Antonio Miguel Jiménez | 25 de febrero de 2021
Hasta en tres ocasiones fracasó el famoso corsario Francis Drake en su intento de mellar las fuerzas de Felipe II tras su fallida invasión de Inglaterra.
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En ocasiones, la historia, magistra vitae en palabras de Cicerón, hace gala de cierto humor, o, si se prefiere, de un cierto sentido de la retribución. Cuando en febrero de 1588 fallecía el insigne marino don Álvaro de Bazán, quedaba frustrado su gran plan para invadir Inglaterra. Felipe II encargó el mando de la Grande y Felicísima Armada al duque de Medina-Sidonia. El resultado fue desastroso por varios motivos. Pero ese humor o sentido de la retribución de la historia hizo que, al año siguiente, el hermano de don Álvaro, don Alonso de Bazán, fuera el causante de la derrota inglesa en Lisboa.
En el marco de la guerra anglo-española de 1585 a 1604, tuvo lugar la llamada Contra Armada o Expedición de Drake y Norreys, y que aquí llamaremos la «Invencible inglesa» por la misma razón que se ha conocido a la Grande y Felicísima Armada de Felipe II como «Armada Invencible». Esta expedición inglesa se formó como un negocio puramente capitalista, en el sentido etimológico del término, en el que una serie de accionistas invirtieron su capital con el objetivo de obtener cuantiosísimos beneficios.
La accionista mayoritaria: su graciosa majestad, Isabel I Tudor; los elegidos para comandar la fuerza: Francis Drake, el famoso corsario, como almirante de la flota, y John Norreys, experimentado militar inglés, como comandante de las tropas de tierra, y ambos autores de la matanza de cientos de miembros del clan Donald (incluyendo mujeres y niños) en la isla de Rathlin, en el condado de Antrim (Irlanda).
Los objetivos fundamentales de la expedición, enunciados por el historiador Luis Gorrochategui, eran tres: acabar con los restos de la Gran Armada, que había recalado tras la fracasada misión inglesa en los puertos cantábricos para repararse; aupar al dudoso pretendiente Antonio de Crato al trono portugués (lo que conllevaba de facto el vasallaje luso a Inglaterra); y ocupar las Azores, con el objetivo de dotar a los marinos ingleses de una base en el Atlántico desde la que poder atacar la Flota de Indias española.
Pese a los problemas de indisciplina y deserción que sufrió la Invencible inglesa desde el comienzo y a lo largo de toda la misión, el primer paso en falso se dio en La Coruña en mayo de 1589. Desobedeciendo las órdenes explícitas de la reina Isabel I de acabar, en primer lugar, con los barcos en reparación de la Gran Armada en Santander y San Sebastián, Drake y Norreys aparecieron en La Coruña, donde se produciría su primera gran humillación: sus más de 20.000 hombres no fueron capaces de hacerse con una plaza defendida por 1.500 soldados, cuya mayoría eran milicias, y un número indeterminado de civiles, además de las escasas fuerzas navales sitas en el puerto.
El 4 de mayo, las fuerzas inglesas aparecieron en el horizonte gallego y las naves españolas, junto a las baterías del fuerte de San Antón, les brindaron el único recibimiento que podían darles: el de un fuego sin cuartel. Tras el desembarco de unos ocho mil efectivos a lo largo de los días 5 y 6, comenzó el ataque por tierra, que a los pocos días resultó en la toma de la ciudad baja. Otro cantar resultaría del asalto inglés a la parte alta de la ciudad, donde la guarnición, junto a la población civil entre la que destacó la carismática María Pita, hizo frente a los atacantes con todas las fuerzas de que fue capaz.
Más de un millar de muertos ingleses en los frustrados intentos de asalto y las noticias de la cercanía de tropas de auxilio a La Coruña convencieron a Drake y Norreys de que la mejor opción era huir para luchar otro día. Una lástima que ese otro día fuera en las murallas de una Lisboa fiel a Felipe II.
Sufrida una amarga derrota por una fuerza menor y peor preparada, los ingleses reembarcaron el 19 de mayo y pusieron rumbo a la segunda tarea que figuraba en su lista: aupar en el trono portugués, entonces unido a la monarquía de Felipe II por derecho hereditario, a Antonio de Crato. El origen del plan se había basado en la información que Isabel I había recibido sobre el apoyo de la población lusa al supuesto último miembro de la Casa de Avís, cosa que se reveló irreal. A cambio de su ayuda, Antonio de Crato ponía en manos inglesas el destino de Portugal, sus rutas comerciales y sus colonias americanas.
Con la llegada de la flota inglesa a Peniche, el 26 de mayo, daba comienzo el segundo objetivo de la campaña. Lejos de lo que se les había asegurado, en el trayecto de Peniche a Lisboa poca población local se unió a los ingleses. Al contrario, entorpecieron su marcha en lo posible, cuando no los hostigaron. A la llegada a Lisboa, a comienzos de junio, no solo no se abrieron las puertas de la ciudad, sino que la guarnición se preparaba para la defensa de la plaza. En dicha defensa dos personajes destacaron especialmente: el conde de Fuentes, quien organizó la defensa terrestre, y don Alonso de Bazán, quien dirigiría la defensa marítima.
La llegada de los poco más de 10.000 hombres que le quedaban a Norreys se vio oscurecida por un bombardeo por parte de las galeras comandadas por el de Bazán, contra las que Drake no había entrado en combate. En esta situación, a Norreys no le quedó más salida que comenzar a preparar el asedio. Sin embargo, el plan inglés preveía un ataque doble: las tropas de tierra comandadas por Norreys atacarían la puerta principal de la ciudad, mientras la flota, bajo mando de Drake, atacaría por la desembocadura del Tajo.
Pero Drake no realizó tal ataque y el fuego de las baterías de la ciudad, unido al procedente de las galeras de don Alonso de Bazán, cayó sobre las tropas inglesas, que el 16 de junio se batían en retirada tras entrar en Lisboa otras nueve galeras, con 1.000 soldados de refuerzo, al mando de Martín de Padilla, conde de Santa Gadea y adelantado de Castilla.
Tras la desastrosa retirada, la Invencible inglesa, o lo que quedaba de ella, puso rumbo a las Azores con la esperanza de cumplir al menos unos de los tres puntos de la hoja de ruta marcada por la reina, pero la guarnición de las islas también les brindó una amarga decepción. Drake y Norreys volvieron a Inglaterra, perseguidos por las naves de don Alonso de Bazán, llegando a Plymouth el 10 de julio de 1589 con las manos vacías. Al final, la historia retribuyó a los de Bazán su deseada victoria sobre Inglaterra, una de las mayores que España obtuvo contra los súbditos de Albión.
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