Antonio Miguel Jiménez | 10 de junio de 2021
La salida del duque de Alba de los Países Bajos fue visto como un gesto de debilidad que los rebeldes neerlandeses quisieron aprovechar. El asedio de Leiden provocaría escaramuzas y combates que pusieron a prueba el valor de los Tercios.
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Enmarcada en la Guerra de los Ochenta Años (1568-1648) entre la Monarquía Hispánica y los rebeldes neerlandeses, la batalla de Mook tuvo lugar el 14 de abril de 1574, en un villorrio cercano a Nimega. Pese a las campañas llevadas a cabo por Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, III duque de Alba, en Flandes, desde 1567 hasta 1573 la rebelión neerlandesa estaba lejos de acabar. Tras retirar Felipe II a Alba, cuyos métodos no habían logrado pacificar los Países Bajos, fue Luis de Requesens el elegido para encauzar la situación: el rey dio claras instrucciones a Requesens para establecer una política de diálogo y negociación con los rebeldes neerlandeses, salvaguardando, eso sí, la soberanía del legítimo gobernante de los Países Bajos, Felipe II, y la doctrina católica.
La nueva y bienintencionada política del monarca llevada a cabo por Requesens no solo no tuvo éxito, sino que además consiguió justo lo contrario: los rebeldes neerlandeses solo vieron debilidad en este cambio de política y en el nuevo gobernador, acabados ya los tiempos en que el duque de Alba los había aplastado. Ahora tenían la oportunidad de retomar la ofensiva. En el otoño de 1573, y pese a la complicada situación económica que atravesaba la Monarquía Hispánica, Requesens tuvo que recurrir a las armas.
Si bien la política conciliadora del nuevo gobernador no tuvo éxito en general, sí lo tuvo entre las ciudades más moderadas del sur. Fueron las ciudades del norte, especialmente las de las provincias de Holanda y Zelanda, las que acarrearon los mayores problemas para el gobierno español. Así, muchas de ellas, como Alkmaar y Leiden, declararon su abierta rebeldía. Esta última tenía un elevado valor geoestratégico, ya que, además de por su excelente situación entre Ámsterdam y La Haya, era un nexo comercial de primer orden de las ciudades del norte. Requesens decidió sitiarla, encomendando la operación al maestre de campo Francisco de Valdés, con 5.000 infantes y 800 jinetes a su mando.
El golpe que se asestaría a la rebelión si Leiden caía en manos españolas significaría un punto de inflexión en la contienda a favor de la Monarquía Hispánica, por lo que los rebeldes decidieron romper el cerco lo antes posible. Guillermo el Taciturno, príncipe de Orange, organizó un ejército en el norte de unos 6.000 neerlandeses. Mientras, sus hermanos Luis de Nassau y Enrique de Nassau-Dillenburg organizaron otro en el sur, en la zona del Bajo Rin y Westfalia, con mercenarios alemanes protestantes: 6.500 infantes y unos 3.000 efectivos de caballería. Estas tropas montadas no eran meros jinetes, sino los temidos reiters (literalmente «jinetes»), también conocidos como schwarze reiters («jinetes negros»), caballería pesada germánica que portaba unas grandes pistolas como arma principal. Un cuerpo temible.
El plan de los Nassau era sencillo: unir sus fuerzas en Leiden y romper el asedio al que los hispánicos sometían a la ciudad. En total, sumaban unos 15.500 efectivos, con lo que no debían tener problemas en vencer a las tropas de Francisco de Valdés. Pero la ejecución del plan no iba a ser tan sencilla.
En primer lugar, en el camino a Leiden el ejército de Luis y Enrique comenzó a sufrir bajas por deserción y, por si fuera poco, las terroríficas encamisadas nocturnas españolas en el camino causaban más y más muertos. Cuando llegaron a Mook, a 10 km de la ciudad de Nimega, las fuerzas de Luis de Nassau contaban con 5.500 soldados de a pie y 2.600 de a caballo.
Por su parte, Luis de Requesens no había estado ocioso: supo del plan de los Nassau y, ante la imposibilidad de vérselas con los dos ejércitos a la vez, levantó el sitio a Leiden y mandó sus fuerzas rápidamente en busca del ejército que se aproximaba desde el sur: dio con él en el pueblo de Mook. Quienes lideraban la fuerza española eran los maestres Sancho Dávila, conocido como «el rayo de la guerra», y Bernardino de Mendoza, militar y diplomático autor de la obra Teórica y práctica de la guerra (1577), dos comandantes sumamente experimentados que habían participado en las principales batallas libradas por el duque de Alba desde 1568. La fuerza que comandaban contaba con unos 5.000 infantes y en torno a 800 jinetes, inferiores en número por ende.
Aún no hay explicaciones lo suficientemente claras sobre el desenlace de este encuentro, pero lo cierto es que la derrota de los líderes rebeldes y de su potente tropa mercenaria fue total. Ambos ejércitos se encontraron, frente a frente, junto a Mook, y comenzaron las respectivas tomas de contacto. En un momento determinado, los temibles reiters comenzaron a avanzar hacia la línea española. Pero se produjo un hecho insólito. En lugar de plantar picas y esperar la embestida de los jinetes germánicos, Dávila y Mendoza enviaron, en un ataque relámpago, la caballería ligera española, lanceros seguramente, y estos desarbolaron el ataque ordenado de los reiters, provocando cuantiosas bajas. Pero aun así, la línea de caballería mercenaria se rehizo, e intentó una nueva embestida, con las pistolas apuntando al frente, que de nuevo fue abortada por un fugaz ataque de la caballería hispana. 3.000 mercenarios cayeron aquel día en Mook, cerca de Nimega, además de los propios hermanos del Taciturno: Luis y Enrique.
El resto del ejército que habían llevado hasta allí se dispersó. Para cuando el príncipe de Orange se enteró de la debacle, las tropas comandadas por Dávila y Mendoza ya habían regresado a Leiden, retomando el asedio, que finalmente lograrían romper los rebeldes en octubre de 1574.
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