David Solar | 02 de julio de 2019
Tuvo como consecuencias la paulatina desaparición de las SA, el auge de las SS, la eliminación de Röhm y sus colaboradores y, de paso, la de todo enemigo del nazismo.
Amanecía el 30 de junio de 1934 cuando la tranquilidad y el silencio del Hotel Hanselbauer, cerca de Múnich, se rompieron brutalmente por el chirriar de frenos y neumáticos de varios automóviles, voces estridentes, ruido de las botas militares, gritos de alarma de guardaespaldas aturdidos, estampidos de disparos, patadas y culatazos contra las puertas, protestas airadas de personas somnolientas que eran sacadas de la cama y empujadas a los pasillos. Acababa de ponerse en marcha la Noche de los cuchillos largos, que algunos periódicos internacionales también titularon “Noche nazi de San Bartolomé”.
Y en medio de aquella baraúnda, la voz metálica de Adolf Hitler:
-¿Dónde está Ernst? ¿Dónde está Ernst Röhm?
Inmediatamente le indicaron una puerta custodiada por dos guardaespaldas de las SA. que no acertaron a reaccionar ante la rapidez del asalto y que quedaron paralizados al ver los uniformes negros de las SS tras los que llegaba voceando el propio Führer.
Si Hitler quiere matarme, que haga él el trabajo sucioErnst Röhm
Pese al escándalo, a los disparos, al griterío de los pistoleros de las SS y a la violencia con que fue abierta la puerta, Röhm no se despertaba pues, enfermo, dormía a base de calmantes y somníferos. Al incorporarse se encontró dentro de una pesadilla: agentes de las SS lo sacaban de la cama a empellones, lo esposaban violentamente y, en la confusión, Hitler lo llamaba traidor y ordenaba su detención pese a sus protestas de fidelidad e inocencia. Minutos después, se vio en un autobús de lleno de miembros de las SA, esposados e incapaces de comprender lo que estaba sucediendo.
En el otoño de 1921, los afiliados al Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei (NSDAP) o partido nazi sostuvieron varios altercados con los de otras formaciones políticas, sobre todo con los comunistas; para contraatacar y proteger sus mítines, Hitler fundó la Sturm Abteilung (Sección de Asalto o SA), organizado militarmente por el capitán Röhm, nazi de primera hora y un tipo duro veterano de la Gran Guerra y de los Cuerpos Francos. Seis meses más tarde, las SA contaban con un millar de miembros adiestrados y uniformados con pantalón negro, camisa y quepis pardos. Las SA y Röhm jugaron un papel esencial en el putch de Múnich de 1923, que condujeron a Hitler a la cárcel. Röhm, tras batirse a tiros con policía y ejército, terminó en Bolivia como instructor militar.
Cuando Hitler comenzó su escalada política en 1930, llamó a Röhm, en nombre de su antigua amistad, para que metiera en cintura a las indisciplinadas SA, a las que convirtió en una de las claves del acceso de Hitler a la Cancillería y de la conquista del poder absoluto.
La Noche de los cuchillos largos fue un ajuste de cuentas. Hitler se fiaba más de la Schutzstaffel (Escuadras de Protección) o SS, más selecta y supeditada a él, que de las SA, que en 1934 eran ¡cuatro millones! Y Röhm, el hombre más poderoso de la camarilla de Hitler, pretendía imponer la vieja idea nazi de convertir las SA en una milicia nacional instruida y armada militarmente, mientras la Reichswehr se ocuparía de la conflictividad exterior. Pero los militares temían que las SA pasaran a controlar las fuerzas armadas. Incluso el anciano Hindenburg le llegó a decir a Hitler: “Ocúpese usted de la política que del ejército ya me basto yo”.
Por tanto, la pretendida conspiración de Röhm no fue sino la colisión entre los intereses de Röhm, deseoso de potenciar el poder de las SA, y el temor de Hitler a que no pudiera controlar aquella carísima maquinaria. A ello se añadieron las ambiciones de Göring, que no soportaba el poder de Röhm y las de Heinrich Himmler y de Reinhard Heydrich, ansiosos por controlar todo el aparato represor del régimen, desde la Gestapo a las SS.
La consecuencia de la Noche de los cuchillos largos fue la paulatina desaparición de las SA, el auge de las SS, la eliminación de Röhm y sus colaboradores y, de paso, la de todo enemigo del nazismo, hasta dos centenares. El 2 de julio, Hilter ordenó que se le entregara a Röhm una pistola con una sola bala para que se suicidase, pero la rechazó:
– «Si Adolf quiere matarme, que haga él el trabajo sucio».
Entonces, los carceleros lo acribillaron a tiros desde la puerta de la celda.
Con «Antifascismos 1936-1945» se lleva a cabo un repaso a la historia de este movimiento que deja a un lado tópicos y mitos. Tras la victoria en la Segunda Guerra Mundial, el comunismo trató de crear una nueva lucha ideológica olvidándose de las democracias liberales.
La encíclica «Mit brennender sorge» de Pío XI fue solo el primer paso de la lucha de la Iglesia y el Vaticano contra el nazismo y sus barbaries.