Antonio Miguel Jiménez | 25 de marzo de 2021
La Guerra de Sucesión española fue la excusa para que ingleses y neerlandeses tratasen de tomar la ciudad andaluza, saqueando por el camino Rota y El Puerto de Santa María.
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El siglo XVIII fue, como casi todos los siglos, un periodo en el que el jinete del caballo rojo, con poder para desterrar la paz de la tierra (Ap 6, 4), cabalgó a sus anchas por el mundo. A lo largo del siglo, especialmente en plena época ilustrada, la guerra se fue «racionalizando», aunque ello no hizo ni que menguara ni, mucho menos, que acabara el fenómeno bélico.
Dos grandes contiendas sobresalieron debido a las importantes consecuencias que desencadenaron: la Guerra de Sucesión española (1701-1713) y la Guerra de Sucesión austríaca (1740-1748). En ambos conflictos, Inglaterra (Gran Bretaña desde el Acta de Unión con Escocia en 1707) y las Provincias Unidas (Estado de pleno derecho desde la Paz de Westfalia de 1648) formaron un tándem inseparable, y en ambos conflictos las dos potencias fueron aliadas de los Habsburgo, con el principal objetivo de debilitar a la Francia borbónica.
En el marco de la primera gran contienda, la Guerra de Sucesión española, tuvo lugar uno de los más bochornosos sucesos de la historia militar británica, al tiempo que uno de los hechos de armas más notables y desconocidos de la historia militar española: el intento de tomar la ciudad Cádiz por una potente fuerza anfibia angloholandesa y la enconada defensa de la plaza.
La ciudad de Cádiz siempre ha sobresalido como una de plazas con mayor importancia estratégica de su entorno, ya que se encuentra en una resguardada bahía a la entrada del mar Mediterráneo. Su interés bélico y militar provocó que entre los siglos XVI y XIX la ciudad fuese atacada en innumerables ocasiones. La intentona que tuvo lugar entre agosto y septiembre de 1702 fue otro de los que engrosarían la larga lista, pero este con victoria española.
Aprovechando la Guerra de Sucesión española, los ingleses se lanzaron, con el apoyo de sus aliados neerlandeses, a intentar tomar el mayor número posible de lugares estratégicos (como pasaría con Gibraltar y Menorca). Para ello, se organizó una expedición de dimensiones asombrosas: el almirante Rooke comandaba 50 buques de guerra (30 ingleses y 20 holandeses) más transportes, 160 velas en total; Ormonde, comandante de las tropas, tenía a sus órdenes a 14.000 hombres: 10.000 ingleses (incluidos 2.400 infantes de marina) y 4.000 holandeses.
En el lado contrario, Cádiz tenía una guarnición de unos 300 hombres mal equipados con un número similar bordeando la costa, comandada por Francisco del Castillo, marqués de Villadarias, que había recibido el mando de Andalucía en el contexto de la Guerra de Sucesión. El día 23 de agosto, la flota angloholandesa apareció frente a la ciudad y el marqués se apresuró a pedir ayuda a las principales ciudades bajo su mando. Córdoba y Sevilla contribuyeron con hombres, los nobles tomaron las armas y muchos campesinos se organizaron en batallones, de modo que, después de reforzar la guarnición de la ciudad, Villadarias pudo reunir en el campo a quinientos o seiscientos buenos jinetes, y a varios miles de milicianos.
Tras tres días con tiempo revuelto, el 26 de agosto comenzó el desembarco de los angloholandeses, supuestamente aliados de los austracistas, teniendo que enfrentarse a un potente fuego por parte de las baterías españolas. Cuando los botes de desembarco llegaron a tierra, una fuerza de caballería que el marqués de Villadarias había apostado en las cercanías cargó con tal fuerza que a punto estuvieron de frustrar el desembarco. Como señaló el coronel inglés James Stanhope, presente en la refriega, 200 jinetes más habrían arruinado la operación. Pero la potencia angloholandesa y el número de sus efectivos fue mayor, por lo que finalmente los jinetes se retiraron y la playa fue tomada por las fuerzas invasoras.
Las tropas comandadas por James Butler, conde de Ormonde, se dirigieron a Rota y la sometieron a un concienzudo saqueo durante varios días, con el fin de aprovisionarse y, de paso, intentar que la población local se uniera a la causa austracista, algo que no consiguieron.
El siguiente objetivo fue el fuerte de Santa Catalina, de camino al Puerto de Santa María, donde acamparon las tropas de Ormonde. Estos, viéndose ante una ciudad repleta de almacenes con todo tipo de preciadas mercancías, especialmente vino y brandy, se dieron a un saqueo tal que dejaba el de Rota a la altura de colegiales. Lástima que no supieran que la mayoría de los propietarios de los almacenes saqueados eran comerciantes ingleses y holandeses que operaban en España con nombres españoles. Pese a las quejas de varios oficiales de la armada, y de nobles que acompañaban a la expedición, al conde de Ormonde, tardó en suspenderse el saqueo, y para entonces la población local ya se había apartado definitivamente de la causa del archiduque Carlos, constituyendo la mejor propaganda borbónica en la zona.
Después de la orgía de robo y pillaje, el conde de Ormonde consiguió sujetar a sus hombres, aunque estos, botín en mano, tenían ya más ganas de volver a su patria para disfrutar de las ganancias obtenidas que de quedarse a luchar por los Austrias. Pero, finalmente, las tropas se dirigieron hacia Cádiz, ocupándose la zona pantanosa de Puerto Real. Una vez en allí, comenzó la construcción de una calzada que acercase a los soldados al castillo de Matagorda. Este sendero también los ponía a tiro de las baterías de los barcos franco-españoles anclados dentro de la bahía.
El comandante Francisco Gutiérrez de los Ríos, al mando de estos buques, provocó el caos entre las posiciones angloholandesas y el marqués de Villadarias aumentó la presión sobre los invasores, que comenzaron a verse superados por una fuerza mucho menor (y compuesta mayoritariamente por milicias).
Con un ataque sorpresa, Villadarias recuperó Rota, mientras el castillo de Matagorda aguantaba el fuego enemigo. Tras muchos días de nulos avances de la vanguardia angloholandesa sobre Matagorda, y el aumento en la nómina de bajas, el almirante de la flota, sir George Rooke, determinó que, aun tomando el castillo de Matagorda, todavía habría que tomar el castillo San Lorenzo del Puntal (o castillo de Puntales) para que los barcos de la coalición pudieran cercar –y batir– a los barcos franco-españoles. Una operación harto complicada.
Finalmente, se decidió suspender los ataques y el 26 de septiembre se optó por reembarcar y dejar atrás la costa gaditana. A su regreso a Inglaterra por la costa atlántica, los barcos de Ormonde y Rooke interceptaron una flota española cargada de plata americana, teniendo lugar una batalla sumamente lucrativa en la bahía de Vigo.
La expedición a Cádiz y los saqueos en tierras andaluzas provocaron una investigación a instancias de la Cámara de los Lores, que fue sumamente suavizada gracias a la plata obtenida junto a Vigo. Las tropas de la alianza angloholandesa habían sido derrotadas en Cádiz por una fuerza sustancialmente menor, pero finalmente la suerte estuvo, con plateada sonrisa, del lado de Ormonde y Rooke.
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