Alejandro Rodríguez de la Peña | 07 de abril de 2019
Podemos encontrar principios legitimadores en la conquista militar de América.
El pasado 1 de marzo, el presidente de la República de México, Andrés Manuel López Obrador, con motivo de los 500 años de la llegada de la expedición de Hernán Cortés a tierras aztecas, envió al Rey de España, Felipe VI, y al papa Francisco una misiva en la que reclama la necesidad de “reconocer y pedir perdón” por los abusos cometidos por la Monarquía Hispánica y la Iglesia católica en la conquista de México.
Más allá de lo extemporáneo de semejante petición, esta desafortunada carta nos da pie para revisar, una vez más, la interminable controversia sobre la conquista española de América. Y es que la respuesta del Gobierno español tampoco fue del todo acertada, a nuestro juicio. En efecto, cuando el Ministerio de Asuntos Exteriores arguye que “la llegada, hace quinientos años, de los españoles a las actuales tierras mexicanas no puede juzgarse a la luz de consideraciones contemporáneas”, está planteando una verdad a medias.
He aquí las pruebas de su vida salvaje, semejante a la de las bestias; sus execrables y prodigiosas inmolaciones de víctimas humanas a los demoniosJuan Ginés de Sepúlveda
Y es que la praxis del derecho internacional actual reconoce una casuística de cara a legitimar una intervención militar extranjera en un tercer país que podríamos considerar muy pareja a la que pusieron sobre el tapete los pensadores españoles en el marco del famoso debate sobre las justas causas de la conquista de América al final del reinado de Carlos V. En realidad, nuestra época nos ofrece abundantes casos en los que la comunidad internacional se ha conmovido ante ciertas atrocidades cometidas por parte de algunos Estados, tanto en tiempo de paz como de guerra, y en algunos casos se llegó a intervenir haciendo uso de la fuerza. Son estas las intervenciones armadas denominadas en el derecho internacional clásico como “humanitarias”.
La pregunta que aquí cabe hacerse es si en el marco del debate sobre las justas causas se invocaron principios legitimadores de la acción de los conquistadores españoles paralelos a los que hoy se invocan para justificar operaciones militares de mantenimiento de la paz o humanitarias. La respuesta, a mi juicio, es afirmativa.
Basta, en este sentido, hacer un somero repaso de algunos de los argumentos más repetidos en el debate sobre las justas causas. Si nos centramos en el caso del Imperio azteca, lo cierto es que no cabe duda de que estamos ante un caso de violación sistemática de derechos humanos a gran escala. De hecho, el Imperio azteca ha sido gráficamente calificado por Marvin Harris como un auténtico reino caníbal. Su grandiosa capital, Tenochtitlán, era una auténtica “ciudad del sacrificio humano”, en expresión del investigador David Carrasco. En esta dirección, Nigel Davies ha demostrado que en la cultura azteca se dio el sacrificio humano ritual con una frecuencia y en unas cantidades (que incluían niños y grandes cantidades de esclavos) no igualadas en otros rincones del globo, ni siquiera en la Cartago púnica. Estamos hablando de una media de 20.000 personas sacrificadas al año.
“En ningún otro lugar del mundo -concluye el antropólogo Marvin Harris- se había desarrollado una religión patrocinada por el Estado cuyo arte, arquitectura y ritual estuvieran tan profundamente dominados por la violencia, la corrupción y la muerte (…) Los dioses aztecas devoraban seres humanos. Comían corazones humanos y bebían sangre humana. Y la función explícita del clero azteca consistía en suministrar corazones y sangre humanos frescos a fin de evitar que las implacables deidades se enfurecieran”.
A la luz de estos datos, cobra mayor relevancia y se comprende mejor la validez, incluso hoy día, de la argumentación ética y jurídica de algunos humanistas españoles defensores de la justicia de la conquista de América. Por ser concisos, tomemos el caso del humanista Juan Ginés de Sepúlveda, quien alcanzó gran reputación como helenista y traductor de Aristóteles en la corte pontificia. Una vez regresó a España, se vio envuelto en la querella de las justas causas con Francisco de Vitoria, una querella que no procede explicar aquí.
Simplemente, nos limitaremos a citar, como botón de muestra, algunos de los argumentos esgrimidos por este humanista en relación con la legitimidad que las prácticas sacrificiales aztecas prestaban a la conquista española: “¿Qué diré ahora de la impía religión y nefandos sacrificios de tales gentes, que al venerar como Dios al Demonio no creían aplacarle con mejores sacrificios que ofreciéndole corazones humanos? (…) Y ellos mismos se alimentaban con las carnes de las víctimas. A mi juicio, este es el crimen más grave, torpe y ajeno a la naturaleza humana” (Democrates Alter, 35-38).
En otra de sus obras, de forma no menos contundente, afirmaba: “He aquí las pruebas de su vida salvaje, semejante a la de las bestias; sus execrables y prodigiosas inmolaciones de víctimas humanas a los demonios, el alimentarse de carne humana, el sepultar vivas a las mujeres de los magnates con sus maridos muertos, y otros crímenes semejantes condenados por el Derecho natural, cuya narración repugna al oído y horroriza el ánimo de gente civilizada; ellos, en cambio, lo hacían como si se tratase de obras piadosas” (De Regno, 37).
De lo anterior se colige que la guerra contra los aztecas es justa, concluye Ginés de Sepúlveda: “Para acabar con el horrible crimen del canibalismo y la adoración diabólica (…) y para librar de un serio agravio al inocente que cada año es inmolado por estos bárbaros” (Democrates Alter, 19-22).
Una variada selección bibliográfica para acercarse a la guerra que partió la España de hace 80 años.
Gran Bretaña, Francia o Argentina recuerdan con honores a sus caídos en las diferentes guerras. En España sigue habiendo vencedores y vencidos.