Manuel Sánchez Cánovas | 18 de marzo de 2021
El nuevo presidente de Estados Unidos refuerza el mensaje contra Pekín y su intento por liderar las industrias estratégicas del mañana, a costa de las americanas.
En una llamada de Xi Jing Ping en febrero, Joe Biden comentó su preocupación por «las prácticas económicas coercitivas de Pekín; la mano dura en Hong Kong, las quiebras de derechos en Xinjiang y las acciones cada vez más firmes en la región, incluyendo contra Taiwán». Su tono, aunque más conciliatorio, no se aleja mucho del de Donald Trump frente a la amenaza de China, especialmente tras la ocultación de la COVID en Wuhan durante semanas.
¿Es coherente la política exterior del presidente? Aunque su nuevo secretario de Estado, Anthony Blinken, declarara el 3 de marzo que «China es el mayor desafío geopolítico para la Comunidad Internacional», Biden intentó acercarse a Pekín, incoherentemente, durante la campaña presidencial: Rusia habría supuesto la amenaza principal para Estados Unidos, y China solo significaba un «competidor estratégico». En un cambio sorprendente de dirección, ahora Biden firma la extensión del acuerdo START de no proliferación nuclear con los mismos rusos, y decide adoptar la línea dura de Trump con Pekín. Además, renegocia el acuerdo sobre no proliferación con Irán, parado desde Barack Obama, causando perplejidad por no haber tenido resultados, pudiendo Teherán contar con armas nucleares en semanas; sin embargo, ataca en la Siria de Assad a las milicias apoyadas por Teherán; mientras, suspende la venta de armas a Arabia Saudí y Emiratos en la guerra de Yemen, y su Gobierno acusa a un miembro de la familia real saudí del asesinato del periodista Jamal Kashoggi.
«América ha vuelto», es cierto, pero sin una dirección clara: mantiene la línea dura frente a China -en ausencia de opciones-, pero refuerza el poder de los ayatolás en la península arábiga -a través de las minorías chiitas- poniéndose en contra de sus aliados -Emiratos y Arabia, sunitas-, ninguno de los cuales cree en un acuerdo con Irán -apoyada por Rusia y China-, especialmente cuando Emiratos ya extendió una rama de olivo a Israel con Trump, alineándose contra el enemigo común, Irán.
Con todo, la nueva secretaria de Comercio, Gina Raimondo, refuerza el mensaje de Biden a Xi: Pekín debe respetar las normas del sistema comercial internacional, limitando el dumping social y medioambiental que abarata sus productos; la piratería de la tecnología y propiedad industrial occidental, el proteccionismo y los subsidios ilegales a clones y empresas chinas, parando la discriminación de empresas extranjeras en China, en su intento por liderar las industrias estratégicas del mañana, a costa de las americanas. Raimondo también se niega a excluir a Huawei de la lista negra de empresas extranjeras en Estados Unidos por seguridad nacional. E incluyó en la lista a las empresas chinas relacionadas con las quiebras de derechos contra los uigures musulmanes, prohibiendo la cotización en Estados Unidos de las próximas al Ejército Popular. Tanto más cuando Trump ya había limitado el acceso de aplicaciones chinas como Wechat Pay, Alichat, China Mobile, para evitar la apropiación de datos personales de millones de norteamericanos y el ciberespionaje corporativo.
Huawei provee hardware para el Sistema de Crédito Social aplicado a ciudadanos y empresas chinos, justificado como instrumento contra la corrupción rampante: integra online el reconocimiento facial de millones de cámaras, espiando las comunicaciones digitales. La vida sexual, deudas, compra de alcohol y otros comportamientos «antisociales» son datos registrados en un sistema al que tienen acceso todos los departamentos gubernamentales, condicionando la concesión de créditos, contratos, empleos, incluso recibir castigos en la puerta de la propia casa por un post disidente en las redes. Además, esta información puede ser utilizada contra empresas americanas, en el marco de la presente guerra comercial.
Raimondo suscribe así la piedra angular de la política de Trump: Huawei podría espiar a empresas e instituciones americanas, contribuyendo al liderazgo tecnológico y militar chino. Además, ya investiga en California sobre inteligencia artificial con aplicaciones militares, mientras los gigantes digitales americanos (Facebook, Twitter y Google) llevan sin poder operar en China una generación entera. ¿Se imaginan el mundo sin sus servicios? Censurada una miríada de páginas extranjeras, China mantiene la Intranet más grande del planeta, separada del Internet libre.
Sin embargo, Washington no tendría claro si quiere avanzar en el decoupling del gigante asiático, a lo Trump -como prohibiendo exportaciones tecnológicas estratégicas- o incrementar relaciones al calor de los acuerdos «trumpistas». Con mayores exportaciones de servicios como los financieros, se correrían los mismos riesgos del acuerdo de inversiones Unión Europea-China, con buenas intenciones pero poco realista. Occidente estaría en manos de Pekín, véase el caso australiano. Sin embargo, no comerciar con China significaría pérdidas billonarias. ¿Es hora de redefinir las prioridades?
Las políticas de Donald Trump han desnudado la magnitud del reto chino. Lo que antes se reconocía a regañadientes, que China era más un adversario que un colaborador, está ahora en la cabeza de todos los americanos.
El Gobierno chino de Xi Jimping sigue justificando la represión en aras de la estabilidad social del país.