Jaime Vilarroig | 26 de octubre de 2018
Una sociedad sin personas enfermas y vulnerables no representa el triunfo de la ciencia ni de la libertad, sino el fracaso de la humanidad.
Desde hace unos años, nos hemos venido acostumbrando a una situación extraña: cada vez nacen menos bebés con síndrome de Down. No solo eso: a partir de 2015, el crecimiento vegetativo de la población de personas con síndrome de Down es negativo. No solo nacen menos, sino que cada vez son menos. Están desapareciendo silenciosamente. ¿A quién le preocupa?
Esto no es solo una impresión subjetiva. Según el Estudio Colaborativo de Malformaciones Congénitas (ECMC 2017), en España, durante el período 1980-1985, nacieron 14,78 bebés con síndrome de Down por cada 10.000 nacimientos; en el período 1986-2014, nacieron 9,42 bebés con síndrome de Down por cada 10.000 nacimientos; en el año 2015, solo nacieron 5,14 bebés con síndrome de Down por cada 10.000 nacimientos. Según datos de EUROCAT (2012), por cada 90 embarazos de bebés con síndrome de Down, 66 fetos fueron abortados y 24 nacieron vivos.
Es una grave discriminación contra las personas con síndrome de Down que no se las deje nacer
Y esto último nos da la pista para hablar de la causa del descenso. La razón por la cual nacen menos niños con síndrome de Down, sin lugar a dudas y tal como reconocen todos los autores, es el aborto selectivo. La otra causa del descenso de nacimientos (o aumento de los abortos, que es lo mismo) está en el diagnóstico prenatal. Cada vez nacen menos porque se les detecta antes. No es que la humanidad sea peor que antes, sino más bien parece que, por obra y gracia de la técnica, el hombre puede hacer más daño.
Según el profesor Agustín Huete (2016), “la población con síndrome de Down recibe mensajes contradictorios: se expresan altas expectativas sobre un futuro de inclusión social, debido a su contrastado avance en el desarrollo de sus habilidades personales; pero ello, en general, no se corresponde con una realidad que muestra una evidente reducción en la incidencia (por eliminación fetal), en la inclusión social y en los apoyos”.
Busquemos un ejemplo para comprender mejor lo que está pasando. En la China reciente, se practicó una política poblacional destinada a que las familias tuvieran un solo hijo. El resto eran abortados o abandonados en orfanatos. Dadas las bajas expectativas de las mujeres en dicha sociedad, las familias preferían que su hijo único fuera varón, destinando el resto de fetos femeninos al aborto o a los orfanatos. ¿Piensa el lector que esto es una grave discriminación contra las mujeres? Está en lo cierto.
También es una grave discriminación contra las personas con síndrome de Down que no se las deje nacer. ¡Es que lo tienen muy mal para vivir!, dirá alguien. También es complicado ser mujer en China. Pero la solución no es que dejen de nacer mujeres en China ni personas con síndrome de Down en Occidente: la solución está en hacer de la sociedad un lugar más humano donde esté prohibido descartar a las personas.
Una sociedad sin personas con síndrome de Down representaría el fracaso de una humanidadr
Una sociedad en la que no hubiera personas con síndrome de Down no representaría el triunfo de la ciencia sobre la enfermedad (porque el aborto no cura nada), ni el triunfo de la libertad de los padres a decidir sobre la vida del embrión humano (porque es una libertad que implica daño a terceros).
Una sociedad sin personas con síndrome de Down representaría el fracaso de una humanidad que no sabe qué hacer con las personas enfermas y vulnerables, y piensa que la mejor opción es eliminarlas. Cuando una familia acoge en su seno a un bebé con síndrome de Down nos está recordando a todos que ser padre y madre significa querer incondicionalmente a los hijos, vengan como vengan.
Muchas veces, contratiempos o circunstancias hacen que lo personal supere lo deportivo. Es ahí donde reside la humanidad de sus superiores.