César Cervera | 13 de abril de 2019
La historia española está repleta de personajes a los que la izquierda podría encumbrar… si los conociera.
Gran parte de la izquierda está convencida de que España se consolidó como reino y como Estado en fechas más bien tardías, pero jamás consiguió desarrollarse como nación. De ahí la urticaria entre algunas ideologías y grupos nacionalistas a la hora de pronunciar la mera palabra España, que se sustituye sin reparo por ‘el Estado’, concepto lo bastante frío para alejar cualquier sentimiento positivo hacia él, o aquel palabro vacío llamado ‘nación de naciones’.
La idea de que hasta el Tato pudo desarrollarse como nación, incluso trozos de España pero no España como tal, resulta un dislate que no corresponde con la historia. En el libro de Tomás Pérez Vejo España Imaginada (Galaxia Gutenberg), su autor expone, a través de la pintura histórica del siglo XIX, cómo las fuerzas progresistas y las conservadoras pudieron consensuar un relato conjunto de la historia del país, una especie de gran novela donde tenían espacio tanto victorias imperiales como episodios que, bajo el criterio decimonónico, mostraban la voluntad democrática de los españoles ya desde la Edad Media.
Todos los hombres nacen libres por naturaleza, de forma que ninguno tiene poder político sobre el otroFrancisco Suárez
El proceso de crear una identidad nacional en torno a este relato tuvo un enorme éxito en la mayoría de territorios españoles, sobre todo en los más industrializados, como Cataluña o País Vasco, pero sufrió varias anomalías en su fase intermedia. El enclenque desarrollo de la red ferroviaria, de la escuela (un gran factor de cohesión) y la mala salud del Ejército a finales del siglo XIX terminaron manifestando el descontento de algunos sectores dirigentes frente a ese Estado nación español. La generación del 98 renunció al gran relato histórico, lo cual quedó definido en la frase de Joaquín Costa de «echemos siete llaves sobre la tumba del Cid» o en sus críticas a la pintura histórica.
El convulso siglo XX, con una Guerra Civil y una dictadura de por medio, naufragaron todo intento de retomar un relato nacional que satisficiera a ambas Españas. Hoy, el hilo que articula el presente y futuro del país es democrático, constitucional, europeísta y económico (la promesa de prosperidad), pero evita cualquier apego sentimental con los símbolos y la historia del país, ante lo que, desde la izquierda, se identifican como elementos «fachas».
En este sentido, no resulta extraño que la izquierda patria -antimilitarista y solo comprensiva con los nacionalismos periféricos- no tenga la menor intención de reivindicar como un hito mundial la evangelización de todo un continente o los tercios españoles (a pesar de que Calderón de la Barca recordaba que no había «mejor república» en su tiempo). No. Lo verdaderamente desconcertante es que este polo ideológico haya dimitido de todos los personajes y periodos, presentando la historia de España como una sucesión interminable de fracasos y de oportunidades perdidas. Únicamente existe cierta reverencia hacia algunos pintores y genios de las letras, como Cervantes o Garcilaso de la Vega, a los que se disimula convenientemente las partes incómodas de su biografía, como el hecho de que sirvieron como soldados del «maquiavélico y genocida» Imperio español.
La izquierda española demuestra así su deuda con movimientos extranjeros que llevan la hispanofobia en su ADN, como la Ilustración o el socialismo, y con un concepto deforme de España como un territorio anómalo y autodestructivo propio de aquella idea del país invertebrado. La cuestión es que, si prestara atención al bosque y no a los árboles, la izquierda podría recuperar perfectamente elementos atractivos para reivindicar otra visión de España más adecuada a sus intereses, como hace el resto de países del mundo.
Porque puede ser que no les guste la preponderancia del cristianismo en la Edad Media europea, pero sí probablemente saber que la UNESCO reconoce al Reino de León como la cuna del parlamentarismo. O la conquista de América, pero sí que un grupo de españoles críticos con los abusos sobre los indígenas iniciara un debate inédito sobre derechos humanos en pleno siglo XVI. O la monarquía como sistema político, pero sí que un procurador de las Cortes castellanas recordara a Carlos I, que se creía puesto en el trono por Dios, que el rey aquí es «nuestro mercenario, y por esta causa asaz sus súbditos le dan parte de sus frutos y ganancias suyas y le sirven con sus personas todas las veces que son llamados…»
Porque seguramente la izquierda no aspire a reivindicar a los grandes sabios de la Iglesia católica, pero tal vez pueda interesarle que el dominico Francisco de Vitoria puso los cimientos al Derecho Internacional en la Universidad de Salamanca, o que el jesuita Francisco Suárez se atreviera a afirmar, varios siglos antes que Thomas Jefferson, aquello de que «todos los hombres nacen libres por naturaleza, de forma que ninguno tiene poder político sobre el otro». Por no hablar de que en este mismo centro se incluyó en el siglo XVI una cátedra de Astronomía donde resultaba imperativa la teoría heliocéntrica de Copérnico, todo ello mientras en países reverenciados por la izquierda actual se dedicaban a atacar al monje polaco por osar colocarse por encima del Espíritu Santo, como afirmó Calvino.
Tal vez crea también la izquierda aquello de que España no ha tenido más inventores que el de la fregona, el Chupa Chups y el futbolín. Vuelve a errar. Aparte de los más conocidos, los submarinos de Isaac Peral, el autogiro de Juan de la Cierva o los ingenios de Leonardo Torres Quevedo, escasos españoles saben que el cosmógrafo Alonso de Santa Cruz fue el primero en describir la variación magnética; que el navarro Jerónimo de Ayanz y Beaumont patentó 48 inventos, entre ellos la primera máquina de vapor de la historia y un horno para destilar agua marina; que el militar y científico Jorge Juan midió antes que nadie la longitud del meridiano terrestre; o que el naturalista y militar Félix de Azara fue un precursor fundamental para que Charles Darwin desarrollara su teoría sobre El Origen de las Especies.
El principal problema de la izquierda con su país, y de gran parte de la derecha, dicho sea de paso, no es que odie su historia, simplemente es que no la conoce.
Gran Bretaña, Francia o Argentina recuerdan con honores a sus caídos en las diferentes guerras. En España sigue habiendo vencedores y vencidos.
Alejandro Rodríguez de la Peña
Podemos encontrar principios legitimadores en la conquista militar de América.