Javier Arjona | 08 de septiembre de 2019
Siempre ha sido una incógnita si Tartessos fue la capital de un fabuloso reino perdido o una singular cultura extendida por la región suroccidental de la península ibérica.
Quiso la casualidad que en el año 1940 la Real Sociedad de Tiro de Pichón de Sevilla eligiera la localidad de El Carambolo para ubicar sus instalaciones. Dos décadas más tarde, y como consecuencia de la organización de un concurso internacional, se acometió una obra de ampliación que dejó al descubierto, en el suelo de una terraza situada frente al edificio principal, un fabuloso tesoro que veía la luz después de casi tres mil años enterrado. Aquel singular hallazgo arqueológico devolvía a la actualidad el mito del reino perdido de Tartessos.
La civilización tartésica, citada en fuentes grecorromanas e incluso en el Antiguo Testamento, había sido ya estudiada en la segunda mitad del siglo XIX, impulsada por el ardor del Romanticismo, y puesta de largo en los medios de comunicación cuando el alemán Adolf Schulten, siguiendo los pasos de Heinrich Schliemann con Troya, trató de hallarla en las marismas del Guadalquivir, en el actual Parque Nacional de Doñana. El alemán se mantuvo fiel a las indicaciones de la Ora Marítima de Avieno, tal y como había hecho su compatriota años antes siguiendo la estela de La Ilíada de Homero en una aventura que le llevó a localizar la legendaria Ilión del rey Príamo.
La incógnita de Tartessos
Siempre ha sido una incógnita si Tartessos fue una ciudad, capital de un fabuloso reino perdido, o simplemente una singular cultura extendida por la región suroccidental de la península ibérica. Lo cierto es que no se han encontrado vestigios de una urbe que respondiera a ese nombre, por más que varios buscadores como Schulten trataran de hallarla, aunque sí varios poblados culturalmente avanzados que tienen en común las características orientalizantes que definen el modelo tartésico, y que entre los siglos VII y VI a.C. alcanzaron su cénit cultural.
Lo cierto es que no se han encontrado vestigios de una urbe que respondiera al nombre de Tartessos
Aquella civilización tartésica se extendió por el sudoeste de la península ibérica, teniendo su centro neurálgico en torno a las Minas de Riotinto. La producción minera de metales como el cobre, la plata, el mercurio, el plomo o el hierro hizo de las minas andaluzas probablemente las más importantes de la antigüedad en el Mediterráneo Occidental. Los distintos poblados tartésicos se ubicaron en las actuales provincias de Cádiz, Huelva y Sevilla, siempre en puntos donde el control del territorio fuese óptimo y las vías de acceso a las minas permitieran el desarrollo metalúrgico.
Desde esta región suroccidental, la cultura irradió hacia el centro peninsular, dejando vestigios como el Palacio de Cancho Roano en la provincia de Badajoz, y también hacia el sur de Portugal. En el Guadiana y Guadalquivir han aparecido claros elementos de influencia tartésica en Carmona, Cástulo o Galera. Por otro lado, el comercio desarrollado por griegos y fenicios hizo a su vez que los productos tartésicos llegaran a todas las colonias mediterráneas, tanto las de escala obligada en la propia península ibérica como las más alejadas en Italia, norte de África e incluso hasta las propias metrópolis del Mediterráneo Oriental.
Según los textos grecolatinos, Tartessos era un reino que controlaba un extenso territorio con un alto grado de desarrollo, ya que disponía de escritura y leyes antiguas. La Biblia cita en varios pasajes la ciudad de Tarsis, que autores como Herman Hertz o Samuel Bochart llegaron a asociar con la mítica Tartessos, aunque en la actualidad es más probable que se tratara del puerto de Aqaba en la península del Sinaí. La primera referencia griega viene de la mano del poeta Hesiodo, que menciona al rey Gerión como al soberano mítico de un reino situado tras las columnas de Heracles, hoy identificadas como el estrecho de Gibraltar.
En el siglo VI a.C., Anacreonte también hace referencia en una de sus obras a la riqueza y complejidad política del reino tartésico, aunque será Heródoto quien introduzca definitivamente a Tartessos en la historia al narrar el descubrimiento de aquel reino de inagotable riqueza por los griegos de Focea. El historiador y geógrafo de Halicarnaso será quien mencione al rey Argantonio como el primer monarca conocido con quien los foceos trabaron amistad. Ya en el siglo II a.C. el viajero Pausanias afirmó haber visto dos cámaras en un santuario de Olimpia que albergaba el tesoro de los sicionios y de las que la población de Elis afirmaba que habían sido hechas con bronce de Tartessos.
Para algunos investigadores, el propio Platón habla de Tartessos de manera figurada cuando menciona La Atlántida en sus Diálogos, y en época romana tanto Plinio el Viejo como Marco Juniano Justino hablan de aquel reino del Mediterráneo Occidental, aunque de manera confusa y poco precisa. Finalmente, Rufo Festo Avieno hizo una descripción de las costas atlántica y mediterránea pasando por el estrecho de Gibraltar en su Ora Maritima, libro con el que Adolf Schulten trató de encontrar Tartessos atendiendo a los topónimos utilizados por el autor.
Seguramente no se puede hablar de desaparición de Tartessos, sino de conversión en otras culturas
Al llegar el siglo IV a.C., las referencias históricas sobre Tartessos desaparecen de manera abrupta. Los románticos quisieron ver en este final la sangre y el fuego de la llegada de Cartago, aunque probablemente la causa del eclipse tartésico fuese, como en otras civilizaciones extintas, un cambio económico preludio de un nuevo orden en el comercio del Mediterráneo. Seguramente no se puede hablar de desaparición, sino de conversión en otras culturas, entre ellas la turdetana, cuyo nivel ya no será puntero en un contexto histórico en el que Roma pronto comenzaría a enseñorearse para acabar dominando el mundo conocido.
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