Javier Arjona | 02 de noviembre de 2019
Última entrega de «España en perspectiva», una serie de doce artículos que ha recorrido la historia de nuestro país desde el arranque del siglo XX hasta la consolidación de la Transición, de la mano de personajes clave de cada periodo.
En el año 1996 se ponía fin a la última legislatura de Felipe González, bajo el hastío de un rosario de casos de corrupción que hicieron posible la recuperación de una derecha, reinventada en el Partido Popular, preparada para el asalto después de trece años en la oposición. Se había superado por fin la identificación social de aquella formación política con el franquismo, tras una inteligente reorientación ideológica de centro-derecha orquestada por José María Aznar, un emergente político madrileño que venía de ser presidente de la Junta de Castilla y León y que desde 1989 pasó a convertirse en el azote del Gobierno socialista.
Aunque los resultados de las elecciones generales de 1996 dieron la victoria a José María Aznar, el Partido Popular quedó entonces lejos de la mayoría absoluta. Para poder formar Gobierno, los populares tuvieron que pactar con las formaciones nacionalistas el traspaso de nuevas competencias a las comunidades autónomas, incluyendo un incremento del IVA e IRPF recaudado, así como la supresión del servicio militar obligatorio. Arrancaba un periodo caracterizado por una política económica de corte liberal, que tenía como objetivo en el horizonte el cumplimiento de los criterios de convergencia para la entrada de España en el euro.
Mientras se privatizaban ciertas empresas públicas y se liberalizaba el sector de las comunicaciones, el Gobierno se encaminaba con paso firme hacia la Europa de Maastricht, poniendo en marcha importantes medidas de ajuste que permitiesen encauzar los principales parámetros macroeconómicos. El control de la inflación, los tipos de interés, la deuda y el déficit público se convirtieron en el caballo de batalla de un Ejecutivo que tenía que remontar las consecuencias del exceso de gasto público derivado de la puesta en marcha del Estado de bienestar durante la etapa socialista y, a su vez, poner freno a la crisis económica que comenzó en 1992 tras los Juegos Olímpicos de Barcelona.
Fueron unos años clave en los que se intensificó la lucha contra ETA, extendiendo la presión sobre la organización terrorista a los planos judicial, económico y político. En 1997 tenía lugar la liberación de José Ortega Lara, funcionario de prisiones secuestrado durante 532 días, y una semana más tarde tenía lugar el infame asesinato de Miguel Ángel Blanco, concejal del Partido Popular en la localidad vizcaína de Ermua. A partir de aquel día, nada volvería a ser igual. La sociedad española, y particularmente la vasca, se sacudió el miedo a las amenazas y la extorsión para alzar la voz contra una banda que se quedó sin apoyos, y fue languideciendo, acorralada por las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado.
El Gobierno ha trabajado, y seguirá trabajando sin descanso, luchando implacablemente con la ley en la mano, solo con la ley, pero con toda la ley contra los asesinosJosé María Aznar, tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco en 1997
El triunfo del Gobierno frente a ETA y, sobre todo, el crecimiento económico del país hicieron que José María Aznar revalidase su victoria en las urnas en las elecciones generales del año 2000, esta vez logrando una abultada mayoría absoluta con 183 diputados. Se iniciaba entonces la segunda legislatura del Partido Popular, sin necesidad de apoyos para la formación de Gobierno, y caracterizada por la ruptura con el nacionalismo vasco tras la firma del Pacto de Estella por parte del PNV y el alejamiento con el catalán después de varios años de amistosa colaboración política con CIU.
El Gobierno de Aznar buscó entonces fuera de España los apoyos que ya no necesitaba dentro y, tras conseguir el objetivo de entrada en el euro, con el consiguiente reconocimiento de los países de la Unión Europea, llevó a cabo una intensa política exterior estrechando lazos con Estados Unidos. El apoyo mostrado al Gobierno norteamericano tras el ataque yihadista a las Torres Gemelas de Nueva York en el año 2001 permitió construir una excelente relación entre ambos países, y que España comenzara a recuperar un prestigio internacional perdido hacía más de un siglo, quizá desde antes del Desastre de 1898.
Sin embargo, aquel brillo en los grandes escenarios mundiales acabó siendo tan solo un espejismo tras el comienzo de la Guerra de Iraq en 2003. El apoyo de José María Aznar al presidente norteamericano George W. Bush para llevar a cabo la Operación Nuevo Amanecer contra Sadam Husein le acabó pasando factura. Una izquierda venida a menos tras los éxitos cosechados por el Gobierno popular vio en aquel conflicto internacional la oportunidad para hacer caer al Gobierno y, bajo el eslogan del «No a la guerra», inició una campaña sistemática de acoso y derribo alentando la crispación popular.
Con todo y con ello, las encuestas del CIS previas a las elecciones generales de 2004 volvieron a otorgar al Partido Popular, capitaneado entonces por Mariano Rajoy, una mayoría absoluta de 176 diputados. Fue entonces cuando todo cambió, en la mañana del 11 de marzo de aquel año, tres días antes de los comicios, a raíz del mayor atentado terrorista de la historia de España. Un desconocido candidato socialista, José Luis Rodríguez Zapatero, logró el día 14 una sorprendente victoria contra pronóstico, cambiando en apenas 72 horas el signo de la historia. Dejemos que sea el tiempo quien juzgue la ética y el comportamiento de la oposición durante aquellos terribles días, así como las acciones y decisiones de aquel Gobierno en funciones superado por los acontecimientos.
Un político de altura que entendió el momento crítico que la Transición supuso para España y llevó a la izquierda de nuevo al poder tras más de 45 años.
Renunció a sus ambiciones personales para asegurar la designación de su hijo Juan Carlos como sucesor de Franco.