Antonio Miguel Jiménez | 07 de enero de 2021
Las torres de asedio de Juan Gutiérrez permitieron a Fernando de Trastamara acabar con las sólidas defensas de la ciudad nazarí de Antequera.
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Corría el año del Señor de 1407. El infante Fernando de Trastámara, hermano del difunto rey de Castilla Enrique III acababa de sufrir una amarga derrota en la plaza fuerte de Setenil, al noreste de la actual provincia de Cádiz, y por entonces parte del reino nazarí de Granada. La experiencia y lecciones que obtuvo de dicho lance serían bien aprovechaos en el futuro.
Como hermano menor del rey, y habiendo dejado este sucesor, Fernando de Trastámara era consciente de que no llegaría al trono de Castilla. Pese a ello, prefirió no quedarse sentado en la corte de su sobrino, Juan II. Como regente de Castilla se encargó personalmente de la zona sur del reino decidido a hacerse un nombre como gran líder y señor la guerra. El objetivo: el reino nazarí de Granada.
Fernando comenzó sus acciones militares a la muerte de su hermano Enrique, llevando a cabo celadas y cabalgadas sobre la serranía de Ronda y las poblaciones situadas entre los ríos Genil y Guadalhorce. Estas acciones, típicas de la guerra fronteriza, aumentaron su volumen en hombres y objetivos. En el verano de 1407 el infante don Fernando tomó las ciudades de Zahara y Pruna, lanzándose después hacia Setenil, cuyas defensas planteaban todo un reto. Posiblemente las prisas provocadas por no querer alargar demasiado la campaña, y un planteamiento no lo suficientemente concienzudo, fueron los causantes de que semanas después Fernando levantara el sitio. No sería conocido como Fernando el de Setenil.
De aquel revés aprendió más el regente castellano que de todo un año de campaña. El siguiente golpe de don Fernando a las defensas exteriores del reino nazarí sería meditado, bien planteado y magistralmente desarrollado: Antakira, año del Señor de 1410. En primer lugar, el de Trastámara se rodeó de comandantes militares de la talla de Pedro Ponce de León, señor de Marchena, o Ruy López Dávalos, condestable de Castilla, además de otros muchos. Junto a él, y bajo su pendón, Sancho de Rojas, obispo de Palencia. Pero fue un villano, en el sentido etimológico del término, quien inclinaría la balanza: «Juan Gutiérrez, mancebo de Carmona», en palabras del cronista Alvar García de Santa María.
Juan Gutiérrez, llamado con razón el de Torres, era un maestro en la construcción de bastidas, o en otras palabras, de torres de asedio. Este hombre estaría llamado a cambiar la suerte de don Fernando, quien, tras reunir un ejército fiel y curtido en las lides fronterizas de en torno a 16000 jinetes y 40000 infantes, marchó desde Córdoba hacia Antequera en abril de 1410 para cercar la ciudad.
Yusuf III, rey nazarí de Granada, mandó un ejercitó de en torno a 85000 efectivos para romper el bloqueo castellano e interrumpir las labores de asedio. El encuentro entre castellanos y nazaríes tuvo como resultado una aplastante derrota granadina en la conocida como batalla de la Boca del Asno.
Vencida en el primer asalto la fuerza principal del ejército nazarí, Fernando de Trastámara concentró todos sus esfuerzos en batir el nada desdeñable amurallamiento de la ciudad de Antequera, especialmente la gran torre principal. Para eso trabajaban sin descanso Juan Gutiérrez y sus hombres en la cercana Sevilla, recolectando madera y construyendo las bastidas.
A la ciudad de Antequera llegaron las noticias de la muerte sin descendencia del rey de Aragón, Martín I, lo que convertía a don Fernando en pretendiente al trono. Esto, posiblemente, impulsó las ansias y la ambición del infante. Terminadas las torres de asedio de Juan Gutiérrez, el Trastámara las mando traer al frente junto a «marineros de los de las naos», como lo llamó el cronista, para que las manejaran.
El martes 16 de septiembre de 1410 se ordenó el ataque general. La infantería comenzó a ascender mediante escalas por todo el perímetro del muro, mientras la caballería rodeaba la ciudad e impedía la salida de los soldados nazaríes. Ahora bien, fueron las torres de asedio las que verdaderamente despertaron el miedo en los defensores. De más de diez metros de alto, las bastidas iban cargadas de ballesteros y hombres de armas. Cuando la pasarela cayó sobre la torre principal de la muralla y los soldados del infante de Castilla saltaron del aparato el destino de la ciudad quedó sellado.
Los defensores fueron desbordados y en poco tiempo los pendones castellanos ondeaban en la torre principal de la muralla de Antequera. Parte de las tropas defensoras y la mayor parte de los civiles se refugiaron en la alcazaba, pero capitularon en pocas horas. El asedio había sido de manual. Tras los esfuerzos de negociación, el infante permitió a los vencidos salir de la ciudad con las pertenencias que pudieran cargar. Desde entonces, y para subrayar la grandeza de aquella hazaña, don Fernando de Trastámara, después Fernando I de Aragón, sería conocido como Fernando, el de Antequera.
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