Manuel Sánchez Cánovas | 01 de junio de 2021
La nueva Ley de Seguridad Nacional de Hong Kong está acabando con el «Un país, dos sistemas», negociado por Margaret Thatcher y Deng Xiao Ping en 1984. Apunta al fin del ansiado objetivo del sufragio universal, así como de la independencia judicial, la libertad de cátedra y expresión, todas amparadas otrora por la Ley Básica de abril de 1990.
De efectos devastadores está siendo la nueva Ley de Seguridad Nacional impuesta por Pekín en la excolonia británica. Además del encarcelamiento masivo de disidentes, ahora, para evitar el despido, los funcionarios y profesores se ven obligados a jurar lealtad a la República Popular y enseñar su asignatura de «Seguridad Nacional», como ha confirmado Michael Davis, exprofesor de Derecho Internacional en la Universidad de Hong-Kong; los estudiantes como Joshua Wong, jovencísimo líder de las primeras manifestaciones pro derechos humanos, han sido silenciados y ahora están en la cárcel, siendo reflejo de esa juventud liberal, cristiana, de origen cantonés, abierta al mundo, que tanto temen en China. Así mismo, las ONG estarían bajo control atento de los nuevos Servicios de Seguridad dependientes de Pekín. También Jimmy Lai, famoso magnate de los medios de comunicación, fue condenado a 14 meses por «reunión ilegal» -como Wong-, su gran fortuna confiscada y, meses después, todos los diputados pro democracia del LEGCO se vieron obligados a pedir la dimisión.
Es así que la nueva Ley de Seguridad en Hong Kong está acabando con el «Un país, dos sistemas», negociado por Margaret Thatcher y Deng Xiao Ping en 1984. Apunta al fin del ansiado objetivo del sufragio universal, así como de la independencia judicial, la libertad de cátedra y expresión, todas amparadas otrora por la Ley Básica de abril de 1990. Gracias a este marco legislativo liberal, consensuado entre Londres y Pekín, la autonomía hongkonesa alcanzó muy altas posiciones en los rankings internacionales de baja corrupción -mejores que los de España para Transparencia Internacional-, facilitando el desarrollo de una de las economías más vibrantes del planeta, refugio para que las empresas occidentales pudieran hacer negocios e invertir en la China continental, evitando que su «Ley de Los Hombres» aplastara la del ‘Imperio de la Ley’ tradicional en Hong Kong.
Y, con el fin de las garantías de la Ley Básica, va desapareciendo su atractivo como centro financiero internacional, basado en las fortalezas para el control de la corrupción, tan descaradamente alta en China, la economía del conocimiento y las artes que las libertades le otorgan, con su cualificada población multicultural y su situación privilegiada como intermediaria en el comercio con el subcontinente. En consecuencia, para los hongkoneses el problema no sería quién controla el territorio, si Londres o Pekín a través del LEGCO -el cuestionado Parlamento local elegido por sufragio censitario-, sino el marco legislativo autoritario impuesto por el Partido Comunista Chino. Al desaparecer las libertades en Hong Kong, desaparece lo que lo hace especial. Sin ellas, acabaría siendo una gran ciudad de la China comunista de segundo nivel, perdiendo su gran atractivo para el ciudadano, consumidor e inversor global.
Ni Pekín quiere salvaguardar la autonomía de Hong Kong, ni sabe administrar una ciudad global ni canalizar las demandas lógicas de su población
Desde 1948 y bajo control británico, Hong Kong desarrolló, poco a poco, una identidad política, social, económica y cultural diferenciada del resto de China, causa principal de las manifestaciones secesionistas multitudinarias de los últimos años. La antigua concesión colonial, donde un ejército de coolies chinos eran explotados, sin escrúpulos, por los comerciantes anglosajones de las grandes empresas comerciales -los Hongs-, dio paso a una gran capital internacional cosmopolita de enormes rascacielos, con niveles de vida entre los más altos del orbe, donde las etnias chinas ya habían retomado el control de los negocios y la cultura. Donde se encuentran Oriente y Occidente, creando una afluente, única, verdadera joya urbana, crisol de las etnias chinas, asiáticas y occidentales, cuestionada por Pekín, pero que simboliza, como Taiwán, lo que la República Popular podría haber alcanzado en libertad tutelada.
Ni Pekín quiere salvaguardar la autonomía de Hong Kong, ni sabe administrar una ciudad global ni canalizar las demandas lógicas de su población. Detrás de las protestas estaría el gravísimo problema de la vivienda y las grandes desigualdades sociales, además de una mala gestión administrativa: las primeras manifestaciones solo habrían sido el canal para manifestar el descontento de la población local, respondiendo a reivindicaciones apolíticas, pero la insensibilidad y represión desmedida de Pekín habría acentuado la politización y el auge del secesionismo.
El gran diferencial de desarrollo político e institucional entre Hong Kong y la China continental habría alentado el temor ciudadano a un sistema político-administrativo propio de países autoritarios en desarrollo, encabezado por un Partido Comunista. Mientras, la única preocupación de Pekín habría sido tomar el control de las instituciones políticas hongkonesas, dejando de lado los intereses legítimos de sus ciudadanos. Unos ciudadanos conscientes de que su democracia garantiza una mejor gestión en sociedades avanzadas, complejas y con necesidades distintas a las de la mayor parte de la autodenominada ‘República Popular’.
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