Michael R. Pompeo | 01 de octubre de 2020
Las conversaciones entre el Vaticano y el Partido Comunista Chino son un asunto de gran relevancia para la dipormacia internacional. El Secretario de Estado de los Estados Unidos aporta su visión sobre las negociaciones en este artículo.
La situación de los derechos humanos en China se ha deteriorado gravemente bajo el gobierno autocrático de Xi Jinping, especialmente para los creyentes religiosos. Informes creíbles han sacado a la luz el programa del Partido Comunista Chino para esterilizar e imponer abortos forzados a los musulmanes en Xinjiang, maltratar a sacerdotes y laicos católicos y asaltar iglesias domésticas protestantes, todo lo cual forma parte de una campaña de «sinización» para subordinar a Dios al Partido, mientras se promociona al propio Xi como si fuera una deidad ultramundana. Ahora más que nunca, el pueblo chino necesita el testimonio moral y la autoridad del Vaticano en apoyo de los creyentes religiosos en China.
Los diplomáticos del Vaticano se reúnen este mes con sus homólogos del PCCh para negociar la renovación de un acuerdo provisional de dos años entre la Santa Sede y China. Los términos de este acuerdo no han sido revelados públicamente; pero la esperanza de la Iglesia era que mejorara la condición de los católicos en China al llegar a un acuerdo con el régimen chino sobre el nombramiento de obispos, administradores tradicionales de la fe en las comunidades locales.
Después de dos años, está claro que el acuerdo China-Vaticano no ha protegido a los católicos de las agresiones del Partido Comunista, por no decir nada del horrible tratamiento dado a otros cristianos, budistas tibetanos, miembros de Falun Gong y otras personas de diferentes religiones. El informe anual del Departamento de Estado norteamericano de 2019 sobre la libertad religiosa ofrece un ejemplo ilustrativo: la historia del padre Paul Zhang Guangjun, que fue golpeado y «desapareció» por negarse a unirse a la Asociación Patriótica Católica controlada por el PCCh. Lamentablemente, su experiencia no es la única. Las autoridades comunistas continúan clausurando templos, espiando y acosando a los fieles, e insistiendo en que el Partido es la máxima autoridad en asuntos religiosos.
Como parte del acuerdo de 2018, el Vaticano legitimó a sacerdotes y obispos chinos cuyas lealtades eran y siguen siendo poco claras, confundiendo a muchos católicos chinos que siempre habían confiado en la Iglesia. Muchos de ellos se niegan a acudir a los lugares de culto autorizados por el Estado, por temor a que al mostrarse como fieles católicos sufran los mismos abusos que ven sufrir a otros creyentes a manos del ateísmo cada vez más agresivo de las autoridades chinas.
En Hong Kong, la reciente imposición por parte del gobierno local de una Ley de Seguridad Nacional ordenada por Pequín provoca el temor de que el Partido utilizará las mismas tácticas de intimidación y todo el aparato de represión estatal contra los creyentes religiosos. Las voces más prominentes de Hong Kong en favor de la dignidad humana y los derechos humanos han sido en muchas ocasiones los católicos, por lo que no es sorprendente que católicos destacados como Martin Lee, el «padre de la democracia» en Hong Kong, y Jimmy Lai, un honesto empresario de comunicación y promotor de la democracia, hayan sido arrestados, espiados y acosados por el simple «delito» de defender las libertades básicas que Pequín prometió proteger a cambio de recuperar la soberanía sobre Hong Kong en 1997. Los conozco a ambos y puedo dar fe de su bondad y sinceridad de corazón. Su devoción a Dios, a todos los hijos de Dios y a una China pacífica, libre y próspera es innegable.
Muchos países se han unido a los Estados Unidos para expresar su repulsa por el aumento de las violaciones de los derechos humanos, incluida la libertad religiosa, por parte del régimen chino. El año pasado, 22 países enviaron una carta al Consejo de Derechos Humanos de la ONU para denunciar la detención por parte del PCCh de más de un millón de musulmanes uigures, de etnia kazaja y de otras minorías en los llamados campos de «reeducación» en Xinjiang. La Alianza Interparlamentaria sobre China, que incluye a legisladores de democracias de todo el mundo, ha deplorado las «atrocidades que desarrolla» el Partido Comunista Chino. El Departamento de Estado norteamericano ha elevado con fuerza su voz a favor de la libertad religiosa en China y en todo el mundo y ha tomado medidas para que quienes maltratan a los fieles asuman la responsabilidad de sus actos. Vamos a continuar haciéndolo.
El Concilio Vaticano II y los papas Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco han enseñado que la libertad religiosa es el primero de los derechos civiles
La Santa Sede tiene una capacidad y un deber únicos para focalizar la atención del mundo en las violaciones de los derechos humanos, especialmente las perpetradas por regímenes totalitarios como el de Pekín. A finales del siglo XX, el poder del testimonio moral de la Iglesia ayudó a inspirar a quienes liberaron Europa central y oriental del comunismo y a quienes desafiaron a los regímenes autocráticos y autoritarios de América Latina y Asia oriental.
Ese mismo poder de testimonio moral debe ser desplegado hoy respecto al Partido Comunista Chino. El Concilio Vaticano II y los papas Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco han enseñado que la libertad religiosa es el primero de los derechos civiles. La solidaridad es uno de los cuatro principios fundamentales de la doctrina social católica. Lo que la Iglesia enseña al mundo acerca de la libertad religiosa y la solidaridad debe ser expresado ahora con fuerza y persistencia por el Vaticano frente a los incesantes esfuerzos del Partido Comunista Chino por someter todas las comunidades religiosas a la voluntad del Partido y su programa totalitario.
El papa Francisco dijo en 2013 que «los cristianos deben responder al mal con el bien, tomando la cruz sobre ellos mismos como lo hizo Jesús». La historia nos enseña que los regímenes totalitarios sólo pueden sobrevivir en la oscuridad y el silencio, así sus crímenes y su brutalidad pasan desapercibidos e inadvertidos. Si el Partido Comunista Chino logra que la Iglesia Católica y otras comunidades religiosas callen, los regímenes que desprecian los derechos humanos se envalentonarán y el coste de resistir a la tiranía será aún más alto para todos aquellos valientes creyentes que honran a Dios antes que al autócrata de turno. Rezo para que, al negociar con el Partido Comunista Chino, la Santa Sede y todos los que creen en la chispa divina que ilumina toda vida humana, presten atención a las palabras de Jesús en el Evangelio de Juan, «La verdad os hará libres».
Carlos Gregorio Hernández & José Luis Orella
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