Óscar Vara | 21 de mayo de 2021
Nos encontramos con el Gran Juego geopolítico en el que se enfrentan los dos principales actores de la región: Israel e Irán. Y que tiene como instrumentos, o actores secundarios, a los países de la región: desde Siria hasta las naciones árabes.
«Ahora me adentraré mucho, mucho en el norte, jugando el Gran Juego». Kim, Rudyard Kipling.
Si la noche sobre Israel se ha llenado de mortíferos cohetes que, como en un espectáculo de fantasía, son interceptados por la tecnología más moderna; si al poco los aviones más modernos revientan edificios destartalados en Gaza; si estas escenas se repiten implacables cada cierto tiempo, créame, está Vd. asistiendo a un Gran Juego que va mucho más allá de lo que es aparente.
Por supuesto que los agravios a los palestinos, en forma de asentamientos, limitación de derechos civiles, etc., existen. Así como la inseguridad de los israelíes que provoca el terrorismo dentro y fuera de sus fronteras. Estas son las causas más terrenas del conflicto. Igual que otras que son más inmediatas, como que se dio una ventana de oportunidad para el ataque de Hamas delimitada por varios hechos: por un lado, que Benjamin Netanyahu no fue capaz de formar una coalición de gobierno, lo que llevó a que el presidente de Israel diera paso a la oposición para intentarlo; por otro, el retraso de las elecciones decidido por el presidente de la Autoridad Palestina y que irritó sobremanera a Hamas, confiado en que su poder sobre Gaza se podría extender también a la Cisjordania, donde gobierna la Autoridad Palestina; por último, el final del Ramadán, que prometía fricción entre la policía israelí y los palestinos que desearían acudir a los rezos en la Esplanada de las Mezquitas. Y, entre medias, se cruzó uno de esos procesos judiciales por los que Israel se ha acostumbrado a desalojar palestinos de sus casas. Esta vez no en la zona que tienen asignada en Cisjordania por los acuerdos de Oslo, sino en el este ocupado de Jerusalén.
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Pero, por encima de todas estas circunstancias se asoma, implacable, el Gran Juego. El Gran Juego geopolítico en el que se enfrentan los dos principales actores geopolíticos de la región: Israel e Irán. Y que tiene como instrumentos, o actores secundarios, a los países de la región: desde Siria hasta las naciones árabes.
Y es desde la perspectiva de este Gran Juego que les propongo que juzguemos los ataques que se han producido entre Hamas e Israel.
Veamos, desde la revolución islámica, 1979 les recuerdo, los países de la península arábiga se han estado tentando la ropa por la amenaza iraní. Por esa razón, han intentado articular instituciones que los unieran en un frente común para enfrentarse a la más que posible tentación iraní (y, por lo tanto, chií frente al sunismo árabe) de desestabilizarlos. Lo cual ocurrió cuando estallaron las primaveras árabes e Irán corrió a alimentarlas con financiación y encontró, para sorpresa del resto de árabes, el apoyo de Catar y su cadena de televisión internacional Al-Jazeera en la tarea.
Por supuesto que la amenaza iraní no se ha limitado solo a ese episodio. En su intento de hacer progresar su revolución islámica hacia el exterior de sus fronteras, ha financiado a un movimiento suní como es Hamas para hostigar a Israel, a los hutíes yemeníes para retar a Arabia Saudita, a los alauitas en Siria (recordemos: herederos espirituales del imán chií Ali al-Hádi) y en Iraq al ejército de al-Mahdi, la milicia iraquí liderada por el clérigo Muqtada al-Sadr. Además de iniciar un ambicioso programa nuclear, que busca poseer la bomba atómica, y que les daría la hegemonía en la región de golfo Pérsico.
¿Qué gana Irán con el conflicto actual? La posibilidad de que esas alianzas se resquebrajen
Este despliegue geopolítico es el que ha dado la posibilidad de que ocurriera un imposible: que las monarquías árabes establecieran relaciones diplomáticas con Israel. Al inclinarse hacia el otro gran actor geopolítico de la región, los árabes han conseguido reequilibrar en algo su posición relativa con Irán. Porque era cuestión de tiempo que la amenaza iraní creciera lo suficiente como para que el tabú anti-israelí se quebrara para los gobernantes árabes. De hecho, los contactos diplomáticos informales con Israel han existido continuamente. Por ejemplo, en 1994, Emiratos Árabes Unidos utilizó a un profesor universitario para conocer la opinión de Jerusalén sobre la posibilidad de que Abu Dhabi comprara aviones F16 al Gobierno de los Estados Unidos. En tiempos más recientes, Bahréin ha mantenido una línea de comunicación con Israel a través del clan de judíos iraquíes Nonoo, magnates de la industria textil.
¿Qué gana Irán con el conflicto actual? La posibilidad de que esas alianzas se resquebrajen. Es evidente que la reacción militar de Israel alimenta la indignación de los ciudadanos árabes que pueden no compartir la preocupación de sus gobernantes por Irán. Los persas estarían consiguiendo un doble objetivo: alimentar el descontento que debilite a las monarquías y obligarlas a romper sus relaciones con Israel, lo que limitaría su capacidad de respuesta a los retos iraníes.
¿Y Hamas?, ¿que ganan ellos? Principalmente, ocupar en exclusiva la posición de defensores del pueblo palestino, aun cuando son sus acciones las que les ponen en peligro, en primer lugar, y desplazar del poder a la Autoridad Palestina cuando se produzcan elecciones
¿Y Hamas?, ¿que ganan ellos? Principalmente, ocupar en exclusiva la posición de defensores del pueblo palestino, aun cuando son sus acciones las que les ponen en peligro, en primer lugar, y desplazar del poder a la Autoridad Palestina cuando se produzcan elecciones. Secundariamente, forzar un cambio en la política estadounidense que se centre en la cuestión de los derechos humanos, paralice los asentamientos de colonos israelíes y devuelva la financiación a la agencia para los refugiados palestinos de las Naciones Unidas.
Sin embargo, que nadie crea que estamos más próximos o más lejos de ver la resolución de este eterno conflicto. Porque: «Solo cuando todos estén muertos, acabará el Gran Juego. No antes». Kim, Rudyard Kipling.
Las elecciones confirman el agudo proceso de cambio en Israel y la consolidación de las posiciones religioso-nacionalistas.
Irán sigue hostigando el tráfico petrolero en el Golfo Pérsico, que sus vecinos insisten en llamar ‘arábigo’. Y la incertidumbre económica mundial crece.