César Cervera | 18 de septiembre de 2021
A Jorge Juan se le pidió contratar técnicos británicos que enseñaran a los españoles a construir barcos más modernos, pero no tardó en descubrir que los diseños que trajeron los expertos importados eran, en realidad, más anticuados que los aquí se usaban.
Sobre las causas de la derrota española en Trafalgar hay versiones para todos los gustos e ideologías. Se puede culpar a Francia de conducir a la Armada española al desastre y a supeditar a oficiales con mayor experiencia al tibio mando de Villeneuve. Se puede entrar en exaltar el genio del británico Nelson y su superioridad sobre los más conservadores mandos españoles. Y, por supuesto, se puede tirar de clásicos negrolengendarios como que el motivo de la destrucción de la Armada (ya es cuestionable, para empezar, que hubiera una destrucción) estuvo en un desarrollo tecnológico deficiente y en unos barcos demasiado mastodónticos y pasados de moda.
Historia de un triunfo. La Armada española en el siglo XVIII
Rafael Torres Sánchez
Desperta Ferro Ediciones
448 págs.
44,95€
Un reciente libro editado por Desperta Ferro, Historia de un triunfo: la Armada española en el siglo XVIII, de tamaño e ilustraciones monumentales, fulmina en sus más de cuatrocientas páginas buena parte de estos tópicos y mitos. Su autor, el especialista Rafael Torres Sánchez, explica al detalle los esfuerzos exitosos para dotar a la marina en la centuria de las luces de un cuerpo profesional, una administración capaz de operar por todo el mundo y de una flota que solo estaba un escalón por debajo de la poderosa Royal Navy, a la cual los españoles siempre miraron con un sentimiento de inferioridad que resultaba desproporcionado.
La Leyenda Negra sobre el atraso e ineficacia de lo español ya empezaba a encontrar en esas fechas grandes caladeros de partidarios en la propia península. De tantos golpes seguidos, muchos se habían convencido de que, en efecto, más allá de los Pirineos tenían fórmulas mágicas para avanzar más deprisa con menos recursos. Con el objeto de obtener esa tecnología maravillosa, uno de los grandes impulsores de la reforma de la Armada, el Marqués de la Ensenada, destinó durante el reinado de Fernando VI a varios oficiales de la Marina al extranjero, entre ellos al mítico Jorge Juan, un militar y científico, el primero en medir la longitud del meridiano terrestre, que ejerció en Londres labores de espionaje.
Al marino, una prueba en sí de que España contaba con grandes hombres de ciencia, se le pidió contratar y traer a constructores y técnicos británicos -católicos, eso sí- que enseñaran a los españoles a construir barcos más modernos, como los que pensaba que se estaban haciendo en las islas. También se le ordenó «con maña y secreto» copiar planes de buques y arsenales y adquirir instrumentos de óptica, física y química.
En una aventura más que novelesca, Jorge Juan y dos guardiamarinas entraron en secreto en Londres a bordo de una embarcación inglesa procedente de Cádiz. El científico se vio obligado a tomar varias identidades falsas en el transcurso de un año y, valiéndose de los contactos del embajador español en Londres, no tuvo problemas para colarse en los principales astilleros de Londres e incluso en las exclusivas charlas de la Royal Society. Con todos los técnicos que se le pusieron a tiro, logró cerrar acuerdos laborales, ofreciendo cinco veces el salario que se cobraba en España, y crear una red de 82 colaboradores que fue saliendo de las Islas británicas a través de Francia y Portugal para evitar sospechas.
La misión secreta de este 007 español terminó, como no podía de otra forma, precipitadamente. En abril de 1750, las autoridades inglesas se enteraron de la maniobra, alertadas por la llegada de técnicos y constructores a España, y Jorge Juan salió del país lo más rápido posible. En Ferrol, Cádiz y Cartagena, tres maestros constructores británicos comenzaron a aplicar sobre el terreno sus supuestos avances, y digo supuestos porque ahí es donde empieza la historia que discrepa del género novelesco.
Y es que sobre Jorge Juan se han escrito un gran número de obras en los últimos años, muchas de ellas de ficción que, dando por bueno el tópico sobre el atraso español, finalizan la crónica de la misión aplaudiendo la audacia de Ensenada al robar a sus enemigos tantos y valiosos conocimientos. Nada más lejos de la realidad. Puede que el propio marqués creyera también que su país no estaba en condiciones de acceder al nivel científico de Inglaterra, pero no tardó en descubrir que los diseños que trajeron los expertos importados eran, en realidad, más anticuados que los aquí se usaban.
Sí se mejoró en algunos métodos de construcción, que permitieron ahorrar madera y tiempo, pero, curiosamente al otorgar más libertad creativa al grupo de constructores de la que tenían en Inglaterra, estos dieron forma a buques más alargados y próximos a los españoles de una década antes. El resultado, en cualquier caso, eran barcos menos robustos y estables de los que se solían botar aquí. Era más una involución que un paso adelante. Por ello se decidió continuar a grandes rasgos con las prácticas tradicionales españolas en cuanto a dimensiones y fortaleza («fortificar el barco a la española»).
No era la primera vez que la supuesta superioridad tecnológica británica quedaba bajo cuestión. Solo un par de décadas antes, y esto también lo relata Rafael Torres Sánchez en su obra de forma muy acertada, la captura de 70 cañones del barco del Princesa (1730) modificó por completo los planes británicos, convencidos de que había que copiar muchas de las innovaciones que mostraba aquel buque procedente de un astillero cántabro. España estaba más avanzada en muchos aspectos navales que Inglaterra, aunque no lo sabía.
Hasta en tres ocasiones fracasó el famoso corsario Francis Drake en su intento de mellar las fuerzas de Felipe II tras su fallida invasión de Inglaterra.
Me encantaría ver una película española de historia en términos tan optimistas como los de Master and Commander, con un grupo de paisanos colaborando entre sí y mostrando algunas de las cualidades con las que lograron domar océanos y patear de arriba abajo un continente entero.