Javier Arjona | 19 de diciembre de 2020
Desde que España arriara su bandera en Villa Cisneros el 11 de enero de 1976, la cuestión saharaui sigue latente y sin visos de solución en un territorio que, medio siglo más tarde, sigue bajo supervisión del Comité de Descolonización de la ONU.
La región norteafricana situada entre el cabo Bojador y el cabo Blanco lleva medio siglo cargada de tensiones, contradicciones y corrientes de opinión politizadas. Se hace complicado imaginar que aquel singular enclave reclamado por el Gobierno canovista en la Conferencia de Berlín, y conformado en sus inicios por las colonias de Río de Oro y Saguia El Hamra, se había convertido en 1958 en la provincia número 53, el Sáhara español, con las mismas prerrogativas jurídicas y administrativas que La Coruña, Sevilla, Vizcaya o Teruel. Allí mismo, en medio de una zona esteparia desértica, y apenas poblada por algunas tribus locales de origen árabe y bereber, en el año 1884 el militar español Emilio Bonelli fundó Villa Cisneros, llamada entonces a convertirse en la capital del nuevo territorio, aunque décadas más tarde acabaría pasándole el testigo como metrópoli a la nueva ciudad de El Aaiún.
Echando la vista atrás en el tiempo y remontándonos hasta los orígenes de lo que hoy es el Sáhara Occidental, únicamente el Imperio almorávide, el mismo que irrumpió en la península ibérica en el año 1086 llevando a cabo el primer proceso de unificación de las Taifas, llegó a ocupar parte del controvertido territorio. Poco después, ya durante el periodo benimerí, los maqil, un grupo de tribus árabes de origen yemení, acabaron estableciéndose en la región tras imponerse a los bereberes, para dar lugar al sustrato étnico que se encontrarán las primeras expediciones españolas tras la Conferencia de Berlín. Es importante reseñar que en este momento, recién entrado el año 1884, el sultanato alauita de Marruecos se extendía desordenadamente por la región del Magreb sin ejercer ningún tipo de control sobre el territorio.
Como consecuencia de la firma del Tratado de Fez en 1912, será cuando se cree oficialmente el Protectorado Español de Marruecos, otorgando a España soberanía tanto en la franja costera del norte del país como en la región de Cabo Juby, que limitaba precisamente al sur con la colonia de Saguia el Hamra. Transcurridas las dos guerras mundiales, el proceso de descolonización impulsado desde la Organización de Naciones Unidas hizo que se concediera la independencia al reino marroquí en el año 1958. Las colonias saharauis no tuvieron este reconocimiento, puesto que a todos los efectos estaban bajo soberanía española, y por este motivo y para evitar equívocos, el Gobierno del general Franco decidió ese mismo año cambiar su estatus por el de provincia y darle la denominación de Sáhara español.
En la recta final de la dictadura franquista, despertó en la provincia africana un sentimiento nacionalista que culminó con la creación, en 1973, del grupo armado denominado Frente Polisario (Frente Popular para la Liberación de Saguia el Hamra y Río de Oro). Dos años más tarde y aprovechando la debilidad española con el general Franco agonizante, tuvo lugar la Marcha Verde, en la que 350.000 ciudadanos y 25.000 soldados marroquíes ocuparon la provincia española de manera pacífica, como parte de una estrategia organizada por el rey Hasán II de Marruecos. En los Acuerdos de Madrid firmados ese mismo año, España se comprometió, sin consentimiento ni validación por parte de Naciones Unidas, a la transferencia de la administración de la región a una comisión formada por Marruecos, Mauritania y España.
Las explicaciones de Donald Trump no tienen que ver con legitimidades históricas, sino con intereses políticos y geoestratégicos en una región que, además, contiene la mayor reserva de fosfatos del mundo
El día 11 de enero de 1976, los últimos funcionarios españoles, tras arriar la bandera oficial que ondeaba en Villa Cisneros, abandonaban un territorio que desde ese momento pasó a llamarse Sáhara Occidental. El Frente Polisario proclamó entonces unilateralmente la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), iniciando una serie de acciones militares contra Mauritania y Marruecos, con el objetivo de lograr la completa independencia de la región. Tres años después, Mauritania firmaría la paz, quedando en solitario el reino alauita frente a las pretensiones independentistas del Frente Polisario, en una situación de bloqueo que se ha prolongado hasta nuestros días. Desde el año 1991 han tenido lugar sucesivas conversaciones auspiciadas por la ONU, todas ellas infructuosas, con el objetivo de promover la organización de un referéndum de autodeterminación para que el pueblo saharaui pudiera determinar su futuro.
La constante oposición marroquí acabó obligando a la ONU a designar al norteamericano James Baker, el que fuera jefe de Gabinete de la Casa Blanca bajo el mandato de Ronald Reagan, como mediador para tratar de desbloquear la situación. Llegó incluso a plantearse entonces un plan de reparto del Sáhara Occidental entre Marruecos y el Frente Polisario, pero el proyecto fue nuevamente rechazado por el país alauita, que únicamente aceptaba como alternativa la concesión de una amplia autonomía a la región, siempre bajo soberanía marroquí. Aunque en estos años se han ido sucediendo distintos mediadores internacionales, el problema saharaui sigue enquistado y sin visos de solución, con un territorio dividido de norte a sur por un muro de 2.700 km de longitud, a cuyo oeste se halla la zona ocupada por Marruecos, mientras que al este queda el área controlada por el Frente Polisario.
Desde el punto de vista jurídico, Naciones Unidas nunca reconoció los Acuerdos de Madrid, por lo que España curiosamente sigue figurando como administrador. Dado que el estatus de la región y su soberanía están todavía sin resolver, el Sáhara Occidental es, en la actualidad, uno de los 17 territorios no autónomos bajo supervisión del Comité de Descolonización de la ONU, según reza la Resolución 1542 de la Asamblea General de Naciones Unidas del año 1960. Resulta sorprendente que un país como Marruecos, independiente desde 1958, se haya posicionado en la región sin derecho histórico alguno, mientras España, que no ha podido tener una actitud más tibia en el asunto desde 1976, y la propia comunidad internacional, han decidido mirar hacia otro lado.
En este contexto vienen a colación las recientes declaraciones del expresidente Donald Trump en las que se ha posicionado del lado marroquí, alegando que Marruecos en el año 1777 fue de los primeros países en reconocer a los recién creados Estados Unidos de América. Evidentemente, las explicaciones del líder republicano no tienen que ver con legitimidades históricas, sino con intereses políticos y geoestratégicos en una región que, además, contiene la mayor reserva de fosfatos del mundo. También es cierto que la propia Unión Europea ha ido firmando acuerdos económicos en materia pesquera con Marruecos, asumiendo de facto que el reino alauita controla el territorio saharaui. En todo caso, y dado que la inacción internacional parece garantizada, la solución a la delicada cuestión del Sáhara Occidental ni está… ni se la espera.
Donald Trump, con su última decisión de reconocer la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara, ha dejado a la diplomacia española una vez más fuera de juego y con ello le ha mostrado a Marruecos nuestra vulnerabilidad.
Ya me dirán cuándo han soñado ustedes que podrían llegar a pasar un día de Navidad sin aguantar a la suegra, una Nochebuena sin escuchar los equilibrismos neoabertzales del cuñado sanchista ni del otro, el de Vox, el que acusa al primero de pasar de la bomba a la zambomba.