Antonio Miguel Jiménez | 28 de enero de 2021
Una batalla decisiva contra los franceses en la que destacó la estrategia de Gonzalo Fernández de Córdoba y su nueva forma de hacer la guerra frente a la caballería pesada.
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Muchos han visto en la figura de Gonzalo Fernández de Córdoba, más conocido como el Gran Capitán, al gran renovador del arte de la guerra en la Europa del siglo XV. Se le ha atribuido, entre otras cosas, la enorme responsabilidad de ser el iniciador del cambio de paradigma en la formación de los ejércitos por la que, hasta ese siglo, se había dado preeminencia a las tropas montadas sobre las de a pie. También el haber dado un papel fundamental al arcabuz. En cualquier caso, y sin entrar en dicha polémica, lo que está claro es que la concepción de la guerra y el nuevo planteamiento táctico de Gonzalo Fernández de Córdoba marcaron un antes y un después en la historia del ejército español, y más concretamente, en el nacimiento de los Tercios españoles.
La batalla que marcó el inicio de dicha renovación de las armas hispánicas fue la de Ceriñola (Italia), en abril de 1503, donde el mismísimo duque de Nemours cayó bajo el fuego español, y posiblemente la importancia de dicho lance oscureciera un tanto la magnífica gesta que se iba a desarrollar en el Lacio unos pocos meses después: en las orillas del río Garigliano (Garellano), junto a la plaza portuaria de Gaeta.
Los aragoneses operaron durante siglos en el Mediterráneo. A finales del siglo XIII, en 1282, tras las Vísperas Sicilianas, Aragón consiguió hacerse con el Reino de Sicilia, expulsando a la casa de Anjou: sería el inicio de un largo enfrentamiento por el sur de Italia. A mediados del siglo XV, Alfonso V de Aragón conquistó el Reino de Nápoles, al que a finales de la centuria aspirarían los reyes de Francia: Carlos VIII, primero, y Luis XII, después. Es a este último monarca al que derrotaron definitivamente las tropas de Gonzalo Fernández de Córdoba, y expulsaron del Mezzogiorno tras la derrota del Garellano.
Tras la victoria contra las tropas francesas comandadas por el duque de Nemours en Ceriñola, el Gran Capitán llevó a las tropas de la Monarquía hispánica a las puertas de Gaeta para terminar de desalojar al enemigo francés, pero Luis XII no estaba dispuesto a consentirlo. Para ello, reunió y envió a Italia un nuevo ejército que doblaba los efectivos de la tropa derrotada en Ceriñola, un imponente contingente de unos 23.000 o 25.000 efectivos y unos 40 cañones, cuyo mando recaería sobre Ludovico del Vasto, II marqués de Saluzzo. Las tropas del Gran Capitán apenas alcanzaban los 9.000 efectivos. El asedio de Gaeta tuvo que aplazarse, y Fernández de Córdoba, ante la llegada de los franceses, llevó a sus tropas a la orilla este del Garellano, no sin antes preparar una serie de defensas para frustrar el cruce francés del río.
En diciembre de 1503, los dos ejércitos se encontraban en sendas orillas del río Garellano, llevando a cabo pequeñas escaramuzas sin decidirse a luchar. Pero el tiempo jugaba en contra de las tropas hispánicas, ya que carecían de un abastecimiento que los franceses recibían desde Gaeta. Fernández de Córdoba decidió actuar. Simuló un repliegue que los franceses creyeron cierto, pero que en realidad fue el primer paso de su estrategia. Durante el fingido repliegue, el Gran Capitán había tomado posiciones, recibido refuerzos (alcanzando entre 13.000 y 15.000 efectivos) y perfilado el siguiente paso de su plan: atacar por sorpresa cruzando el río mediante pontones junto a Suio, al norte. El planteamiento táctico del ataque tenía las ventajas del factor sorpresa y la posesión de la iniciativa; pero si este se realizaba de manera descoordinada, o si se perdía el factor sorpresa, las tropas de Fernández de Córdoba, apoyado por Bartolomeo d’Alviano y Prospero Colonna, se enfrentarían a un ejército muy superior en número y armamento.
El Gran Capitán había divido sus tropas en tres cuerpos y, al alba del 28 de diciembre, tras tender los pontones y cruzar el río, las tropas de d’Alviano y el de Córdoba no dieron oportunidad alguna a unas guarniciones francesas que se vieron totalmente superadas. Un tercer cuerpo, comandado por Fernando de Andrade y Diego de Mendoza, esperaba en la parte sur a que sus compañeros de armas tendieran el puente francés.
Ante el inesperado y desbordante ataque español, el marqués de Saluzzo resolvió retirarse a Gaeta desde la orilla oeste del Garellano, pero el Gran Capitán no estaba dispuesto a consentir el atrincheramiento francés en la plaza fuerte. Mientras sus tropas terminaban de ocupar el campamento francés y reconstruían el puente para que cruzaran las tropas comandadas por Andrade y Mendoza, Bartolomeo d’Alviano, con la caballería, envolvió a los franceses por el flanco norte, a lo que siguió la persecución por el flanco sur de las tropas que acaban de cruzar el río. La columna principal se dirigió por el centro hacia la retaguardia francesa.
El ejército francés fue envuelto, y se batió penosamente en retirada hacia Gaeta, al sur, pero la caballería pesada francesa, con Pierre Terrail LeVieux, señor de Bayard, a la cabeza, presentó una última resistencia en el puente de Mola. Varios ataques españoles, liderados por Prospero Colonna, fueron repelidos por Bayard y la caballería pesada, e incluso llegaron a contraatacar creando el desconcierto entre la vanguardia española. La llegada del Gran Capitán y su columna de infantería al frente cambió las tornas: reorganizó un cuadro de lansquenetes alemanes con picas y colocó detrás a los arcabuceros. En el siguiente choque, la caballería pesada francesa se estrelló contra la formación del de Córdoba. Tras enfilar d’Alviano el camino a Gaeta y la llegada por la costa de las tropas comandadas por Andrade y Mendoza, el marqués de Saluzzo ordenó la retirada, que se ejecutó de manera desastrosa, haciéndose más de 4.000 prisioneros.
La táctica de Gonzalo Fernández de Córdoba, y la calidad de sus tropas, acabó con un ejército mucho mayor y mejor pertrechado. Al día siguiente, la ciudadela de Gaeta quedaba totalmente rodeada y, el 1 de enero de 1504, el marqués de Saluzzo y el Gran Capitán pactaban el fin de las hostilidades y la entrega de Gaeta. El Reino de Nápoles volvía a ser español.
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