Álvaro de Diego | 14 de junio de 2020
Al tiempo que las vanguardias de la Wehrmacht ocupaban París, las tropas franquistas penetraban en la ciudad internacional de Tánger. Si se exceptúa el envío de la División Azul a Rusia, aquella fue la única intervención militar española en la Segunda Guerra Mundial.
El estallido de la Segunda Guerra Mundial sorprendió a Franco con el pie cambiado. Ese septiembre de 1939, España salía de una calamitosa Guerra Civil sin apenas recursos y marcada por la hambruna. Por eso, el desmembramiento de la católica Polonia entre nazis y estalinistas no fue del agrado del Gobierno, que de inmediato se alineó con la liga de neutrales auspiciada por el Papa. Pese a la deuda contraída con Alemania durante el conflicto fratricida, el erigido en Generalísimo aún respetaba las capacidades del ejército francés para plantar cara a Hitler.
No obstante, todo dio un vuelco en la primavera siguiente. En apenas unas semanas, la «guerra relámpago» desencadenada por las vanguardias germanas permitió la conquista de Holanda y Bélgica. Las unidades blindadas del Tercer Reich arrojaron a los británicos al océano en Dunkerque y el ejército francés se derrumbó como un castillo de naipes. El 14 de junio, la bandera de la esvástica ondeaba en el Arco del Triunfo parisino y el habitualmente cauto Franco tomaba una determinación sorprendente.
La victoria incontestable del Eje permitió que España abandonase su condición de neutral para adoptar la posición de «no beligerante», precisamente el estatus asumido en las semanas previas a la derrota francesa por la Italia fascista, que con la caída de París asestó una puñalada por la espalda al vencido. A diferencia de Mussolini, Franco no llegaría a entrar en la guerra, pero tampoco evitó aprovechar la oportunidad que se le brindada. Ese 14 de junio de 1940, las tropas españolas del Protectorado de Marruecos penetraban en Tánger, que desde 1923 disponía de un estatuto internacional similar al de ciudades como Shangai.
La plaza, en la que los españoles eran la población europea mayoritaria, tenía un pujante puerto comercial, gozaba de una privilegiada situación estratégica frente a Gibraltar y, sobre todo, constituía una perenne humillación al haber sido excluida de la zona de administración española de Marruecos, la agreste región del Rif poblada por aguerridas y levantiscas cabilas indígenas.
Más tarde, a la conclusión de la Segunda Guerra Mundial, se justificaría la entrada de los 4.000 soldados con uniforme español en la singular situación propiciada por la guerra europea. Francia, que ejercía el poder en Tánger (la suprema autoridad indígena, el mendub, dependía del sultán, situado en la zona de influencia gala), no podía seguir administrando la ciudad tras la derrota. La existencia, además, de unas pequeñas comunidades británica e italiana, ahora súbditos de dos países enfrentados, favorecía que un neutral como España evitase los posibles choques.
El rostro bifronte de la ocupación lo ofrecieron Franco y Ramón Serrano Suñer. Mientras el primero, que había expuesto sobre la marcha las razones anteriores a todas las naciones implicadas, inauguraba una exposición de Regiones Devastadas en la Biblioteca Nacional, su fogoso cuñado encendía los ánimos aludiendo a que el país asumía su papel histórico, dando carpetazo a trescientos años de sumisión y mansedumbre. Semanas después, se convertía en ministro de Asuntos Exteriores.
No obstante, aquella acción relámpago en Tánger tenía realmente un alcance mucho más amplio. Encajaba en el plan de reivindicaciones coloniales que, aprovechando la primacía del Eje en el teatro de Europa (y también norteafricano), la España franquista iba a demandar a Hitler. Lo haría en varias ocasiones, como en el famoso encuentro de Hendaya de octubre de 1940. Había llegado la hora de que el país reclamase lo que consideraba propio: el conjunto de Marruecos, el Oranesado y la ampliación territorial de Río de Oro (Sahara) y Guinea, sin olvidar Gibraltar, por supuesto.
De hecho, en fecha tan temprana como el 3 de noviembre de 1940, España suprimió el Estatuto de Tánger, que en adelante sería gobernado por un general, secundado por el insigne africanista Tomás García Figueras. La tentativa de asimilación al protectorado resultó evidente. Los soldados del jalifa, con los que se había contado el 14 de junio, fueron sustituidos por uniformados de nuestro país, funcionarios españoles se hicieron cargo de administración de la plaza y se introducía obligatoriamente el uso de la peseta, del español e, incluso, de las normas de circulación franquistas. No obstante, lo que quizá más ofendió a los británicos residentes fue la imposición del bañador de cuerpo entero y la separación por sexos en las playas. Uno de los principales recursos de Tánger, el turismo elitista, quedaba particularmente amenazado.
El Alto Comisario, General Asensio Cabanillas, ha dominado sin problemas el territorio internacional de la legendaria ciudad tingitana con 1.200 hombres, ampliados luego a 2.000Comunicado del Gobierno español tras la toma de Tánger
Entre febrero y marzo de 1941, se completaron las medidas nacionalizadoras. El Reino Unido aceptó un nuevo régimen económico para la ciudad y se sustituyó al mendub por un «pachá» nombrado por el jalifa de Tetuán. Las aduanas se pusieron bajo autoridad española y un draconiano régimen de censura se impuso a la prensa local. En los años siguientes, la ciudad se convirtió en el escenario de importantes operaciones de espionaje y contraespionaje, como ha novelado recientemente Arturo Pérez-Reverte. La permisividad hacia los agentes nazis supuso que la colocación de una bomba en el consulado británico, que causó víctimas mortales, quedara impune.
No obstante, el cambio de las tornas en la Segunda Guerra Mundial determinó el regreso a la normalidad en la urbe. A partir de 1944, el alto comisario en Marruecos, el monárquico general Orgaz, designó un cónsul general en Tánger, que fue propiciando de facto la recuperación del estatuto internacional previo. En julio de 1945, ya pacificado el escenario europeo, se convocó una conferencia en París para tratar la carta tangerina, definitivamente recuperada en septiembre. España no fue invitada al encuentro y se condicionó su participación futura en la administración de la plaza a la recuperación de instituciones democráticas.
El 11 de octubre de 1945, regresó, a bordo de un crucero francés, el mendub expulsado. Con esta simbólica bofetada concluía la ocupación española. Tánger volvía a ser ciudad abierta administrada por un condominio internacional. Con el final de la Segunda Guerra Mundial, se esfumaban los sueños imperiales del franquismo. Y España perdía su única conquista territorial, la joya de la corona norteafricana.
En diciembre de 1964, el comandante Guillermo Velarde entregó a Agustín Muñoz Grandes, vicepresidente del Gobierno, el proyecto para la construcción de bombas atómicas de plutonio.
Grandes actores como John Wayne, Clint Eastwood o Tom Hanks se han puesto en la piel de los soldados que llegaron a las playas francesas el Día D.