Óscar Vara | 04 de marzo de 2021
Birmania se ha convertido en la gran apuesta de China para solucionar su dependencia de un accidente geográfico: el muy famoso estrecho de Malaca.
El golpe de Estado en Birmania (o Myanmar, como lo rebautizó la junta militar birmana en 1989) nos vuelve a recordar la limitada influencia que tiene la comunidad internacional para defender la democracia. Una frustración difícil de digerir para la generación que se hizo adulta a principios de 1990, al mismo tiempo que el mundo tomaba un atajo en pos del cumplimiento de la utopía occidental. Las democracias triunfaban sobre las dictaduras comunistas, que se daban por vencidas, exhaustas y empobrecidas. Europa avanzaba hacia su unión con el Tratado de Maastricht. La comunidad internacional se unía militarmente contra la invasión de Kuwait y, sin necesidad de tanto, la presión internacional derribaba el régimen racista de Sudáfrica.
Emborrachados de aquel optimismo, nos negamos a aplicar el microscopio a cada uno de estos acontecimientos y nos entretuvimos, más bien, en celebrar el fin de la historia que propugnaba el filósofo hegeliano, y marxista, Alexandre Kojève, y que popularizó, con una exaltación de la democracia liberal, Francis Fukuyama.
Pero ¿no son estos sentimientos una manifestación de la soberbia de Occidente?
Birmania, que lleva viviendo, desde finales de los años 1960, bajo la tutela y la amenaza de los militares, es un clásico ejemplo de resistencia a la democracia. El que esa siniestra tradición continúe en el futuro depende, no obstante, de dos factores. Uno externo y otro interno. Ninguno de ellos depende de los buenos sentimientos de Occidente.
El externo involucra a China, ya que Birmania se ha convertido en la gran solución de la que dispone China para solucionar su dependencia de un accidente geográfico: el muy famoso estrecho de Malaca. El estrecho tiene la forma de un embudo: en su punto más ancho tiene 320 km de anchura, mientras que en el más estrecho, desde Singapur a la isla indonesia de Batam, apenas llega a los 2,8 km. Por él pasa el 80% de las exportaciones de petróleo mundiales y el 60% del tráfico comercial y es la encrucijada de caminos de la ASEAN, asociación de 10 países que reúne a 640 millones de habitantes y aspira a ser la quinta zona económica del mundo en 2022.
Es un accidente geográfico complejo y protagonista, que diversos imperios se han disputado para monopolizar el comercio marítimo que pasa por él. Musulmanes, portugueses, holandeses, británicos… han intentado controlar el paso que, actualmente, sufre una gran congestión en su tráfico marítimo, ya que por el estrecho pasan entre 200 y 270 buques diarios (cerca de 100.000 al año), con un peso medio de 300 toneladas brutas y una longitud que puede exceder los 350 metros.
Para China, Malaca es su punto más débil. Su bloqueo afectaría tanto a su suministro energético como a su comercio exterior. Por eso ha desarrollado una estrategia de reservas estratégicas de petróleo desde 2014 y que ya le aseguran el equivalente a 83 días de suministro, una cantidad aproximada de 1.150 millones de barriles.
Aunque el problema del tráfico marítimo permanece. Ni el viaje a través del mar del Norte hasta Europa, unas 4.700 millas náuticas y nueve días menos de viaje que por el Índico, ni los estrechos cercanos de Sunda o Lombock ofrecen seguridad para el comercio. Tampoco el ambicioso proyecto del canal en el istmo de Kra, que se realizaría en Tailandia con el nombre de canal de Thai, es factible económicamente por su elevado coste.
Existe un ansia de democracia en Birmania que se ha manifestado cada vez que la población ha ido a las elecciones
Solo Birmania se presenta como la solución al «dilema de Malaca». Y China se ha volcado en invertir en el país para integrarlo en su ambicioso proyecto de la Nueva Ruta de la Seda: con el puerto de aguas profundas de Kyaukpyu, la vía rápida conectando Muse, en el estado de Shan, con Mandalay en el este de la región de Sagaing (557km) y la vía ferroviaria de 471 km que unirá Muse con Mandalay y, de ahí, hasta la provincia de Yunnan.
Pero la pieza clave del proyecto son los oleoductos y gasoductos que unen Kyaukpyu con Kunming, capital de Yunnan, y que comenzaron a funcionar en abril de 2017 desplazando, respectivamente, 12.000 millones de metros cúbicos de petróleo y 3.200 de gas natural.
Pero China no está contenta con el ejército birmano. Porque, de hecho, las Fuerzas Armadas, el «Tatmadaw» en birmano, no poseen el control total del territorio debido a la existencia de diversas organizaciones étnicas armadas que han desarrollado su propia institucionalidad política. En concreto, China se ha visto obligada a desplegar una intensa actividad diplomática con los territorios de la llamada Alianza del Norte, que incluye al Ejército de Arakan, el Ejército de la Independencia de Kachin, el Ejército Nacional de Liberación Ta’ang y el Ejército de la alianza democrática nacional de Myanmar. Todo hace pensar que China estaba contenta con el gobierno de la Liga Nacional por la Democracia.
En cuanto al factor interno, el movimiento de la junta militar puede haber sido precipitado, como demuestran las manifestaciones que, desde el domingo 7 de febrero, se llevan produciendo en el país a pesar de la creciente represión. El signo de los tres dedos levantados, que imitan el de los personajes de la saga de Los juegos del hambre, nos enseña que los países del Sudeste asiático participan de una realidad cultural cada vez más global. Existe un ansia de democracia en Birmania que se ha manifestado cada vez que la población ha ido a las elecciones y le ha dado mayorías cada vez mayores al partido de Aung San Suu Kyi: desde 392 escaños de los 492 de las elecciones parlamentarias de 1990, a los 258 sobre 440 de las últimas elecciones de noviembre de 2020.
Estos dos factores pueden apoyarse mutuamente, pero también oponerse. Y es que nunca fue sencillo acomodar el deseo de progreso de los ciudadanos de un país con los designios geopolíticos de una potencia superior. El futuro de Birmania pende de un hilo y aún puede sumirse en una profunda oscuridad.
El hecho de que China sea una enorme tiranía comunista ayuda a su buena imagen en una sociedad tan escorada a la izquierda.
José Antonio Pérez Ramos & Jorge Galán
Hayk Kasamanyan ha dedicado buena parte de su vida a investigar sus raíces armenias y la historia de su pueblo, uno de los primeros en adoptar el cristianismo.