María Rodríguez Velasco | 16 de abril de 2019
En 1163 el rey Luis VII colocó la primera piedra de una nueva catedral que tardaría casi doscientos años en concluirse.
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Para el hombre de la Edad Media, la catedral era mucho más que una suma de estructuras y nuevos modelos constructivos; era el símbolo de las distintas ciudades, de su prosperidad y, sobre todo, era la expresión de la unidad entre la fe y la vida. La catedral de Notre Dame era símbolo de la ciudad de París, en cuanto sintetizaba toda su historia y el orgullo de pertenencia de su pueblo a esta historia, enraizada e inseparable de la historia de Europa.
Para comprender la importancia de la catedral de Notre Dame es necesario que nos remontemos al siglo VI, cuando en este mismo emplazamiento existió un templo dedicado a S. Étienne, al que después se sumaría una pequeña construcción dedicada a Nuestra Señora. Hay que esperar a 1163 para que el obispo Mauricio de Sully, unido al rey Luis VII, coloque la primera piedra de una nueva catedral que tardará casi doscientos años en concluirse.
Desde entonces, los muros de la catedral de Notre Dame hablan de la historia de su ciudad: de la llegada de las reliquias de la pasión de Cristo (corona de espinas, clavo de la Crucifixión y un fragmento del lignum crucis), traídas por Luis IX desde Constantinopla; de la remodelación impulsada por Luis XIV en el siglo XVII con los lienzos de los pintores más relevantes del barroco francés; de los ataques sufridos en la Revolución Francesa, cuando los daños afectaron también a la fachada, especialmente a la galería de reyes, ya que los revolucionarios confundieron las imágenes de los reyes de Judá con las de los monarcas franceses; de la coronación de Napoleón… A esto se suma la reconstrucción de Viollet le Duc, gran conocedor de la arquitectura francesa, quien en 1868 publica el Diccionario razonado de la arquitectura francesa, siglos XI-XVI, y que a mediados del siglo XIX interviene definitivamente en Notre Dame dejando su propia huella.
La unidad que generó su construcción, el sentido de pertenencia y la presencia del cristianismo en las raíces culturales de Europa son de nuevo protagonistas de una historia que continúa escribiéndose desde el dolor de la pérdida
Todas estas intervenciones no hicieron sino engrandecer la historia de Notre Dame y consolidarla como emblema de la ciudad de París. Más allá de estas consideraciones, la catedral francesa es también símbolo de la renovación del lenguaje constructivo de la Europa medieval. En continuidad con ciertos modelos establecidos en el románico normando más tardío, y con las novedades introducidas en la abadía parisina de S. Denis desde 1140, los arquitectos parisinos trazan una monumental catedral de cinco naves, cubiertas con bóvedas de crucería y con un cuerpo de vidrieras que nos hablan de una nueva estética de la luz.
Las vidrieras encarnan la lux nova citada por el abad Suger (abad de S. Denis desde 1122) en sus escritos. La luz coloreada nos habla de la catedral como microcosmos diferenciado dentro del urbanismo medieval, en cuanto signo de la Jerusalén Celeste en la tierra. El claristorio de la catedral de Notre Dame se convierte a su vez en soporte de programas iconográficos que hacen memoria de su historia, con imágenes de los reyes franceses, y de la religiosidad del pueblo, con escenas que nos recuerdan las reliquias conservadas en el templo y que nos mueven a la exaltación de la Virgen y de los santos patronos de la ciudad de París.
A la estructura inicial, los arquitectos Jean de Chelles, Pierre de Montreuil y Pierre de Chelles sumaron en el siglo XIII novedades arquitectónicas que afectaron esencialmente al transepto de la construcción y a la cabecera, donde se añadieron capillas ofrecidas por los distintos gremios de la ciudad. Esto nos recuerda cómo, en las catedrales góticas, todo el pueblo se implicaba directa o indirectamente en su construcción. Y es que en torno a la catedral de Notre Dame giraba la vida de la ciudad, haciendo coincidir incluso las solemnidades litúrgicas con ferias en los barrios que rodeaban a la catedral.
La catedral de Notre Dame de París se convirtió en modelo de construcción para toda Europa; a partir de su dedicación, prácticamente todas las catedrales se advocaron a la Virgen, mostrando su creciente presencia en la religiosidad popular, tal como muestran los escritos de los teólogos medievales, inspiradores a su vez de los programas iconográficos de las grandes catedrales.
La catedral de Notre Dame, así como sus coetáneas francesas y europeas, se convierten además en símbolo del saber de su época, ya que las escuelas catedralicias eran grandes escuelas de pensamiento, desde donde se impartían las artes liberales del trivium (gramática, retórica y dialéctica) y del quadrivium (aritmética, astronomía, geometría y música). Estas artes se reflejan en las proporciones constructivas, basadas en un trazado geométrico ad quadratum, que se convertía en instrumento para conseguir la armonía y, en última instancia, la Belleza.
En este sentido, Erwin Panofsky traza un parangón entre la escolástica y la construcción de las catedrales como Summa del saber del siglo XIII. La historia de la catedral de Notre Dame nos llama a la esperanza, pues la unidad que generó su construcción, el sentido de pertenencia y la presencia del cristianismo en las raíces culturales de Europa son de nuevo protagonistas de una historia que continúa escribiéndose desde el dolor de la pérdida.
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