un divorcio, sí: 150€”, “Juntos o separados, pero felices”, “Divorcio al alcance de todos”, y hasta un hashtag para su Instagram, que así de modernos son.
A las redes sociales les faltó tiempo para hacerse bautizarlas y viralizar la idea: son las “divorcionetas”, un sistema publicitario ideado por un pequeño equipo de abogados que pone de manifiesto que a la sociedad actual el matrimonio le importa más bien poco.
Los jóvenes se decantan por figuras jurídicas como las parejas de hecho, o la simple convivencia, casi siempre por puro miedo al compromiso
Que le importa poco ya lo dicen las cifras de nupcialidad: las más bajas de la historia. Y no solo porque en nuestra pirámide casi invertida de población los jóvenes en edad de pasar por el altar son muchos menos que los que hoy llevan a sus espaldas 20, 30 o 40 años de matrimonio. Sino también porque se decantan cada vez más por otras figuras jurídicas como las parejas de hecho, o la simple convivencia, quizá como silenciosa protesta contra “lo establecido”, aunque casi siempre por puro miedo al compromiso.
Por eso las “divorcionetas” que tanto han dado que hablar en estos días son un síntoma de una sociedad que ya no cree posible que el matrimonio pueda ser para siempre. Más aún, una sociedad que anima a que, al menor síntoma de duda en una relación, lo mejor es cambiar de pareja, como quien cambia de móvil porque se le ha estropeado, de coche porque ya lo ve muy viejo o de trabajo porque ya no le llena.
Pero hay otras analogías posibles que demuestran precisamente el sentido contrario. Es curioso que tantas personas duden del amor “para siempre” “en pareja” cuando todos nosotros seríamos capaces de poner la mano en el fuego por muchos de nuestros “amores para siempre”, como el de padres a hijos, el de hijos a padres, el amor entre hermanos, incluso el que tenemos por nuestros amigos “de toda la vida” y que ha sobrevivido ya a no pocas crisis por nuestras diferencias.
El problema de la “divorcioneta” y la absoluta normalización social del divorcio como casi única vía de solución a los problemas matrimoniales es que va calando como la lluvia fina en la conciencia colectiva. Y eso va modificando la forma que tenemos de enfrentar nuestras crisis matrimoniales: si divorciarse resulta tan fácil, si nos venden las consecuencias como muy beneficiosas y si, además, cuesta “tres duros”, es muy probable que una pareja inmersa en medio de una crisis que se plantea tirar la toalla vea el divorcio como una salida más sencilla y lógica que el arduo camino que supone reconstruir el amor.
Es muy probable que una pareja en crisis vea el divorcio como una salida más sencilla que el arduo camino de reconstruir el amor
Y no ayuda nada el emotivismo dulzón con el que se nos presentan los sesgados argumentos de uno y otro lado. Si yo expongo el caso de un infeliz matrimonio que vive al borde del maltrato físico y sumido en el psicológico, resulta muy fácil aceptar que el divorcio es la mejor opción. Y si, al hablar del matrimonio, utilizo el ejemplo de parejas que nunca supieron cuidar el uno del otro y que han vivido por décadas una relación superficial y distante, tampoco será lo que más apetezca a la sociedad.
Pero si, en vez de tener “divorcionetas” por nuestras calles, florecieran los ejemplos de esa inmensa cantidad de matrimonios (más del 85%, según los datos de Acción Familiar) que viven felices uno, dos, cinco, cincuenta años y más allá, entonces quizá esta institución no estaría tan banalizada y el divorcio dejaría de considerarse como la primera opción, porque tenemos ejemplos suficientes de que se puede amar para siempre –aunque suene a telenovela–, pero se tiene que “querer querer”.