Álvaro de Diego | 29 de octubre de 2019
No queda nada del “franquismo ideológico” en España, pues este fue liquidado poco después de desaparecer Franco. Con la Transición, el país se erigió en un referente de democratización para el mundo.
La exhumación de los restos mortales de Franco, sobredimensionada por una desafortunada cobertura mediática, ha falseado la imagen de nuestro país. Y se corre el riesgo de transmitir esta falsa imagen al extranjero y, lo que es peor, a las nuevas generaciones que han crecido en libertad. Afirmando que existía un rescoldo de la dictadura, han sido muchos quienes han asegurado que el pasado 24 de octubre nuestra democracia saldó una cuenta histórica porque, a fin de cuentas y como afirmó la vicepresidenta Carmen Calvo ante Carlos Herrera, «queda mucho franquismo ideológico rampante en nuestro país”.
En su magnífico libro Rubicón, Tom Holland relata que un pueblo como el romano, «tan devoto como práctico», no podía tolerar el fatalismo. Cuando le acechaba una catástrofe, acudía al templo de Júpiter. Allí consultaba los augurios contenidos en los libros de la Sibila para anticiparse. El futuro parecía estar escrito… hasta que se reescribía con el cincel preciso, que procedía del pasado. Tan tradicionales como adaptativos, los magistrados de Roma se afanaban en descubrir qué costumbres se habían descuidado. Su restablecimiento conjuraba las amenazas a la República, porque los recios valores campesinos de honestidad pública, continencia y culto a los antepasados habían convertido a los moradores de una mísera aldea junto al Tíber en los ciudadanos libres de la capital del mundo.
No queda nada del “franquismo ideológico” (sic) en España, pues este fue liquidado poco después de desaparecer Franco. Entonces España se erigió en un referente de democratización para el mundo tras un proceso de cambio planificado, legal, rápido, pacífico y, sobre todo, auténtico. El pueblo español se convirtió en titular de una soberanía que ahora tristemente se le niega desde alguna región del país. Nuestra Transición la decidió Juan Carlos I, el elegido «sucesor a título de Rey» por Franco, que le dio un sentido diametralmente opuesto a este mandato. La planificaron los aperturistas del franquismo, que con la Ley para la Reforma Política abrieron las puertas de la democracia. Y la ejecutaron estos últimos junto a la oposición antifranquista, con un ejemplar Partido Comunista que, como declaró Marcelino Camacho al defender la Ley de Amnistía, enterró sus rencores al igual que había enterrado a sus muertos. La Constitución hoy vigente de 1978 es el resultado de aquella historia de generosidad y encuentro.
Mas tarde, Felipe González no perdió el tiempo trasladando cadáveres. Integró a España en la Europa comunitaria y completó la subordinación de las fuerzas armadas al poder civil iniciando sus misiones en el extranjero. Hoy las instituciones procedentes del régimen anterior, ejércitos, Guardia Civil y Policía Nacional, modélicamente adaptadas a los tiempos, son salvaguarda de la democracia y merecen la mejor valoración de la opinión pública. A propósito de la retirada de estatuas, González afirmó que a Franco había que haberlo descabalgado en vida.
Nada quedaba del franquismo antes de este pasado jueves 24 de octubre. Solo sigue restando lo que Joaquín Leguina calificó de «antifranquismo sobrevenido». No es previsible tampoco, pese a todo, que desenterrar a un muerto vaya a sacar a la luz aciagos enconos y desencuentros. Sin embargo, la fortaleza de nuestra democracia exige redescubrir los valores de concordia que la alumbraron hace ahora cuatro décadas y que episodios como el de Cuelgamuros y Mingorrubio opacan. Nunca más que ahora deben gozar de prestigio los principios que la inspiraron, porque causa estupor que el tránsito de la dictadura a la democracia se hiciera de acuerdo con los procedimientos legales de la primera y hoy una comunidad autónoma viva en permanente desafío a la democracia.
En el año 83 a.C. un rayo destruyó el templo de Júpiter y redujo a cenizas las profecías de la Sibila. El dios que había llevado a la República a la gloria le volvía ahora la espalda. Nuestra Sibila debe ser la verdadera memoria histórica, la que explique a las nuevas generaciones en las aulas cómo se fundó nuestro sistema democrático. Al tiempo que se trasladaban los restos de Franco, Felipe VI aludía en Corea del Sur a dos países ejemplares para el mundo «por haber logrado transitar pacífica y exitosamente de dictaduras a democracias consolidadas en la segunda mitad del siglo pasado». Como heredero de la Transición, el Rey está comprometido “con la unidad y la permanencia de España”, que hoy es lo mismo que defender la democracia.
Amando de Miguel & Francisco Alonso
Se dice que la salida de Franco del Valle de los Caídos es un triunfo de la democracia y el cierre definitivo de viejas heridas. La realidad parece bien distinta.
Una variada selección bibliográfica para acercarse a la guerra que partió la España de hace 80 años.