Antonio Miguel Jiménez | 11 de febrero de 2021
Una operación anfibia en la costa africana con la intención de poner fin a los ataques piratas contra la península ibérica.
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La piratería musulmana en el Mediterráneo no era ninguna novedad para las potencias cristianas a comienzos de la Edad Moderna. De hecho, estas mismas potencias también habían entregado «patentes de corso» a no pocos piratas, incluso con la bandera de órdenes religiosas como los Caballeros de San Juan, más tarde conocidos como Orden de Malta, con el fin de contrarrestar la piratería procedente, principalmente, de los reinos musulmanes del norte de África.
Así, se estableció una suerte de statu quo entre las orillas norte y sur del Mediterráneo. Pero esta situación explosionó tras la caída del Imperio romano de Oriente, el Imperio bizantino. Los piratas de Berbería, como se conocía el norte de África en el Occidente cristiano, se convirtieron en satélites operativos del poder otomano y, en muchos casos, incluso gobernantes turcos dirigían estos estados piráticos con el objetivo de minar a las potencias cristianas.
Los principales objetivos otomanos contra los que dirigir a los corsarios berberiscos fueron las costas ibéricas e italianas. En muchas ocasiones, los berberiscos eran liderados por marinos turcos, como el famoso Ahmed Kemaleddin, más conocido como Kemal Reis. Este corsario turco fue enviado explícitamente por el sultán Bayecid II a hostigar a las poblaciones costeras de la Monarquía hispánica, en guerra con el rey de Granada. Ciudades como Almería y Málaga, en poder de los Reyes Católicos, sufrieron sus repentinos ataques. Y la situación no hizo sino empeorar para los cristianos peninsulares, incluso después de la toma de Granada en enero de 1492.
El cenit de la piratería berberisca en el Mediterráneo occidental llegaría de la mano de los hermanos Aruj y Hizir (luego Jeireddín) bin Yakub, más conocidos como «los hermanos Barbarroja». Mientras las campañas en Italia contra los franceses se recrudecían, las costas del levante hispánico caían en el terror al multiplicarse los ataques berberiscos. La postura de Francisco Jiménez de Cisneros, arzobispo de Toledo y consejero de Isabel de Castilla, fue clara: atacar las principales plazas fuertes de los piratas en Berbería.
Tras los ataques berberiscos al levante hispánico de 1503, se tomó la decisión de llevar a cabo una acción decisiva contra los piratas y preludio de la toma de Orán: hacer caer la fortaleza portuaria de Mers el-Kebir (Mazalquivir). El mismo Cisneros financió la expedición, en la que reunió una fuerza de 7.000 efectivos y 170 naves.
La fuerza expedicionaria salió de Almería el 9 de septiembre de 1505, avistando Mazalquivir dos días después. Las naves con mayor envergadura y potencia de fuego, comandadas por el marino guipuzcoano Juan de Lezcano (el de Garellano), comenzaron a batir el castillo de la fortaleza, atrayendo hacia sí el fuego de artillería de la plaza. Mientras, las barcas comenzaron a transportar a la infantería a la playa desde las galeras y fustas. Una operación anfibia en toda regla.
Nada más arribar, las tropas comandadas por Diego Fernández de Córdoba tomaron posiciones en unas alturas cercanas a la plaza, que fortificaron en un tiempo récord. A la mañana siguiente, el día 12, ya desembarcada toda la tropa, los berberiscos salieron de Mazalquivir con la intención de desalojar a las tropas hispánicas, pero ya era tarde. Un ataque en el que fueron duramente rechazados por los soldados hispánicos les hizo entender que estos habían tomado una posición sumamente sólida de la que no podrían ser desalojados.
Los defensores se retiraron, y ante la posibilidad de un largo asedio (las naves españolas bloqueaban el puerto y la infantería la entrada a la ciudad) en el que los atacantes podrían recibir abastecimiento y refuerzos por mar, decidieron pedir una tregua de un día, posiblemente con la esperanza de recibir ayuda de Orán, sita a menos de tres horas a pie.
No apareció fuerza alguna, y los defensores entregaron la plaza a Fernández de Córdoba, quedando una guarnición de 500 infantes y 100 jinetes. El ataque, un desembarco anfibio de manual, había sido relámpago; la fortaleza de Mazalquivir cayó en un día, dando comienzo el fin de los estados piráticos en Argelia. La plaza sería española, salvo lapsus entre 1708 y 1732, hasta 1792, cuando Carlos IV la vendiera, junto con Orán, al bey turco de Argel.
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