Javier Arjona | 02 de enero de 2021
A comienzos del siglo XIX, la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna logró llevar la cura de la viruela a todos los rincones del Imperio, gracias a la impagable labor de una coruñesa que en 1950 recibió el título de «Primera enfermera de la historia en misión internacional».
En el siglo XVIII, una terrible pandemia de viruela que se había extendido por medio mundo asoló el viejo continente, dejando a su paso un terrible balance de cerca de 60 millones de muertes. Timoteo O’Scanlan, un brillante médico de origen irlandés afincado en España, que pasó media vida dedicada al estudio del virus, calificaba aquella fatídica enfermedad como «una guadaña venenosa que siega sin distinción de clima, rango, ni edad». Aunque por aquel entonces no había cura posible, el cirujano y farmacéutico Edward Jenner comenzó en 1770 una serie de estudios en el Hospital San Jorge de Londres, que lo llevarían a profundizar en un método conocido como «variolización», consistente en inocular a una persona una forma leve del virus, el que afectaba a las vacas, para que lograse desarrollar defensas contra la enfermedad.
Cuando en el año 1796 se hicieron públicos sus eficaces resultados en la lucha contra la viruela, el trabajo de Jenner encontró eco en el español Francisco Javier Balmis, médico personal de Carlos IV, que logró convencer al monarca para poner en marcha una expedición filantrópica alrededor del mundo que permitiese llevar la vacuna a todos los territorios que conformaban los últimos vestigios del Imperio español. En aquella misma centuria habían tenido lugar las grandes expediciones científicas que, bajo el impulso de la Ilustración, recorrieron el planeta recogiendo el saber de todas las ramas del conocimiento, al estilo de la Enciclopedie francesa. Botánica, ingeniería, medicina, cartografía, historia natural o etnografía fueron algunos campos que se enriquecieron con los viajes de Malaspina, Jorge Juan, Mutis o Cuéllar.
El principal problema que se presentaba ante aquel trascendental viaje, que acabó prolongándose desde 1803 a 1806, era la forma de conservar la muestra original infectada con la que se realizarían las sucesivas inoculaciones, ya que el virus apenas se conservaba durante unos cuantos días. La fórmula que Balmis finalmente adoptó consistía en inocular el suero bovino a una primera pareja de niños para, al cabo de una semana, infectar a otros dos con las pústulas de los anteriores, y así sucesivamente hasta tocar puerto en América. Para tal fin, se eligió a 22 niños pertenecientes a la Casa de Expósitos de La Coruña que, desde 1800, dirigía la enfermera Isabel Zendal, formada en el Hospital de la Caridad y que precisamente había perdido a su madre por causa de la viruela siendo tan solo una niña.
La rectora del hospicio se había ganado una merecida fama en la ciudad por haber trabajado incansablemente para mejorar la vida de los niños que estaban a su cargo. Isabel Zendal hizo innumerables obras en el edificio, mejoró sus instalaciones, puso todo su empeño en asegurar la higiene de aquella pequeña comunidad, y pasó innumerables noches en vela cuidando de los pequeños como la madre entregada que nunca tuvieron. Aunque aquella vida no era fácil para los huérfanos, su particular ángel de la guarda siempre les procuró pan blanco y carne cuando estaban enfermos, se preocupó de que fueran dignamente vestidos a la escuela y, en fechas señaladas como la Pascua o el Corpus, nunca les faltó algún dulce capricho.
El 30 de noviembre de 1803, la corbeta María Pita partía del puerto de La Coruña, con Balmis como director de la expedición y el cirujano José Salvany como segundo de a bordo, acompañados de varios médicos y enfermeras, además de los huérfanos a cargo de Isabel Zendal, entre los que se encontraba su propio hijo Benito. La primera escala en aquel largo viaje tuvo lugar pocos días más tarde en la isla de Tenerife, donde se inoculó la vacuna a varios niños, para poco a poco ir diseminándola por el resto del archipiélago canario. Después de pasar la primera Navidad a bordo del barco, en febrero arribaron a las costas de Puerto Rico y desde allí, tras pasar por La Habana, pusieron rumbo al continente, llegando en marzo a la ciudad de La Guaira, en la actual Venezuela.
Transcurrieron dos meses de arduo trabajo en los que aquellos expedicionarios recorrieron buena parte del norte de Nueva Granada, para acto seguido dividirse en dos grupos y así poder cubrir un mayor territorio. El primero, al mando de Salvany, se dirigió hacia el sur, llegando desde Cartagena de Indias a Medellín, Quito y Lima, internándose en el corazón del virreinato del Perú hasta La Paz. Este viaje se acabó prolongando hasta 1810, fecha en la que el propio José Salvany cayó enfermo y murió en la antigua ciudad inca de Cochabamba. Mientras tanto, el grupo principal, con Balmis al frente, llegó por el norte a Nueva España, cruzando el continente hasta la costa del Pacífico. En febrero de 1805, pusieron proa desde el puerto de Acapulco a las islas Filipinas, a bordo del navío Magallanes.
No puedo imaginar un ejemplo más noble y más amplio que este en los anales de la historiaEdward Jenner sobre Isabel Zendal
La complicada travesía por el Pacífico llevó al límite del agotamiento a una Isabel Zendal de la que Balmis escribió, en una carta dirigida a José Caballero, ministro de Gracia y Justicia de Carlos IV: «La rectora, con el excesivo trabajo y rigor de los diferentes climas que hemos recorrido, perdió enteramente su salud; infatigable noche y día, ha derramado todas las ternuras de la más sensible madre sobre los 26 angelitos que tiene a su cuidado, del mismo modo que lo hizo desde La Coruña y en todos los viajes y los ha asistido enteramente en sus continuadas enfermedades». Cuando la expedición regresó a México, Zendal se acabaría estableciendo con su hijo en la ciudad de Puebla de los Ángeles, mientras Francisco Javier Balmis todavía logró llegar a Macao antes de regresar a España, en agosto de 1806.
La Organización Mundial de la Salud reconoció en el año 1950 la enorme labor llevada a cabo por Isabel Zendal, otorgándole el título honorífico de «Primera enfermera de la historia en misión internacional», una misión que el geógrafo Alexander Van Humboldt calificó como el viaje «más memorable del que tiene registro la historia» y sobre la que Edward Jenner, el descubridor de la vacuna, escribió: «No puedo imaginar un ejemplo más noble y más amplio que este en los anales de la historia». Recientemente, la Comunidad de Madrid ha inaugurado un Hospital de Emergencias que llevará el nombre de la enfermera coruñesa, rindiendo un merecidísimo homenaje a una auténtica heroína en la que, hoy en día, se ve reflejado el admirado colectivo sanitario que tan formidable trabajo está realizando frente a otro virus, la COVID, convertido en la nueva pandemia del siglo XXI.
La Verdad para El País viene -a toda velocidad- a significar lo mismo que para un piloto de carreras las curvas: el tramo arriesgado donde conviene frenar para no resbalarse.
Entre los que abogan por llenar las paredes de victorias y quienes lo hacen por seguir relamiéndose en las derrotas hay un punto intermedio, un punto muy español.