Javier Arjona | 05 de abril de 2019
El objetivo del Pacto de San Sebastián era poner fin al reinado de Alfonso XIII y dar paso a la república.
Durante los últimos años de la dictadura de Miguel Primo de Rivera había ido creciendo la oposición a un régimen político que tenía la clara intención de perpetuarse en el tiempo. Aquellos liberales que vieron en el golpe de Estado de 1923 una oportunidad para la regeneración política se acabaron desengañando y sumaron apoyos en contra de una monarquía gastada, a la que pasaba factura su complicidad con el Ejército durante los años precedentes. Fue entonces cuando los viejos partidos del turno dieron paso a emergentes formaciones políticas que, desencantadas con aquella «dictadura con rey», tal y como la definió Santos Juliá, fundaban la plataforma Alianza Republicana en 1926.
Corría el verano de 1930 cuando los partidos republicanos, cada vez más presentes en la escena política, sellaban el Pacto de San Sebastián. Desde Alianza Republicana se promovía una reedición de aquel otro acuerdo firmado 1866 en Ostende, que entonces señaló el final de Isabel II, con el nuevo objetivo de poner fin a la monarquía alfonsina y proclamar una nueva república en España.
Entre los partidos firmantes estaban formaciones nacionalistas como el Partido Republicano Catalán de Lluis Companys, un nutrido espectro de la izquierda política impulsado desde Acción Republicana por Manuel Azaña, e incluso partidos de raíces conservadoras y espíritu liberal como la Derecha Liberal Republicana, que entonces iniciaba su andadura de la mano de Niceto Alcalá-Zamora y Miguel Maura.
Poco después, se formó un Comité Revolucionario que marcaría el paso político para apuntillar al régimen monárquico a partir de una huelga general coordinada con un levantamiento militar. Compuesto por republicanos y socialistas, aquel Comité fue presidido por Niceto Alcalá-Zamora, el abogado cordobés que había sido ministro de Manuel García Prieto en dos ocasiones, y que consiguió aglutinar en torno a su persona a la diversidad de formaciones políticas que buscaban el final de la etapa de Alfonso XIII.
Niceto Alcalá-Zamora, de familia liberal y católica, había nacido en Priego de Córdoba. Enclavado en la Sierra Subbética y exponente del arte barroco, el pueblo cordobés es un compendio de tradición y religión, con una Semana Santa íntimamente ligada a las raíces de sus gentes. Tras licenciarse en Derecho por la Universidad de Granada, su padre puso al día una agenda de viejas relaciones y el joven abogado se trasladó a Madrid en 1897, estableciendo contacto con Segismundo Moret, una de las cabezas visibles del Partido Liberal que pronto se convertiría en presidente del Consejo de Ministros.
En el año 1906 inició una fulgurante carrera política, impulsado por Alvaro Figueroa, conde de Romanones y mentor destacado en aquella primera etapa. Tras conseguir un acta de diputado por el distrito jienense de La Carolina, fue escalando posiciones en el Partido Liberal hasta que, en noviembre de 1917, entró a formar parte del Ejecutivo presidido por el marqués de Alhucemas.
Repitió cartera ministerial a finales de 1922, meses antes del golpe de Estado de Primo de Rivera, mientras crecía su desafección por la figura de Alfonso XIII. Aunque nunca hubo amistad entre ambos, las maniobras políticas del monarca chocaban cada vez con más fuerza contras las convicciones liberales del diputado cordobés.
Patente la culpa del monarca, ineludible y justa su caída con el dictador, aún hubiera podido abdicar… a tiempo… y con dinastíaNiceto Alcalá-Zamora
La llegada de la dictadura de Primo de Rivera, consentida por el monarca, fue la gota que colmó el vaso. Retirado por un tiempo de la vida política, Alcalá-Zamora buscó apoyos contra un régimen que buscó apartarlo también de la escena social y que incluso boicoteó su elección como miembro de la Real Academia de la Lengua. Se estaba completando el viraje ideológico de don Niceto, de la monarquía a la república, tal y como reconoce en sus memorias robadas: «Patente la culpa del monarca, ineludible y justa su caída con el dictador, aún hubiera podido abdicar… a tiempo… y con dinastía. Luego, no hubo más solución que la República».
Tras una reunión preparatoria en Madrid, las principales espadas del republicanismo se reunieron el día 17 de agosto, en primera instancia en el hotel Londres de San Sebastián y posteriormente en el Círculo Republicano, para constituir el citado Comité Revolucionario que, en octubre de 1930, dejó formado el que sería el Gobierno provisional de la República. Alcalá-Zamora fue propuesto como presidente del Gobierno provisional que habría de convocar Cortes Constituyentes en detrimento de Alejandro Lerroux, a quien el prieguense quiso designar como ministro de Estado.
Mientras aquello sucedía entre bastidores, la «dictablanda» del general Berenguer daba paso al último Gobierno de Alfonso XIII, el presidido por el almirante Juan Aznar-Cabañas, que intentó reconducir la situación política hacia la recuperación de la estabilidad institucional. El militar decidió celebrar elecciones municipales el 12 de abril de 1931, como paso previo a unas elecciones generales a Cortes Constituyentes en el mes de junio. No hubo opción a seguir aquella hoja de ruta. Los resultados de los comicios municipales, entendidos por los partidos republicanos como un plebiscito a la monarquía, acabaron con la proclamación de la República el 14 de abril. Se iniciaba, así, la segunda experiencia republicana de la historia de España.
Programa especial con la intención de reseñar los libros que, en los últimos años, han aportado novedades en el estudio de la Guerra Civil.
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