Antonio Miguel Jiménez | 10 de abril de 2019
Los documentos oficiales arrojan poca luz sobre la actitud del Vaticano respecto al horror nazi.
La cuestión de la actuación del pontífice Pío XII con respecto a las políticas de la Alemania de Hitler, y más concretamente a la cuestión judía, ha sido uno de los temas más controvertidos de la historia de la Segunda Guerra Mundial. Y hemos de decir que de Pío XII se ha dicho de todo, pese a que solo se conoce una ínfima parte, compuesta mayoritariamente por documentos oficiales.
Pío XII y el Tercer Reich
Saul Friedländer
Ediciones Península
256 páginas
19,90€
Muchos acusaron a Pío XII de connivencia con la Alemania nazi. Pero hubieron de rectificar cuando se descubrieron pruebas del odio que Eugenio Pacelli suscitaba en los jerarcas nazis y, especialmente, en el mismo Führer, llegando al punto de orquestar un plan de secuestro.
Otros lo acusaron de silente, e incluso de asertivo, ante las políticas antijudías de Hitler, pero tuvieron que callar cuando salió a la luz un ingente número de testimonios de judíos que aseguraban haber sido salvados de las deportaciones desde Italia a los campos de exterminio nazis, gracias a los entramados para esconder y sacar judíos en secreto que puso en marcha el mismo Pío XII desde el Vaticano.
Por último, se le acusó también de tibio, de mero espectador ante lo que auguraban las políticas del Reich y, sobre todo, de no haber seguido el camino de condena pública y constante de su predecesor en la cátedra de san Pedro, Pío XI, quien, en su encíclica Mit brennender sorge (1937) había condenado furibundamente el neopaganismo y las teorías raciales de Hitler.
En el siglo XX, ¿habría tenido algún efecto excomulgar a Hitler?
Pues bien, en la reciente reedición del libro Pío XII y el Tercer Reich, de Saul Friedländer, publicado por primera vez en 1964, traído al español treinta años después, y publicado por primera vez en la editorial Península en 2007, encontramos una afirmación tácita del autor de que Pío XII, en efecto, no era tan crítico con el régimen de Hitler como pudo haber pasado a la historia, transmitiendo el mensaje de que llevó a cabo un buen juego político, pero que no dio un buen ejemplo moral.
Y ¿en qué fuentes se apoyó el autor para sacar esta conclusión? En los documentos oficiales del Reich y en archivos de los Ejércitos inglés y estadounidense. Sobra decir que la visión, pues, del libro es la oficial, la que las potencias querían que el resto viera, y también la que Pío XII quería que los alemanes vieran. Y, es cierto, los mensajes públicos y oficiales de Pío XII al Tercer Reich no fueron beligerantes como los de Pío XI, pero ¿acaso cambió la situación con la política de furibunda condena de Pío XI?
Sin duda, la intención de Achille Ratti fue bienintencionada, pero bastante ingenua en lo que a política y estrategia se refiere, consiguiendo que a la Iglesia católica se la vetara en todo escenario donde estuvieran los alemanes y se perdiera así la oportunidad de actuar de alguna manera. En el caso de Pío XII, fue claro: política y diplomáticamente, cordial y aparentemente conciliador; clandestinamente, luchador incansable contra el nazismo.
Cosa aparte es la capacidad de la Iglesia católica, y más concretamente la del sumo pontífice, de intervenir contundentemente en las situaciones que se estaban dando en la Alemania de Hitler y, más tarde, en toda Europa durante la guerra.
Es curioso que se achaque a la Iglesia y a Pío XII el no haber parado a Hitler. A quien se le pase eso por la cabeza, le recomiendo que despierte y que sea consciente de la realidad, pues la posibilidad del Papa de llevar a cabo medidas contundentes era, si no nula, sí, al menos, muy mermada. En el siglo IV, cuando la excomunión podía hacer que un emperador romano como Teodosio el Grande se pusiera de rodillas en la puerta de una catedral a pedir perdón, sí podía achacarse al Papa el no haber intervenido a favor del débil en una situación injusta. Pero, ¿en el siglo XX? ¿Habría tenido algún efecto excomulgar a Hitler?
Uno solo de los miles de testimonios de judíos a los que Pío XII salvó pesa más que todos los documentos oficiales de la guerra
Sin embargo, las potencias aliadas también estaban allí, y hasta la agresión a Polonia no movieron un dedo. La misma Gran Bretaña había cedido a entregar Checoslovaquia a Hitler muy alegremente, creyendo que así apaciguarían al Führer. ¿Qué tendrían que decirles los checos y eslovacos a los ingleses? No amigos, no. Las situaciones de ese calibre son muy complejas, y muy difíciles de abordar aun conociendo mucha información al respecto.
Nadie, o poquísimas personas, supieron qué era lo que realmente pasaba por la cabeza de Eugenio Pacelli en los terroríficos tiempos de la Segunda Guerra Mundial pero, al parecer, los documentos oficiales (que no suelen mostrar la verdad, por desgracia para los historiadores) dan a entender que este se congració con Hitler y sus secuaces. En la humilde opinión de quien escribe, uno solo de los miles de testimonios de judíos a los que Pío XII salvó pesa más que todos los documentos oficiales que generó la guerra. El libro, por lo demás, adolece de monótono.
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