Carmen Sánchez Maillo | 12 de marzo de 2020
En la reproducción asistida, conocer los orígenes biológicos plantea un escenario en el que el derecho del hijo debe prevalecer frente al del donante de material genético.
Los medios se han hecho eco de la reciente recomendación del Comité de Bioética de España sobre el derecho de los hijos nacidos de las técnicas de reproducción humana asistida a conocer sus orígenes biológicos. La conclusión emitida por este órgano consultivo del Ministerio de Sanidad es clara y terminante: solicita una reforma legal del artículo 5.5 de la ley 14/2006, de 26 de mayo, sobre técnicas de reproducción humana asistida para que se suprima el anonimato en la donación de semen y óvulos.
Llegamos en España con cierto retraso al debate de una cuestión que se ha ido planteando en muchos países, a medida que los nacidos con estos métodos han llegado a la mayoría de edad y legítimamente han planteado su derecho a conocer quién es su progenitor. Suecia, en 1985, abolió el anonimato en las donaciones de material genético (gametos). Finlandia, Holanda, Australia y Portugal siguieron este ejemplo y los tribunales alemanes han fallado también en este sentido. Ya en 1989, se establecía en el artículo 7 de la Convención sobre los Derechos del Niño (ONU) que se considera de fundamental importancia el derecho del niño a conocer la identidad de sus padres.
Resulta interesante contrastar las reacciones a esta noticia. En España, la potente industria de la fertilidad se adelantó a esta recomendación con un prolijo documento donde, con el pretexto de razones científicas, demográficas y legales, defiende el anonimato de las donaciones; entiéndase bien, defiende su modelo de próspero negocio, que pasa por la irresponsabilidad y el anonimato de los donantes. Así lo dicen expresamente.
Todas las razones argumentadas por la industria de la fertilidad resultan muy endebles frente al testimonio real de Manuel, un joven granadino que ha tenido el coraje de exponer su caso en los medios. Manuel expuso de forma sencilla y clara ante la audiencia radiofónica que siempre había tenido una inquietud personal, que se manifestaba en rabia e impotencia contra su entorno, en una búsqueda de sus raíces y de la verdad de las cosas, y que vivía con un “agujero negro” que le generaba tensión y angustia. Conocer que fue hijo de un donante anónimo lo alivió y determinó a buscar quién es su progenitor: “Ponerle un rostro”, dice Manuel con una lucidez dolorosa.
Claramente, el conflicto entre el derecho al anonimato previsto contractualmente y el derecho a conocer los orígenes biológicos plantea un escenario en el que el derecho del hijo, de esa persona convocada a la vida de esta manera, debe prevalecer frente al derecho contractual del donante. ¿Alguien podría convencer a Manuel y a muchos otros de lo contrario? ¿Quién es capaz de argumentar que Manuel y muchos otros no tienen derecho a conocer sus orígenes y a no casarse con una medio hermana, por ejemplo? ¿El Tribunal Constitucional español, que ya convalidó en 1999 (STC 116/1999, de 17 de junio) el anonimato, va a convalidar que en caso de padecer una enfermedad genética una persona con esta circunstancia no pueda investigar sus antecedentes genéticos para su eventual tratamiento?
En la adecuada resolución de este conflicto se juega la legitimidad de nuestro ordenamiento jurídico. No parece prudente minusvalorar la fuerza del lobby de la industria de la fertilidad, que argumenta que España es líder en Europa en este tipo de métodos, como así lo atestiguan nuestros barrios llenos de locales dedicados a esta actividad. De hecho, este problema revela que la sociedad occidental se ha vuelto irresponsablemente adultocéntrica y que los intereses de los hijos han pasado a un segundo plano, como denuncia el profesor Francisco José Contreras en su último libro.
Es necesario advertir que rechazar el acceso a la verdad personal, a la verdad biológica que le pertenece a cada uno, en definitiva, es el peor síntoma de una sociedad y de un sistema legal que está poniendo una mina explosiva en sus cimientos si se blinda a la verdad. El imperio de la mentira era una de las características del bloque soviético, que duró 70 años. La verdad, como el agua en los macizos rocosos, busca su camino y tarde o temprano acaba filtrándose. Esperemos que no sea a costa de la demolición por grietas sin remedio de todo nuestro sistema.
Vivimos en una sociedad en la que la juventud se ha convertido en un valor en sí y, por lo tanto, se intenta alargar esta etapa de la vida.
Se propaga la campaña mediática que utiliza el caso de los padres que arrojaron a su hijo a un río para defender el aborto sin permiso paterno entre las menores de 16 años.