Pilar Marcos | 07 de enero de 2021
Las bochornosas imágenes de Washington recuerdan demasiado algunos deplorables episodios que hemos vivido en los últimos años en el Congreso de los Diputados y en el Parlament de Cataluña.
Las primeras alertas llegaron poco antes de la hora de los telediarios vía redes sociales. Algo tan terrible era imaginable en demasiados países del mundo, pero no en Estados Unidos. Ahí no, por supuesto. Pues estaba ocurriendo. Una descerebrada turbamulta de extremistas, incapaces de entender que respetar la sede del Parlamento es la más elemental garantía de supervivencia democrática, estaba asaltando el Capitolio para impedir el recuento final de votos que terminará de consagrar la elección de Joe Biden como nuevo presidente de Estados Unidos. Cualquier intento de secuestrar la soberanía nacional, que es lo que se estaba ejerciendo este pasado miércoles, día 6 de enero, en el Capitolio, es un intento de golpe de Estado. Y como tal debe ser tratado.
Poco después de las diez de la noche, Joe Biden actuó como presidente. Se dirigió a la nación, y al mundo, para subrayar algo tan obvio como que esa minoría de extremistas no representa a nadie, que el asalto no era ninguna expresión de protesta sino de puro desorden bordeando la sedición. Para su vergüenza, a esa misma hora, Donald Trump, en lugar de actuar como presidente, grabó un mensaje de vídeo para acabar de sepultar cualquier migaja de prestigio que pudiera quedarle. Es verdad que Trump pidió a los sediciosos que se fueran a sus casas, ¡faltaba más!, pero también es cierto que les dio la razón. Y no es posible dar la razón a la sinrazón, y menos aún a la sinrazón violenta. Solo le faltó decirles aquello de «apreteu», que tan bien conocemos aquí por nuestros sediciosos domésticos.
Y es que, efectivamente, las bochornosas imágenes que ayer llegaron desde Washington recuerdan demasiado algunos deplorables episodios que hemos vivido en los últimos años. El más evidente nos lleva a septiembre y octubre de 2017 en el Parlament de Cataluña. Que allí hubo sedición está ratificado por sentencia firme. Sobre esto no debería haber debate. Pero lo hay. No lo habrá sobre la sedición que en la noche del 6 de enero de 2021 denunció, con toda la razón, Joe Biden.
Sin la gravedad de aquellos episodios de 2017, querría pedirles que echáramos la vista atrás unos años antes: al otoño-invierno de 2012 y a la primavera de 2013. No como comparación, porque los extremistas de las algaradas de hace ya casi una década no lograron entrar ni en el Congreso de los Diputados ni en la Asamblea de Madrid, aunque intentaron ambas cosas. Tampoco como comparación, por supuesto que no, pero sí como alerta. Sí para intentar que no se nos olvide nunca la importancia de defender la ley y el orden, las instituciones democráticas, y los Parlamentos, que son la sede de la soberanía nacional.
En España, los extremistas de las algaradas de hace ya casi una década no lograron entrar ni en el Congreso de los Diputados ni en la Asamblea de Madrid, aunque intentaron ambas cosas
Pongan en marcha la moviola. Echen la vista atrás hasta diciembre de 2012. Aquellas algaradas decidieron llamarse «rodea el Congreso» aunque en sus primeras convocatorias también se llamó «okupa el Congreso». Del rodeo puedo dar fe. Llevaba muy pocos días como diputada y aquel primer rodeo impidió que pudiéramos salir hasta avanzada la noche. Neptuno estaba tomado y la policía cerró la Carrera de San Jerónimo a la altura del hotel Palace. Tras una tarde con el zumbido de los helicópteros, las sirenas y las proclamas de los manifestantes metido en los despachos, salir todo fue ejercicio de conducción en dirección prohibida. La policía te iba desviando, primero por Duque de Medinaceli, luego calle de Jesús, después de Fúcar, y así hasta Atocha. Hubo bastantes más días de Rodea el Congreso ese otoño y en la primavera de 2013, aunque en ninguno pasé tanto miedo. Y en diciembre se montó uno similar en la Asamblea de Madrid.
Los organizadores decían ser los mismos que habían tenido un considerable éxito publicitario en mayo de 2011 con la ocupación de la Puerta del Sol en las vísperas de las elecciones municipales y autonómicas de aquel año. Eran -son- los dirigentes de lo que hoy es Podemos y sus confluencias (y disidencias). Y entonces les parecía estupendo cercar el Parlamento al grito de «no nos representan». Quizá porque entonces ellos aún no estaban.
Aquellos rodeos fueron, con razón, calificados como «antesala del golpismo» no solo por dirigentes del PP, como la entonces secretaria general del partido, María Dolores de Cospedal, sino también por el socialista José Martínez Olmos, entonces portavoz de Sanidad del PSOE. Se les criticó. Se consideró que usar la palabra golpismo era un exceso; que había que preservar la libertad de manifestación.
Desde luego. La libertad de manifestación y la libertad, sin más. De hecho, los bárbaros que el día de Reyes pudieron invadir el Capitolio lo hicieron porque, en defensa de la libertad, hasta el día 6 en Estados Unidos era posible entrar estas sedes parlamentarias sin controles especiales. Quizá sea distinto desde el día 7 porque la democracia debe defenderse de los que buscan destrozarla.
Una cosa es segura: el infame ataque de ayer no logrará ninguno de sus propósitos. Sí servirá para reforzar el afán por defender y respetar la democracia, los Parlamentos, el imperio de la ley y, como dijo Biden, el honor y la decencia: en Estados Unidos y en todo el mundo.
God bless America
Las políticas de Donald Trump han desnudado la magnitud del reto chino. Lo que antes se reconocía a regañadientes, que China era más un adversario que un colaborador, está ahora en la cabeza de todos los americanos.
Si el otro es el infierno, si todo lo que está a la derecha del PSOE es fascismo, reventar los consensos de la Transición no será suficiente para los enfebrecidos.