José F. Peláez | 22 de enero de 2021
Biden tiene cara de actor que hace el papel de presidente en una serie de Netflix, que no es exactamente lo mismo que tener cara de presidente.
Joe Biden no tiene cara de presidente y eso es un problema. Para hacer cualquier cosa, lo primero es tener la cara adecuada. Por ejemplo, Arturo Fernández. Arturo no podría ser pescadero ni aunque heredera la mismísima lonja de Ribadesella. Nadie podría pedir a Arturo que le sacara los lomos a la merluza, y eso aunque lo desearas tú y lo deseara él. Simplemente, porque Arturo no tiene cara de pescadero. Con esa cara no se puede limpiar pescado. O José Luis Ábalos, por ejemplo, que tiene cara de taxista. Cuando Ábalos va a una cumbre a Europa, a mí me da cosa, porque tengo la sensación de que todo el mundo está pensando lo mismo y se miran entre ellos preguntándose si tirará Castellana abajo o mejor cogerá la M30.
Biden tiene cara de actor que hace el papel de presidente en una serie de Netflix, que no es exactamente lo mismo que tener cara de presidente. Parece un impostor, como si la cara fuese, en realidad, careta y se la hubieran superpuesto a un cuerpo que no le pertenece. Y en realidad, puede que sea así, puede que Biden sea solo la nueva cara con la que el ventrílocuo Obama se dirige al mundo en su tercer mandato, como en el vídeo aquel de Franco hablando a todos los niños del mundo en boca de Carmencita. Esto deja al expresidente en el papel de José Luis Moreno y a Biden en el de una especie de Monchito de Pensilvania. Y a nosotros asistiendo al espectáculo en una de esas mesas de las galas de Noche de fiesta, llenas de tubos de Larios-Cola y de humo de un tabaco muy negro, como el amor cuando termina.
La toma de posesión del miércoles fue eso, una gala, como la de los Goya, pero sin tanta vergüenza ajena. Una gala yanqui, afectada, intensita, simbólica hasta la náusea. Yo la estaba viendo con atención y juro que me estaba temiendo que de un momento a otro saliera Carlos Lozano y presentara a la estrella más rutilante del momento. Y bingo, ahí salió Lady Gaga. No, no me refiero a la primera dama, sino a la artista, que es como si aquí saliera a amenizar la sesión de investidura, qué sé yo, Yung Beef. Luego, Garth Brooks para conectar con la América profunda, que aquí serían Los Marismeños cantando la Salve Rociera. Yo respeto mucho el Rocío y sobre todo a la Hermandad de Gines, que hace arrodillarse a los bueyes delante de la Virgen. Precisamente eso es lo que hizo Biden, hacer arrodillarse a los cabestros, que ya están de camino a corrales. A Florida sin Florito. Con dos matices: los cabestros son muchos más que dos y él no es exactamente La Blanca Paloma. Luego, una poetisa que parecía una sobrecargo de Air Ghana, Bon Jovi con la careta de Bon Jovi en Halloween, Bruce por la cuota farandulero-transportista y Jennifer López en la cuota de madres latinas. Hay más familias en el Partido Demócrata que en Podemos.
La verdad es que aplaudir a Biden es igual que llorar. Daban ganas de pedir a alguien que le dijera la verdad, que lo han votado solamente porque el otro era Donald Trump, que habrían tenido los mismos votos si hubieran presentado a Don Pimpón. Que abreviara, que sacara la puntilla y directo al descabello. Ovación y vuelta al ruedo. Yo lo veía ahí, con esa cara operada como de Miss Benidorm 1975, como una escultura de cera de sí mismo con arrugas nuevas sobre las viejas arrugas, como no sabiendo qué hacer con todo lo que se le viene encima.
Y pensaba que, en realidad, lo tiene fácil, porque solo se le exige una cosa: no ser Trump. No ser Trump es algo relativamente sencillo si quitas lo excéntrico. Pero luego hay que crecer, hay que vacunar a toda la población, liderar la digitalización y la resiliencia y el multiculturalismo, recuperar la economía, hay que volver a Kioto y al FMI y la OMS y a todas las siglas que se nos ocurran. Y hay que negociar con Israel y con el mundo árabe y se te exige mantener la paz en Oriente Medio, arreglar el hambre en el mundo, no empezar una guerra, ser un contrapeso a China, controlar a Rusia, vigilar a Corea, que la NASA nos defienda de los meteoritos y mantener firmes a Maduro y Castro. Y tener buenas relaciones con Europa, ser pacifista, feminista, ecologista, gay-friendly, trans-lover y «jander nauer».
Daban ganas de pedir a alguien que le dijera la verdad, que lo han votado solamente porque el otro era Trump, que habrían tenido los mismos votos si hubieran presentado a Don Pimpón
La parte mala es no tener a Melania -ay- al lado. Y que los que ahora lo aclaman por no ser Trump se olvidaran de todo en un cuarto de hora y le echaran en cara su decepción cuando se den cuenta de que Biden es igual de populista que Donald, si no más. Pero sin lo bueno, sin el éxito económico. De momento, «Sleepy Joe» no es aquel «Metralleta Joe» de Ángel Stanich, y eso genera ilusión en una sociedad desquiciada de vergüenza ajena color naranja-chetto. Votar con ilusión es una paletada. Se vota como se presenta el modelo 303. Pero los progres no se han enterado y necesitan palabras, muchas palabras, palabras progres, corazones que amen al prójimo, gargantas que sueñen endecasílabos, olor a suavizante rosa palo, polvaredas de confeti con la cara de esa princesa india de cuyo nombre ahora mismo no me acuerdo y que me hizo chuparme una cola de hora y media en Eurodisney. Pero con la otra mano hacen el egipcio. Está muy bien ser un filántropo con el dinero ajeno, pero cuando nos tocan el bolsillo se nos va el progresismo y aparece el Colt. Y cuando no hay para comer se nos olvida el multiculturalismo y solo queremos o pan o lorazepam.
En España tendemos a pensar que estas cosas solo pasan aquí, que esto no pasa en América. Y yo me alegro de la lección. Suban ustedes la autoestima. Aquí de momento no hemos tenido a un bisonte ocupando el Congreso, aunque a podemitas y nacionalbutifarrenses les habría encantado. Aquí no tenemos a una parte importante de la población jurando que el Estado está en manos de una red de pederastas que manejan la cábala, algunos de ellos caníbales. Bueno, sí, pero ya me dirán qué daño hace un tuitero. No tienen relevancia y menos que van a tener porque, aunque está por ver cómo decepciona Biden a los suyos, no cabe duda de que sin Trump se acaba el gran mecenas de los populismos de derechas. Muerto el perro se acabó la pasta. Esa es una gran noticia para todos, pero sobre todo para la derecha. Es el fin del tiempo de los cafres. Y el principio de un nuevo baile de máscaras para la gran farsa progre que habéis elegido. You, the people
La americana es una sociedad rota, fracturada, partida en dos, quebrada en lo más profundo y con problemas muy graves que avecinan tormenta y conflictos violentos de dimensiones aún no predecibles. Y no solo por culpa de Trump.
Examinamos el perfil de uno de los personajes que marcarán el futuro político en Estados Unidos.