Álvaro de Diego | 16 de julio de 2019
Las primeras palabras de Neil Armstrong se escucharon, antes que en ningún sitio, en una de las bases españolas de la NASA.
Corría el 7 de octubre de 1957 y, ante un público atónito, Francisco Franco acababa de explicar el secreto del triunfo de un pueblo. Nadie esperaba algo semejante en la inauguración de la central térmica de Escombreras (Cartagena). Allí el jefe del Estado apeló a la unidad, disciplina y jerarquía que en otro país habían producido un “ejército de técnicos”. Con razón, el cronista de Arriba, diario de Falange, registró que “el silencio expectante del auditorio podía cortarse con un pelo”.
Y mucho debieron de palidecer el ministro de Marina, almirante Abárzuza, y el presidente de Hidroeléctrica Española, José María de Oriol, que lo flanqueaban en el almuerzo. El Caudillo, que se vanagloriaba de haber vencido a la bestia comunista en el campo de batalla, colocaba ahora a la URSS como modelo para una España que apenas había abandonado la cartilla de racionamiento. La “Rusia nueva”, conocedora de los secretos de la energía atómica, hacía apenas tres días que había puesto en órbita el Sputnik.
El lanzamiento del primer satélite artificial motivó que Franco señalara una nueva etapa para su régimen; en lo sucesivo, los “tecnócratas” asumirían el Gobierno protagonizando la España del desarrollo. Para los Estados Unidos este éxito soviético implicó una formidable presión política, militar y científica que llevó a la creación de la NASA justo un año después.
Una delegación de la agencia espacial y de las fuerzas armadas norteamericanas visitó España en enero de 1959. Se proponía fijar la ubicación de una antena de seguimiento espacial. Debía instalarse en alguna de las bases militares conjuntas que funcionaban desde los acuerdos bilaterales de 1953, pero las posibles interferencias radioeléctricas de sus potentes equipos lo acabaron desaconsejando. Por el momento, solo funcionarían tres estaciones de seguimiento espacial: Goldstone (California), Johannesburgo (Sudáfrica) y Woomera (Australia).
Pese a ello, el Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA) ya había establecido sólidos contactos con científicos estadounidenses desde los años cuarenta. En marzo de 1960, el INTA participó en la firma del acuerdo para la construcción de la primera estación de la NASA en España, que se localizó en Maspalomas (Gran Canaria). El objetivo del Proyecto Mercury pasaba por poner un astronauta norteamericano en la órbita terrestre.
El presidente John F. Kennedy había prometido llevar un hombre a la Luna antes de que concluyera la década de los sesenta. Para ello, y el también comprometido el envío de sondas a Venus y a Marte, se precisaban más antenas que conectaran con Sudáfrica y Australia. Pronto se barajó su posible emplazamiento en Italia, Portugal o España.
A lo largo de 1963, técnicos estadounidenses visitaron diversos enclaves españoles. Se requería su localización rural, pero bien comunicada con núcleos urbanos que facilitaran la logística y una orografía apta para la recepción de señales. Descartada la sede de Vélez-Málaga, Robledo de Chavela resultó elegida. Se convocó así un concurso por valor de sesenta millones de pesetas que debía adjudicar la obra a un empresa hispano-norteamericana. El lanzamiento del Mariner IV con destino a Marte, en octubre de 1964, señaló los plazos. Antes de que la sonda no tripulada alcanzara el planeta rojo en julio del año siguiente, la estación debía estar finalizada.
Poco después se instalaron otros dos centros de seguimiento. El de Cebreros (Ávila) estuvo operativo en diciembre de 1966. Fresnedillas de la Oliva entró en funcionamiento en la simbólica fecha del 4 de julio de 1967. Pronto se establecieron torneos de voleibol entre los trabajadores de las tres estaciones, que en 1973 ya disponían de autosuficiencia energética por espacio de cien días.
El Mariner IV sobrevoló Marte el 15 de julio de 1965. Tomó 21 fotografías del planeta más próximo a la Tierra. Cada una de las imágenes, de escasa calidad, tardó más de nueve horas en recibirse en Robledo de Chavela. Era lo que alcanzaba la tecnología del momento para recorrer los 200 millones de kilómetros de distancia.
A finales de 1968, Fresnedillas recibió la primera fotografía tomada por un ser humano de la Tierra vista desde la Luna. Los tripulantes de la misión Apolo 8 eran los primeros astronautas en abandonar la órbita terrestre y girar alrededor de nuestro único satélite natural.
Los equipos de Robledo de Chavela habían participado en los años finales de la década de los sesenta en la exploración robótica de la Luna, previa al Programa Apolo. Este programa, cuyo objetivo único era el de organizar los vuelos tripulados a la Luna, se basaba en misiones de corta duración, pero de trabajo crítico, que demandaban procedimientos operativos muy rígidos. Lo asumió fundamentalmente el Centro de Fresnedillas.
1969 fue el año histórico. Del 16 al 24 de julio tuvo lugar la misión Apolo 11. Era la 1:17 del 21 de julio, hora peninsular, cuando la cabina alcanzaba el satélite terrestre y, a las 3:56 horas, en Fresnedillas se escucharon las palabras de Neil Armstrong: “Houston, aquí base Tranquilidad. El Águila ha aterrizado”. El primer hombre acababa de poner el pie en la Luna, pero Madrid escuchó sus palabras un instante antes (medio segundo, en realidad) de que estas se reenviaran a los Estados Unidos a través de un cable submarino. Solo varias horas después, en diferido, los estadounidenses vieron las imágenes por la televisión en una franja horaria adecuada. Las célebres palabras de Armstrong, al que la NASA había mandado ya a dormir, estaban enlatadas: “Este es un pequeño paso para el hombre pero un gran salto para la humanidad”.
Los ingenieros españoles en Madrid habían asistido a un aterrizaje del módulo fuera del lugar señalado y cuando apenas le restaban 17 segundos de combustible. En tenso silencio registraron cómo, pese a la tranquilidad de su voz, las pulsaciones de Armstrong se elevaron a 158 por minuto. El propio Buzz Aldrin les confió por qué se demoró en ser el segundo hombre en pisar la Luna. No se había previsto una manilla en el exterior del Eagle y hubo de buscar algo con lo que atrancar la puerta. De haber quedado irremisiblemente fuera ambos cosmonautas, el tercer hombre, Michael Collins, tenía órdenes de emprender el regreso a la Tierra. Se cortaría toda comunicación para evitar transmitir la agonía de los aislados y el presidente Richard Nixon se dirigiría a la nación por televisión para transmitir el doloroso pésame.
El 1 de octubre de 1969, Franco recibía en El Pardo a los tres tripulantes de la misión Apolo 11. La Guerra Fría que había salvado su régimen también había comprometido a España en la carrera espacial que permitió la llegada del hombre a la Luna.
El Espacio Fundación Telefónica recuerda en la exposición «De Madrid a la Luna» la participación española en la carrera espacial.