Óscar Vara | 18 de agosto de 2021
Las motivaciones de sus políticas internas y externas deberían ocupar un espacio mayor en el análisis público porque la opinión pública española comparte un puñado de lugares comunes de gran simplismo sobre el país magrebí.
Todo país tiene un interés geopolítico que le imponen tanto la geografía física como la humana. Los países no existen exclusivamente hacia su interior. Sus intereses se derraman fuera de sus fronteras y, también, es desde el exterior que son contemplados con codicia, simpatía o animadversión. El crecimiento económico que ha producido la globalización es responsable de que las opiniones públicas de las naciones más ricas vayan descubriendo esta evidencia, en ocasiones con estupor. No debería sorprendernos que nuestros vecinos también conciban el mundo en primera persona.
La estabilidad y el futuro de Marruecos son, en una medida importante, también los de España
Desde España, un país especialmente invisible es Marruecos, y eso a pesar de que estamos a ambos lados de uno de los estrechos más importantes del mundo y de que haya 870.000 ciudadanos de ese país empadronados en el nuestro. La estabilidad y el futuro de Marruecos son, en una medida importante, también los nuestros. Las motivaciones de sus políticas internas y, sobre todo externas, debería ocupar un espacio mayor en el análisis público (sí, me refiero al periodístico), porque la opinión pública española comparte un puñado de lugares comunes de gran simplismo sobre el país magrebí.
Tomemos como ejemplo la cuestión del Sáhara Occidental. Además de poseer las mayores reservas de fosfatos del mundo (entre Marruecos y el Sáhara se estiman unos 50.000 millones de toneladas), razón evidente para desear el dominio de la región, existen otras consideraciones de carácter geopolítico que explican el enorme interés de Marruecos en controlarlo.
La primera, se trata del papel de Argelia en la región y las relaciones históricas que ha mantenido con Marruecos. El devenir reciente de Argelia estuvo muy influido por las presidencias de, por un lado, Houari Boumédiène, entre 1965 y 1978 y, por el otro, de Abdelaziz Buteflika, entre 1999 y 2019. Marcaron el inicio, y el progreso, del socialismo argelino con un espíritu de nacionalismo panárabe que ha hecho que Argelia haya estado siempre dentro de la esfera de la Unión Soviética, primero, y de Rusia, posteriormente. Por el contrario, Marruecos ha estado en la esfera de los Estados Unidos desde el siglo XVIII, cuando el Sultán Mohammed ben Abdallah fue el primer dirigente en reconocer a la recién nacida república.
Sin duda el punto álgido de las malas relaciones de Marruecos y Argelia podemos retrotraerla al dibujo de la frontera que hicieron los franceses en 1950. El descubrimiento de yacimientos de manganeso tuvo la culpa de que dos ciudades, Béchar y Tinduf, quedaran del lado del Argelia francesa.
Tras la independencia marroquí, además, el presidente del partido nacionalista Itiqlal, Allial El Fassi, ayudaría a crear un imaginario geopolítico, la idea de un Gran Marruecos, que deseaba incorporar al país toda Mauritania, el noroeste de Malí y el suroeste de Argelia. Un deseo que alimentaría el descontento con las fronteras coloniales.
Marruecos ha estado en la esfera de los Estados Unidos desde el siglo XVIII, cuando el Sultán Mohammed ben Abdallah fue el primer dirigente en reconocer a la recién nacida república
Así, la disputa fronteriza escaló y en octubre de 1963 se desató la llamada Guerra de las Arenas, en la que incluso participaron tropas cubanas que desembarcaron con tanques rusos, pero que mantuvo las tablas fronterizas y justificaría un largo desencuentro entre ambos países que aún dura hoy.
El enfrentamiento político se enfatizó cuando en mayo de 1973, se funda en el Sáhara el Frente Popular de Liberación de Saguia el-Hamra y Río de Oro, más conocido como Frente Polisario. Este movimiento independentista nació con una clara conexión con Argelia, con su socialismo y con su carácter nacionalista panárabe. Esta conexión, y el hecho de que Argelia tiene frontera, aunque pequeña de 41 km, con el Sáhara Occidental, representa quizá el quid geopolítico de la cuestión para Marruecos. Si el Sahara Occidental se independizara, Argelia podría desconectar a Marruecos del África occidental, acceder a la explotación del fosfato y, además, tener una salida al Océano Atlántico, pudiendo, hipotéticamente, sortear el control marroquí del estrecho de Gibraltar.
Precisamente, la influencia marroquí en el África occidental es la segunda consideración geopolítica que quería hacer. Después de la Segunda Guerra Mundial, la guerra fría convirtió África en un objetivo para las políticas expansionistas de los bloques soviético y estadounidense. En ese contexto, se produjo la propuesta de Arabia Saudita de extender por esa región la versión Suní del Islam como manera frenar el avance ideológico del comunismo. Sin embargo, esta pretensión chocaría con una realidad geopolítica que llevaba siglos urdiéndose.
En efecto, entre los siglos XVIII y XIX el sultán de Marruecos, Mulay Sulaymán, entendió que Marruecos debía expandir su influencia no sólo en el norte de África, sino hacia su interior, es decir, hacia el África occidental. El profesor Antonio de Diego, miembro de la Junta Islámica, apunta que fue el apoyo de este Sultán a Ahmad Al Tijani, fundador de una orden (Tariqa) sufí que se convertiría en la versión predominante del islam en el África subsahariana, la que le facilitaría esa influencia que se extendería incluso hasta Nigeria y Senegal.
La influencia regional del comunismo llevó al rey Hassan II a proponer a Franco que era imperativo para todos que Marruecos controlara el Sahara occidental como forma de frente al marxismo y a una versión del islamismo
La influencia regional del comunismo, que en los años 1960 se extendía en Burkina Faso y Níger, y de la versión salafista promovida por la familia Al Saud, llevó al rey Hassan II a proponer a Franco que era imperativo para todos que Marruecos controlara el Sahara occidental como forma de frente a los dos problemas: el marxismo y una versión del islamismo con tendencia a radicalizarse. Los intereses de Occidente, y los intereses españoles, lo aconsejaban. Nada de ello ocurrió, tal vez porque el conflicto de Sidi Ifni estaba demasiado cercano en el tiempo, pero Marruecos no tardaría en presionar a España por la fuerza con la Marcha Verde en 1975 ya con el dictador español a punto de morir.
El interés por mantener esa comunidad cultural sufí sigue presente en la geopolítica marroquí, hasta el punto que el rey Mohamed VI, siendo como es Comendador de los creyentes y descendiente del profeta, ejerce una autoridad religiosa especial entre los musulmanes sufíes que no es exclusivamente teórica. En el año 2015, el ministerio de Bienes Habices y Asuntos Islámicos obtuvo el control de la Universidad de Qarawiyyin en Fez y, con ella el control de la enseñanza religiosa, como parte del plan que fuerce que todos los imanes de todas las mezquitas sufíes del África occidental sean formados en Marruecos.
Todas estas cuestiones ya apuntan a la complejidad de los aspectos geopolíticos que existen por doquier, pero que pueden tener una gran importancia en la configuración futura de las relaciones de España con sus vecinos.
Desde que España arriara su bandera en Villa Cisneros el 11 de enero de 1976, la cuestión saharaui sigue latente y sin visos de solución en un territorio que, medio siglo más tarde, sigue bajo supervisión del Comité de Descolonización de la ONU.
Marruecos sigue con su política chantajista con cualquier excusa. Es su forma clásica de dar salida a los graves problemas internos que la propia España y la Unión Europea han ayudado a ir mitigando desde 2000, a pesar de la gran corrupción existente.