Antonio Miguel Jiménez | 11 de marzo de 2021
La alianza entre franceses y rebeldes neerlandeses puso en jaque a la ciudad de Amberes, pero una arriesgada acción nocturna de los Tercios salvó la plaza española.
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En el año del Señor de 1638, al monarca de la casa de Austria que gobernaba España, Felipe IV, se le conocía como «el Rey Planeta», es fácil adivinar por qué. Aún no se había producido la famosa (y no tan catastrófica) batalla de Rocroi, pero lo cierto es que a los ejércitos de los Austrias españoles les costaba cada vez más mantener la iniciativa en el teatro de operaciones flamenco. En junio de 1638, la Monarquía hispánica, como potencia aún hegemónica de aquella Europa, se encontraba inmersa en tres conflictos de enorme envergadura: la Guerra de los Ochenta Años en Flandes, la Guerra de los Treinta Años en el Sacro Imperio y la Guerra franco-española también en Flandes, además de en Artois, los Pirineos y otras fronteras conflictivas. Si bien la batalla de la que nos ocuparemos a continuación se enmarca en el primer conflicto, el conflicto franco-español también tendrá un importante papel.
A los ejércitos españoles les costaba mantener la iniciativa ofensiva, especialmente contra la siempre peligrosa Francia, pero aún la conservaban contra los rebeldes neerlandeses. En mayo de 1638, los dos adversarios de la Monarquía hispánica, aliados desde 1624, planificaron y coordinaron un ataque conjunto cuyo objetivo sería envolver las posiciones españolas en la región flamenca: los franceses sitiarían primero la ciudad de Saint-Omer, en la región de Artois (lindando al oeste con el Flandes español), y los rebeldes neerlandeses, comandados por Guillermo de Nassau-Hilchenbach, avanzarían sobre los fuertes de la orilla oeste del río Escalda en torno a Amberes –el de Liefkenshoek, el Santa María y el de Verrebroek, a escasos kilómetros de la pequeña población de Kallo–, para después sitiar la ciudad.
Ante el ataque francés, las tropas de la Monarquía hispánica comandadas por el general Ottavio Piccolomini, unos 4.000 infantes y 3.000 hombres de a caballo, se pusieron en marcha hacia Valenciennes. El cardenal-infante Fernando de Austria, hermano del rey, lo reclamó a Amberes de manera inmediata, pero su vuelta no era ya posible.
En la noche del 13 al 14 de junio, las tropas de Guillermo, unos 22.000 efectivos, habían tomado los tres fuertes citados de la orilla oeste del Escalda, fundamentales para la defensa española de Amberes, y el Cardenal-Infante no podía arriesgarse a que los rebeldes neerlandeses, muy superiores en número, aseguraran dichas posiciones. Además, Federico Enrique, príncipe de Orange y estatúder de las Provincias Unidas, que el año anterior (1637) ya había reconquistado Breda de manos españolas, se encontraba en la cercana ciudad de Bergen op Zoom con un poderoso ejército y provisiones. Esto significaba que, si las tropas españolas fallaban, los rebeldes neerlandeses tomarían uno de los tres enclaves fundamentales (Bruselas-Amberes-Gante) del triángulo de poder español en la región flamenca.
El Cardenal-Infante, desesperado ante la imposibilidad de recibir ayuda de Piccolomini, decidió actuar rápido y atacar él mismo los fuertes perdidos. Ante la urgencia de la situación, organizó sus tropas y se dirigió a Amberes, donde también llamó a Guillaume de Bette, marqués de Lede, con sus tropas, que acampó a las afueras de la ciudad. Tras el agrupamiento de fuerzas, el Cardenal-Infante dividió la totalidad de los efectivos en tres cuerpos: el principal, formado por 3.000 hombres que integraban cinco compañías de veteranos españoles del Tercio de Velada, todo el Tercio de Duchino Doria, y algunas compañías de soldados valones, comandado por el general Andrea Cantelmo; otro compuesto por 2.000 hombres encuadrados en 5 compañías del Tercio Viejo de Fuenclara, el Tercio Valón de Ribacourt, el regimiento de la Baja Alemania de Brion, y soldados de Naciones como los irlandeses, comandado este por Guillaume de Bette y, por último, un cuerpo de otros 2.000 hombres pertenecientes todos al Tercio de Fuenclara, encuadrados en quince compañías, comandado por el conde de Fuenclara. Unos 7.000 hombres en total, la mayoría veteranos de los tercios viejos.
Tras cruzar, el día 20 de junio, el Escalda por el gran meandro que cierra Amberes al oeste, las tropas del Cardenal-Infante tomaron posiciones junto al pequeño pueblo de Beveren y, al caer la noche, cada cuerpo se dirigió a un fuerte asignado. Hay que tener la imagen presente: en la orilla oeste del Escalda, Kallo se sitúa en el centro del triángulo defensivo formado por los tres fuertes (perfectamente perceptible en la actualidad mediante imagen por satélite) tomados por los rebeldes neerlandeses: el de Liefkenshoek al norte, el Santa María al este y el de Verrebroek al oeste. Los tres cuerpos llevaron a cabo un ataque coordinado a los tres fuertes con el objetivo de que ninguna guarnición pudiera auxiliar a las otras. El plan no pudo salir mejor.
Al comienzo de la acción, los rebeldes sostuvieron el ataque y lograron repeler a las tropas hispánicas pero, tras fuertes y repetidos embates de las disciplinadas aunque escasas tropas y la artillería españolas, fueron finalmente sobrepasados, produciéndose una huida masiva y caótica de los fuertes entre las filas del de Nassau. En torno a 2.500 neerlandeses murieron o se ahogaron en los canales del Escalda al intentar escapar, mientras que otros 2.500 fueron capturados. La caballería persiguió al enemigo, causando una enorme mortandad entre aquellos que no saltaron a los canales del Escalda.
Las tropas del Cardenal-Infante se apoderaron de toda la artillería neerlandesa, 3 estandartes, 50 banderas y 81 barcazas fluviales. Los tres fuertes fueron reconquistados durante la acción, lo que le costó al Cardenal-Infante en torno a 280 muertos y más de 800 heridos, y obligó al príncipe de Orange a suspender cualquier ofensiva sobre Amberes. La ciudad estaba a salvo. Poco después del varapalo neerlandés, las tropas de Piccolomini derrotaron al ejército francés, comandado por los mariscales Gaspard de Coligny y Jacques-Nompar de Caumont, que se retiraron de Saint-Omer con una pérdida de unos 4.000 hombres. El plan conjunto franco-neerlandés fue totalmente desarticulado por el ejército de Flandes.
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