Alejandro Rodríguez de la Peña | 21 de enero de 2021
La visión histórica de Adolf Hitler está llena de tópicos sobre fanatismo y oscurantismo que llevan a hacer analogías entre el Cristianismo en tiempos del Imperio romano y la Revolución bolchevique.
La visión de la historia de Adolf Hitler, llena de tópicos, pero en ningún caso carente de lecturas, resulta heredera de la leyenda negra dieciochesca y decimonónica sobre la Iglesia católica y la Edad Media cristiana primeramente edificada por Gibbon y Voltaire y luego transmitida a la kultur alemana por grandes historiadores protestantes tales como Burckhardt o Von Ranke. Esta visión convertía al Cristianismo medieval en el epítome de la intolerancia y el fanatismo, una cultura inquisitorial por naturaleza. El propio Hitler lo reconocía en una de sus conversaciones de sobremesa en su cuartel general en el frente oriental durante la guerra, el 25 de octubre de 1941: «¡Con qué clarividencia criticaron el Cristianismo y juzgaron la evolución de las iglesias los autores del siglo XVIII, y especialmente los del siglo pasado!»[1].
En otra de estas conversaciones privadas, el Führer se hacía claramente eco de estas lecturas: «La llegada del Cristianismo es el golpe más fuerte jamás recibido por la humanidad (…) En el mundo antiguo, la relación entre hombres y dioses se fundaba en un respeto instintivo. Era un mundo iluminado por la idea de la tolerancia. El Cristianismo fue el primer credo del mundo que exterminaba a sus adversarios en nombre del amor. Su idea fundamental es la intolerancia (…) El resultado de la caída del Imperio Romano fue una oscuridad que duró siglos»[2].
Las reflexiones sobre el carácter populista y de baja extracción social de los cristianos por parte del emperador Juliano el Apóstata dan pie a Hitler a profundizar en su visión nietzscheana de la religión cristiana: «Originariamente el Cristianismo no era sino una encarnación del bolchevismo destructor (…) Si los judíos lograron destruir el Imperio Romano, es porque san Pablo transformó un movimiento local ario de oposición a la judería en una religión supratemporal que postula la igualdad de todos los hombres entre sí y su obediencia a un solo Dios. Esto es lo que causó la muerte del Imperio Romano»[3].
El trágico fin del mundo antiguo del que, siguiendo la estela de Edward Gibbon y tantos historiadores del siglo XIX, Hitler acusa al Cristianismo (exculpando así a los germanos), le da pie a establecer una analogía con la Revolución bolchevique: «¿Qué no destruyeron los bolcheviques de aquellos tiempos en Roma, en Grecia, en todas partes? (…) Hay que comparar el arte y la civilización de los romanos –sus templos, sus casas– con el arte y la civilización que en la misma época representaba la abyecta chusma de las catacumbas. En los viejos tiempos, la destrucción de las bibliotecas. ¿No es lo mismo que sucedió en Rusia? Resultado, una nivelación hacia abajo espantosa. ¿No vio el mundo, traídos directamente de la Edad Media, el mismo y antiguo sistema de mártires, torturas y haces de leña?»[4].
Si el Cristianismo es una ‘peste’, el periodo de la Edad Media y la Temprana Edad Moderna dominado por el teocentrismo católico no podía dejar de merecerle a Hitler el peor de los juicios: «El período de tiempo entre mediados del siglo III y mediados del siglo XVII es, sin duda ninguna, el peor que ha conocido la humanidad: sólo hubo sed de sangre, ignominia y mentira»[5].
Yo no hubiera intervenido en la revolución de España de no haber sido por el peligro rojo que amenazaba a EuropaLas Conversaciones privadas de Hitler
En otra ocasión, el Führer se hacía eco de la visión tenebrosa de una época dominada por la caza de brujas y el fanatismo inquisitorial, donde la leyenda negra sobre la España imperial ocupaba un lugar prevalente: «Cerca de Wurzburg hay pueblos en los que, literalmente, fueron quemadas todas las mujeres. Se sabe de jueces del tribunal de la Inquisición que tenían a gloria haber hecho quemar veinte o treinta mil brujas. La larga experiencia de tales horrores tiene que dejar huellas indelebles en un pueblo. En Madrid, el olor nauseabundo de la hoguera de los herejes se mezcló durante más de dos siglos con el aire que se respiraba. Si en España vuelve a estallar una revolución habrá que ver en ella la reacción natural a una interminable serie de atrocidades. No se puede llegar a concebir cuánta crueldad, ignominia y mendacidad ha supuesto la intromisión del Cristianismo en nuestro mundo»[6].
En este sentido, comentando la persecución religiosa de la Guerra Civil española, Hitler volvía a sacar a colación su visión tenebrosa del Medievo y del Imperio español: «Yo no hubiera intervenido en la revolución de España de no haber sido por el peligro rojo que amenazaba a Europa. El clero se hubiera tenido que exterminar. Si esa gente recuperase el poder en Alemania, Europa se sumiría de nuevo en la oscuridad de la Edad Media»[7].
También se hace eco el Führer de la teoría que presenta la Reconquista española de al-Ándalus como una desgracia para la civilización: «La época árabe –para los árabes, los turcos están a la altura de los perros– fue la más cultivada, la más intelectual y en todos aspectos la época mejor y más feliz de la historia de España (…) Sólo en el Imperio Romano y en España bajo la dominación árabe ha sido la cultura un factor poderoso. En este último caso el nivel de civilización alcanzado fue verdaderamente admirable (…) Luego, con el advenimiento del Cristianismo, llegaron los bárbaros»[8].
Estas son solo unas pocas citas, hay decenas más de este mismo tenor. Como bien se puede comprobar, el desprecio y la minusvaloración del Medievo católico y el Imperio español no fue algo privativo de las corrientes protestantes, ilustradas y marxistas. La visión histórica hitleriana ciertamente compartió ese acervo común. A riesgo de incurrir en una reductio ad hitlerum, el recordarlo quizá debería incomodar a aquellos que siguen haciéndose eco de estas falacias.
1.- Las conversaciones privadas de Hitler, ed. Hugh Trevor-Roper, Barcelona, Crítica, 2020, p. 70.
2.- 11-12 de julio, 1941, op. cit., p. 5.
3.- 21 de octubre, 1941, op. cit., pp. 61-62.
4.- 21 de octubre, 1941, op. cit., p. 63.
5.- 25-26 de enero, 1942, op. cit., p. 198.
6.- 3-4 de febrero, 1942, op. cit., p. 228.
7.- 19-20 de febrero, 1942, op. cit., p. 252.
8.- Conversaciones sostenidas el 1 y el 28 de agosto de 1942, op. cit., pp. 485 y 534.
El mundo académico y el de la divulgación se dan la mano para frenar las mentiras sobre la historia de España y abrir paso al pensamiento crítico.
Los ganadores son quienes cuentan la historia a su conveniencia. Y ni España ni los Habsburgo vencieron a largo plazo en sus pulsos mundiales, de manera que sus enemigos convirtieron la propaganda en historiografía oficial.