Javier Arjona | 12 de diciembre de 2020
Escenario de la trágica muerte de Antonio Maura en 1925 y sede del Estado Mayor republicano durante la Guerra Civil española, constituye uno de los lugares emblemáticos del municipio de Torrelodones.
Corría el año 1920 cuando el ingeniero José María del Palacio y Abárzuza, gran aficionado al arte y apasionado coleccionista de antigüedades, decidió levantar una singular mansión de estilo ecléctico y personalísimo, en una finca boscosa de ochenta hectáreas de su propiedad, situada en el madrileño municipio de Torrelodones. Ubicado en la cima de una singular masa granítica salpicada de encinas, jaras y enebros, y frecuentemente visitado por jabalíes, zorros y algún que otro ciervo despistado, el Palacio del Canto del Pico recoge desde su atalaya los frescos aromas a pino y tomillo que traen los vientos del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama. Aunque el edificio parece tomar su nombre de una gran roca caballera con forma de pico de ave, el cronista José de Vicente Muñoz señala, en su Escudo, geografía e historia de Torrelodones, que el palacio se encuentra en el «pico», entendido este como el punto más alto del municipio, a unos 50 metros del «canto», en referencia a la gigantesca piedra granítica.
Aunque el ingeniero Antonio Ramos estuvo a cargo de las obras, el diseño del edificio fue original de don José María, a la sazón III conde de las Almenas, que buscó incorporar toda una suerte de elementos tanto arquitectónicos y escultóricos como decorativos, recogidos de sus viajes por distintos lugares de España. Entre los años 1920 y 1922 se fueron incorporando al palacio las columnas góticas del castillo de Curiel o el claustro gótico del siglo XIV del Real Monasterio de Santa María de la Valldigna, además de una amplia variedad de vidrieras, imágenes y sillerías de la colegiata de Logroño. No queda claro en las crónicas la legalidad de semejantes adquisiciones, que fueron completándose con orfebrería, cuadros o mobiliario de lugares tan emblemáticos como las catedrales de Zamora, Ávila o Burgos. En todo caso, el palacete recibió en febrero de 1930 la calificación de monumento histórico artístico, tras una sesión presidida en la Real Academia de la Historia por Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó, XVII duque de Alba.
El jardín original de la mansión, adaptado a la compleja orografía de la escarpada finca, era una de sus joyas naturales. El conde de las Almenas quiso diseñarlo con un estilo romántico imitando a los ingleses del siglo XVIII, tallando escaleras sobre las rocas, excavando aljibes y cascadas artificiales, y creando espacios agrestes a caballo entre la nostalgia y la melancolía, desordenados entre parterres y bosques de diferentes especies. En este sentido, la investigadora y paisajista Isabel Pérez Van Kappel ha clasificado los exteriores ajardinados del palacio en dos zonas; una primera, aterrazada en la fachada sur con extraordinarias vistas a Madrid, donde hoy todavía se pueden ver una piscina y una explanada de columnas, y otra secreta, ubicada en la parte baja de la finca y algo más alejada de la casa, donde perderse en medio de la frondosidad vegetal entre un rosario de rocas de granito.
En aquel comienzo de los años veinte gobernaba en España el Partido Conservador fundado por Cánovas a finales del siglo XIX, que había tenido en Antonio Maura y Eduardo Dato a sus principales referentes. El primero acababa de dejar la política activa en 1921 para dedicarse a las tareas académicas y a la pintura, unos meses después de que el segundo fuera asesinado por tres anarquistas junto a la Puerta de Alcalá. Disfrutando de un merecido retiro en la vecina finca El Pendolero, ubicada a pocos kilómetros del Palacio del Canto del Pico, el veterano político mallorquín se encontraba de visita en casa del conde de las Almenas cuando quiso la fatalidad que, al bajar las escaleras que llegan al hall, sufriera una hemorragia cerebral que acabó con su vida. En aquel fatídico lugar, el conde hizo grabar la siguiente inscripción: «Cuando bajaba por esta escalera subió al cielo don Antonio Maura Montaner».
Con el comienzo de la Guerra Civil española, el Palacio del Canto del Pico cobró un nuevo e inesperado protagonismo, al convertirse en sede del Estado Mayor del Ejército Republicano. Desde su privilegiada ubicación, en julio de 1937, el general Miaja planeó y dirigió la cruenta batalla de Brunete, que junto a la de Belchite fue concebida como una estrategia de distracción frente al imparable avance de los nacionales en el norte de España. Con aquella ofensiva el bando republicano trató de aliviar la presión que sobre Madrid estaban ejerciendo las tropas del general Franco desde el norte y oeste de la región, al tiempo que buscaba desviar la atención del ejército sublevado tras el éxito en la Campaña de Vizcaya, que había concluido con la liberación de Bilbao y de los distintos pueblos de la margen izquierda del Nervión. Aquel mismo año, don José María del Palacio y Abárzuza hacía testamento y dejaba su finca a Francisco Franco.
En 1940 fallecía el conde de las Almenas y el Palacio del Canto del Pico pasó a manos de la familia del generalísimo, para ser utilizado durante 35 años como lugar de recreo y descanso. Fue entonces cuando se construyó la actual antigua carretera a El Pardo, que comunicaba la finca con la residencia oficial del jefe del Estado, y permitía a Franco acudir con presteza a cazar y disfrutar de numerosas jornadas de asueto. En 1975, la herencia pasó a doña Carmen Franco Polo, convirtiéndose aquella casa, en el inicio de la Transición, en un improvisado almacén para los numerosos regalos que la familia había recibido durante casi cuatro décadas de dictadura. Durante varios años, residieron en la finca, aunque no en el palacio sino en la caseta del guarda rehabilitada, el periodista Jimmy Giménez-Arnau, que se había casado con la nieta de Franco Merry Martínez-Bordiú.
Poco después, comenzaría el declive del edificio que, sin vigilancia, sufrió constantes robos, destrozos y hasta un incendio que estuvo a punto de destruirlo por completo. Tras ser vendido al empresario José Antonio Oyamburu Goicoechea, quien a través de la empresa Stoyman Holdings Limited pretendió sin éxito transformarlo en un hotel de lujo, el Palacio del Canto del Pico ha ido quedando en un penoso estado de ruina y abandono. A pesar de algún intento por parte del Ayuntamiento de Torrelodones para hacerse con la propiedad de la mansión, la realidad es que el futuro de aquel sueño romántico del conde de las Almenas sigue estancado y sin visos de solución. Esperemos que se pueda encontrar una solución para devolver al palacio parte de su esplendoroso pasado, convirtiéndolo en una casa-museo o centro de interpretación en el que puedan aprender y disfrutar tanto vecinos como visitantes.
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